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Humor y algo de ¿romance?
Lluvia
Cruell simplemente no puede creer en la ridícula situación en la que se encuentra, sentado en el asfalto mojado empapándose con la lluvia que golpea con saña su rostro, no solo eso, sino que además sus zapatos se habían roto con la caída y su carísima ropa se estropearía y todo por salvarle el cuello a su torpe empleado que caminaba bajo la lluvia sin fijarse por dónde iba. Bufa enfadado apartando el cabello negro y blanco de su rostro cuando una suave carcajada llena sus oídos, frunce el ceño bajando la vista al pelirrojo que trata de cubrir su boca, pero aun así se retuerce en sus brazos.
—¿Se puede saber de qué te ríes? —Cruell se ve enojado, pero no puede dejar de notar que Andru parece más angelical con el pelo mojado pegado alrededor del rostro como un halo celestial.
Andru no puede evitar reír. Había ido a comprar unas cuantas cosas para Anita cuando empezó a llover, iba tan cargado que no podía ver por dónde iba y mucho menos tomar su sombrilla cuando la lluvia empezó; de un momento a otro sintió que sus pies se enredaron y se temía encontrarse de lleno con el suelo, pero en su lugar un brazo sostuvo el suyo, pero con tal mal tino que su salvador terminó en el suelo con él. Al alzar la vista se encontró en brazos de nada más ni nada menos que su jefe.
—Nada —dice recuperado de la risa y se pone en pie con cuidado. Recoge sus cosas y tiende su mano para ayudar a Cruell a ponerse en pie.
Desdeñoso el hombre rechaza su mano poniéndose en pie por sí mismo, chasquea los dedos y como invocado por ese simple gesto su mayordomo aparece conduciendo la limusina del hombre. Abre la puerta y le señala a Andru que suba.
—Te llevará a tu hogar —señala. Sin esperar respuesta cierra la puerta de golpe y observa el auto alejarse rápidamente.
Pasa una mano por su cabello maldiciendo por lo bajo sin entender porque había reaccionado de esa forma, pero, precisamente, eso es lo que había pasado. Cedió a su instinto e intentó atrapar a Andru, pero cayó junto a él teniendo como resultado su carísima ropa más empapada aún y sus zapatos rotos. Sin embargo, el recuerdo de las mejillas enrojecidas y la rica risa del pelirrojo le hacen sonreír con satisfacción, no había sido tan en vano.
