Desafío.

Aún no entendía por qué, pero por él fue capaz incluso de desafiar al pasado.

Disclaimer: HP no me pertenece; es propiedad de Rowling.

Capítulo 1.

Aún faltan unas horas para que la noche llegue y, sin embargo, al otro lado de la ventana la oscuridad es total. Densas nubes negras cubren el cielo presagiando tormenta y ahogando todo rastro de luz.

Hermione se concede unos instantes para observar el panorama fuera del castillo. Cada pocos segundos fogonazos de luces de colores centellean en el aire y, de vez en cuando, temblores sacuden el suelo.

Se muerde los labios indecisa. El escudo no aguantará mucho más. Pronto los mortífagos conseguirán romper las defesas de Hogwarts y el colegio, el hogar en el que ella siempre se ha sentido segura, se convertirá en un campo de batalla.

Apoya la cabeza contra el cristal. Una parte de ella quiere salir corriendo, proteger y alertar a todos sus seres queridos. Reunirlos y alejarlos del peligro. Pero no puede hacerlo.

Para muchos de ellos estas serán sus últimas horas. No volverá a mantener una conversación con ellos, no volverá a verlos sonreír. El corazón le da un vuelco al pensar en ello.

A su espalda, allí donde se abre el pasillo principal que lleva al Gran Comedor, decenas de gritos se mezclan ansiosos. Por encima de todos ellos reconoce la voz de la profesora McGonagall gritando instrucciones.

No se da cuenta de que está llorando hasta que una lágrima cae sobre el dorso de su mano. Una vez más se pregunta qué hace aquí, qué pretende conseguir.

No se puede cambiar el pasado. No se debe cambiar el pasado.

De pronto siente frío. Las paredes de piedra brillan por causa de la humedad, humedad que se le mete en los huesos y la hace tiritar. Se rodea el cuerpo con los brazos en un vano intento de darse calor.

¿En qué estaba pensando? ¿De verdad es tan egoísta?

Cierra los ojos. No debe quedarse así, inmóvil, esperando… ¿Esperando qué? ¿Una señal? ¿Qué señal? No habrá ninguna. Ella tomó la decisión de actuar, por su cuenta, sin consultarlo con nadie; ya no puede echarse atrás, simplemente no puede. Pero es arriesgado, tan arriesgado… ¿Por qué lo decidió? ¿En qué estaba pensando? En Ron, se dijo.

Y en George. Y en Molly y Arthur. Ginny. Ellos se habían convertido en su segunda familia. Una familia por la que lo daría todo.

Duda una vez más y se maldice por ello. No está acostumbrada a no saber cómo actuar, a no saber cuál es la mejor opción.

Claro que tampoco es propio de ella el romper las normas de esa manera. ¿Qué consecuencias tendrá? ¿Se arriesgará a llegar hasta el final?

Su pulso sigue el rítmico tic-tac del reloj; es consciente de que los segundos pasan, de que se le escurren entre los dedos. El tiempo se le agota y ella aún no tiene una idea clara de lo que hacer.

Quizá se haya precipitado. Quizá no haya meditado bien lo que se ha propuesto. Quizá…

—¿Hermione? —Su corazón se salta un latido.

—Fred… —murmura sin volverse.

—¿Qué haces aquí? —Él se aproxima tanto a ella que Hermione nota su aliento cálido en el cuello.

¿Qué hacer? ¿Qué debe hacer? ¿Qué es lo correcto?

—¿Hermione? —repite. —¿Estás bien? —Sus dedos se cierran en torno a la muñeca de la muchacha obligándola a volverse hacia él. Los ojos marrones de ella se encuentran con los castaños, moteados de verde, de él. Y en ese momento toma su decisión.

Tengo miedo, quiere decirle. Sin embargo, no lo hace. Él no lo comprendería. Y, por otro lado, se supone que ella es una leona, un auténtico miembro de Gryffindor. No le mostrará su temor a nadie, no dejará que nadie lo intuya siquiera.

—¿Qué haces aquí? —pregunta él una vez más. Por toda respuesta ella señala al otro lado del cristal. Tanto los haces de luz como los temblores se han intensificado; cada pocos segundos brillantes colores la obligan a entornar los ojos al tiempo que pequeños terremotos hacen temblar el suelo bajo sus pies.

Él desvía la mirada hacia el lugar que Hermione le indica y una sombra oscura empaña su mirada, normalmente cargada de traviesos destellos.

—Ya veo —susurra. —El escudo no aguantará mucho.

Ella niega con la cabeza, aunque no se trataba de una pregunta.

—Hermione… —Calla, sin saber muy bien qué decir o cómo hacerlo. La mira fijamente y esa chispa centelleante regresa a sus ojos. Sonríe levemente y esa es la primera sonrisa que Hermione presencia en mucho tiempo. Sin poder evitarlo, un recuerdo acude a su mente.

Están en la sala común de Gryffindor. Hermione hunde su nariz en la lectura que Umbridge les ha encargado pero, por una vez, no logra concentrarse. Siente su mirada sobre ella, tan abrasadora que finalmente la joven se ve obligada a alzar el rostro. Cuando sus ojos se encuentran Fred ladea la cabeza apenas perceptiblemente y le sonríe de medio lado.

Ella entierra la mirada en su libro completamente avergonzada. Porque Fred no solo es el hermano de Ron, sino que es prácticamente su hermano. Y, a pesar de ello, siente sus ojos clavados en ella, siguiéndola, contemplándola. A cada paso que da, a cada movimiento que hace. Siempre.

—¿Qué? —inquiere ella tratando de alejar esos pensamientos de su cabeza. A punto de librar una guerra, este no es momento para pensar en cosas como esa. Cosas que seguramente ella imaginó o que, en cualquier caso, quedaron en el pasado, olvidadas años atrás.

—Nada. —Algo en su voz la estremece. Una especie de resignación, nada propia de él. —Creía que estarías con Ron.

—Sí, debería ir con él. Probablemente Harry nos necesite —miente.

No se atreve a mirarlo. ¿Qué pensaría él de lo que está haciendo? ¿Por qué pensaría que lo está haciendo?

¿Por qué? Esa es la pregunta. Sí, por los Weasley. Por Ron, por el chico al que quiere, se dice una vez más.

Molly Weasley se apoya en su marido, incapaz de sostenerse por sí misma. Ginny llora abrazada a Ron y este parece a punto de desmayarse.

Sin embargo, lo peor es la expresión de George. Se mantiene un paso por detrás de los demás. No llora, no se tambalea como los otros. Simplemente permanece allí, con la mirada perdida clavada en ese rostro frío…

—¿En qué piensas? —pregunta Fred.

—En tu familia.

Él la mira sin comprender.

—Todos están aquí. Todos. —La garganta se le seca pero se obliga a terminar. —¿Cómo te sentirías si alguno de ellos…?

Fred no duda ni un segundo al responder.

—Si alguno de los Weasley tiene que morir hoy espero ser yo —afirma con un fiero brillo en los ojos. Hermione no puede menos que admirar su valentía. Él sí es un verdadero Gryffindor.

—Desearía poder protegeros a todos… —la chica agacha la cabeza para que él no vea la humedad de sus ojos —…pero no puedo.

Por un momento Fred es incapaz de hacer ningún movimiento. Después de todo, lo ha tomado por sorpresa; no es propio de Hermione mostrarse vulnerable… ni ilógica.

—¿Por qué dices eso? —La estrecha entre sus brazos con fuerza justo cuando un nuevo temblor, más fuerte que todos los anteriores, los sacude. —Tú no tienes que hacer nada, Hermione. —Entierra la nariz en su cabello. —No te preocupes, estaremos bien. Te lo prometo.

Quiere gritarle. Quiere obligarle a que retire esa promesa, quiere prohibirle el hacer juramentos que no puede cumplir pero, al final, no hace nada. Solo se deja abrazar.

Ojalá pudiera decirle que no será así, que no tiene razón. Que ella sabe perfectamente lo que ocurrirá. Ojalá pudiera pedirle que se mantenga alejado de todo pero es consciente de que Fred nunca huiría, nunca se comportaría cobardemente.

—Sois todo lo que me queda… —susurra contra el pecho del pelirrojo. —Ahora que mi propia familia ni siquiera puede recordarme… sois todo lo que me queda. No puedo perderos. A ninguno.

Él no responde, solo la abraza con más fuerza. Permanecen así casi un minuto, ella temblando entre sus brazos y él tratando de consolarla. Ambos saben que no hay tiempo para ello, pero casi sin darse cuenta han construido un pequeño oasis de paz, un reducto lleno de calma antes de la tempestad.

Entonces un sonido desgarrador les perfora los oídos. Un enorme seísmo los sacude y hace temblar las paredes del castillo. Ambos se vuelven al unísono hacia la ventana y presencian horrorizados la caída del escudo que protege Hogwarts y, con él, la entrada en los terrenos del castillo de una gigantesca horda de mortífagos y carroñeros.

Fred la suelta de inmediato y ella se tambalea. Él da un par de pasos hacia atrás y comienza a alejarse antes de que Hermione pueda siquiera reaccionar.

—Cuida de Ron. —Es lo último que dice antes de echar a correr. Ella grita su nombre y, al no obtener respuesta, lo sigue. Sin embargo, Fred es bastante más rápido y conoce mucho mejor los secretos de Hogwarts. Pronto la chica lo pierde de vista; se da cuenta con horror de que él debe de haber tomado uno de los tantos pasadizos secretos del castillo y que, por lo tanto, ya no tiene posibilidad de alcanzarlo.

Mira a su alrededor con desesperación sin saber dónde buscarlo. Su mente parece haberse quedado completamente en blanco. Corre aterrorizada sin pensar siquiera adónde se dirige.

Se le acaba el tiempo.

Por primera vez se deja llevar por el pánico. Varita en mano avanza sin fijarse demasiado en lo que la rodea, pendiente solo de cualquier atisbo de cabello rojo brillante que pueda aparecer en su campo de visión.

En cierto momento Lupin pasa corriendo frente a ella. Hermione se detiene un momento sobresaltada comparando esa imagen tan llena de vida con la última que tiene de él: un cuerpo pálido y frío que yace sobre el suelo del Gran Comedor.

Una sucesión de rostros pasan por su mente en tan solo un segundo: Sirius, Dumbledore, Dobby, Hedwig, Lupin, Tonks, Ted… Fred.

Parece que esos pensamientos le dan fuerza porque, con una última y profunda respiración, todo rastro de embotamiento desaparece de su cabeza. Se da cuenta de que es precisamente ahora cuando debe mostrarse fuerte y segura de sí misma; no puede cometer errores. Demasiadas cosas dependen de ese momento.

Unos metros por delante de ella una de las ventanas estalla provocando una lluvia de cristales y un mortífago rubio se desliza a través de ella hasta encontrarse dentro del recinto. Sin dudarlo un instante, Lupin le hace frente. Hermione no puede evitar preguntarse si esta será su última batalla. Se siente tentada de permanecer a su lado para ayudarlo pero sabe que no puede hacerlo. Ella no ha venido por Lupin y, aunque le gustaría poder hacerlo, sabe que interferir tan ampliamente no traerá buenas consecuencias.

Solo uno, eso es lo que se hizo prometer a sí misma.

Solo un cambio. Solo una persona. Y ya había decidido quién sería.

Ahora que puede pensar con claridad no dejará que nada la detenga, no se permitirá dudar. No va a fallar.

Se dirige rápidamente hacia el lugar en el que sabe que encontrará a Fred, el sitio en el que todo puede terminar de nuevo para él. Inconscientemente se lleva la mano izquierda al cuello y juguetea con la cadena de oro que cuelga de él, rogando por llegar a tiempo.

Se encuentra casi al final del corredor cuando vislumbra una sombra por el rabillo del ojo. De forma instintiva se vuelve, justo a tiempo para bloquear un hechizo desmaius que ha lanzado una mortífaga de baja estatura. Al ver que no ha tenido éxito la bruja se prepara para lanzar un nuevo ataque pero, antes de que tenga oportunidad de hacer ningún movimiento, Hermione agita su varita y la gárgola que hay justo junto a la mortífaga explota en una decena de pedazos que golpean a la mujer dejándola inconsciente de inmediato.

Hermione sigue su camino. Solo quedan cuatro pasillos. Acelera el paso. Tres. Los gritos empiezan a oírse. No obstante, no parecen gritos de dolor, sino tan solo órdenes ladradas para hacerse oír unas sobre otras. Parece que la batalla aún no ha comenzado en el lugar al que se dirige. Deja escapar un suspiro de alivio y, aunque apenas puede respirar, avanza incluso con mayor rapidez. Un corredor. Solo tiene que doblar la esquina y…

Y entonces lo ve. Allí, de pie, aferrando su varita. Aún está lejos de ella, demasiado lejos.

Ella siente detenerse el mundo cuando un estrepitoso ruido sacude el castillo, las paredes se tambalean y el suelo se estremece de nuevo. Reconoce el hechizo de inmediato, el hechizo que lo matará.

Debió decírselo. Debió pedirle que se protegiera. Debió decirle que ella sabía lo que iba a pasar. Que ella lo había visto yaciendo entre los demás muertos.

Entonces, como si sintiera que ella lo observa, George alza el rostro y sus ojos se encuentran en medio del mar de dolor y tristeza. Ojos castaños moteados de verde.

La joven siente un escalofrío. Esa mirada no transmite nada. Nada. Está tan muerta como Fred. Es entonces cuando comprende que la guerra no solo les ha arrebatado a uno de los gemelos, sino a ambos. Que, sin Fred, George ha perdido una parte de sí mismo que nunca podrá recuperar.

No sabe cómo lo hizo, ni siquiera es consciente del momento en el que alza la varita y las palabras del conjuro salen de su boca con un aullido atemorizado. Todo lo que sabe es que, de pronto, por arte de magia, las inmensas rocas que están a punto de aplastarlo se detienen en el aire a escasos centímetros de la cabeza de Fred.

Sin siquiera pensarlo, con un nuevo movimiento de varita, las desplaza hacia un lado y las deja caer en el suelo.

Ha habido muertos. Ha habido muchos muertos… pero él está vivo.

Fred se vuelve y ella puede ver en su rostro la confusión mezclada con el miedo, el alivio y la incredulidad. Comprende perfectamente que ha estado a solo un paso de la muerte, sí, lo comprende a la perfección. Y también sabe que, si sigue respirando, es por ella.

En cuanto consigue reaccionar Fred se dirige hacia la muchacha. Hermione quiere acercarse también pero no puede hacerlo.

Lo ha conseguido. Ha conseguido aquello que se había propuesto y ahora debe irse. Calcula que solo le quedan unos minutos, puede que menos.

Fred está a solo unos metros de ella cuando la chica distingue una oscura figura tras él. Su silueta se recorta contra el inmenso agujero creado en el muro exterior de Hogwarts haciendo que en la garganta de Hermione se forme un inmenso nudo que le impide respirar.

Augustus Rookwood.

¿Y si él todavía no está a salvo? ¿Y si Rookwood encuentra otra manera de matarle? Abre la boca para gritarle que se dé la vuelta, que tenga cuidado, pero de ella no sale ningún sonido.

Y debe irse. Ya.

Trata de retroceder pero las piernas no le responden. Por detrás de ella, avanzan un centenar de alumnos que acaban de hacer su aparición dispuestos a enfrentar la nueva amenaza. Pronto la rodearán, la ahogarán. Asustada, con manos temblorosas, saca a tirones la pequeña cadena de debajo de su ropa. Sus ojos se detienen horrorizados en el objeto que cuelga de ella. Se le ha acabado el tiempo. Apenas quedan unos segundos.

Alza la mirada. A su alrededor, el mundo se mueve como a cámara lenta. Nadie la mira, nadie se fija en ella. Nadie excepto Fred, que está a solo dos metros de ella… y Rookwood.

El mortífago alza la varita con una enorme sonrisa de satisfacción. Un golpe de muñeca, unas palabras murmuradas y un chorro de luz verde sale en su dirección.

Reconoce la última de las maldiciones prohibidas y sabe que su último segundo en el pasado, será también el último segundo de su vida. Sin embargo, sonríe. Si esta es la consecuencia que debe pagar por sus actos, está conforme con ella. A fin de cuentas, a ella ya no le queda nada propio, ni siquiera una familia. Al menos, ha conseguido mantener intacta lo más cercano a ella que le queda: la de los Weasley.

Recuerda una vez más la expresión de Ron y la mirada vacía de George en el funeral de su hermano y se da cuenta de que nadie la llorará a ella de la misma manera. Así que, si ella ha de morir en lugar de Fred, lo acepta de buena gana.

Todo ello pasa por su mente en tan solo un instante. Mientras, sus dedos se deslizan por la cadena hasta que su puño se cierra en torno al giratiempo.

Ahora ya conoce las consecuencias de cambiar el pasado. De desafiar la historia.

Justo cuando el mundo comienza a desdibujarse ante sus ojos en su regreso al presente, la maldición la alcanza en el pecho.

—¡Hermione…!

Lo último que ve antes de desvanecerse es a Fred corriendo hacia ella, estirando los brazos para tratar de sujetarla. Y el horror reflejado en sus ojos castaños.

Continuará…