Game Over

Cuando se encuentra rodeado por los coches, sin posibilidad de huida, presiente la muerte cosquillearle en los dedos. Es una sensación agridulce. Cabeza fría y mandíbula tensa. Con un gesto lánguido y disperso, se aleja el cigarrillo de los labios y dibuja impresionismo en la atmósfera oprimida del coche. Exhala el humo con parsimonia, deja que le nuble las ideas. Es más fácil respirar así.

Sale a la noche con lentitud deliberada. No sabe si se siente tranquilo o si es sólo que está cansado. No lo dice, pero está pidiendo una tregua. La pistola en su mano es un grito mudo en su conciencia. Provoca sentimientos contradictorios. Matar es siempre arriesgarse a morir.

Habla sin despegar mucho los labios; escupe indiferencia y una seguridad que se tambalea en algún lugar de su mente. Sus palabras son un reto a la vida, puede que una llamada a la muerte. Siempre le ha gustado jugar. Y fumar con los ojos cerrados.

El sonido de las detonaciones rasga la oscuridad y atraviesa su alma, aunque él sólo distingue el primer disparo. Los siente todos, sin embargo. Se le escapa el aliento por los agujeros abiertos en su pecho. Cae mientras el mundo se vuelve de algodón. Es lento y espeso. Lamenta no tener tiempo para otra calada más. Su último pensamiento: game over. Y no encuentra el botón que reinicia la partida.