Anime: Kuroko no Basket.

Rating: T.

Disclaimer: Fujimaki Tadatoshi es el orgulloso propietario del yaoi implícito de esta serie.


—After the first week...—


·Kiyoshi Teppei

—Creo que he perdido el brazalete.

—Lo llevas puesto.

—¿El pelo?

—Está perfecto, tranquila.

—¿Y el ramo? ¿¡Dónde está el ramo!?

—Lo tiene Momoi en el coche. Por Dios, Riko, relájate.

Al final, no he tenido más remedio que sujetarla de los hombros y hacer que dejase de dar vueltas por todo el vestíbulo del hotel, donde estaba a punto de convertirse en un negativo centro de atención. Si es que una mujer vestida de novia y con la mandíbula desencajada no lo era ya. Ella me miró, como uno de esos cachorritos tras un escaparate que te está pidiendo a gritos que le comprases y le diese amor, porque en la tienda se pelaba de frío.

—Estoy tan nerviosa como cuando llegamos al interescolar. Creo que mis rodillas no me aguantarán mucho más…

—Comparar a tu boda con el interescolar es algo que sólo tú podrías hacer —le masajeo los hombros, desnudos gracias al vestido palabra de honor que llevaba puesto, y que tardó en escoger en su día—. Mira, estás guapísima. Sólo tienes que ser tu misma, levantar la cabeza y mirar al frente, que es donde te estará esperando tu marido, ¿de acuerdo?

—Sí —asintió demasiado efusivamente para estar tan bien—. Sí. Puedo hacerlo, ¿verdad? Puedo hacerlo.

—Por supuesto que puedes. Este es tu gran día, así que aprovéchalo.

—Muy bien —está hiperventilando, pero intenta respirar hondo, ajustarse bien el frontal del vestido e intentar, ella piensa que discretamente, aparentar tener mucho más pecho del que tiene—. Adelante, Riko. Este es tu día. Mañana estarás buceando en las costas de las Fiiji con un hombre increíblemente común.

No puedo hacer más que reírme por la pobre parte que le tocaba a Hyuuga, pero también por cómo estaba afrontando la vergüenza y los nervios escénicos una mujer como Riko. Es curioso que le empiece la timidez ahora, cuando este mismo medio día visitábamos ya el templo Sensôji para validar y formalizar la unión de una forma mucho más tradicional que el despliegue occidental que suponían las bodas por la iglesia. Un dado a la historia como Hyuuga no pudo renunciar a una boda clásica y cultural, pero tampoco podía ignorar los deseos de su futura mujer no celebrándole la boda de ensueño que le confió que quería.

Así pues, a gran parte del elenco nos tocó madrugar, enfundarnos en nuestros kimonos formales y partir derechos a Asakusa, donde hicimos todo el recorrido desde la puerta Kaminari en una marcha nupcial previa. Si hubiera sido por Hyuuga, su kimono azul y gris hubiera sido una armadura Sengoku que, según me enseñó con un preocupante entusiasmo, era un diseño idéntico al que llevaba en sus días el guerrero Asai Nagamasa. Y Riko hubiera sido su Oiichi. Por desgracia para él, Riko no compartía esa facilidad para ponerse en ridículo –citando textualmente–, y lo más extravagante que le dejó añadir al kimono fue el escudo de las fuerzas de Tokugawa cosido al obi. Y el día todavía iba para largo.

Después de la ceremonia tocaba ir al hotel de Kanda, donde más tarde se celebraría el banquete, y cambiarnos de ropa antes de tirar para la iglesia. No era un acto oficial, y su validez era cuestionable comparada con la ceremonia hecha en el templo, pero era un condimento que adornaba mucho la celebración en sí. Y era lo que la novia quería, así que no había nada que discutir.

—Ah, Teppei —cuando salimos del coche frente a la catedral, Riko se enganchó a mi brazo y me miró, sonriéndome—. Muchas gracias por estar aquí.

Yo le devuelvo la sonrisa, a sabiendas que me lo dice de corazón y que yo puedo estar allí, de pie junto a ella, sin sentir que traiciono gran parte de su confianza dándole vueltas a lo que no debo. Ya no.

—No me lo perdería por nada del mundo.

Pese a que pueda sonar hipócrita, ya que hasta hacía unos cuantos meses atrás barajaba la posibilidad de negarme y no asistir para no enturbiar más mi relación con ellos dos, ahora soy sincero cuando afirmo poder estar y apoyarles. Puedo sonreír sin fingir nada y no sentirme incómodo por hacerlo, porque es como me siento de verdad. Son dos de las personas más importantes de mi vida, y ver que son felices siempre será algo que compense, aunque no sea yo quien procure esa felicidad. Lo bueno de los amores no correspondidos es que siempre se recuerdan, así que no hay motivos para hacer de ellos un mal recuerdo.

Estando ahora a su derecha, junto a Kuroko y Kagetora, miro a Hyuuga pronunciar esos votos que suenan a discurso sintoísta, pero que consigue amoldar, con voz temblorosa, para expresar todo lo que había llegado a significar la mujer frente a él. Me hace gracia verlo tan nervioso como Riko.

Al otro lado están las damas de honor, vestidas de rojo degradado, y más de una soltando la lagrimilla.

Por un momento me da por desviar la mirada a los primeros bancos que hay tras ellas, donde se sientan los familiares de la novia. Distingo a una de sus tías y a algún primo crecidito, pero el resto son sólo caras que no asocio. Sigo hacia atrás. Veo a Midorima acompañado de una chica menuda y con gafas, y dos bancos más lejos está Kise, que nota mi mirada y me saluda con una mueca. No veo a Aomine por ninguna parte.

Creo que me dijo que vendría hoy, porque Momoi ya le había conseguido el traje. No estoy seguro… Esta mañana no le vi en el templo, y tampoco nos hemos cruzado en el hotel, cuando subimos a las habitaciones a cambiarnos de ropa. Conociéndole, ha podido escaquearse tan ricamente.

Si algo he aprendido de Aomine estos últimos meses, es que su descaro supera todo lo que muchos pudiesen llegar a tolerar. Su manera de decir las cosas nunca es ambigua o confusa, y su capacidad para soltarte todo lo que se le pase por la cabeza es impresionante. No se anda con medias tintas, y eso lo demuestra cada vez que abre la boca para maldecir o pedir algo; o con sus actos, siempre directos y tan espontáneos como todo él.

De acuerdo, de acuerdo. No es perfecto. ¡Ni de lejos! Su falta de tacto a veces es un problema –sobre todo cuando siente que le tocan las narices más de lo debido, que según él es siempre–, pero contar con un hombre que puede decir las verdades a la cara no es en absoluto malo, porque da a entender cómo se siente en cada momento.

Admito que he desarrollado cierto gusto por sus cambios de humor. O por él, en general. Cuando pasa de cero a cien en dos segundos, demostrando que tiene mucho repertorio cuando se trata de insultar. O cuando algo le da vergüenza, y arruga la nariz y aprieta los dientes antes de mirar a otro punto del cuarto que le resulte mucho más fácil de afrontar. Detesta oírme decir que me parece adorable, ¡pero es que lo es! Supongo que no puede apreciar tanto como yo el escucharle gemir y verle retorcerse cuando mis manos aciertan en alguna zona sensible de la que no era ni consciente hasta ese momento. Ya he encontrado nueve.

No sabría definir con exactitud qué somos. Desde los acontecimientos de esa primera semana en la que me recogió, todo ha surgido con relativa normalidad. Algunas veces ha venido a ver los entrenamientos de las chicas y ha ayudado desinteresadamente a alguna cuando creía que yo no miraba. También he seguido yendo a su casa y más de una noche la he pasado con él, después de ver las últimas grabaciones de la Winter cup de aquel año o haber pedido comida a cualquier restaurante de la guía que abriese hasta media noche. Algunas veces amanecíamos en el sofá, con un dolor de cuello de mil demonios, y Aomine siempre me hundía el talón en las costillas alegando que era imposible que estuviéramos los dos cómodos en aquel sofá enano. ¿Qué se hizo? Comprar otro sofá. No sé si fue con ánimo de inaugurarlo o si fue el olor a nuevo lo que me puso cachondo, pero lo estrenamos al poco de instalarlo en el salón. Fue un buen día, aunque podría haber sido mejor.

Aomine ha dejado un poco de lado los complejos y no pone pegas cuando le toco, pero no me deja llegar nunca a tercera base. Así que digamos que me abstengo de lanzar tiros libres, porque sé que no entrarán. Es un poco frustrante, porque no es que el chico sea especialmente pudoroso… Es malditamente sexy, ahora que lo pienso. Y no verle por allí, entre todas aquellas caras desconocidas, me descoloca un poco.

De todas formas no tuve mucho tiempo para echarle de menos. Los aplausos del final de la ceremonia me hicieron dejar de imaginarle recién salido de la ducha, con aquella voz grave que me replicaba un "no me mires la polla, pervertido", y unirme al júbilo de la celebración. Salí tras los novios, los padrinos y las damas de honor, hasta el coche que les llevaría de vuelta al hotel para volver a cambiarse –ya he dicho que el día sería agotador– y llenar las mesas del banquete. Los invitados hicieron un corro que les despediría en cuanto Riko lanzase el ramo, que cayó nada menos que en las manos de la chica menuda que acompañaba a Midorima. Cuando lo escuché gritar un "¡Ni lo sueñes!" supe que se trataba de su hermana pequeña.

Abrí una de las puertas de atrás y ayudé a Riko con el vestido de novia, antes de incorporarme y verme de frente con Hyuuga. Está sonriendo, aunque es obvio que su expresión no llega a demostrar ni de lejos lo contento que estaba ahora mismo. Sé que le cuesta ser emocional sin pasar por ese estado tan cortante de antipatía, pero era imposible no notar cómo le brillaban los ojos y se contenía por actuar bajo el recién adquirido protocolo de marido.

—Kiyoshi —levantó el puño frente a mi pecho, dándome un golpecito. Ahora estaba siendo emocional, porque carraspea pensando que eso podría ocultar el rubor. Siempre se te ha dado mal agradecerme algo, cabezota. Ese lado tan tsundere tuyo fue una de las cosas que me enamoró, en primer lugar.

El traje le queda bien. Está impecablemente afeitado, le ha dado algo de forma al pelo de quinceañero que llevaba y me doy cuenta de que ha cambiado la montura de las gafas por unas cuadradas. Parece que por un momento mis viejas costumbres han vuelto, y he desviado la mirada hacia sus labios durante los segundos en los que me doy cuenta de que la figura difuminada que capto por el rabillo del ojo es Aomine. Lleva las manos dentro de los bolsillos de la desarreglada chaqueta, y cuando le miro él me responde alzando el mentón.

Justo a tiempo, pienso, riéndome de mi mismo. Y con renovada decisión, poso la mano en torno al puño de Hyuuga.

—Felicidades, Junpei —le sonrío. Y él destensa los hombros, dejando escapar una risilla dentro del suspiro.

—Gracias.

[…]

La puerta de la habitación estaba abierta de par en par cuando él entró, con una camisa de botones negra a medio abrochar y un pedazo de corbata blanca colgándole del bolsillo frontal.

—Te has saltado la ceremonia de esta mañana —afirmé, pareciéndome una tontería preguntarlo.

—Porque era un coñazo —se encogió de hombros—. No me sueltes el sermón, Satsuki ya me ha calentado la oreja lo suficiente con ese tema.

Le vi atravesar medio cuarto hasta dejarse caer, con desgana, a los pies de la cama. Habíamos decidido usar algunas de las habitaciones del hotel donde se celebraría el banquete como guardarropa, y aquella en concreto era la de los padrinos y algún que otro invitado ocasional que necesitase volver a cambiarse. Kuroko había sido el último en salir, dejando el esmoquin perfectamente colgado en una percha que ahora oscilaba en la ventana. El mío, por otro lado, ya estaba en la funda en la que vino al alquilarlo. Hay ciertos lujos que un entrenador de baloncesto no se puede quedar.

Terminé de ponerme el cinturón y rebusqué en mi maleta el bote de desodorante y la colonia, antes de coger una camisa rojo oscuro del respaldo de un sillón orejero que adornaba la esquina. Esquivé mi par de zapatos y me planté delante del espejo de pie, al que tuve que quitarle de encima una gabardina precariamente colgada.

Tras de mí, el reflejo de Aomine me miraba fijamente.

—¿Cómo lo llevas? —me preguntó. Y supe exactamente a qué se estaba refiriendo. Otra de sus cualidades es que, pese a todo, se preocupa por los demás. A su modo, pero lo hace.

—Estoy bien —asiento, abotonándome la camisa—. He cumplido sin remordimiento alguno.

—Eso no es lo que me ha parecido —me suelta, y noto como se me escurre un botón de entre los dedos antes de mirarle a través del espejo. Ha dejado de mirarme, y ahora hace una de esas muecas de niño que no se arrepiente de una trastada en la que le han pillado, y que provoca que el pulso se me dispare sin remedio. Para que luego diga que no es adorable… Maldita sea, me encanta esa cara.

Por otro lado, entiendo a qué venía todo aquello. Él fue uno de los pocos –creo que el único– en saber qué tipo de sentimientos guardaba por Hyuuga y lo que suponía para mí que se casase. No es que hubiera tenido esperanzas de que algún día me correspondiese, pero era obvio que ya teniendo a alguien más a quién convertir en su prioridad, esas ya de por si nulas posibilidades se convertían en un imposible. Un anillo en el dedo tenía ese poder tan rotundo, y no voy a negar que duele.

Aquello cerraba definitivamente las puertas para mí, y aunque no es mentira que me alegre por ellos tampoco lo es el que me sienta ahora mismo un poco deprimido.

Dejé caer los brazos y me giré hacia la cama. Aomine me miró de reojo, antes de chasquear la lengua y levantarse, acercándose a mí. No me hizo falta que dijese nada, porque así como yo he aprendido a interpretar lo que piensa, él también puede leer lo que me pasa por la cabeza y actuar en consecuencia. Las palabras no son tan importantes cuando la persona con la que estás te entiende tan bien.

Levanté la mano y cogí el pedazo de corbata que sobresalía del bolsillo, estirándola para pasársela después por el cuello de la camisa. Su buena forma física le hace lucir aquella ropa como si fuera uno de esos playboys de los anuncios de colonia, lo que me hace reír internamente.

Como diría él, las conexiones no son ilimitadas. Pero no quiero ser el tipo de hombre que no atesora las que ya tiene. Hay un momento y un lugar para todo, y aunque algunas de ellas no se hayan convertido en lo que deseaba, siguen estando ahí como una gran parte de mi vida. No voy a desprenderme de eso aunque mis sentimientos hayan cambiado, ni a resentirme por no haber logrado escuchar un yo también te quiero de la persona que me gustaba. Hyuuga siempre seguirá estando ahí, haciéndome saber sutilmente que puedo contar con él para lo que sea.

El nudo de la corbata se me desenfoca, y parpadeo un par de veces para disimular las leves lágrimas que me han empañado los ojos. Sé que es una estupidez, porque Aomine se ha dado cuenta, pero me adelanto a cualquier expresión suya dando un paso al frente y abrazándole. Le rodeo con un brazo la espalda y le acaricio la nuca con la mano, hundiendo la nariz en su cuello. Huele al mismo perfume de siempre; ese que tantas veces deja flotando en su casa antes de irse a trabajar. O el mismo que tiene su almohada cuando me deja compartir la cama con él. A estas alturas, es una fragancia tan familiar que me reconforta tenerla cerca.

No tardo en rozarle la piel del cuello con los labios, a lo que inmediatamente reacciona alzando las manos y sujetándome de la camisa.

—Hey, que la puerta está abierta… —me recuerda, y le escucho contener el aire cuando le aprieto más contra mí. No quiero que se separe ahora; ni siquiera con una excusa como aquella. Tengo ganas de sentirle y grabarme, como tantas otras veces, que es a él a quien abrazo y lo mucho que me he aficionado a hacerlo. Si se dejase, le haría el amor tantas veces en aquella habitación…

—Un poco más… —le suplico, como siempre que no tengo suficiente de él. Acaricio con la mano la erótica curva de su espalda y acabo suspirando en su oreja, dejando más que claro que podría seguir arriesgándome a tocarle sin pensar en quién pudiese pillarnos después. Mi cuerpo se ciñe al suyo bajo la fuerza de la costumbre, pulsándose contra él antes de que pudiese pretender sentir vergüenza alguna.

Aomine tira de mi camisa y me aparta, posándome las manos en el pecho y el hombro para darme un empujón. Me mira un segundo y se vuelve hacia la puerta, hacia la que camina después. Bajo la cabeza cuando intuyo que se marcha, y que por lo menos allí, aquello sería lo más lejos que llegaríamos. Supongo que tiene razón; sentirme mal no es justificación para aprovecharme.

Click.

Pestañeo, y levanto la cabeza. Aomine había cerrado.

Me mira por el rabillo del ojo antes de girarse y apoyarse en la puerta. Está serio, y no dice ni una sola palabra. Pero no hace falta. Con aquel simple gesto, me está diciendo que se queda, capaz de darme un poco más, y consolarme si eso es lo que realmente quiero.

El corazón vuelve a golpearme el pecho de manera casi dolorosa, y antes de darme cuenta ya estoy caminando a rápidas zancadas hacia él, empujando su espalda contra la puerta y hundiéndome en su boca con vehemencia, tirando de la camisa negra de botones para sacársela del pantalón. Cuelo las manos dentro, y el tacto con su piel me hace extasiarme. Suave, lisa y siempre caliente. Aferrarse a él era como palpar hierro candente y ser lo suficientemente masoquista como para no soltarlo. La silueta de sus músculos se tensa y relaja, siguiendo el ritmo de un beso brusco que me devuelve y la presión existente entre su pelvis y la mía.

No tardo en jadear, porque no solo sucumbo a mis deseos por él, si no que arrastro conmigo todas las emociones de un día como aquel. Y no sé si lo sabe o no, pero Aomine no me da la suficiente tregua para pensar en ellas. Me abre la camisa, haciendo saltar un par de botones, y mete las manos por los costados, agarrándome de la cintura para empujármela hacia delante, arañándome. Suelto un jadeo dentro de su boca, y me lanzo a lamerle la nuez mientras mis manos se pelean con el maldito cinturón de sus pantalones.

Le tengo casi aguantándose con una sola pierna, porque lo he levantado prácticamente del suelo con la última embestida a su bragueta.

—Aomine… —logré pronunciar, cuando mi propio diafragma parecía contraerse y apretarse contra los pulmones. Le mordí el mentón y le miré. No quiero ni imaginar las pintas que debo tener, pero le tengo tantas ganas que es insoportable. Quiero hacerlo… Hacérselo; despacio hasta que se acostumbre y necesite más, para después escucharle gimiendo con fuerza. Daba igual quién le escuchase. Daba igual todo. Quiero hacerle mío hasta poder derretirme dentro de él.

Con esa idea en mente, conseguí desabrocharle el pantalón, y empezando a empujarlo hacia abajo con los pulgares estaba cuando Aomine me detuvo, agarrándome de las muñecas.

—Ni lo sueñes… —me respondió, jadeando y dejando claro que mi cara había sido todo un libro abierto para él. Imagino que muchas veces antes habrá tenido la oportunidad de verme desearle de esta manera, aunque nunca había tomado unas medidas como aquellas. Antes de poder sentirme rechazado y hacerme a la idea de que todo seguiría el plan de siempre, con un frente a frente del que yo mismo me encargaría con mis manos, Aomine se imponía sobre mi empujándome contra la pared junto a la puerta, presionándome las manos contra ella para impedir que las usase. Me chupó el labio y tiró de él, y temblé con anticipación cuando su aliento me cosquilleó en el cuello y la curva del hombro. Ni siquiera pude pensar si alguna vez, de nuestras tantas veces, Aomine había tomado una iniciativa como aquella. Estaba tan receptivo a lo que fuera que hiciéramos que me hubiera bastado que sólo se quedase allí, arrinconándome entre la puerta y el perchero de la habitación lleno de abrigos.

Cerré los puños bajo la presión de los suyos y solté un quejido cuando me mordió, para después relajarlos al notarle soltarme y plantarme las manos en el pecho. Siempre acaricia la parte superior del pectoral usando toda la mano, masajeando hasta empujarlos hacia el centro, como lo haría con el pecho de una mujer. No puedo culparle; es lo que está acostumbrado a hacer. Aprieto los labios y noto un escalofrío subirme por la espalda cuando me aplasta y pellizca los pezones, pasándolos pronto de largo para seguir bajando. Una de sus manos se cuela por la camisa, que aún se mantiene, descolocada y con un solo botón sano, y me hace cosquillas en la baja espalda. La otra sigue un camino hacia una erección de caballo que ya me aprieta dentro del pantalón del traje. Cuando me tira del cinturón para desabrochármelo, dejo caer los brazos, llenándome los pulmones de aire caliente, antes de bajar el mentón y recorrer con los ojos el cuerpo que tengo frente a mí. ¿Por qué aún sigue vestido? Que desperdicio…

Escucho la cremallera, y doy un brinco en el sitio cuando me agarra la polla por encima del bóxer, apretándomela antes de empezar a frotarla. Tengo su rodilla entre las piernas, y también siento una presión desde abajo difícil de ignorar. Sin embargo, es cuando la mano que tenía en la espalda se pierde también entre mis pantalones hasta tenerla agarrándome una nalga, que pienso que realmente el que no tiene aún suficiente soy yo. Me escucho gimotear mientras bajo las manos al bulto de su entrepierna, que se mantiene precariamente tapado con el elástico de la ropa interior. Tiro de él, y su erección sale disparada, haciéndome salivar y tragar. Es gruesa, y noto como me palpita en la mano al agarrarla y atraerla hacia la mía, la cual me hace el favor de sacar también.

—Nnh… Hah —respiro despacio cuando la noto. Tan febril, húmeda y dura, mientras él me hunde aún más los dedos en el culo para empujarme hacia ella. Cuando levanto la vista, veo que me está mirando. Aunque la habitación está empezando a oscurecerse, puedo distinguir perfectamente esa expresión de placer tan suya, mientras se lame la comisura con la punta de la lengua. Por un momento pienso que va a besarme, o que espera que yo le bese primero, así que me adelanto para hacerlo sin esperarme ese par de dedos que poco después me pulsaron entre las nalgas.

Esto es nuevo. Pero me sigue mirando, como si me estuviese dando tiempo para asimilarlo.

—Está bien si no quieres —me dice, susurrándome contra la mejilla con una voz que no hace más que encenderme y unos dedos que me acarician los labios, impacientes.

—Eres… un tramposo —llego a decirle, para luego tener un par de dedos empujándome la mandíbula hacia abajo y cercándome una lengua que él lame y mordisquea después, haciéndome retorcerme contra la pared.

No tarda en ir directamente al grano, como así dicta su poca paciencia.

Cuando mi propia saliva choca contra la carne, tenso las piernas. Aomine la estira a placer y define el aro de músculo, mojándolo y tratando de relajarlo, antes de hundirme un dedo dentro sin siquiera moderarse. Aprieto los dientes y apoyo la cabeza en la pared en dirección al techo. Por Dios… ¿De verdad está haciendo esto? Si pretendía consolarme y hacerme olvidar mis preocupaciones, lo acaba de conseguir: tengo la mente en blanco y el corazón a punto de estallarme. Y no es lo único.

Cuando vuelve a sacarlo, el sonido viscoso que hace me calienta la cara como nunca, y se me escapa un gemido rarísimo al tenerle de nuevo dentro. Cuando coge ritmo y quiere meter otro, yo ya estoy aferrado con un brazo a él, babeándole la camisa.

—Aah… ¡Ngh! ¡Ah! —arqueo la espalda, deslizándola ligeramente por la pared. Me hormiguea el estómago y tengo la mano empapada de presemen, tanto mío como suyo, así que la muevo más deprisa, buscando el orgasmo que claramente estamos deseando…

Pero vuelve a detenerme. Y tengo la suficiente lucidez para maldecirle internamente. Aguanto la respiración y hago un intento de mover la cadera, frustrado por lo cerca que había estado de correrme. La sensación es tan fuerte que me tiemblan las rodillas, y acabo por dejarme caer por la pared hasta acabar sentado, jadeando y arrugando las cejas. Aomine está frente a mí, quitándome el pantalón y cogiéndome de los muslos para subirme un poco a los suyos, sin pararse a pensar. Se aprieta entre mis piernas, tan desesperado como yo, cogiendo su portentosa erección para guiarla y poder metérmela.

—¡Gh-…! —le agarro de la camisa, encorvándome—. Espera… Cuidado, escuece…

—Tenme paciencia… —gruñe, con la voz mucho más grave—, soy nuevo en esto…

Vuelve a empujar, atravesándome con la punta, y contengo el grito, hundiéndole las uñas en el brazo y la espalda. Está tan concentrado y yo necesito tenerle tan cerca, que no quiero que pierda el tiempo preocupándose por mí, así que intento sonreír aunque me tiemblen los labios.

—¿Heh…? ¿Un playboy como tú… tiene problemas de técnica?

—Cierra el pico… —bufa, cogiéndome por debajo de los muslos y embistiéndome contra la pared.

Mierda… ¡Mierda! ¡Duele!

Le rodeo con los brazos y me agarro a su camisa. Su espalda se contrae una y otra vez al empezar mover la parte baja de su cuerpo. Siento cada centímetro de mi ceñirse a su grosor y tamaño, mientras tengo la impresión de que me golpea directamente en el estómago. Cada vez que entra me quema, y cuando sale es como sentir que me succiona. Estamos tan juntos que ya no sé cuáles son mis latidos y cuáles los suyos, pero me niego a soltarle ahora.

Aomine gime entre dientes, con la cabeza hundida en mi hombro y un cuello que no para de morder y chupar, ascendiendo después hasta la parte posterior de la mandíbula. Le escucho susurrar débilmente una palabrota, agarrándose de mi cadera antes de salir casi del todo, ajustar la posición de su cuerpo y volver a empotrarme contra la pared al llenarme.

Ow… A este paso, dejaré de sentirme el culo. Y aunque me hace el daño suficiente como para provocarme un gatillazo de los grandes, son aquellas caricias, aquella voz pre-orgásmica lo que hace que tenga el orgasmo más retorcido de mi vida. La piel se me eriza y ya no sé si lo que se me desliza por la cara es sudor o son lágrimas, pero en aquel estado no quiero buscarle lógica a nada.

—Estrecho… Joder, que estrecho —le oigo balbucear—. Kiyoshi… Deja de estrangularme la polla…

—Como si pudie- ¡…! —suelto un grito sin voz cuando empieza a moverse más rápido, más hondo y más fuerte. Este maldito demonio me atraviesa ya sin piedad alguna, obligándome a alzar la voz y arañarle la espalda—. ¡Aom-…! ¡Mnf…! ¡Aah!

—No puedo… —suspira, sin aire—. Voy a correrme… ¡Nnh! —se ralentizó solo para embestir bruscamente una sola vez—. Voy a correrme, Kiyoshi…

Instantes después salió, terminando por echarlo todo sobre mi ya calmada erección. Su semen caliente se enredó entre el vello de mi ingle y lamió la base de mi polla, antes de querer perderse mucho más abajo. Lo escucho sisear, con la espalda doblaba hacia delante y la frente posada en mi hombro, encargándose con la mano de escurrir lo último que estuviese conteniendo de aquel orgasmo.

Dejo caer los hombros y me recargo del todo en la pared, dando bocanadas de aire mientras me noto el culo húmedo y con un hormigueo que ya por lo menos es más soportable. Ahora que hemos parado, empiezo a sentir el calor y el desenfrenado ritmo de mi corazón, que me pulsa en la cabeza y en la garganta con vehemencia. No hago siquiera el esfuerzo de pensar en algo, estoy como flotando…

No es hasta que Aomine se incorpora y se pasa el antebrazo por la frente, que reacciono. Aunque yo mismo debo estar para el arrastre, él no tiene un mejor aspecto: su ropa arrugada, la corbata torcida, la cara perlada de sudor y el rubor provocado por el esfuerzo hacen de él una visión que me hace olvidar lo mal que se le daba tener delicadeza.

—Hey… —se me acerca, hablando con un susurro muy íntimo y personal. Pasa la lengua por el rabillo de mi ojo derecho, dándome así la pista de que, al parecer, estaba llorando—. ¿Todo bien?

—Todo bien —sonrío, empujándole la nuca para robarle otro beso. En momentos así, quisiera rebatir a todo aquel que dijese que alguien como Aomine no sabía ser dulce. Aunque llegados a aquel punto, que esos pocos detalles suyos fueran conmigo era más que suficiente—. Eres adorable~

—¡C-cállate! —me gruñe, haciendo una de esas muecas que adoro. Tener las oportunidades de meterme con él también es algo que me satisface, y que ahora mismo no cambiaría por nada.

Da igual con qué idea empezara esto o como haya terminado al final; lo importante es que estoy ahí con él, cerrando aquel capítulo de mi vida para poder empezar otro sin más trabas ni cabos sueltos. Es una sensación incómoda pero cómoda al mismo tiempo, que me hace amar la contradicción y anhelarla cada día más y más. Aomine se había convertido en ese tipo de persona indispensable que todo el mundo quisiera tener a su lado, aunque fuese de forma desinteresada. Con él, las cosas no parecen tan pesadas, y es algo que consigue siendo como es: imperfecto, gruñón, satírico y cargado de cierto y sensual egocentrismo.

Decirle que le quiero sería una tontería. Porque creo que lo sabe, y que a su manera y a su ritmo, me está respondiendo.

—Oye —murmura poco después—. Esta noche juegan los Knicks.

Parpadeo y le miro, y solo me hace falta ver su expresión y su sonrisa de medio lado para saber lo que está insinuando.

El banquete tendría marisco, carne de la buena, verduras frescas, menús extranjeros y el mejor champán. Los postres irían desde las tartas de frutas, pasando por el chocolate hasta la bollería tradicional japonesa; adornado todo con la vajilla más impecable y la presentación que mejor se adaptase a una ocasión como aquella. La tarta de los novios tenía tres pisos, y por lo que leí en la carta del menú, tendría un tocado de azúcar y caramelo italiano expresamente hecho para aquel día.

En definitiva, una cena que uno no podría permitirse todos los días.

Pero al parecer somos el tipo de personas que disfruta mucho más de una buena rutina, que de una fiesta donde han dejado de pintar algo. Y no puedo estar más de acuerdo con eso.

—¿Te hace un Tailandés?