Sempiterno
Por LovelyFlower
Notas de la autora: Hola a todos! Creo que es primera vez que escribo un long fic y fue en tiempo record, sigo asombrada de mi misma. Esta idea daba vueltas en mi mente hace rato, pero demoró en salir al texto. Espero les guste, intenté mantener los personajes OC, pero a veces cuesta. Kenyako, un poco agridulce. Gracias por leerme si están aquí. T por escenas sexuales y temas delicados.
I - Primera vez
No supo en qué momento todo se salió de control tan estrepitosamente. Estaba mal, muy mal, pero se sentía condenadamente bien. Las manos de él recorrían su cuerpo, apretando con más fuerza de la debida, de seguro quedaría con moretones y adolorida al día siguiente. Ella enredó sus manos en la cabellera oscura, no podía negar que era uno de los rasgos que más le gustaba de él desde que lo conoció, hace ya más de diez años. Se besaron, mordió de forma juguetona sus labios causando que él riera. Le gustaba oírlo reír, ya que no solía hacerlo a menudo. Antes de dejarse caer en la cama, se fueron deshaciendo de toda la ropa, sin preocuparse del ruido ni de donde terminasen aquellas prendas. Una vez recostados, totalmente desnudos y con la respiración cansina, él se acomodó entre sus piernas y sin pensarlo mucho, se hundió totalmente en ella.
Para ella, los primeros momentos fueron dolorosos, pero él la acarició con amor infinito y esperó a que se acostumbrara a tenerlo dentro. Lo sintió comenzar a moverse con lentitud, totalmente atento a sus reacciones. Cuando soltó los primeros gemidos, él aumentó la intensidad, profundizando el contacto de sus sexos. Los dos jadeaban pesadamente. Ella lo atrajo más hacia su cuerpo, abrazándolo con las piernas. Ahí sintió como él perdía el control y estallaba en su interior.
—Miyako, te amo —fue lo que escapó de los labios del hombre, justo después del clímax.
No debía sacar conclusiones por aquella frase, considerando el contexto en que se había dado. Se limitó a acariciarle el rostro con una sonrisa. Él la besó antes de salir de su interior y estrecharla contra su cuerpo, con ansiedad. Sintió como él dejaba besos flojos por todo su cuerpo y sus manos temblaban ligeramente.
—Perdóname, Miyako... soy tan... inoportuno— lo escuchó decir y algo se crispó en su pecho al oírlo soltar aquella frase. Él solía disculparse demasiado seguido, por todo y con todos. Se volteó para quedar cara a cara con él, sin saber que decirle. Apenas logró pronunciar su nombre.
—Ken-kun...—
Quería llorar. Porque sí, él había sido muy inoportuno. Años, años esperando en silencio a que él saliera del status quo y se atreviera a una caricia, un beso. Esas tardes de estudio, ambos sabían que eran puras mentiras, sólo excusas para pasar más tiempo juntos. Lo mismo el computador de él que solía fallar y las veces en que él casualmente pasaba cerca de la tienda de sus padres y se quedaba haciéndole compañía. Y se le ocurría soltarlo todo en su última noche en Japón.
Estúpido, estúpido, estúpido. Y estúpida ella también por permitirlo.
—Perdóname por haber sido tan tímido, no quería arruinarlo... —Ichijouji buscó acercarse aún más a ella. Al cruzar miradas pudo notar que también estaba sumido en la tristeza.
No dijeron nada más. Se durmieron desnudos y abrazados.
II - Realidad
Al día siguiente, Ken despertó completamente solo. Vio la hora y maldijo en voz alta. A esas alturas, Miyako de seguro ya estaba en el avión rumbo a Nueva York, su nuevo hogar. Aprovechando que Mimi y Koushiro estaban viviendo allá, Inoue postuló a un máster en la Universidad de Columbia, en donde Izumi dictaba algunas clases y cursaba un doctorado. Cuando ella comentó que había sido aceptada, había comenzado la tortura para Ichijouji.
La amaba. Se había dado cuenta de aquello en una de las juntas del primero de agosto, cuando la vio aparecer sonriente y rebosante de energía, como siempre. Sonrió al verla, ella lograba contagiarlo con esa alegría de vivir. De seguro había sido demasiado evidente, ya que hasta el distraído de Daisuke lo notó y desde aquel día, no volvió a dejar en paz el tema.
Invítala a una cita. Hazle un obsequio para San Valentín. Solo tómala y bésala.
No fue capaz de ninguna de aquellas cosas. Apenas si logró acercarse a ella, con excusas cada vez menos creíbles, pero que ella por alguna razón no ponía en duda. Estaba feliz, podía decir que eran amigos y en algún punto descubrió que no solo era una atracción infantil, era algo mas profundo que no quería dejar de sentir.
La partida de ella destruiría de golpe aquel lazo entre ellos. Pensó en seguir guardando sus sentimientos, ya lo había hecho por años, no debía ser tan difícil mantenerse en silencio un poco más. Pero los estúpidos consejos de Motomiya y los shot de tequila que bebió, con la idea de anestesiarse y olvidar que estaba en la despedida de Miyako, habían hecho que lo arruinara todo a último minuto.
¿Cómo sería capaz de hablarle a partir de ahora? ¿Cómo seguiría cuando lo último que recordaba de ella eran sus gemidos y lo suave de su piel?
Estaba condenado a vivir en las sombras, en el sufrimiento. Otra vez.
I—I—I—I
Lejos de allí, Mimi y Koushiro esperaron a Miyako en el aeropuerto con pancartas y grandes sonrisas. Era interesante como la castaña había logrado transformar a Izumi en un joven más alegre y espontáneo. Se fueron de inmediato al departamento que ahora compartirían los tres en Nueva York. Mimi ya tenía preparada una cena especial, la cual Miyako apenas probó, argumentando que se sentía extraña, de seguro por el jet lag.
Se acomodó en su nueva habitación, la que Mimi había decorado con esmero. Se desnudó y observó en el espejo de cuerpo entero colgado en la parte trasera de la puerta del closet. Tenía los ojos hinchados, efecto mezclado del sueño y el llanto, vio varios moretones en su cadera, vientre y senos, y recordó la sensación de las manos desesperadas de Ken, como si con ese gesto pudiese retenerla un poco más.
Se metió a la ducha, en un intento de calmar las voces en su mente.
III - Error
Intentó negarlo, pese a toda la evidencia. Definitivamente, ella no podía tener tanta mala suerte. El destino no podía encontrar una forma más perversa de atarla a su pasado, de atarla a él. Las dos lineas rosadas en el predictor le recordaron que nunca hay que subestimar la mala suerte.
Mimi la miraba, con un gesto indescifrable —El padre es Ken, ¿no es así?—
—¿Cómo es que lo sabes? —
La castaña no le encontró asunto a mentir —Desde que llegaste, cada vez que mencionamos a Ichijouji se te humedecen los ojos. Hasta donde yo sabía, era tu "mejor amigo" o algo así, siempre me hablabas de él, de lo que hacían juntos. Supuse que algo había pasado en tu despedida—Miyako solo suspiró—Supongo lo llamaras y le dirás que tendrá un hijo... —
—Claro que no— la decisión en su voz fue evidente —Lo que sucedió fue un error, yo tengo planes acá en Nueva York y Ken esta en la preparación para ser policía allá en Japón. Todo nos aleja, no tiene sentido que lo sepa—
Mimi bufó molesta —Tarde o temprano lo sabrá, Miyako. Además es su hijo. Que yo sepa, se necesitan dos para hacer un bebé—
—Estamos a miles de kilómetros, han pasado más de dos meses y no he sabido nada de él. Hasta cerro su Facebook... es como si no existiera. No tiene porque enterarse. No sé que haré, pero lo que sea, lo haré sola—
La pelimorada fue tan tajante en su respuesta, que Mimi prefirió no contradecirla. La abrazó antes de hablar —No estarás sola. Koushiro y yo estamos contigo—
IV - Cinco de Marzo
—Satoru. Satoru Inoue —Mimi aplaudió y Koushiro le sonrió al escuchar el nombre del pequeño recién nacido. Miyako sonreía feliz, pese al cansancio.
La madrugada en que dio a luz, unas dos semanas antes de tiempo, no pudo evitar pensar en Ken y que habría dicho si supiera lo que pasaba. Conociéndolo, y teniendo en cuenta el pasado del peliazul, creyó que hacerle saber de la existencia de su hijo le haría daño, de seguro no habría sabido como enfrentarlo e incluso puede que aquello lo hubiese arrastrado de nuevo a la oscuridad.
Estaba tan, pero tan equivocada. Esa noticia era justo lo que Ken necesitaba en aquel momento.
Mientras ella recibía en sus brazos a su pequeño, a miles de kilómetros Ken sonreía resignado, junto a un par de cajas vacías de amitriptilina y una botella de whiskey, esperando que el dolor acabase de una vez.
V - Visitas Inesperadas
Tres años.
Satoru había resultado ser un niño muy listo y adelantado para su edad. Eso estaba explicado por la genética (ambos padres eran bastante inteligentes) y por vivir rodeado de computadoras, libros y demases. Koushiro y Miyako estaban totalmente inmersos en sus proyectos y clases, ambos trabajaban en la Universidad de Columbia, en el departamento de tecnología. Inoue ayudaba a Koushiro a media jornada, para poder estar el resto del tiempo junto a su hijo. Cuando la pelimorada trabajaba, Mimi se hacía cargo del pequeño con una alegría absoluta, incluso solía llevarlo a la pastelería que había instalado, en donde era consentido por todo el mundo.
Miyako, Mimi, Koushiro y Satoru eran una familia. En Japón habría sido un poco raro ver aquella dinámica, pero en Nueva York ni siquiera era tema de discusión. El pequeño tenía todo lo que podría necesitar. A excepción de un padre, aunque la mayoría asumía que Koushiro era el padre de la criatura, pese a nulo parecido físico. En honor a la verdad, ninguno de los miembros de su particular familia tenía parecido al pequeño. La piel blanca, los ojos y cabellos profundamente azules eran una clara herencia Ichijouji. Por lo mismo, si bien Miyako no escondía la existencia del pequeño, había evitado que cualquiera que tuviese alguna conexión con su vida en Japón lo supiese. Por suerte la distancia había ayudado a evitar que aquello pasara y estaba totalmente en paz. No tenía contacto con sus antiguos amigos, solo de vez en cuando con Hikari, quien no había visto a su pequeño y de seguro por su intuición, adivinando que las cosas no habían terminado muy bien entre Ken y ella, no había mencionado al peliazul en sus conversaciones.
Por eso, la aparición de Daisuke un día en la pastelería de Mimi, fue como una bomba atómica.
—¿Daisuke? —Tachikawa lo miró incrédula cuando el apareció en el local, con una enorme sonrisa —¿Qué haces acá?—
Como siempre, ni se inmuto con el tono incómodo de la castaña —Vaya que recepción tan fría, Mimi-san. Me vine a Nueva York hace unos meses, me instalé con mi carrito de ramen y me ha ido bastante bien. Vi una propaganda de tu pastelería y te reconocí de inmediato. Sentí que tenía que venir, todos nos hemos distanciado desde... —
—Desde que Miyako se vino, lo sé —Tachikawa percibió que Daisuke, pese a lo despistado, entendía que algo había cambiado aquel día. Él, por su parte, no pudo evitar pensar en Ken. Su amigo no había vuelto a ser el mismo desde la partida de Inoue. Menos, después de su estadía en el hospital a causa de la sobredosis de antidepresivos y alcohol.
Se formó un silencio incómodo, Daisuke iba a añadir algo cuando una de las empleadas de la pastelería llegó con Satoru en brazos.
—Mimi, es hora de la merienda de Satoru y quiere que tu se la des—
El moreno observó al pequeño con curiosidad. Tenía un aire demasiado familiar, pero no pudo identificar porque. Mimi recibió en los brazos al pequeño que la abrazó feliz, a lo que ella respondió con un ataque de besos. Sonrió al ver al pequeño divertirse —Que tierno es... ¿es tu hijo?—
Tachikawa ni siquiera alcanzo a pensar en que responder cuando el pequeño se adelantó hablando con soltura —Mi mamá es Miyako...—
—¿Miyako?— Daisueke agrandó los ojos. Según lo que recordaba, cuando Miyako se fue a Nueva York comentó que iba a vivir con Mimi y Koushiro. Había asumido que con el tiempo cada uno se habría independizado y no seguirían viviendo juntos. Pero al parecer se había equivocado.
—Mamá —el pequeño volvió a sonreír al escucharlo pronunciar el nombre de la pelimorada. Movía la cabeza de un lado a otro, en un gesto que le pareció demasiado adorable. Y que le recordó demasiado a su amigo Ichijouji.
Volvió a abrir la boca para preguntar—Satoru-chan, ¿cuántos años tienes?—
Vio a Mimi tensarse y desviar la mirada. El peliazul miró sus manitos y con un poco de dificultad mostró tres de sus dedos de la mano derecha.
Miyako se había ido de Japón hace algo así como 3 años y medio. Era despistado, lo sabía, todos se lo recordaban a menudo. Pero cuando se trataba de cosas importantes no lo era tanto.
Recordó una de sus conversaciones con Ken a las semanas de la partida de Inoue.
I—I—I—I
—No puedo, Daisuke. No es tan facil... no después de lo que pasó—
El peliazul respondió cuando le preguntó porque simplemente no llamaba a Miyako y le decía que llevaba años enamorando de ella. Estaba cansado de ver a su amigo sumido en la miseria.
—No se que puede ser tan terrible como para que no le hables, y hayas cerrado todas tus malditas redes sociales—
—Me hace mal verla y no estar ahí. Porque sé que es mi culpa. Si hubiese hablado antes... —
—¡Deja de culparte, maldición! —Daisuke no pudo evitar sentir pena por gritarle a su amigo, pero se empezaba a agotar Habla con ella, intenta estar con ella, aunque sea desde lejos. Inténtalo, Ken, si es lo que de verdad quieres—
—No puedo... debo dejar que al menos ella sea feliz—
—Daisuke... no es lo que estás pensando—la voz de Mimi interrumpió sus recuerdos. Motomiya sonrió con tristeza.
—Que digas eso solo hace que esté aún mas seguro—vió que la castaña iba a hablar, por lo que continuó el relato —Ken se ha intentado suicidar. Dos veces. La primera, pastillas y alcohol, estuvo dos meses internado. La segunda vez, según él solo fue un accidente. Fue a un operativo sin chaleco antibalas y recibió un disparo en el abdomen. Si hubiese sabido esto... estoy seguro de que todo sería distinto—
Mimi lo miró con los ojos húmedos, no se esperaba aquello. De lo poco que conocía a Ken, sabía lo frágil que era, la misma Miyako le había comentado que era una persona difícil y aún peleaba muchas batallas en su interior. Pero las últimas veces lo había visto feliz, sonriente, totalmente integrado al grupo y en especial con Miyako. Recordaba las miradas entre ellos, esas sonrisas que solo tenía cuando la miraba a ella. Ese hombre amaba a su amiga con tal intensidad, que su partida lo había dejado expuesto nuevamente.
Pero Miyako había decidido no contarle la existencia de Satoru, principalmente por no hacerle más daño al peliazul. La responsabilidad de ser padre era algo para lo cual creía que Ichijouji no estaba listo. Tal vez se había equivocado, tal vez el saber que habían creado algo tan maravilloso como Satoru le daría a Ken la alegría que le faltaba a su vida. Miyako, por ejemplo, era una mujer distinta desde que supo que el pequeño crecía en su interior. Satoru había logrado sacar lo mejor de ella en todos los aspectos.
—¡Mamá! —Satoru gritó cuando vió a Miyako aparecer por la puerta junto a Izumi. Mimi lo dejó libre para que fuese a abrazar a su madre. Ella lo alzó y lo lleno de besos, él reía feliz. Cuando ella notó a Motomiya su gesto se descompuso.
—Daisuke... —
—No pensé que te encontraría tan pronto, Miyako. Desapareciste... aunque ahora entiendo el porqué—
Ella lo miró angustiada. La mirada de Mimi le confirmó su mayor temor. Koushiro tomó al pequeño desde los brazos de Miyako y le dió una mirada tranquilizadora.
—Vamos por un helado, Satoru-chan y podemos ir a ver a las luces de la plaza también —
Satoru se abrazó de Izumi y salieron conversando animadamente. Ken debería estar ahí, no Koushiro pensó de inmediato Motomiya. Miró a Inoue con rabia y en tanto Izumi y el pequeño se alejaron, soltó todo aquello que tenía atorado.
—¡Debiste decirle! Sabías que Ichijouji te amaba, ¡te lo dijo! No tenías derecho a ocultarle esto. Es su hijo. Debes decirle si quieres que siga vivo— Miyako lo miró con cara de no entender nada.
—Miya... —fue la castaña quien habló, muy suavemente, buscando una forma delicada de comentar el estado de Ken —Él ha hecho... algunas cosas peligrosas. Está deprimido, él...—
—No lo minimices, Mimi. Es suicidio—bramó Daisuke, sin delicadeza alguna. La lavanda abrió los ojos desmesuradamente, él sintió que debía aclarar las cosas —Está vivo. Ha sobrevivido... dos veces. No sé si lo logre una tercera, pero si el supiera de Satoru. Miyako, tienes que contarle—
—No. Mi vida está acá en Nueva York, Ken tiene la suya en Tokyo. No hay forma en que podamos estar juntos. Además Satoru está bien, no se adaptará a tantos cambios—
Daisuke no dijo nada. Sabía que Miyako tenía algo de razón, pero no iba a quedarse callado —Voy a decirle, Miyako. Nada de lo que hagas o digas me detendrá— fue lo que soltó antes de salir rápidamente por la puerta.
VI - Verdades
—Ken, hijo... te llama Daisuke. Dice que te ha intentando contactar al celular—
Ichijouji se levantó con desgano de la cama ante el aviso de su madre. Aún se encontraba de baja por el disparo que había recibido cerca de dos semanas atrás y estaba de vuelta en casa de sus padres. Lo había hecho por su madre, más que nada, que entre llantos le había suplicado que la dejara estar con el. Que no los dejara como había hecho Osamu. No lo resistiría, no otra vez.
Y aunque en su fuero interno, su real deseo de vivir era casi nulo, no quería ser la causa de la desdicha de su progenitora. Ella no tenía la culpa de sus errores. No de los últimos, al menos.
—¿Qué quieres?— bufó Ken al tomar el teléfono. Su madre lo observaba preocupada. Hasta Daisuke se había aburrido un poco su en los últimos meses —No me tiraré al metro ni de la azotea, eso ya te lo dije—
—Necesito que vengas a Nueva York lo antes posible— oyó la carcajada de Ken al otro lado del teléfono —Habló en serio. Es importante. Dijiste que querías una razón para vivir, acá la tienes—
—¿De verdad esperas que vaya solo por eso?. Y si con una razón te refieres a Miyako... sabes que ya es tarde para eso—
—No es Miyako, bueno... tiene que ver un poco con ella pero... ¡mierda, Ken, solo ven!. Estás de baja aún, si es el dinero el problema yo te pago los pasajes. Hazlo, maldita sea—
Aquello lo sorprendió. Motomiya estaba haciendo un esfuerzo para hacerlo ir a Nueva York, pero aunque intentó pensar en razones que pudieran hacerlo volver a tener ganas de vivir, no encontró ninguna valida o factible. Miyako en su momento lo era, pero con todo lo transcurrido no sentía que fuese lo correcto. De todas formas, no tenía nada que perder. Coordinó un par de cosas con su amigo y al día siguiente se embarcó rumbo a Estados Unidos.
I—I—I—I
Daisuke lo esperó en el aeropuerto. Le dolió ver a su compañero de aventuras cada vez peor. Le recordó cuando recién lo conoció, tiempos en que Ken vivía rodeado de un aura melancólica y un dolor sin causa específica. Con los años, sus ojos comenzaron a brillar nuevamente, un destello bondadoso que surgía principalmente cuando el peliazul observaba a su amiga de cabellos lavanda. Cuando ella se fue, el brillo desapareció y Ken volvió a ser gris, y cada vez se oscurecía más y más.
—Quiero saber a que mierda vine a Nueva York—nada quedaba del dulce y bondadoso Ichijouji. El dolor emanaba de su ser en todo momento.
—Tendrás que esperar hasta mañana. Y por favor ponte presentable—soltó el moreno, no iba a dejarse apabullar por el mal genio de su amigo. De todas formas, colocó una a mano sobre su hombro y habló —Sé que estás molesto y no entiendes nada, pero créeme que mañana me agradecerás esto. Te lo juro—
El pelizaul quiso creerle. Necesitaba creerle.
I—I—I—I
Salieron temprano al día siguiente, Ken lucía demacrado entre la palidez y las ojeras. Se sentía mucho mayor de lo que en verdad era, la vida había sido demasiado dura con él en los veintisiete años que llevaba a cuestas. Daisuke lo notó y se detuvo en un Starbucks a comprar café. Ichijouji recibió la bebida sin reclamar por primera vez desde que había llegado.
Caminaron un poco hasta llegar a una plaza, allí Motomiya le pidió se sentara junto a él en una banca. Tenían visión directa a un edificio de departamentos y a lo pocos minutos Ken pudo distinguir a Miyako saliendo a paso rapido. Sintió profundos deseos de golpear a Daisuke.
—Dijiste que no era por ella... ¿qué diablos tienes en la cabeza?—
Se había puesto de pie para irse pero Motomiya lo detuvo—Espera, por favor, observa un poco mejor—
Había evitado mirarla más de la cuenta, porque aquella visión removió todos sus recuerdos, dulces y dolorosos a la vez. Al verla con mas detención se percató del detalle. Inoue sostenía a un pequeño en los brazos. Entendió aun menos.
—Es el hijo de Miyako—se apresuró a aclarar Motomiya.
Hijo. Maldito Daisuke, ¿Qué pretendía mostrándole la vida feliz de Miyako sin él? Preso de la ira, se puso de pie y agarró al moreno de la solapa de la chaqueta. Iba a reclamarle, descargar toda su rabia, pero su inconsciente le recordó que no era lo correcto.
Daisuke aprovechó el momento de duda de Ken para seguir hablando —El pequeño nació el 5 de marzo del 2015—Ken sintió una punzada en el pecho e instantáneamente liberó a su amigo del agarre. Aquel día había sido el más horrible de su vida hasta ahora. Recordaba a borrones, pero la desesperación se apoderó de él aquella tarde. Solo sentía dolor y la angustiante sensación de que algo faltaba en su vida y no podría recuperarlo aunque quisiera. Rememoró la noche de la partida de Miyako, la sensación de haberla tenido por un instante demasiado efímero, y decidió que quería irse con ese recuerdo. Debió intuir que, como casi todo en su vida, las cosas no irían como él esperaba. Despertó días después, amarrado a una camilla de hospital, intubado y desorientado. Los días siguientes no fueron mejores tampoco. Volvió a escuchar la voz del moreno.
—El pequeño se llama Satoru, tal vez lo notaste, tiene el cabello y los ojos azules. Es bastante lindo y demasiado tranquilo, considerando que es hijo de Miyako, supongo que en eso salió al padre... —
Tuvo que volver a sentarse, porque sintió como las rodillas le temblaban. ¿Tal vez por eso aquel día había sido tan horrible? ¿De alguna forma su corazón había sentido ese vacío al saber que algo (o más bien, alguien) faltaba y eso le desgarró el alma?. Claro... ese pequeño llegaba al mundo aquel día, cuando él debiese haber estado ahí para recibirlo, y en cambio, él yacía hecho un desastre, a un paso de la muerte, completamente solo y sin rumbo.
Tal vez por eso había sobrevivido. Porque de alguna forma ese pequeño necesitaba de su presencia. Tal vez ese pequeño era la razón que el necesitaba para vivir. Justo como había dicho Daisuke.
Se llevó las manos a la cabeza cuando unió las piezas del rompecabezas —Tengo un hijo... tengo un hijo... —repitió. Daisuke asintió, sentándose a su lado y palmoteandole la espalda —Tengo que hablar con Miyako... necesito... necesito saber porqué... necesito verlo...—
—En la tarde, Ken, ¿te parece? Cuando estés mas tranquilo. No querrás darle una mala impresión a tu hijo ¿o si?—
La voz se oía lejana, como si fuese un sueño. Sonrió amargamente.
VII - Reencuentro
Ken se dirigió a la pastelería de Mimi sin Daisuke. Ella apenas se sorprendió de verlo, esperaba algo así después de la visita del moreno, sabía que no le ocultaría nada al peliazul.
—Mimi... Veo que te ha ido bien, me alegro por ti— Ichijouji habló con una sonrisa triste, al ver la cafetería con bastantes clientes.
—No puedo decir lo mismo, Ken-kun—ella se acercó al recién llegado a abrazarlo —Me alegra verte, de todas formas—
La alegría de ella fue sincera. A él le agradó saber que al menos no lo odiaba.
—Siempre le dije a Miyako que este día llegaría... pero no quiso decírtelo antes. No la culpes, tenía miedo... —
Él negó con la cabeza —Yo soy el culpable de todo lo que ha pasado. Entiendo que no me quisiera cerca. Pero necesito verlo... y a ella también—
Mimi lo tomó del brazo y lo llevó hasta una de las mesas del fondo. Pidió a una de las chicas que les llevaran café y se sentó junto a él. Sonrió al verlo jugar con los bordes de su chaqueta, ante la mirada confusa de él.
—Satoru hace lo mismo cuando está nervioso —no pudo evitar sonreír al pensar en el pequeño —La verdad es que viéndote con atención, son demasiado parecidos. Lo que se hereda no se hurta, dicen—
—Espero el parecido sólo sea físico. No me gustaría que fuese como yo—
En ese momento llegó el café. Tachikawa se acercó la taza a la boca y bebió un poco —Es un niño estupendo, Ken. Tiene una familia un poco extraña, pero nos hemos preocupado de que sea feliz. Es como si fuera de mi propia sangre, sé que Koushiro piensa igual—
—Koushiro... —murmuró. No supo qué expresión puso que la castaña en seguida habló
—No te preocupes, sabe que Koushiro es su tío... aún no ha preguntado por su padre. Has llegado a tiempo, Ken. Aún pueden arreglar las cosas—
Suspiró aliviado —¿Dónde esta él? Daisuke comentó que a veces lo cuidabas tu acá en la pastelería—
—Hoy Miyako lo llevó al trabajo, pero a esta hora ya deben estar en casa. Te acompañaré, así puedo cuidar a Satoru si Miyako y tu necesitan hablar—
Él asintió dando las gracias, mientras se ponían de pie y Tachikawa se apresuraba a buscar sus cosas y dar algunas instrucciones a las empleadas de la pastelería.
Mimi le conversó durante todo el camino al departamento, aunque no logró retener mucho de lo que ella soltó. Al llegar, la castaña le dio una mirada cariñosa y le tomó las manos.
—Va a estar bien, Ken. Ustedes se querían demasiado, eso hasta yo que los veía poco lo notaba. Podrán ser una familia, lo sé. Solo te pediré que no nos alejes a mi y a Koushiro de Satoru—
Ichijouji sonrió nuevamente, asintiendo. Mimi abrió la puerta con suavidad, anunciando su llegada.
—Tía Mimi—el pequeño peliazul apareció corriendo y alzó los brazos hacia la castaña, que lo recibió con alegría. Ken sintió su estómago encogerse al oír la voz de su hijo. Suyo. Aún no terminaba de creerlo.
—Satoru-chan, te extrañé. ¿En dónde esta tu mamá?—
—Cocina... —en ese momento el pequeño notó a Ken, con la mirada clavada en él. Se sonrojó y se escondió en el pecho de Mimi.
Mimi le acarició los lacios cabellos azules —Satoru, él es un amigo, se llama Ken. ¿Sabes? Él te quería conocer y me dijo que te enseñaría a jugar a la pelota. Como tío Koushiro no sabe jugar...—
El sonrojo quedó atrás y observó a Mimi feliz —¿Pelota?—
—Sí, pero primero debes decirle hola a Ken—
—¡Hola Ken!—Satoru le dio una sonrisa tan amplia que hizo que todos los dolores y miedos que guardaba en su corazón se esfumaran. Sintió una calidez inundar su pecho. Era amor, a primera vista. Se sentía capaz de dar la vida por ese pequeño, sin dudarlo. Aunque pensándolo bien, no. Viviría, quería vivir y aprovechar cada segundo a su lado. Al verlo, sabía sin dudas que era la única cosa que había hecho bien en la vida.
—Hola Satoru —apenas logró hacer que su voz sonara colecta.
—¿Jugamos pelota? —preguntó, sus ojos azules brillaban ilusionados. Ken asintió, la sonrisa de Satoru solo aumentó
—Sí, te enseñaré a jugar a la pelota si tu mamá te da permiso—el pequeño hizo una mueca de disgusto —Hablaremos con ella ahora, ¿de acuerdo?—
Él asintió y Ken se atrevió a revolverle los cabellos azules, tan azules como los propios. Escuchó unos pasos y lo siguiente que pudo distinguir fue a Miyako aparecer.
La pelimorada murmuró su nombre, tan suave que apenas fue audible. Esperaba verlo, pero no tan pronto. Era muy distinto al hombre que vio la última vez, esa noche en que habían concebido al pequeño que los observaba curioso. Se veía muy poco Ken, con la mirada cansada, desaliñado, esquivo. Un destello, leve en los ojos azules de él, le hizo saber que inevitablemente también había rememorado su último encuentro.
Él por su parte, se sorprendió con lo rápido que el sentimiento puede aflorar como si no hubiese pasado el tiempo entre ellos. Era el mismo temblor en las piernas, el sudor en las manos y el cosquilleo en su corazón. El mismo que lo embargaba desde la adolescencia cada vez que Inoue estaba cerca.
—Miyako... me alegra verte. En serio. Me alegra saber que estás... que están bien—
Murmuró lo último mirando a Satoru. A Miyako ver por primera vez a padre e hijo juntos le causó una sensación extraña en el corazón. Nadie pondría en duda la paternidad del pequeño, que era una versión en miniatura de Ichijouji. Una versión que aún conservaba la inocencia y alegría de la infancia.
—¿Pelota?—una voz infantil interrumpió cualquier pensamiento en los adultos presentes.
—Satoru, ¿quieres jugar a la pelota con tu maravillosa tía Mimi? —la castaña le pregunto al pequeño que asintió feliz —Vamos, entonces, mamá tiene que hablar con Ken ahora—
Mimi se escabulló rápido en el interior del departamento, platicando con Satoru alegremente. El balbuceo infantil llenaba a Ken de una alegría inexplicable. Miró a Miyako, antes de hablar.
—Necesito saber, Miyako... necesito saber como fue... —
Lo entendió. Eran casi cuatro años perdidos. Le sorprendió no sentir algún dejo de molestia en Ken, pese a todo. Bueno, él siempre había sido así, demasiado bueno como para culpar a alguien más que a si mismo. Le hizo un gesto para que lo siguiera a la sala.
Era espaciosa. Un sillón de tres cuerpos, dos sitiales. Una mesa de centro en la que se apreciaban varios juguetes infantiles. Un librero lleno de manuales, de revistas y más juguetes. El peliazul se sentó en el sofá junto a Miyako.
—Necesito saber cómo fue —repitió, acariciándole una de las manos. Ella se tensó pero no rehuyó del contacto —¿Cuando supiste que... que él estaba allí?—
—Fue casi a los tres meses de llegar. Lo sospechaba, pero no quise creer que era verdad. Mimi me obligó a hacerme una prueba y fue positiva—Inoue habló en un hilo de voz, sintiendo la calidez de la mano de Ken sobre la suya. Se le cortó la voz —Pensé en no... no dejar que pasara, pero cuando fui al médico... simplemente no pude hacerlo. Él no tenía la culpa de que nosotros fuéramos tan estúpidos—
El corazón de Ichijouji se encogió. Ella había pensado en no tener a Satoru. Era una posibilidad, pero desde que lo había visto no creía posible un mundo donde él no existiese. Tragó saliva, intentando aliviar el nudo en su garganta —¿Cómo fue? ¿No te causó problemas? —
Ella negó —Fue un embarazo tranquilo. Pude hacer el máster de todas formas y después trabajar con Koushiro en la facultad. Es un niño maravilloso, Ken—
Y fue primera vez desde el reencuentro que la vio sonreír ampliamente. Y él compartió esa sonrisa. Se miraron hasta que el gesto de ella cambió, frunció el ceño.
Miyako murmuró con suavidad, mirándolo con insistencia—Daisuke dijo que... —No pudo terminar la frase.
Ken supo de inmediato a que se refería —No quería seguir. Estaba cansado. Hubo un tiempo en que creí que podría ser feliz, pero la vida me ha demostrado que no lo merezco. O eso pensaba hasta que lo vi, Miyako. Satoru es... es un milagro. Y es nuestro. Me alegra que decidieras tenerlo. Gracias por eso—
Ella le sonrió —No lo esperaba, pero ahora no imagino mi vida sin él. Me diste un regalo muy lindo, Ken-kun, también estoy agradecida—
Escucharon a lo lejos las risas de Mimi y Satoru, como confirmación de que no se habían equivocado. Al final, esa noche no había sido un error.
—Y tu, Ken, ¿Cómo has estado tu?—
—No me siento particularmente orgulloso de mi vida desde ese día. Pero ya no importa. Aún me quedan unas semanas de licencia por el disparo, supongo que tendré que replantearme algunas cosas ahora que las circunstancias son distintas —ella lo observó tratando de entender el trasfondo en sus palabras —No te voy a presionar, Miyako, pero quiero estar cerca de mi hijo. Lo veo y sé que no me necesitan en sus vidas, pero yo si lo necesito a él. Espero lo entiendas—
Tenía la certeza de que Ken reaccionaria asi. Él no era capaz de abandonar a nadie. No supo que hacer ante su decisión.
—Será todo a tu manera, Miyako. Tu sabes que es mejor para nuestro hijo, pero sé que quiero estar ahí. Con él al menos... contigo—dudó en seguir hablando, pero la mirada de Inoue sobre él lo obligó a continuar —Entendería que no me quieras cerca, pero no puedo negar que lo que dije aquella noche sigue siendo verdad—
Entonces no fueron palabras sin sentido, no fue solo efecto de la pasión del momento. El rostro sonrojado de Ken se lo confirmó.
—Te amo, Miyako. Y a estas alturas se que siempre lo haré—
¿Qué sentía ella por Ichijouji? Lo amó, demasiado. Por eso aquella vez, antes de irse, había dejado que las cosas llegaran tan lejos. Por eso fue incapaz de deshacerse del regalo que él sin saber le dejó aquella noche. Y era indudable que cada vez que miraba a Satoru, y sus grandes ojos azules, era como si lo estuviese amando a él. Depositó en su hijo, el hijo de ambos, todo ese amor que de haber podido, le hubiese profesado a él. Lo amaba, pero ¿acaso no sería tarde ya para ellos? La separación había dejado demasiadas heridas en ambos.
—No es necesario que me digas nada, Miyako —comentó el peliazul un poco triste. No es que esperara una confesión de parte de ella, pero habría sido una buena sorpresa —Solo quiero estar cerca...—
—Está bien, Ken, pensaremos el algo. Satoru se merece la verdad—
Sonrió agradecido. En eso el pequeño apareció con una pelota entre las manos. Se acercó a Ken y se la pasó.
—¿Quieres jugar?—él asintió. Ichijouji observó a Miyako, que le sonrió. Se atrevió a tomarlo en sus brazos. La calidez de la sonrisa de su retoño se extendió por todo su cuerpo —Vamos, ¿me quieres mostrar tus juguetes?—
Mimi apareció y le indicó a donde dirigirse. Miyako observó como padre e hijo se alejaban. La castaña ocupó el lugar de Ken en el sillón.
—¿Estás bien? —Inoue asintió sin emitir palabra alguna —Ken necesitaba esto, Miyako. Está sufriendo y no creo que se lo merezca. Y tu también lo necesitas, ahora puede que no sea evidente, pero más adelante será necesario. Satoru preguntará por su padre, lo sabes. Y pasará antes de lo que crees—
—Dijo que me amaba —soltó Miyako, totalmente sumida en sus pensamientos.
—¿Y te sorprende? —la castaña la miró, realmente sin esperar alguna reacción de ella—Es evidente. Al menos ahora está siendo honesto, supongo no quiere volver a pasar por lo mismo... perderte solo por su timidez—
—No sé que hacer, Mimi-san. No puedo seguir dependiendo de Koushiro y de ti. Algún día ustedes harán sus propias vidas, yo debo hacer lo mismo. Pero Ken... —
Tachikawa le sonrió —Deja que las cosas fluyan, Miyako. Pasará lo que tenga que pasar, y lo que sea mejor para Satoru—
Miyako suspiró. Tenía demasiado en que pensar.
VIII - Cicatrices
Ken apareció todos los días en el departamento de Tachikawa, Izumi e Inoue. Pese a que solo había pasado una semana, algo en él había cambiado. Se lo veía más feliz, el brillo en sus ojos había regresado y cada sonrisa de Satoru le devolvía de a poco las ganas de vivir.
El viernes por la tarde, una vez que Miyako había terminado de trabajar, decidieron ir a un parque cercano al edificio, para que Satoru pudiese jugar al aire libre. Vio a Ken completamente absorto en su hijo, cediendo a todos los caprichos del pequeño, y en un estado que pocas veces había visto en él: feliz. El peliazul era pura sonrisa al ver a su pequeño jugando, corriendo tras la pelota, totalmente relajado y pacifico. Se sintió mal consigo misma, por arrebatarle a Ken tantos momentos felices.
Cuando llegó la hora de la merienda, se sentaron en una de las mesas del parque para estar más cómodos. Miyako acomodó a Satoru en sus propias piernas y le intentó dar el biberón.
—No —protestó el pequeño, al borde del llanto. Era primera vez que Ichijouji veía al menor hacer un berrinche.
—Hijo, por favor... es solo un poco de leche—
—¡No! —volvió a reclamar más enérgicamente y acto seguido estiró sus brazos hacia el peliazul —Ken... upa —
Ichijouji, con los días de convivencia con Satoru, había aprendido que aquello significaba que quería que lo tomaran en brazos. Miró a Miyako esperando su aprobación. Ella le entregó al pequeño un poco sorprendida. Mas cuando el pequeño gritó "leche" ya acomodado en los brazos de Ken. Intentó darle el biberón, pero otra vez se encontró con el puchero del menor.
—No... Ken—
Los adultos se miraron. Miyako le entregó el biberón al ojiazul, que lo acomodó para acercarlo al pequeño. Este lo recibió con alegría, comiendo con tranquilidad. Ken sintió sus ojos aguarse, y no fue capaz de retener las lágrimas.
—Te quiere, Ken. Supongo que en el fondo sabe que eres su padre—
Padre. Alguien como él era padre. La idea aún no se asentaba del todo en su mente, pero le parecía un sueño hecho realidad. Aunque nunca estuvo seguro de haberlo deseado. Era consciente de que las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, y de la mirada dorada sobre él. Miró al pequeño dormirse en sus brazos y supo que todo, lo bueno y lo malo, había tenido que pasar solo para vivir esa experiencia.
—¿Lo puedes cargar tu? Si me lo pasas, puede que despierte y comience a llorar—
Ken asintió, aún con los ojos húmedos. No iba a ser el causante del llanto de su hijo. Caminaron en silencio hasta el departamento de ella, Mimi y Koushiro habían comentado algo de una cena, por lo que era probable que no estuviesen. Al entrar, se dirigieron hasta la habitación que compartía Miyako con el pequeño.
—¿Puedes colocarlo en la cuna? —Ichijouji obedeció y acomodó al pequeño. Miyako le quitó los zapatos y lo tapó con algunas mantas. Le acarició el cabello con dulzura. Ambos se quedaron contemplando a Satoru, pensando en cómo solo una noche derivó en esa pequeña existencia, sin la cual ahora sentían sus vidas no tendrían sentido.
—Es maravilloso —Ken comentó embelesado, antes de dirigir su mirada a Miyako —Gracias por darme este regalo. Gracias por dejarme estar aquí—
—No me agradezcas. Es tuyo también, estás en tu derecho —
—Hablando de eso... —había algo que hace mucho lo inquietaba, pero no estaba seguro de exteriorizarlo —Quiero que inscribamos a Satoru como mi hijo, mas que nada por precaución. Mi trabajo... si algo me pasa, tú y él estarían asegurados. Necesito saber que no les faltará nada si algo me llega a pasar—
El tono en que lo dijo la inquietó. No podía sacar de su mente el intento de suicidio de Ken y su "accidente" en el trabajo. Se aferró al borde de la cuna temblando —Ni se te ocurra morir o algo así. Si aun quieres eso, ni te debiste molestar en buscarnos—
La rabia con que soltó el comentario lo abofeteó. Más cuando percibió el temblor de su cuerpo y los ojos húmedos. No lo pensó mucho, cuando le tomó una mano y la apretó con fuerza —Mírame —le pidió, ella no lo hizo. Le tomó el rostro y la forzó a observarlo —No moriré, no al menos por mi propia mano... Quiero ver a mi hijo crecer, quiero verte ser feliz...—
Le sostuvo la mirada, intentando convencerla, y convencerse a si mismo a la vez. La expresión de ella pasó de la ira al alivio. Suspiró cansada y apoyó la frente en el hombro de Ken.
—No me asustes así, por favor —murmuró sin mirarlo, con la voz quebrada. Era primera vez que se acercaban más allá de algún roce casual. Ichijouji se dejó llevar y la abrazó.
—Perdóname. Puedes estar tranquila. Trataré de no morir, no quiero preocuparte—ante la frase ella devolvió el abrazo. Le recordó tiempos anteriores, cuando los abrazos eran algo usual entre ellos.
Se quedaron así, cada uno sumido en sus propios miedos. Él se atrevió a acariciarle el cabello con una mano, la sintió tensarse pero no retroceder. Estaba jugando con fuego, ¿pero que más podía hacer? En pocos días debía volver a Tokyo y aún no tenía la mas mínima idea de cómo continuar con su vida. Había pensado en mudarse a Nueva York, pero no tenía como. No había ahorrado y veía poco probable trabajar como policía allá. Tendría que empezar de cero, tal vez estudiar y trabajar a la vez. Era mas fácil pedirle a Miyako que volviese a Japón, él podría mantenerla si decidía dedicarse a Satoru, o si prefería trabajar de seguro que podría desempeñarse donde quisiera, y podrían enviar al pequeño a una guardería, o incluso con su madre.
Sus padres. Aún no le había comentado a nadie de la existencia de Satoru, había evitado contestar las llamadas y mensajes de Japón, pero sabía que estarían felices con la noticia. De las conversaciones con Miyako, supo también que la familia de ella y sus amigos tampoco sabían del pequeño. Era un tema que tendrían que solucionar a la brevedad, pero sería un proceso complicado para ambos.
Un suspiro lo sacó de su ensoñación. Su hijo se había movido en la cuna, sin despertar. Lo vio dormir apaciblemente, con una suave sonrisa en el rostro. Miyako también había dirigido la vista al pequeño. Al ver que no había sido nada, sus miradas volvieron a cruzarse.
Posó la mano con que antes le revolvía los cabellos a ella en su mejilla. Seguía teniendo la piel suave, justo como recordaba. La situación era parecida a esa noche, hace ya más de tres años, solo que ahora no había alcohol en ninguno de los dos, pero si habían muchos, muchos dolores guardados.
—Miyako... —murmuró su nombre, ella no dijo nada. Se acercó a sus labios, sin llegar a hacer contacto, pero lo suficientemente cerca como para sentir su aliento tibio chocar contra su rostro. Esperó el rechazo, sería lo obvio, pero este no llegó. Dejó de dudar y unió sus labios a los de ella en un beso suave, cargado de años y años de extrañarla. Fue consiente de que ella le respondió la caricia sin dudas y la alegría se apoderó de todo su cuerpo.
Las manos de ella subieron a su pecho, las de él llegaron a su cintura, acercándola lo más posible. Sin palabras llegaron a la cama, se dejaron caer sin soltarse. Se despojaron de la ropa lentamente y pronto se encontraban desnudos, sonrojados, manos y labios ocupados en caricias ansiosas. Ella se detuvo a observar la cicatriz en el abdomen de él. Pasó sus dedos delicadamente sobre ella, causándole un escalofrío al peliazul.
—¿Duele?—preguntó en un hilo de voz. Él negó, lo decía en serio. Había sentido peores dolores.
Fue su turno de mirarla y le pareció perfecta. Ella se sonrojó y se apresuró a tapar su vientre con sus propios brazos. Con delicadeza, Ken le llevó los brazos hacia los costados y pronto vio la causa de la vergüenza de ella. Unas estrías adornaban su piel, en el sector cercano al ombligo.
—Es horrible... fue por... Satoru—confesó ella en un susurró, avergonzada.
Ichijouji no pudo evitar dejar escapar una sonrisa y repitió el gesto de ella, acariciando aquellas líneas —Son bonitas... son marcas de amor—
Con suavidad tumbó a Miyako en la cama y se acercó a su vientre. Besó cada una de esas diminutas marcas que ella parecía odiar. En parte, él era el causante de ellas, porque fue por su hijo. Pensó en cómo se habría visto Miyako embarazada y le dolió un poco no haber estado ahí, a su lado como siempre debió ser. Siguió besando el vientre de ella y en una línea de besos bajó hasta su intimidad. La miró de soslayo, y la encontró notoriamente nerviosa. Besó, lamió, succionó con suavidad, deleitándose con los gemidos que ella soltaba, saboreando el tenerla ahí, como muchas veces imaginó. Ella enredó sus manos en sus cabellos oscuros, disfrutando el sentir los labios del peliazul entre sus piernas. Él volvió a subir en una cadena de besos hasta su boca. Se besaron con ansiedad.
—Eres perfecta, Miyako —le murmuró entre besos. Sentía su erección al máximo, deseoso de hundirse en ella. La pelimorada se le adelantó y lo hizo retroceder en la cama, acomodándose a horcajadas sobre él. Ken gruñó al sentir la cercanía de sus sexos, la humedad de ella, sus lenguas entremezclarse en un apasionado beso. Le tomó el rostro y la observó. La volvió a tender en la cama, se acomodó entre sus piernas y entró en ella, la humedad facilitó la tarea.
La embistió con lentitud, sabiendo que no aguantaría mucho debido a lo excitado que estaba. La alzó de la cadera para penetrarla con más profundidad. La vio aferrarse a la sábana, reprimiendo los gemidos. Cuando la sintió tensarse, aumentó el ritmo y dejó de reprimirse. Alcanzó el clímax y se descargó dentro de ella. No dejó de besarla, mientras sus respiraciones se normalizaban. Salió de su interior y se acomodó a su lado. Tuvo la sensación de deja-vú, pero esta vez no estaba dispuesto a repetir los errores pasados.
—Te amo, Miyako. Esta vez no volveré a perderte. Ustedes son todo lo que necesito—
—Yo también te amo, Ken. Perdona por no decirlo claramente—
Sonrieron. Tenían toda una vida por delante. Serían una familia, recuperarían el tiempo perdido. Se quedaron retozando un rato, disfrutando el momento. Una voz infantil los sacó de la quietud.
—Mami... —Satoru se había despertado y sentado en la cuna. Ken rápidamente fue a su encuentro y lo alzó para llevarlo donde Miyako. Se quedaron los tres en la cama. Ken lo besó en la frente y sus miradas azules se encontraron. —Ken... —
La pelimorada observó al su pequeño antes de hablarle —Satoru, no es Ken. Es Papá. Pa-pá. ¿Puedes decirlo?—
El corazón le dio un vuelco a Ichijouji. El pequeño lo observaba atento —¡Papá! —soltó feliz, en seguida vio a Miyako —¡Mamá!—
—Muy bien, Satoru-chan —ella le dejó un beso en la mejilla. Ken los rodeó a ambos en un abrazo.
—Tenemos muchas cosas que hacer. Debemos volver a Tokyo... Hay que decirle a nuestros padres. Tendré que buscar un departamento más grande—
La sonrisa en el rostro de Ken era intensa, incluso más que la que le había descubierto en la tarde, mientras jugaba con su hijo en el parque. Estaba en paz, feliz. Se sorprendió de ser ella la causante de la alegría en él. No pudo evitar dejarle un beso en los labios, tomándolo por sorpresa. Él no pudo hacer más que agradecer.
IX - Familia
Había viajado en solitario y regresaba junto a su mujer y su hijo. No era necesario algún documento o ley estúpida para decir que ella era su mujer. En su corazón, lo era desde siempre. Fue directo al departamento de sus padres, de seguro su madre estaría aterrada ya que no había respondido ninguna de sus llamadas ni mensajes desde que se fue a Nueva York. En tanto abrió la puerta, sintió los pasos apresurados de ella y su voz.
—Ken, por Dios, estás vivo— la castaña lo abrazó llorando, sin reparar mucho en detalles. Se separó para verle el rostro y le sorprendió verlo sonriente, como no lo veía desde hace años.
—Estoy bien, mamá —le dijo para calmarla. Soltó la maleta que traía y volvió a asomarse al pasillo, entrando con otra maleta ante su confusa madre —No volví solo— anunció mientras le abría un poco más la puerta a Miyako para que entrara. La lavanda traía en sus brazos a un durmiente Satoru.
La madre de Ken la reconoció, sorprendida de su presencia ahí. Después del incidente con las pastillas, Ichijouji se había visto obligado a confesar que la partida de la joven a Estados Unidos era la principal causa de su dolor. Detuvo su mirada en el pequeño en los brazos de Miyako, esa expresión tranquila y sus suaves facciones, junto al cabello y ojos oscuros le resultaban demasiado familiar. Era una versión diminuta de su propio hijo. Cuando lo entendió, agrandó los ojos.
—Él es Satoru, tu nieto—
La sonrisa de Ken tuvo sentido entonces, así como los años negros que había pasado. Tenía muchas dudas pero quedarían para después. Se apresuró a dejarlos entrar y ayudarlos con las maletas.
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—¿Cuándo está de cumpleaños?—
—El 5 de Marzo—
—Es Piscis. ¿Y dijiste que nació el 2015? Es Cabra. Por eso es tan tranquilo, hasta dudé que de verdad fueses su mamá—Chizuru comentó después de que anunciaran la noticia a la familia Inoue, el mismo día que habían llegado a Japón, ya bien entrada la noche. Miyako puso los ojos en blanco.
—Bueno, al menos Ken si esta seguro de que es su hijo. Es cosa de verlos, son dos gotas de agua—Momoe comentó, observando con atención al padre de su sobrino.
Él aludido sonrió, con Satoru sentado en sus piernas, estaban completamente felices.
I—I—I—I
Cuando Mimi convocó a una junta a todos los elegidos, la sorpresa fue general cuando vieron a Ichijouji sonriente como nunca, con Satoru en los brazos y tomado de la mano de Inoue.
—Nunca pensé que Mimi fuese capaz de guardar un secreto tan bien—el comentario provino de Taichi.
La aludida infló los cachetes molesta, ahora ella cargaba a Satoru. Habían pasado varias semanas desde que Miyako y su retoño habían dejado Estados Unidos, y argumentó extrañarlo demasiado. Ken había protestado, pero la castaña le recordó que tenía toda una vida por delante para estar con su hijo y con Miyako. Le entregó al pequeño sin reparos.
—Daisuke y Koushiro también lo sabían—añadió a modo de explicación
—Insisto, me sorprende que tu guardases el secreto—
Todos rieron. Satoru soltó una carcajada divertida. Ken y Miyako no dejaron de sonreír hasta mucho después
X - Sorpresas
El departamento era espacioso. Tres dormitorios, dos baños y una terraza bastante amplia, con vista al tempo de Ueno. Había sido elección de Ken, en opinión de Miyako, creía que se había excedido. Al menos eso pensó, hasta que vio el positivo en el predictor un par de semanas después.
Había comenzado a tomar la píldora en tanto se cambiaron al nuevo departamento, pero al parecer ya era tarde. O Ken era extremadamente fértil.
El test había sido idea de Ichijouji que, después de varios días de quejas de parte de ella por el malestar matutino, llegó del trabajo con dos predictores y se los entregó con una sonrisa. Ken se asomó en el baño, justo cuando los dos test mostraban positivo. Abrazó a Miyako por la cintura y le besó la mejilla.
—¿Sigues creyendo que el departamento es demasiado grande?— le murmuró al oído, con la sonrisa y mirada ilusionada. Le acarició el aun plano vientre —No se si merezco tanta felicidad—
—No te ilusiones aún, esperemos confirmarlo con el médico —ella pidió en un susurro.
Al día siguiente, estaban en la consulta, escuchando los latidos del corazón de su segundo retoño. Once semanas, estimó el médico, coincidía con la fecha del viaje de Ken a Estados Unidos y el rápido regreso a Japón. El peliazul sonrió feliz ante la expresión divertida de ella.
—Eres bastante efectivo en esto de hacer bebés. No digas que no haces nada bien—
Él se sonrojó, estrechándola fuerte contra su pecho.
XI - Rutina
Dormían desnudos. Ella, porque pese al frío de la estación le daba calor (hormonas, probablemente) y él solo por el gusto de sentir su piel contra la de ella, sin que nada se interpusiera.
A veces Satoru se les unía, y solía dormir recostado sobre el pecho de Miyako, pero con la llegada de la nueva bebé y el prominente vientre que eso trajo como consecuencia, comenzó a dormir sobre Ken.
Y así pasaban las noches de invierno, los cuatro felices. Hablando a veces, acariciándose la mayoría del tiempo. Cuando Satoru dormía en la otra habitación, aprovechaban de hacer el amor hasta el agotamiento. Aquello ella el paraíso en la tierra y Ken agradeció que sus intentos por desaparecer no funcionaran. Había valido la pena la espera.
XII - Cumpleaños
No le gustaba celebrar su cumpleaños, pero ahora que estaba en familia no le parecía tan terrible. Cuando dieron las 12:00, alguien apagó la luces del departamento y mientras Miyako, su Miyako, aparecía con el pastel sus amigos entonaron "cumpleaños feliz"
—Los deseos, Ichijouji— escuchó en la voz del rubio Takaishi
Que mis hijos sean felices. Que mis hijos sean felices. Que mis hijos sean felices
Satoru, en brazos de Ken, apagó las velas del pastel y en seguida Miyako lo llevó a dormir. El pequeño había luchado contra el sueño pero quería ayudar a su papá a soplar las velitas del pastel.
Amigos y familia se despedían cuando el sonido de algo quebrarse, seguido de un gemido ahogado de Miyako los detuvo. Justo bajo ella, un charco de líquido, que hizo que entendieran lo que pasaba.
—Ha roto fuente... hay que llevarla al hospital—
Fue la voz de Jou Kido que sacó a Ken de la impresión. Logró coordinar algunas cosas, mientras veía como Hikari ayudaba a Miyako a sentarse. Una de las hermanas de Miyako apareció con el bolso de ella y de la pequeña, el que habían preparado hace un par de días, sabiendo que la fecha de parto estaba cerca. Se apresuraron al hospital.
XIII - Nieve
—Ahora, Miyako, puja—
Ella obedeció a la partera, pujando con todas las fuerzas que aún le quedaban. Ya habían pasado varias horas de labor de parto. Ken, a su lado, le sostenía la mano y le recordaba que estaba ahí y que esta vez no la dejaría. También le comentó que estaría ahí cuando sus próximos hijos nacieran, sabía que vendrían más, lo estaba deseando de hecho. Le apretó la mano con fuerza y segundos después el llanto reverberó en la habitación.
—Es una hermosa niña —anunció la partera, mientras junto a otras enfermeras le daba los cuidados iniciales a la segunda bebé Ichijouji. Ken aprovechó y besó a Miyako en los labios.
—Gracias por dejarme estar aquí, es el mejor regalo de cumpleaños que me podrías dar—
La partera les entregó a la pequeña, envuelta en un chal rosado. El cabello y ojos azules se imponían nuevamente. Ken las abrazó a las dos, con los ojos húmedos.
—Bienvenida, Miyuki (*) —el peliazul susurró. En el camino desde el departamento al hospital había empezado a nevar suavemente, por lo que el nombre de la bebé había llegado, literalmente, caído del cielo —Gracias por llegar, pequeña. Voy a ser un buen padre—
Miyako le dejó un beso en la mejilla a Ken. Él sonrió satisfecho. Todo lo vivido hasta ese día no había sido fácil, pero ahora que observaba a Miyako entendió que lo peor ya había pasado. No estaba solo, tenía una hermosa familia, lo mejor de todo, tenía la certeza de que todo estaría bien mientras estuviesen juntos.
(*) Miyuki = bella nieve
Tuve la tentación de continuar la historia, pero ya estaba lo bastante larga, casi 10k. Si llegaron hasta aquí, gracias por leerme. Prometo terminar las historias que tengo pendientes.
Les quiere, LovelyFlower
