Nuevo fic de cortos capítulos:
Avisos:
-Ooc.
-UA.
-OMC
-Romance, Drama, humor.
-Disclaimer: Prince of tennis y sus personajes pertenecen a su creador. Solo destransformo y utilizo para mis medios en éste fic.
Prólogo
El vecino
El dulce tintineo de la campanilla la despertó, haciendo que sacara la nariz de los muchos libros que estaba colocando en sus puestos correspondientes. Descendió las escaleras y salió hasta el mostrador. Joseph Wells dejaba el sombrero sobre el pequeño perchero de madera vieja y murmuraba algo entre dientes. El frio había vuelto a agitarse en el ambiente y el hombre siempre refunfuñaba cuando eso sucedía.
Suspiró. Aquel día no tendría el final perfecto que esperaba y seguramente, llegaría tarde a casa. La idea la entristeció.
Joseph era un hombre de treinta años, alto y delgado que sufría dolores de huesos cada vez que el mal tiempo llegaba, convirtiéndose en un anciano gruñón. Y sabía que ella iba a ser la culpable de cualquier cosa. Especialmente, porque ese día era viernes y habían llegado todas las ultimas reposiciones. Estaban de trabajo hasta los dientes.
-¿Cómo ha ido el día, Ryuzaki?- Cuestionó a regañadientes como mero saludo- ¿Hemos hecho caja o como siempre has terminado liándote en las cuentas?
Sakuno Ryuzaki parpadeó, mostrando perplejidad en sus ojos castaños y sintiendo cada vez más pesado el pasador que llevaba como sujeción de sus largos cabellos, sonrió con timidez.
-Señor, mis cuentas nunca han sido erróneas- corrigió a media voz- Y sí, hemos hecho bastante caja. Justamente hoy han salido novedades y estamos bien de ventas. He tenido que rellenar siete veces los mismos escaparates y…
-Vale, suficiente- interrumpió el hombre de ojos azulados- Si hemos hecho caja, seguramente podrás llevarte un buen pellizco este mes a casa. Te vendrá bien.
La mujer sonrió. Ya no podía ser considerada una joven menor de veinte años. A sus veinticinco años ya era más adulta que muchas de las personas a su edad. Agradeció mentalmente que aquel hombre de vez en cuando tuviera amables gestos que terminaban llenándole el estomago. Especialmente, cuando de cestas de navidad se trataba.
El lugar donde trabajaba era una de las librerías más famosas de la isla y por lo tanto, muchas personas decidían escogerla como el mejor lugar donde encontrar los libros que ansiaban tener entre sus manos. Únicamente trabajaban una dependienta y un dependiente más aparte de ella. Su Tachikawa, una adolescente de dieciséis años que necesitaba el dinero para su hermano menor y por último, Alex Monroe, un joven de carácter callado que las suplantaba por las noches.
Tan solo los días de fiestas estaban los tres y trabajan más horas extras que eran muy bien pagadas. Pero desgraciadamente, Su solía ser malísima con las cuentas y era ella la que pagaba la regañina por haber sido su maestra. Por suerte, Joseph solía corregirse enseguida.
El hombre se encaminó hasta la caja y ella volvió a dedicarse a colocar los libros correspondientes en sus cajones. Las librerías eran lo que solían llamar más la atención y la prensa, aunque se vendía más frecuentemente, era lo menos llamativo. Por suerte, en aquella isla eran gozosos de la literatura.
-He oído que tienes un nuevo vecino, Sakuno- habló el hombre con tal de distraerse del silencio- Ya no tendrás que preocuparte por los fantasmas.
Sintió un escalofrió recorrerle la espalda. Desde hacía dos meses había escuchado esa misma palabra: Fantasma. Y todo por la muerte del anterior inquilino del piso vecino. El hombre había muerto de un ataque al corazón y nadie parecía querer terminar de comprarlo y la frialdad de aquella casa le preocupaba, pero ella misma había escuchado hablar al vendedor y al parecer, fuera quien fuera, había accedido a quedarse con el piso.
Ella no había escuchado más rumores, pero en una isla en la que todos se conocían, era normal saber algo así. Lo mismo sucedió cuando ella llegó cinco años atrás, cuando tenía veinte años y no era tan conocida, claro que al poco tiempo todo el mundo conocía su nombre y sus apellidos. Pero Sakuno estaba demasiado ocupada siempre como para pensar en otras personas.
-¿Sabes el sexo o quiénes son?- Se interesó Joseph de nuevo. Ella negó con la cabeza.
-La verdad es que no- confesó, descendiendo de las temblorosas escaleras de madera- No vi quién podría ser. Seguramente, la señora Ikawa lo sabe.
¿Qué no sabría esa vieja mujer siendo la mayor cotilla de todo el edificio? Era imposible que una persona así existiera, al menos, eso había creído hasta que llegó al edificio. En tan solo una hora ya había tenido más visitas de las necesarias en su primer día de mudanza y cuatro horas después, todo el mundo la conocía.
-Entonces, dentro de unas horas la panadería, la frutería y hasta nosotros mismos sufriremos la presencia de esa mujer- protestó a regañadientes el jefe- ¿Cuánto falta para que llegue Alex?- preguntó.
-Creo que media hora- informó tras mirar de reojo el reloj.
El hombre observó el cielo por un instante y frunció las cejas.
-Vete ya. Se está haciendo de noche y tendrás cosas que hacer, ¿verdad?- Se encogió de hombros y le ofreció la puerta- Podré defenderme en esta media hora sin ti. Ves.
-Pero… necesito esa media hora…- balbuceó preocupada por la paga.
Él casi estalló en carcajadas.
-No te preocupes. No te lo quitaré de la paga. Ves, porque seguramente tendrás muchas cosas que hacer.
Sonrió agradecida. Terminó de colocar los tres libros que sostenía entre sus brazos y corrió para ponerse el abrigo, despedirse y salir. El aire fresco le llegó con una agradable brisa invernal. Se abrazó a sí misma un instante y buscó los guantes dentro de su abrigo, comenzando a caminar.
Siempre había sido lo suficientemente despistada como para chocar contra cualquier cosa, por ese motivo, no la sorprendió cuando su mejilla dio de lleno contra una superficie dura, cálida y plana. Alzó la cabeza para poder ver contra qué había chocado, pero lo que fuera ya había pasado detrás de ella y continuaba caminando hasta la librería. Solo vio la mitad de una chaqueta oscura y un pie. Parpadeó y movió la cabeza.
-Bueno, pues nada- murmuró para sí misma, poniéndose los guantes- no tendré que disculparme.
Se encogió de hombros y miró nuevamente al cielo encapotado. Sonrió y emocionada, se dirigió hasta la pastelería ante ella.
-Seguro que le gustará un pastel para merendar.
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Estaba cansado y de suficiente mal humor como para darse prisa en todo lo que hacía. Quería dormir completamente a gusto y despertar reconfortado. Pero desgraciadamente había olvidado comprar el libro que prometió leer y tuvo que salir para ir en busca de él. La joven que le presentó el piso le informó sobre una de las mejores bibliotecas de la isla y para su asombro, así era. Muchos y de diferentes temas. Los libros eran pura gozada para ver y si no fuera porque en esos momentos no podía gastar más dinero del necesario, se los compraría todos.
Esa semana había gastado demasiado dinero. Entre el hotel, su abogado, el piso. Era demasiado. Su salario no era para malgastarlo, pero no le había quedado más remedio. El despido había sido definitivo y no pensaba volver. Así que tendría que buscarse su vida por algún lugar.
Hacía tiempo que quería descansar en un lugar donde su mente pudiera trabajar de forma refrescante y la realidad era que aquella isla le había enamorado nada más verla en el folleto por recomendación a su abogado, quien también se había mudado recientemente por el cambio de colegio de su mujer.
-Veinte con noventa- demandó el hombre tras el mostrador mientras metía el libro en una bolsa de cartón- ¿quiere la factura?
-No- negó sin darle importancia
Ya tenía suficientes facturas para pagar. No necesitaba más. Pagó la cuenta y escondió la cartera entre los pantalones, girándose para recoger la bolsa con el libro. Entremedias, algo golpeó su brazo y también, algo cayó contra el suelo. Parpadeó y se giró. El hombre se inclinó por encima del mostrador al escuchar el ruido y emitió un chasquido.
-Sakuno no está aquí. Ha regresado a casa, así que ves rápidamente antes de que oscurezca más- recomendó el hombre.
-Mou, Sakuno siempre igual.
Una pequeña niña de ojos negros los miraba con atención. Se alzó del suelo impulsándose con sus pequeñas manos y desde su metro de altura los miró con severidad, especialmente, al tendero.
-¿Por qué ha dejado que se fuera sola? Es capaz de perderse sola- reprochó con su severa vocecilla- ¡Si se pierde le acusaré ante la pudicia!
-Se dice Policía- corrigió el hombre con el ceño fruncido- y es suficiente mayorcita como para cuidarse ella sola.
La niña de cabellos largos ondulados y cobrizos dio un suave taconazo en el suelo, mirando con severidad alarmante al hombre.
-¡Usted no la conoce! Se pierde hasta en su casa- hinchó los rosados mofletes y se giró- Buenas tardes.
Y de la misma forma en silencio en la que entró, se marchó. Él volvió a parpadear con perplejidad y el hombre estalló en carcajadas, mirándole con una disculpa en su rostro.
-Perdónela- rogó- pero es una chica muy extraña y de buen corazón. Únicamente saca su carácter guerrero algunas veces, especialmente cuando tiene que ver con Sakuno. La quiere mucho. No se ofenda si algún día le toma por un acosador. Por cierto, ¿es usted nuevo?- Se intereso- ¿Desea hacerse socio de nuestra tienda? Tendrá buenos descuentos, aunque si está de paso igual no lo desea.
La palabra descuenta le llevaba a pensar en mayor cantidad de libros a mitad de precio. Sonrió con orgullo y le mostró el carnet.
-Tarda en hacerlo- espetó.
-Tranquilo, joven- rio el hombre a regañadientes- Nombre; Ryoma Echizen. Edad: 22 años. Estado civil: ….. ¿Divorciado?
Arqueó una ceja y se encogió de hombros, sin darle importancia. Era una noticia de la que ya estaba acostumbrado especialmente, cuando todavía no era un asunto recubierto del todo. Su abogado era el que se encargaba de todo y no había más vuelta atrás. No existían lazos superiores entre ellos: Ni hijos ni nada más grave. Marie era libre de volver a llevar su apellido de soltera y él, de vivir como le placiera.
-Aquí tiene. Venga mañana por la mañana que la encargada del cierre del bono se encargará de atenderle.
Aceptó la tarjeta que le entregó y se marchó. La fresca humedad se agarró rápidamente a sus ropas y le acarició los pulmones cuando entró en su cuerpo. Era delicioso. Había abandonado la gran influencia de América y había llegado al pleno paraíso donde podría descansar finalmente.
Giró sobre sus talones y caminó hasta los edificios donde el de medio, ocultaba la presencia de su pequeño apartamento o piso, como gustaran de llamarlo los profesionales. Para él simplemente era un lugar donde poder refugiarse y dormir en tranquilidad.
El tercer piso era su destino y el agradable calor del refugio de las paredes le recibió. Subió al ascensor, pero nada más salir tuvo que esquivar una figura que estuvo a punto de darle una patada. Parpadeó con sorpresa al ver a la pequeña fiera de la tienda. Se había recogido los largos cabellos en dos coletas altas y lo miraba con furia reflejada en sus ojos.
-¡Usted!- Exclamó- bah, no es quien esperaba.
Se cruzó de brazos y le dio la espalda, caminando hasta la puerta que debía de ser su vecino y la pateó también. Él retrocedió ligeramente y movió la cabeza para abrir la puerta de su casa. La niña lo observó durante un momento, acercándose para entrar en la casa sin permiso.
-Oí…- llamó. Pero no le hizo caso.
Se encogió de hombros y dejó el abrigo a un lado, sacando la cartera y la bolsa con el libro, dejando este sobre un escritorio donde un ordenador portátil descansaba. Se sentó ante él y lo abrió, sacando el libro del interior de la bolsa y dejándolo sobre otros que esperaban y tenían separadores de diferentes colores.
Observó de reojo a la chica mientras trasteaba por el ordenador y buscaba los diferentes archivos donde guardaba sus escritos. La joven tiró de una de las sábanas que cubrían un sofá grisáceo y se tiró sobre éste, cruzada de brazos y piernas, revisando todo con la mirada, deteniéndose ante los libros.
-¿Eres escritor?- Le preguntó y él afirmó con la cabeza-. Qué interesante. ¿Cuántos has escrito? ¿Cómo se llaman? ¿Eres escritor de novelas eróticas?
-No- gruñó con el ceño fruncido- Crimen y deporte- respondió.
-Oh- alargó la joven con una sonrisa juvenil- Sakuno estaría contenta de ver que alguien gusta de escribir. Siempre anda diciendo que le gustaría conocer a un escritor. Supongo que trabajar en esa librería la afectó.
Se encogió de hombros, mirándole con interés, alzándose para caminar a su lado y cotillear la pantalla del ordenador. Cuando pareció quedar satisfecha, le sonrió y tocó la mejilla izquierda con una mano helada. Él retrocedió.
-Vete a casa- ordenó inquieto.
-No puedo- negó- tengo que ver a Sakuno primero para poder entrar. Tiene las llaves. Dime, ¿cómo te llamas?
-Echizen Ryoma- respondió desinteresado.
-Ya veo- le sonrió nuevamente- Mi nombre es…
-¡Oh, no! ¡Ah!
La chica se incorporó totalmente recta y giró la cabeza hacia la puerta antes de salir corriendo. Justo cuando la puerta se abrió, un fuerte ruido se escuchó en el pasillo. Corrió junto a ella para ver qué había sucedido, encontrándose a una joven totalmente extendida sobre el suelo, sujetando una caja de pastelería en una de las manos mientras con la otra aplastaba el pan y su bolso. Casi sintió ganas de reír, si no fuera porque la niña le pateó esta vez a él el tobillo.
-¡Levántala!- Le ordenó- ¿No ves que una joven señorita se ha caído y necesita de unos fuertes brazos para ser levantada?
Sintió un escalofrió recorrerle la espalda. Aquella niña de boca pequeña hablaba demasiado. Frunció las cejas y se percató de que la mujer ante él intentaba levantarse y sostener el pastel a la vez. Movió la cabeza ligeramente y la sujetó del pesado abrigo marrón, levantándola sin esfuerzo. La joven los miró con perplejidad, sonriendo tímidamente.
-Muchas… muchas gracias. Siento mi torpeza.
-Ahhh, siempre estás igual, Sakuno- regañó la infante cruzada de brazos- te he dicho que mires por dónde vas. Algún día te harás mucho daño.
La chica de largos cabellos castaños y ojos rojizos los miró de hito en hito, deteniéndose en la pequeña. Con un torpe movimiento logró atrapar una de las mejillas de la niña y sonriendo, le mostró la cajita del pastel.
-Te he comprado esto, así que no me regañes. ¿Cómo es que has salido tan temprano del colegio? ¿Has vuelto a hacer novillos?
-No, me dejaron salir antes- respondió sin prestarle gran atención- llegué y no estabas, así que me acoplé en casa de este chico raro, hasta que tus huesos me llamaron la atención al chocar contra el suelo. ¿Te has comprado uno para ti?- Preguntó con las cejas fruncidas- necesitas meter chicha en esos huesos, Sakuno.
La nombrada Sakuno suspiró, encogiéndose de hombros.
-Lo comí de camino aquí.
La niña no pareció convencida del todo. Se giró hacia él, tirándole de la manga para que se agachara y llegara a su altura. Las palabras fluyeron con experiencia por la boca de la pequeña.
-Bésala para que pueda comprobar que no miente.
-¡Ah!- El grito de la mujer casi los dejó sordos a ambos- ¿¡Pero qué cosas pides y dices!? Por favor, no le hagas caso.
Hizo una reverencia ante él, que totalmente perplejo, giró sobre sus talones y se refugió en su casa. Aquellas dos mujeres estaban locas. Peor que su ex mujer. Se había mudado para no encontrarse con algo anormal y se encontraba con dos chicas la mar de extrañas y que al parecer, eran sus vecinas.
Quizás, mudarse a esa isla no iba a ser lo mejor que hubiera hecho…
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Sakuno dejó las bolsas sobre el pollo hornilla, esperando que la niña apareciera tras ella, frunciendo el ceño y colocándose las manos en las caderas.
-¿¡Cómo has podido pedir eso!?- Exclamó totalmente avergonzada- ¡Ha sido demasiado!
-Venga, Sakuno- protestó la joven sonriendo- hace tanto tiempo que no tienes una cita que necesitas un empuje.
-¡Santo cielos!- Exclamó sofocada- ¿Has vuelto a estar con la tita Tomoka? Es ella la que siempre dice esa frase.
-No la veo desde hace dos días, la última vez que estuvo aquí- explicó la chica encogiéndose de hombros- Solo lo digo porque de verdad me preocupo por ti. Son diez años los que llevas sin ser visitada por un varón. El vecino es un buen promedio.
No lo resistió más. La vergüenza era demasiado poderosa en ella y la niña lo sabía. Apretó los dientes con fuerza.
-¡Esmeraldye Ryuzaki!- Exclamó- ¡Deja de hablar como una cualquiera!- Ordenó- date una ducha, cena, haz lo deberes y a la cama.
Bufó mientras señalaba la puerta con decisión y la chica la miraba perpleja, mordiéndose el labio inferior, agachando la cabeza, guardando las manos en sus bolsillos y caminando a pasos firmes para obedecer. Sakuno se frotó los cabellos con una mano, respirando agitada.
-Mou…
Cogió aire intentando tranquilizarse. Aquel encuentro no era el que se podría decir que era para olvidar. Se había caído de la peor forma posible ante la puerta de su nuevo vecino. Esmeraldye se había colado en la casa del hombre por todo el morro y esa pequeña de diez años no tenía pelos en la lengua. Era demasiado suelta y encima, siempre decía la verdad. Si bien era cierto que la cuidaba a su manera, a veces se merecía una buena regañina. Pero es que… la adoraba. Y le resultaba demasiado difícil tener que hacerlo.
Era lo único que le quedaba en el mundo y no quería perderlo. Además, le gustaba.
Se remangó y decidida, comenzó a prepararle la cena. Esmeraldye era de buen comer y siempre había sido demasiado dormilona, así que sabía que aquel castigo no sería tan duro como podría parecer. Y ella no tardaría en seguirla.
Una vez acomodadas en la misma cama. Todo quedó en silencio. Pero fue roto por un leve sonido que llegó de la pared contraria. Un sonido procedente de una cama al ser usada por su dueño y por último, el chasquido de la luz. Sonrió, girándose para abrazarse a la joven niña que dormía profundamente a su lado, besándole la mejilla cercana.
Al día siguiente, sería Esmeraldye quien la despertara, dando saltos y demandando el desayuno. Se ducharían juntas y la llevaría al colegio. Ahí, se encontraría con Tachibana Ann, sonriendo con felicidad mientras recibía a todos los niños.
-¿Cómo estás, Sakuno?- Se interesó.
-Bien- contestó con una sonrisa- ¿Cómo le va a Dye?
-Muy bien. Es buena en las materias, pero en cuanto a comportamiento… a veces recibe una buena regañina- en una clara mutualidad de intimidad, se inclinó hacia ella- Sakuno, esa niña es un terremoto que me cuesta regañar. Cuando no es por una cosa es por otra y siempre termino riéndome a escondidas.
-Pues yo no- jadeó preocupada- Es demasiado rebelde. Ayer mismo me hizo pasar una vergüenza horrible con el vecino nuevo. No creo que pueda volver a mirarle a la cara.
Ann le sonrió cariñosamente y le tocó una mejilla.
-Saldrás de esa- la animó- solo es un vecino.
Sakuno sonrió y afirmó con la cabeza mientras se marchaba. Además, las probabilidades de encontrarse con un vecino siempre eran Escasas. Su vecina siempre estaba metida en el ajo de todo, pero el contrario, una familia de jóvenes casados que habían adoptado a un bebé, apenas eran visibles. ¿Por qué tendría que volver a encontrarse con él?
Empujó con fuerza la puerta de la librería y saludó cortésmente a los clientes antes de meterse detrás del escaparate para suplantar a Su. La joven adolescente no tardó en marcharse y el peso de la tienda cayó sobre ella. Para su suerte, iba a ser un día menos ajetreado que el anterior y cuando se marchó el último cliente se permitió suspirar aliviada, golpeándose los hombros con los puños.
Pero antes de que tuviera tiempo de pensar que era un alivio estar sola, la puerta se abrió de nuevo. Giró sobre sus talones y parpadeó, alzando una mano para señalarle.
-¿Por qué…?- masculló.
Él la miró totalmente confuso, arqueando una ceja mientras buscaba entre sus ropas algo. Ella bajó la mano, avergonzada, sin poder creerse que tuviera tan mala suerte y volver a encontrarse con su vecino. Se inclinó ligeramente cuando él llegó a su altura.
-Disculpe el comportamiento de Esmeraldye, por favor. Le ruego que la perdone. Le aseguro que la regañaré para que no lo vuelva a hacer.
-¿Esmeraldye?- Se interesó el hombre entregándole una tarjeta del bono de rebajas. Ella parpadeó con perplejidad, tomándola entre sus manos.
-¿No… no ha venido a pedirme que ponga a mi hija en vereda por su comportamiento de ayer?
-… No- negó el hombre encogiéndose de hombros.
Sakuno sonrió aliviada, girándose para preparar la tarjeta para ser aceptable. Era una alivio que por primera vez en mucho tiempo, nadie quisiera regañarla por culpa de Esmeraldye y es que su hija, se había ganado demasiadas tortas en muchas situaciones.
Le entregó la tarjeta y le sonrió.
-Vuelva cuando desee, señor… - intentó recordar- oh, señor Echizen.
Sus ojos se clavaron en los dorados, respondiéndose mutuamente en un leve observatorio de sus personas. Ella no tardó en apartarla, aturdida. EL hombre era bien apuesto y aunque no creía tener qué hacerlo, le resultaba difícil mantenerle la mirada.
Cuando él se hubo marchado, revisó la actualización, deteniendo sus ojos donde el negro brillo de las letras indicaba el nombre.
-Echizen… Ryoma- leyó- supongo que a Dye le gustará el nombre… O él- sonrió divertida- Dye, algún día tendremos que huir de la isla por tu carácter. Mi niña pequeña…
N/a
En una isla de cuyo nombre no recuerdo una joven niña conoce a un joven escritor de 22 años que se acaba de mudar por estar divorciándose de su mujer tras X tiempo de casados. Con todo el morro del mundo la niña se acopla en la casa del escritor y habla de su madre como si fuera una persona ajena de ella, llamándola simplemente: Sakuno. Pero realmente, la niña de diez años está preocupada por su madre de 25 años.
Esmeraldye, la joven niña que hará todo lo posible para que su madre termine o bien separándose del joven escritor o bien, uniéndose ¿Cuál de esas dos decisiones tomará?
Nota: Estoy totalmente en contra de las madres tan jóvenes y no emociona nada que una cría de 15 años se quedara embarazada. SOLO lo utilizo como base de esta historia. Nada más.
