Actualización: 9 de Julio del 2005

PRÓLOGO

Paraíso de otoño. Árboles rojizos y dorados, desnudos.

El trinar de los pájaros entre las pocas hojas que aún se mantenían suspendidas de las ramas, sin desfallecer.

Silenciosas pisadas de pies descalzos en la hierba.

Pequeños pies descalzos, blancos y mojados por las gotitas de rocío.

- ¿Sirius, dónde estas? –exclamó ella, una chiquilla que no pasaba de los ocho años de edad. Sus ojos grandes y curiosos miraban a su alrededor, buscando. Ojos negros y líquidos, con delicada forma de almendra.

Debajo, una nariz pequeña y recta que se arrugó al notar como su pequeño pie se hundía en un charco de agua fría. Y para acabar de resaltar esa preciosa carita de tez nívea, unos labios, rosados como fruta madura.

- ¿Sirius?

Acompañando a su última llamada, vino una ráfaga de aire frío. Una de las últimas hojas de un árbol cercano poco crecido cayó, enredándose entre sus mechones de pelo oscuro.

No se dio cuenta de eso porque otro muchacho, de su misma edad, apareció de detrás de un árbol. Ella sonrió. Al parecer era a quien buscaba.

Él acercó su mano al pelo de ella y le quitó la hoja, sonriendo. Ella sólo miró mientras él cerraba la mano, con la reseca hoja en su interior, haciéndola crujir. Al abrirla, el viento no tuvo mas que llevarse los trozos que habían quedado, esparciéndolos.

- ¿Me llamabas?

- ¿Por qué te escondías? –exigió saber ella, mirándole a los ojos azules.

Siempre se sentía querida al mirarle a los ojos. No era el típico azul claro, el que tenían un montón de personas. Éste era especial. El azul más oscuro que puedes imaginarte en un ojo; así eran los de él. Profundos, y, además, transmitían sus sentimientos. Él la consideraba su mejor amiga. Lo sabía por el brillo de sus ojos al mirarla.

- No seas tonta. ¿Para qué iba a esconderme de ti?

Ella se encogió de hombros.

- Estaba buscando gnomos –siguió él, aunque no le preguntaron. Parecía que sentía como si se tuviera que excusar por su ausencia–. Parece que deben tener frío. No he encontrado ni uno solo.

- No me vuelvas a dejar sola –rogó ella.

Sirius pareció sorprenderse. Era ella la que siempre se atrevía con todo, la que siempre le metía en líos. ¿Tanto le había preocupado no estar junto a él?

¿Tendría miedo?

¿Tendría miedo de quedarse sola?

Con toda la solemnidad que pudo reunir para su corta edad, hablo:

- Te lo prometo. No te dejaré sola. Nunca.

Ella asintió, aliviada. Le creía, y no necesitaba nada más que esa promesa.

- Vamos a sentarnos. Me he cansado de buscarte –murmuró ella mirando sus pies doloridos.

Sirius rió ante su expresión. Aunque sabía que era culpa suya por no haberla llevado consigo, no pudo evitar reírse.

OoOoO

Horas más tarde, el sol empezó a ponerse.

Alumbrados por los últimos rayos de sol de aquel día, yacían los dos chiquillos, sentados bajo un árbol, con sus espaldas apoyadas en el duro tronco.

Ella le miró, haciendo el amago de levantarse.

- Debemos irnos. Tu madre nos va a regañar.

Sirius hizo una mueca de asco, pensando en su madre. Un escalofrío recorrió su espalda. Al parecer había imaginado algo, algo que pareció no gustarle.

La agarró de la muñeca, haciendo que volviera a sentarse. Le puso las manos en los hombros y la miró a los ojos.

- Ahora te toca prometerme algo tú a mí.

- Dime –susurró ella.

- Prométeme que nunca cambiarás. Prométeme que nunca serás como ella.

- A mi tu madre me cae bien. ¿Por qué te llevas tan mal con ella?

- ¡Prométemelo, Bellatrix!

El nombre de la chiquilla retumbó por todo el parque. Había alzado la voz, la había gritado. Pero simplemente no podría aceptar si su mejor amiga se convertía en lo mismo que su madre. Una mujer sin escrúpulos, que se regía por sus propias reglas. No podría soportarlo.

- Yo... te lo prometo.

Ella haría cualquiera cosa por él. Haría cualquier cosa por verle sonreír. Le hacía sentir como si hubiera hecho algo bueno.

Él le regalo la sonrisa que ella tanto ansiaba y la cogió de la mano, ayudándola a levantarse. Despacio, fueron andando hasta su casa.

Simplemente eran dos amigos... amigos... amigos... amigos... amigos... amigos...

OoOoOoOoOoOoO

Una muchacha de once años se despertó bruscamente. Su pecho subía y bajada con precipitación. Gotas de sudor perlaban su rostro. Estaba pálida.

Quitándose la fina manta de encima se sentó en la cama, intentando hacer que su respiración volviera a ser normal.

Siempre le dolía el pecho cuando se ponía tan nerviosa. Le costaba respirar.

¿Por qué había tenido ese sueño justo ahora?

¿Por qué después de tres años?

¿Por qué había tenido que recordar tan vívidamente esa escena?

Se levantó de la cama, dejando que el camisón blanco cayera hasta taparle los pies.

¿Por qué parecía que las paredes le gritaban esa ultima palabra? "Amigos"

¡Hacía mucho tiempo que no eran amigos!

Sirius la odiaba ahora y ella... simplemente no sabía que sentir. Todo era demasiado complicado.

Abrió la ventana, dejando que el viento entrara con fuerza en la habitación. Dejó que el viento la revolviera el cabello. Dejó que el viento la hiciera olvidar.

Pero el viento trajo también mas cosas. Una hoja dorada, crujiente, que se enredó en su pelo.

Ella se la quitó con furia, destrozándola.

¡Malditos recuerdos!

OoOoOoOoOoOoO

Otro muchacho se despertó a la vez, en casa de su mejor amigo.

Abrió los ojos, para encontrarse rodeado por cortinas blancas y vaporosas. Doseles blancos que le aprisionaban. Igual que sus recuerdos. Igual que ella.

- Bellatrix...

Una voz soñolienta le llamo desde otra cama igual, con doseles blancos.

- ¿Sirius, estás bien?

- S-sí... todo bien, James.

- ¿Un sueño?

- Sí.

A los pocos segundos oyó la respiración profunda de su mejor amigo. Se había vuelto a dormir.

Mientras cerraba los ojos, se corrigió a sí mismo mentalmente.

"Un sueño no. Un recuerdo. Un maldito recuerdo"