Los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi, yo solamente los uso para mi entretenimiento (Y el suyo)

Pareja: SessRin con ligero InuKag mas adelante

Clasificación: T

I: Angel

La calma y el silencio eran sus predilectos, la paz ajena al caos que predominaba en las ciudades del mundo, gente llena de avaricia, codicia y envidia, avanzando intentando inútilmente conseguir un estilo de vida estable, para al fin y al cabo tener la misma conclusión. La muerte

El tan solo se adelantaba a los hechos. Poner el fin a los desdichados que eran blancos del odio de los constantes roces entre gente de la alta sociedad, a veces de la media y casi nunca de clase baja.

Sentado en la típica posición de loto, en una profunda meditación buscando aguzar sus desarrollados sentidos, los oídos captaban el leve aleteo del aire que entraba y salía por su nariz, sus fosas nasales inundadas a ese olor a tierra y sequedad que dentro de nada lo irritaría. No podía sentir más que el calor que emanaba de su cuerpo, completamente ajeno al mundo.

Con un hondo suspiro abrió sus ojos dorados divisando más que el deteriorado muro frente a el, con una mano alzo su fiel arma que siempre retozaba un costado suyo.

−Sesshomaru – Menciono su propio nombre mientras las yemas de sus dedos acariciaban con suavidad el filo de esa katana, aun cuando muchas veces se preguntaba porque había elegido el camino de un asesino sus dudas eran respondidas al sentir como el filo de la espada rasguñaba su piel, dejando apenas un perceptible rastro de sangre en sus huellas digitales.

Era un asesino a sueldo, que vivía y gozaba del placer de torturar y extinguir las vidas de los a veces villanos pero en contrario no sentía ni una pizca de satisfacción u desprecio al matar a un inocente. Simplemente le era indiferente.

¿Cuántas vidas había segado? ¿Cuántas más segaría?

Su nombre iba de acuerdo a su oficio, "El asesino perfecto" Uno que no falla, que no deja rastro, que no deja huella, que usa la oscuridad para su fechoría.

Sentado en el suelo del departamento de ese inhóspito edificio próximo a la demolición, no tenía un hogar al cual regresar, no tenía un origen, simplemente era Sesshomaru. El asesino perfecto o como era conocido en el mundo del crimen y de la justicia "El Demonio Blanco"

Se movía de aquí a allá, sin permanecer menos de una semana cuando mucho entre las distintas ciudades de la dividida Ashenvale, la clase baja era predominante, la clase media escasa y la alta era considerable. Nadie se anteponía a su desastre, aun cuando muchos estuvieran tras él, absolutamente nadie lograría alcanzarlo. En su sagaz mente no había mas cabida para la muerte y la desdicha, sin un atisbo de compasión los mataba sin dudar.

−Teme al segador− Se alabó a si mismo con frialdad.

Su meditación se vio interrumpida por el suave crujir de las piedras que el mismo había acomodado estratégicamente por fuera de ese cubículo para ser advertido si estaba siendo perseguido, pero el sonido no delataba a más de una persona moviéndose en las afueras. Quizá al azar intentando buscarlo, era muy cotizado entre gente rica y de buen estatus social, siendo la mayoría de sus empleadores gente involucrada en la política y de vez en cuando una personal venganza.

El que solo una persona estuviera buscándolo solo significaba una cosa: Un nuevo objetivo.

Se puso de pie dejando que una leve brisa de aire fresco refrescara su desnudo torso y sus pies descalzos entraran en contacto con la tierra. Sin matices ni emociones se dirigió a quien supuso que sería su "empleador" Claro que si era un agente encubierto lo mataría sin dudar y escapar sin dejar rastro como tantas veces lo había hecho.

− ¿Demonio blanco? – Mencionaba mientras se movía al azar, viendo en distintas direcciones del edifico a medio construir del que pronto no sería nada.

Salió de las sombras ocasionándole un respingo a su anfitrión debido a su silenciosa y repentina aparición.

Un tipo de mediana estatura, piel pálida y un saco café suave que le cubría hasta las rodillas, dejando ver los pantalones y zapatos negros, sin duda estaba intentando ocultar su identidad con ese débil intento de atuendo, pero los detalles llamaban su atención.

El olor a humo denotaba que era un fumador consuetudinario por supuesto además de su débil pero agitada respiración, las cicatrices en la muñeca con la que aferraba la solapa del saco café hacia su boca le decían que quizá tenia instintos suicidas, en la parte superior desabrochada del saco podía ver una corbata negra con un trozo de una camisa blanca, lo que indicaba que quizá era un ejecutivo, los pantalones no eran de fiesta más de trabajo, pero por las gafas baratas con las que cubría sus ojos además de los zapatos quizá era un pobre diablo queriendo vengarse de uno de sus superiores.

− ¿A qué vienes? – Cuestiono con crudeza sin despegar sus ojos ambarinos del sujeto

−Tengo un trabajo para ti− Dijo firme y sin vacilar

Sesshomaru dio la vuelta ya sin considerarlo una amenaza, dirigiéndose a su lugar de meditación siendo seguido por ese sujeto. Tomando asiento en la posición de loto viendo como el individuo vacilaba entre imitarlo o mantenerse de pie.

Sus ojos dorados se mantenían fríos y expectantes esperando que su anfitrión se dignara a hablar, pero con su intimidante presencia era más que obvio que él tendría que dar el primer paso.

−Nombre

El sujeto aparto una de las solapas de su saco dejando al descubierto por una fracción de segundo una pequeña mancha naranja, seguramente de comida lo que indicada que venía de almorzar

Tenía que ser malditamente minucioso en cuando a todo, saltarse detalles podía costarle caro.

−Su reputación le precede, Demonio Blanco−

Intentaba aparentar seguridad en su voz, que patético, el débil tono rasposo confirmaba sus sospechas acerca de que era un fumador. Lanzo hacia él un folder amarillo que cayo justo en su regazo, sin perder el menor tiempo repaso rápidamente los detalles de su siguiente misión.

−Familia Matsuhi− Dijo fríamente, mientras sus ojos dorados inspeccionaban, llevándose una mínima sorpresa al ver a sus objetivos, un hombre, una mujer, y tres niños, no eran acaudalados por los andrajos baratos que vestían y sin contar que la niña pequeña andaba descalza y con claros signos de desnutrición como los otros infantes.

Ya sabía por dónde iba el asunto, habían visto de más y por eso debían morir. Así de simple, infortunados por su curiosidad o mala suerte, no tenían poder ni dinero pero si ojos que no presenciaron lo que no debían

Con la ya memorizada dirección, edad, y rostros de sus objetivos saco un encendedor de su pantalón quemando el archivo.

El individuo lanzo otro sobre hacia él, seguramente el pago por sus servicios, no había necesidad de contarlo. Sus tarifas eran costosas por supuesto pero no había cliente que no quedara satisfecho por encargarse de sus "problemas"

−No falles.

Fue lo último que escucho antes de ir a por ellos sin perder el tiempo.


Los barrios marginales de la ciudad de Ashenvale, el hedor de la basura tirada por doquier, el fango en la tierra que nunca había sido pavimentada, las casas apenas hechas de barro y ladrillos en terreno inestable que amenazaban con venirse hacia abajo.

Sin duda la pobreza extrema, con una peluca café que se había encargado de embarrar en el piso de esos lodazales, apenas vistiendo un pantalón raído y una camisa rasguñada por diversas partes, lentes de contacto cafés tapando sus dorados ojos, únicamente armado con una pistola con el silenciador puesto oculta en la bolsa llena de trapos sucios que llevaba como si fuera su máximo tesoro. Su andar era lento, intentado reconocer entre tantos escasos escombros la casa de los Matsuhi, notando las grandes diferencias en el croquis que había obtenido.

Con la apariencia de un mendigo quien busca donde pasar la noche fue avanzando, planificando rutas de escape, pero era un terreno muy abierto que llamaría la atención en su fuga. Era avanzando la noche y las casitas tenían apagadas las luces con lo cual le seria sencillo entrar y salir sin llamar la atención.

Y lo vio, una casita hecha de barro y ladrillos, de un piso y un largo de al menos un vagón del metro y unos 4 metros de altura, el techo cubierto entre cartón y pedazos de aluminio. Iba a tocar la puerta cuando su fino odio capto un sonido que diversas veces había escuchado.

El de un arma siendo persecutada ocultando su estruendoso sonido por el fiel silenciador.

Se asomó por la ventana divisando un grotesco y sanguinario escenario mientras la furia calentaba su sangre, eran tres, uno portaba un cuchillo ensangrentando con ambos niños degollados a sus pies, el otro con el arma en bajo y la madre de familia muerta, y el tercero con el puñal enterrado en el padre. Detrás de quien el miembro restante de la familia, o sea la niña contemplaba todo con absoluto terror.

¿En qué mierda se había metido esa gente?

Si tantos querían exterminarlos sin duda era por algo grande, no le concernía en absoluto pero que otro le arrebatara sus presas lo enfurecía de sobremanera, en un rápido movimiento rompió la puerta de una patada, llamando la atención del que apuntaba con un arma a la pequeña pelinegra, sin que pudiera ejecutarla desvió su arma de una patada para que diera la cráneo del otro malnacido que no había podido reaccionar antes que sus sesos mancharan la pared. Metiéndole una zancadilla derribándolo y quitándole el arma para sin reparos darle un certero tiro en la frente. El tercero que únicamente portaba un arma blanca lo miraba entre sorprendido y asustado por su repentina aparición además de sus agiles obras, queriendo suplicar piedad alzo las manos tirando el cuchillo.

Pero Sesshomaru nunca había tenido piedad y no la tendría ahora, con un tercer tiro elimino al último de los verdugos. Recobrando escasamente su compostura y la adrenalina aun corriendo por sus venas dio una rápida inspección por el sitio.

Ya no había sentido, podía cargarse el crédito por los asesinatos de la familia, el trabajo estaría completo pero solo faltaba un cabo suelto.

Mientras que la pequeña pelinegra lo veía como un ángel que había intercedido demasiado tarde, su temor no le permitía realizar acción alguna, su inocencia infantil le había sido arrebatada al ser presencie de tan sanguinarios actos en contra su familia y cuando finalmente se había resignado a morir, aparecía ese hombre que en un simple abrir y cerrar de ojos había matado a esos hombres malos.

Si le preguntaban algo era que nunca en su maldita vida había asesinado niños, quizá adolescentes en vínculos con las drogas, quizá violadores, narcotraficantes, e incluso asesinos. Pero una niña nunca había entrado en su lista de víctimas.

La sirena de la policía interrumpió sus cavilaciones, y para su maldita suerte se hallaba demasiado cerca ¿Cuándo demonios? Volvería para matarla se lo juro a si mismo pero ni bien volteo y dio dos pasos sintió un pequeño, para su maldita sorpresa la niña se había aferrado a su andrajosa camisa. Sabiendo que podía delatarlo y no podría llegar lejos antes de pasar desapercibido. Tomo su pequeña manito mirándola con gravedad ordenándole que le siguiera la corriente y mantuviera silencio.

Y era cierto mientras unos corrían hacia la escena otros apenas se asomaban temerosos mirando en esa dirección, no tomándolo como menos que uno de ellos, un paria y pobre diablo que ni siquiera tenía donde caerse muerto, pasando incluso de la niña que se había aferrado a su pierna ocultando su rostro.

Aliviado por ya estar bastante alejados de ese barrio marginal la llevo a un callejón apartado de esos donde comúnmente habían asesinados a diario. ¿Quién sospecharía? Nadie, una niña infortunada que se había metido donde no debía.

− ¿Qué hicieron? – Su voz era fuerte y fría, causándole un sobresalto a la niña. Nunca en su vida se había interesado en su objetivo, pero el que una familia de clase baja, con menos que una casa decente fuera el blanco de gente de la clase media, era inquietante.

Los infantes eran muy débiles para siquiera meterse en gresca, el jefe de familia cuando menos ni siquiera trabajaba para alguien que pudiera pagarle decentemente, como para contratar sus servicios. Pero la mujer tenía una belleza extraordinaria debía admitirlo. Su piel blanca y cabellos negros con el rostro tan calmado que parecía únicamente estar durmiendo con un hilo de sangre en la comisura de sus labios, pero la prueba de su deceso bastaba en ver su kimono en la parte de su abdomen manchado en sangre ¿Un arrebato pasional? ¿Que al no poder comprarla había mandado a matarla?

El escaso escrutinio que había podido realizar a los cadáveres solo podían desembocar en eso, aún quedaba muchos escenarios por averiguar pero con escasas probabilidades. O quizá…

Vínculos con las drogas, pero solo bastaba verlos para saber que sus condiciones de vida no habían mejorado en lo absoluto. Pobres pero honrados. Vaya ilusos, en un mundo tan podrido como ese solo el egoísta triunfaba.

−Dime…−Exigió con crudeza acercándose al infante, pero ella a pesar de mover su boquita no lograba articular una palabra. Con escasa rudeza tiro de sus cabellos para que conectara con su mirada, pero un mudo quejido salió de ella.

Era muda. Esa maldita niña era muda. Otra ventaja para él, nadie escucharía el grito que emitirá al morir.

Saco la magnum con silenciador que estaba cargada precisamente con una bala para cada miembro de la familia pero debido a la intervención de esos malditos imbéciles que ya estaban muertos estaba completa, no fallaba y por primera vez lo había hecho. La apunto y ella se encogió en si misma mientras volvía a romper en llanto, pero no intentaba apartarse de su rango de tiro, ya fuera por el miedo o porque ya no tenía lugar al cual regresar.

Pero Rin lejos de llorar porque el que consideraba su ángel la mataría, lloraba porque odiaba esa arma la consideraba el peligro a pesar de haberla visto por primera vez esa noche. Los hombres que las llevaban eran malos, los que mataron a su familia. Pero su ángel no la lastimaría ¿Verdad?

−Grrr−Solo tenía que apretar el gatillo y el trabajo estaría completado. Pero porque no podía, desde hacía mucho tiempo no había visto la calidez de una mirada. Y precisamente a un asesino a sangre fría.

Tenía que hacerlo, quizá su fantasma lo acechara pero ya había aprendido a cargar con la culpa hacía mucho tiempo. Estaba tan muerto por dentro que no debería afectarle pero sin embargo…

Un débil crack se oyó en el aire, mientras la pequeña pelinegra cerraba fuertemente los ojos pero nada impacto, sorprendida vio el cargador del arma en el piso, con todos los proyectiles en su sitio. La mirada que le dedicaba el hombre que consideraba su salvador era de completa consternación.

−Haz lo que quieras... – Menciono dándose la vuelta emprendiendo la retirada, por más que tuviera que completar el trabajo, no valía la pena, no diría nada. Estaba sometida por el miedo y por otro lado ni siquiera tenía voz para delatarlo.

No tenía caso matarla.

Claro que lo ultimo que imagino fue que ella lo seguiria, hasta el final.


Notas de autor: El arco argumental está listo, y aunque con un vocabulario muy limitado intentare hacerlo mejor en el próximo capítulo.

Perdonen por los errores ortográficos.

Hasta la próxima