Hola! mucho tiempo sin verlos... para los que no me conocen soy Ghia y normalmente escribo historias de Rurouni Kenshin pero esta vez quise traerles una adaptación de una novel a da Garwood Julie... Adaptada a los personajes de Sakura Card Captor... Espero que la lean y que la disfruten...
LOS PERSONAJES DE ESTA HISTORIA NO ME PERTENECEN (aunque ya lo quisiera -_- ) SON PARTE DE CLAMP... Y LA HISTORIA COMO DIJE ESTA BASADA EN UNA NOVELA DE GARWOOD JULIE
CON LOS CREDITOS YA DICHOS, LEAN Y DISFRUTEN...
PD: Esta historia contendra lemon más adelante los menores de edad que decidan leer es bajo su responsabilidad yo cumplo con avisar!
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CAPITULO 1
Inglaterra, 1066
Nunca supo qué le había golpeado.
En un momento, el barón Shaoran estaba secándose el sudor de la frente con el dorso de su brazo vestido de cuero y al minuto siguiente se encontró tendido de espaldas en el suelo.
Ella le había derribado. Literalmente. Había esperado hasta que él se quitara el casco. Luego, había dibujado un círculo muy a lo alto, por encima de su cabeza, con la angosta tira de cuero. La pequeña piedra que se encon traba en el centro de su tirachinas improvisado había cobrado tanta veloci dad que era imposible seguirla a simple vista. El sonido que emitió el cuero al cortar el aire fue similar al grito de una bestia en agonía: medio gruñido, medio silbido. Sin embargo su objetivo había estado demasiado alejado como para escuchar el ruido, pues ella se había ocultado en las gélidas sombras matinales del sendero, a lo alto del paredón, mientras que él estaba mucho más abajo junto a la base de un puente levadizo de madera, a unos veinte metros, según sus cálculos.
El monumental normando le resultó un blanco sencillo. El hecho de que él fuera también el líder de los infieles que trataban de robar las posesiones de su familia había endulzado su concentración. Para ella, el gigante se habla convertido en Goliat.
Y ella era su David.
Pero a diferencia del héroe santo de la antigua leyenda, ella no había tenido intenciones de matar a su adversario. De haber sido ése su objetivo, habría apuntado directamente a la sien. No, ella sólo había querido golpear lo. Y por esa razón había escogido la frente. Dios mediante, tal vez le había marcado para el resto de sus días, a modo de recordatorio, por la atrocidad que él había cometido en ese lúgubre día de victoria.
Los normandos estaban ganando esa batalla. En una hora o dos más, irrumpirían en el santuario interno.
Ella sabía que era inevitable. Sus soldados sajones, desgraciadamen te, se encontraban en esos momentos en una desfavorable desigualdad numé rica. La única alternativa lógica que les quedaba era emprender la retirada. Sí, era ineludible, pero odiosamente exacerbante también.
Ese gigante normando era el cuarto hombre que el bastardo de William de Normandía le había enviado retándola en las últimas tres semanas, para apoderarse de su fortaleza.
Los tres primeros lucharon como niños. Tanto ella como los hombres de su hermano lograron reprimirlos con facilidad.
Pero éste era diferente. No se entregaría porque sí. Muy pronto, fue evidente que tenía mucho más temple que sus predecesores. Ciertamente, parecía mucho más astuto. Los soldados que tenía bajo su mando resultaron ser tan inexpertos como los que habían venido antes, pero el nuevo líder supo mantenerlos bien disciplinados y en sus puestos, hora tras hora.
Al finalizar el día, la victoria se la llevarían los detestables normandos. Sin embargo, su jefe estaría un poco mareado para disfrutar del triun fo. Ella se encargaría de eso.
Sonrió cuando le disparó la piedra.
El barón Shaoran había abandonado su corcel para sacar a uno de sus soldados del foso que rodeaba la fortaleza. El inepto soldado había tropeza do y cayó de cabeza en las profundas aguas del foso. Por la pesada armadura que llevaba no pudo mantener el equilibrio y estaba hundiéndose. Shaoran metió una mano, tomó una de las botas del joven soldado y le rescató de las turbias aguas. Con un ágil movimiento de la muñeca, arrojó al vasallo sobre un montón de hierba. Por la tos convulsiva del joven, Shaoran se dio cuenta de que ya no necesitaba más ayuda.
El hombre aún respiraba. Shaoran se había detenido para quitarse el casco y secarse el sudor de la frente cuando le alcanzó la pedrada.
Shaoran cayó de espaldas. Aterrizó a una distancia considerable de su caballo. Su estado de inconsciencia no fue muy prolongado. El polvo toda vía se materializaba en el aire cuando él abrió los ojos. Sus soldados corrían hacia él, para ayudarle.
Pero rechazó la ayuda. Se sentó y sacudió la cabeza, para liberarse del dolor y de la turbación que le confundía. Durante uno o dos minutos, ni siquiera pudo recordar dónde demonios estaba. La sangre manaba de un corte que tenía en la parte superior de la frente, sobre el ojo derecho. Tanteó los bordes de la herida y en ese momento llegó a la conclusión de que le faltaba un buen pedazo de carne.
No entendía qué le había golpeado. Por el tamaño de la herida, supo que no podía haberse tratado de una flecha. Pero, ¡maldición!, sentía que la cabeza le quemaba como el fuego.
Shaoran trató de olvidar el dolor y se concentró en la ardua tarea de ponerse de pie. La furia le abrumó. Juró por Dios que encontraría al bastardo que le había lastimado así y que le daría su merecido.
Esa idea le levantó el ánimo considerablemente.
El escudero del barón Li estaba de pie, sosteniendo las riendas de su corcel. Shaoran montó al animal y dirigió la mirada a lo alto de la muralla que rodeaba la fortaleza. ¿Su enemigo le habría disparado desde allí? La distancia era demasiado grande como para alcanzar a ver la sombra de una amenaza.
Volvió a calarse el casco.
Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que, en los diez o quince minutos que habían transcurrido desde que recibiera el golpe, sus soldados, al parecer, habían olvidado todo lo que él les había enseñado.
Kerberos, quien le sucedía en el mando temporalmente, tenía todo el contingente de hombres luchando como una unidad, cerca del extremo sur de la fortaleza. Las flechas les llovían desde lo alto de la muralla, haciendo imposible el avance.
Shaoran estaba indignado por semejante ineptitud. Los soldados mante nían sus escudos sobre la cabeza, para protegerse de las flechas, colocándo se una vez más en una postura defensiva. Estaban exactamente en la misma posición en la que el barón Li los había encontrado esa mañana, para iniciar esa tediosa misión.
Shaoran soltó un largo suspiro y luego volvió a tomar el mando.
Inmediatamente, cambió las tácticas para evitar perder el terreno que ya se habían asegurado. Apartó a sus diez hombres más fiables del murallón y, con ellos, se dirigió a una pequeña elevación de la fortaleza. Con una de sus espadas dio muerte a un soldado sajón que estaba apostado a lo alto del murallón, antes de que sus hombres tuvieran tiempo de colocarse en sus puestos. Luego, les ordenó hacerse cargo de la misión. Poco después, las murallas sajonas quedaron nuevamente desprotegidas.
Cinco de los hombres de Shaoran treparon los murallones y cortaron las cuerdas del puente, para bajarlo. Oh, Dios le amparase. Si hasta tuvo que recordar a uno de sus ansiosos voluntarios que se llevara la espada.
Shaoran fue el primero en cabalgar sobre las plataformas de madera del puente, blandiendo su espada, aunque en realidad, no hubo necesidad algu na. Tanto el murallón superior como el inferior y los espacios comprendidos entre ellos y el castillo propiamente dicho, estaban desiertos.
Inspeccionaron minuciosamente las barracas y los edificios externos, pero no hallaron ni siquiera un solo soldado sajón. Shaoran advirtió al instante que el enemigo había abandonado la fortaleza por algún pasadizo secreto. Ordenó a sus hombres que investigaran los murallones, para tratar de localizar esa salida. En cuanto la hallaran, él mismo se encargaría de sellar la.
Pocos minutos después, los normandos declararon la fortaleza pose sión de William, enarbolando la bandera del duque de Normandía en el más til del murallón.
Sus vistosos colores resaltaron en el cielo. El castillo perte necía ahora a los normandos. Sin embargo, Shaoran sólo había cumplido a medias sus objetivos. To davía tenía que hacerse con el premio y llevarla a Londres.
Sí, había llegado la hora de capturar a lady Sakura.
Llevada a cabo una intensa búsqueda en las instalaciones de la fortaleza, se encontraron varios sirvientes, a quienes llevaron a la rastra al patio exterior, para formarlos allí en un apretado círculo.
Kerberos, que era un poco más bajo que Shaoran, y sin la misma robustez ni tampoco las mismas cicatrices que delataban unas cuantas bata llas vividas, sostenía a uno de los sirvientes sajones por la parte posterior de la túnica. El hombre era bastante mayor, de cabellos canos y con la piel reseca y maltratada.
Shaoran ni siquiera tuvo tiempo de desmontar cuando Kerberos gritó:
-Este es el mayordomo, barón. Se llama Hacon. El fue el que contó a Yamazaki todo sobre la familia.
-Yo no he hablado con ningún normando -protestó Hacon-. Ni siquiera conozco a ninguna persona llamada así. Que me muera aquí mismo si estoy mintiendo -agregó, casi con descaro.
El "fiel" sirviente estaba mintiendo y se sentía bastante orgulloso por tener las agallas de fingir, dadas las siniestras circunstancias por las que estaba pasando. Sin embargo, el viejo aún no había levantado la vista para observar al líder normando. Estaba demasiado concentrado en el rubio caba llero que parecía pretender arrancarle la túnica.
-Sí, claro que has hablado con Yamazaki -objetó Kerberos-. El fue el primer caballero a quien se le encomendó la misión de apoderarse de este castillo y de capturar el premio. No te hará ningún bien mentir, viejo.
-¿Es el que se fue con la flecha clavada en la espalda? -preguntó Hacon.
Kerberos se puso furioso por el hecho de que el sirviente hubiera men cionado la humillación de Yamazaki. Obligó a Hacon a darse la vuelta. El sirviente se quedó sin aire cuando por fin vio al líder normando. Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para poder observar bien al gigante, que estaba cubierto de cuero y cadenas de acero. Hacon entre cerró los ojos, para prote gerse del resplandor del sol, que se reflejaba sobre la armadura del jefe nor mando, Ni el guerrero ni su magnífico semental negro se movieron, de modo que, por un instante, el sirviente tuvo la sensación de que estaba contemplan do una estatua de piedra.
Hacon mantuvo su compostura hasta que el normando se quitó el casco. En ese preciso momento creyó que iba a perder los estribos. El bárba ro le aterraba. Hacon sintió náuseas y experimentó la terrible necesidad de gritar implorando piedad. La expresión de los fríos ojos ambar del guerrero normando denotaban una profunda determinación y Hacon tuvo la plena convicción de que había llegado su fin. Sí, él me matará, pensó Hacon. Pro nunció un rápido Padre Nuestro. Pensó que se trataría de una muerte hono rable, pues estaba decidido a ayudar a su dulce patrona hasta las últimas consecuencias. Seguramente, Dios le daría la bienvenida en el Paraíso por proteger a una inocente.
Shaoran se quedó contemplando al tembloroso sirviente durante un lar go rato. Luego echó su casco a las manos del expectante escudero, bajó del corcel y entregó las riendas a un soldado. El semental reculó, pero una sola y breve orden de su amo sirvió para intimidar su sublevación.
Hacon sintió que se le aflojaban las rodillas. Cayó al suelo. Kerberos se agachó, le asió y le obligó a ponerse de pie nuevamente.
-Una de las mellizas está dentro de la fortaleza, arriba, barón -anunció Ingelram-. Está rezando en la capilla.
Hacon inhaló profundamente y luego exclamó:
-La iglesia fue incendiada y totalmente destruida en el último ataque del que fuimos vícti mas. -Su voz sonó como un murmullo estrangulado.- No bien la hermana Nadeshiko llegó de la abadía ordenó que se trasladara el altar a una de las recámaras internas de la fortaleza.
-Nadeshiko es la monja -explicó Kerveros-. Es tal como nos dijeron, barón. Son mellizas. Una es una santa, dedicada a servir al mundo y la otra es una pecadora, dedicada a causamos problemas.
Shaoran todavía no había articulado palabra. Siguió mirando fijamente al sirviente. Hacon no pudo soportar mirar a los ojos al líder durante mucho tiempo. Clavó la vista en el suelo, apretó las manos y susurró:
-La hermana Nadeshiko se vio atrapada en medio de esta guerra entre sajones y normandos. Es una inocente, que sólo desea poder volver a su abadía.
-Yo quiero a la otra.
La voz del barón fue suave, pero escalofriante. El estómago de Hacon volvió a revolverse.
-El quiere a la otra melliza -vociferó Kerberos. Su intención fue la de hacer otra acotación, pero al ver la expresión en la mirada de su jefe, se dio cuenta de que lo más inteligente era cerrar la boca.
-La otra melliza se llama Sakura -dijo Hacon. Inhaló profundamente antes de proseguir-. Ella se ha marchado, barón.
Shaoran pareció no exteriorizar reacción alguna ante la noticia. Kerberos, en cambio, no pudo contener su irritación.
-¿Y cómo pudo haberse ido? -preguntó, con otro bramido, mientras daba semejante empe llón al criado que le hizo caer de rodillas al suelo.
-Hay muchos pasadizos secretos ocultos en las gruesas paredes de esta fortaleza -confesó Hacon-. ¿Acaso no se dieron cuenta de que no había ningún soldado sajón cuando cruzaron el puente levadizo? La señorita Sakura se fue con los hombres de su hermano hace ya una hora.
Kerberos vociferó un improperio, frustrado. En un intento por descar gar su ira, volvió a empujar al criado.
Shaoran avanzó un paso con la mirada fija en su vasallo.
-No me demues tra sus fuerzas cuando maltrata a un anciano indefenso ni tampoco su habilidad para controlar su entusiasmo cuando interfiere en mi interrogatorio.
El vasallo se sentía humillado. Inclinó la cabeza frente a su barón y ayudó al sirviente sajón a ponerse de pie.
Shaoran esperó a que el joven soldado se alejara un paso del hombre mayor. Entonces, volvió a mirar a Hacon.
-¿Durante cuánto tiempo ha prestado servicio en esta fortaleza?
-Ya hace veinte años -contestó Hacon. Hubo orgullo en su voz al agregar-: Siempre me han tratado muy justamente, barón. Me han hecho sentir tan importante como si hubiera sido uno más de ellos.
-¿Y después de veinte años de justo trato ha decidido traicionar a su patrona precisamente ahora? -Meneó la cabeza, disgustado.
-No sacrificarás de ese modo tu lealtad, Hacon, pues tu palabra no me inspira ninguna confianza.
Shaoran no desperdició ni un solo minuto más de su tiempo con el cria do. Con paso decidido, se encaminó hacia las puertas de la fortaleza. Hizo a un lado a sus ansiosos hombres y entró.
A Hacon se le indicó que se uniera a los demás criados, para que siguiera preocupándose por su destino, mientras Kerberos salía corriendo tras su señor.
Shaoran fue metódico en su búsqueda. El primer piso del castillo estaba cubierto de ripio. Había basura por doquier. La larga mesa colocada en el extremo de la sala estaba tumbada y la mayoría de los bancos habían sido destruidos.
La escalera que conducía a los cuartos de la planta superior aún esta ba intacta, aunque a duras penas. Los escalones de madera parecían resbaladizos, por el agua que chorreaba de las paredes. Era peligrosa, debido a su estrechez. Además, la mayor parte de la barandilla había sido arrancada y lo que quedaba de ella colgaba sobre un lado. En consecuencia, si uno de los hombres tropezaba, no tenía de dónde asirse para impedir la caída.
El segundo piso se hallaba en condiciones tan penosas como el prime ro. El viento entraba con todas sus fuerzas por un boquete, que se había abierto en el centro del muro del fondo, por el que fácilmente pasaba un hombre. El aire era terriblemente cruel por el viento invernal que se filtraba desde afuera. Un largo y oscuro pasillo partía desde lo alto de las escaleras en dirección opuesta a ellas.
No bien Shaoran terminó de subir, Kerberos se apresuró a tomar la delantera y, torpemente, sacó su espada. Era obvio que el vasallo tenía inten ciones de proteger a su señor. Sin embargo, los tablones de los suelos esta ban tan resbaladizos como los peldaños de las escaleras. Kerberos perdió su espada y el equilibrio y salió volando hacia el agujero.
Shaoran alcanzó a sujetarle por la nuca y le arrojó en dirección contra ria. El súbdito aterrizó con un golpe seco, contra la pared interna. Se sacudió como si hubiera sido un perro mojado para dejar de temblar como una hoja y, recogiendo la espada que se le había caído, salió nuevamente atrás su jefe.
Shaoran meneó la cabeza ante el ridículo y torpe intento del vasallo por protegerle. Ni siquiera se molestó en desenvainar su espada cuando empezó a caminar por el corredor. Cuando se encontró con la primera habitación y vio que la puerta estaba bloqueada, simplemente, la abrió de un puntapié. Asomó la cabeza por el bajo dintel y entró.
La sala era un dormitorio, en el que había seis velas encendidas. Esta ba vacía, a excepción de una joven criada que estaba muerta de miedo, acu rrucada en un rincón.
-¿A quién pertenece esta habitación? -preguntó Shaoran.
-A la señorita Sakura -se oyó la respuesta, en un débil susurro.
Shaoran se tomó su tiempo para estudiar el cuarto. Le llamó la atención el estilo austero del ambiente y el orden que allí reinaba. No se había dado cuenta de que las mujeres podían vivir sin un montón de cosas a su alrede dor. Si bien su experiencia sólo se limitaba a sus cuatro hermanas, eso le basta ba y le sobraba para llegar a tal conclusión. No obstante, en la recámara de lady Sakura no había cosas amontonadas. En el centro de la alcoba, había una enorme cama, apoyada contra una de las paredes, con los cortinados de Borgoña recogidos. La chimenea estaba en la pared-contraria. En un rincón, había una cómoda baja, hecha en finísima madera de secoya.
No había ni una sola prenda colgada en los percheros, como para que Shaoran tuviera una idea del tamaño de la mujer. Se volvió para retirarse del cuarto, pero se dio cuenta de que su vasallo le bloqueaba la salida. Una sola mirada suya bastó para eliminar el obstáculo.
La segunda puerta también estaba cerrada por dentro. Shaoran estuvo a punto de abrirla de un puntapié, cuando oyó que le quitaban el cerrojo.
Una joven sirvienta abrió la puerta. Tenía el rostro cubierto de pecas y de terror. Trató de hacer una reverencia frente a él, pero sólo pudo concre tar a medias el saludo formal, cuando le miró bien a la cara. Soltó un grito y salió corriendo hacia el otro extremo de la enorme habitación.
La sala estaba completamente iluminada por los candelabros. Un al tar de madera, cubierto con un lienzo blanco, había sido colocado frente a la chimenea. Sobre el suelo, frente al altar, había taburetes acolchados con cuero para arrodillarse.
Shaoran vio a la monja de inmediato. Estaba hincada, con la cabeza gacha, mientras pronunciaba sus oraciones y las manos unidas debajo del crucifijo que colgaba de una fina tira de cuero que llevaba alrededor del cuello.
Estaba toda vestida de blanco, desde el largo velo que cubría su cabe llo hasta el calzado. Shaoran se quedó parado en la puerta esperando que ella se percatara de su presencia. Como no había ningún cáliz sobre el altar, él no hizo la genuflexión correspondiente.
La criada tocó tímidamente el hombro delgado de la monja, se agachó y le murmuró al oído.
-Hermana Nadeshiko, el líder normando ha llegado. ¿Nos rendimos ahora?
La pregunta pareció tan ridícula que Shaoran por poco se echó a reír. Hizo un gesto a Kerberos, para que guardara la espada y avanzó hacia el interior de la alcoba. Dos sirvientas estaban de pie, junto a la ventana cubier ta con piel, situada al otro lado de la habitación. Una de ellas tenía un bebé en los brazos. El lactante succionaba diligentemente sus puñitos.
La atención de Shaoran volvió a concentrarse en la monja. Desde el sitio en el que estaba sólo alcanzó a ver el perfil de la religiosa. Por fin se hizo la señal de la cruz, indicando que ya había concluido con sus oraciones y grácilmente se puso de pie. En cuanto ella se levantó, el bebé dio un agudo alarido y estiró los brazos hacia ella.
La monja hizo un ademán con la cabeza en dirección a la criada, para indicarle que se retirase, y tomó al bebé en sus brazos. Le besó la frente y se volvió hacia Shaoran.
El líder normando aún no había podido verle bien el rostro, pues la hermana mantenía la cabeza gacha. Sin embargo, se sintió muy complacido por sus suaves modales y el dulce murmullo con el que trataba de tranquili zar al pequeño. Este tenía el cabello castaño, y tan duro que literalmente le quedaba estirado como alambre, lo que le daba un aire muy gracioso. Se acurrucó contra la religiosa, muy satisfecho, y siguió chupán dose los puños. Hacía ruidos constantes, que sólo se interrumpían por algún bostezo ocasional.
Nadeshiko se detuvo sólo cuando estuvo a unos treinta o cincuenta cen tímetros de Shaoran. Apenas si le llegaba hasta los hombros, y se dijo lo frágil y vulnerable que aparentaba ser.
Y cuando por fin la monja levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos, Shaoran ya no pudo pensar.
Era exquisita. Francamente, tenía el rostro de un ángel. Su cutis era perfecto. Sus ojos le fascinaron, por esa bellísima tonalidad de verde. Shaoran imaginó que estaba frente a una diosa que sólo había bajado a la Tierra con la misión de cautivarle. Tenía las cejas castaño claro armoniosamente escul pidas en arcos no muy pronunciados, una nariz maravillosamente recta y los labios carnosos, rosados y terriblemente atractivos.
Shaoran advirtió que estaba reaccionando físicamente frente a esa pre sencia femenina, hecho que le molestó sobremanera. Su repentina falta de disciplina le asombró. El suspiro que escuchó denotó a las claras que Kerberos estaba viviendo la misma experiencia frente a aquella mujer tan hermosa. Shaoran se volvió hacia su vasallo, para dirigirle una mirada represiva, antes de volver a concentrarse nuevamente en la monja.
Nadeshiko estaba consagrada a la Santa Iglesia y, por lo tanto, no debía ser considerada como un objeto de deseo, por el amor de Dios. Al igual que su superior, William de Normandía, Shaoran honraba a la Iglesia y protegía al clero cuanto le fuera posible.
Soltó un prolongado suspiro.
-¿De quién es este niño? -preguntó, intentando poner en orden sus ideas sobre la mujer.
-El bebé es de Naoko -contestó, con una voz ronca que a Shaoran le pareció increíblemente excitante. Se dirigió hacia la sirvienta de cabellos oscuros que estaba en las sombras. De inmediato, la mujer avanzó un paso-. Naoko ha sido, una fiel criada durante muchos años. El nombre de su hijo es Toma.
La monja miró al bebé y se dio cuenta de que estaba tirándole del crucifijo. Se lo quitó antes de volver a mirar a Shaoran.
Sus miradas se encontraron durante un rato largo y silencioso. Ella masajeó los hombros del pequeño con movimientos circulares, pero en nin gún momento dejó de mirar a Shaoran.
En su expresión, hubo una ausencia total de miedo. Casi omitió repa rar en la larga cicatriz que Shaoran tenía en la mejilla, en forma de hoz. Ya él le asombró esa indiferencia, pues estaba habituado a que las mujeres reac cionaran de una manera muy distinta la primera vez que le veían. Pero al parecer, esa desfiguración no parecía molestar en absoluto a la religiosa. Eso le produjo un gran placer.
-El color de ojos de Toma es exactamente igual al suyo –señaló Shaoran.
Pero de inmediato se dio cuenta de que la comparación no era real. Los ojos del bebé eran de un verde muy bonito, pero los de Nadeshiko eran hermosos.
-Muchos sajones tienen los ojos verdes -contestó ella-. Dentro de una semana, Toma cumplirá ocho meses. ¿Tendrá la suerte de llegar a esa edad, normando?
Como la monja formuló la pregunta en un tono muy suave y sumiso, Shaoran no se sintió ofendido.
-Nosotros, los normandos, no matamos a ni ños inocentes -respondió.
Nadeshiko asintió y luego le honró con una sonrisa. Su corazón aceleró las pulsaciones ante el inesperado gesto. Nadeshiko tenía un encantador ho yuelo en la mejilla y, ¡Dios!, cómo le hechizaban sus ojos. Por fin decidió que no eran verdes, sino esmeralda. Del mismo color exactamente hermosa piedra preciosa que conocía.
Íntimamente, admitió que debía controlar sus pensamientos. Estaba actuando como un ignorante, como un lelo. Y se sentía así también.
Ya estaba demasiado viejo como para esos sentimientos.
-¿Cómo es que ha aprendido a hablar nuestro idioma tan bien? -le preguntó, también con voz ronca.
Ella pareció no advertirlo.
-Hace seis años, uno de mis hermanos fue a Normandía con Harold, nuestro rey sajón -respondió-, Cuando volvió, insistió en que todos aprendiéramos este idioma.
Kerberos se acercó a su barón, para ponerse de pie junto a él.
-¿Su hermana melliza se le parece? -gruñó.
La monja se volvió para mirar al soldado. Parecía estar calculándole las medidas. Su mirada fue intensa, imperturbable. Shaoran notó que Kerberos se había puesto tan colorado de vergüenza ante el minucioso escrutinio que no pudo mantenerle la mirada durante mucho tiempo.
-Sakura y yo somos idénticas físicamente -contestó ella por fin-. Muchos ni siquiera pueden diferenciamos. Sin embargo, nuestras disposi ciones son como el día y la noche. Por mi naturaleza, tengo una tendencia a aceptar las cosas, pero mi hermana, no. Ha jurado morir antes de entregarse a los invasores de Inglaterra. Sakura tiene la firme convicción de que sólo es una cuestión de tiempo que ustedes los normandos se rindan por fin y vuelvan a sus tierras. Esa es la verdad y yo temo por la seguridad de mi hermana.
-¿Usted sabe adónde fue lady Sakura? -preguntó Kerberos-. Mi barón tiene que saberlo.
-Sí -contestó. Mantuvo la vista fija en el vasallo-. Si su barón me asegura que no harán daño a mi hermana, yo les revelaré su destino.
Kerberos resopló audiblemente.
-Los normandos no matamos mujeres. Las domamos.
Shaoran tuvo deseos de arrojar a su vasallo por la puerta de un punta pié, cuando le escuchó hacer el arrogante comentario. Pero advirtió que la monja no le hizo demasiado caso. Su expresión se tomó sediciosa, pero sólo por un breve segundo. Su ira desapareció al instante y, en su lugar, apareció una máscara de serenidad.
De pronto, Shaoran levantó la guardia. Aunque no podía explicar el porqué de sus sospechas, supo que algo no cuadraba.
-A su hermana no le pasará nada -dijo Shaoran.
Ella pareció aliviada. Entonces, Shaoran se dio cuenta de que el enfado de Nadeshiko había sido una reacción al temor por su hermana.
-Sí –explicó Ingelram con gran entusiasmo-. Sakura es el premio del rey.
-¿El premio del rey?
Entonces a Nadeshiko le fue casi imposible disimular su fastidio.
-No entiendo a qué se refiere. El rey Harold está muerto.
-Su rey sajón es el que está muerto -explicó Kerberos-, pues nues tro duque William de Normandía está en estos momentos camino de Londres y pronto será nombrado rey de toda Inglaterra. Tenemos órdenes de llevar a Sakura a Londres lo antes posible.
-¿Con qué propósito? -preguntó ella.
-Su hermana es el premio del rey. Es decir, él desea ofrecerla como premio para un noble caballero. -La voz de Kerberos denotó un gran orgu llo, al acotar.- Ese es un gran honor.
Nadeshiko meneó la cabeza.
- Todavía tiene que explicarme por qué mi hermana habrá de convertirse en el premio del rey -murmuró-. En primer lugar, ¿cómo se ha enterado su WiIliam de la existencia de Sakura?
Shaoran no estaba dispuesto a permitir que Kerberos informara más de la cuenta a la monja, pues la verdad sólo perturbaría a la dulce mujer.
-Tiene mi palabra de que no le haremos daño a su hermana -volvió a prometer a Nadeshiko-. Ahora dígame adónde fue. Usted no tiene idea de los peligros que existen fuera de estas paredes. Tarde o temprano la atra parán y, desgraciadamente, hay algunos normandos que no la tratarán con gentileza.
Por supuesto que Shaoran había disfrazado la verdad para no hacer sufrir a la inocente mujer. No le encontró sentido a darle una explicación detallada de las atrocidades de las que su hermana melliza sería víctima si la hallaban sus indisciplinados soldados. Quería proteger a la monja de las duras realidades de la vida, mantener su inocencia al margen de los pecados mundanos. No obstante, si ella se negaba a revelarle el paradero de su her mana, tendría que ser más violento.
-¿Usted me da su palabra de que irá a buscar a Sakura personal mente? ¿Que no delegará esa misión a manos de uno de sus súbditos? -¿Es importante para usted que sea yo quien vaya?
Nadeshiko asintió.
-Entonces, le doy mi palabra -dijo-. Aunque me pregunto, ¿qué diferencia tendría para usted que vaya yo o que envíe a uno de mis solda dos... ?
- Yo creo que usted actuará con honor en el trato con mi hermana -le interrumpió ella-. Ya me ha prometido que no harán daño a Sakura. -Volvió a sonreír.- Jamás habría llegado a detentar un cargo tan alto si hubiera tenido por costumbre faltar a su palabra. Además, es usted conside rablemente mayor que los soldados que tiene a sus órdenes o, al menos, eso es lo que me dijo uno de los sirvientes. Creo que usted es un hombre paciente y juicioso. Tendrán que capturar a Sakura, porque ella puede ponerse muy difícil cuando se enoja. Por otra parte, es una muchacha muy inteligente.
Antes que Shaoran pudiera rebatir los comentarios, Nadeshiko se volvió y se encaminó hacia las dos mujeres que estaban de pie junto a la ventana. Entregó el bebé a la tal Naoko y luego murmuró instrucciones a la otra.
Se volvió hacia Shaoran.
-Voy a revelarle el paradero de mi hermana no bien le haya curado la herida -anunció-. Tiene un corte bastante signi ficativo en la frente, barón. Voy a limpiar la herida y a colocar una venda. Siéntese. Sólo le robaré uno o dos minutos de su tiempo.
Shaoran estaba tan sorprendido por su consideración y gentileza que no supo cómo reaccionar. Había empezado a negarse, meneando la cabeza, pero al instante, cambió de opinión. Por fin se sentó. Kerberos se quedó de pie, en la puerta, observando.
La sirvienta colocó un recipiente con agua caliente sobre la cómoda que estaba junto al banco que Shaoran ocupó. Nadeshiko, mien tras tanto, tomó varias vendas blancas y limpias.
El banco desapareció bajo la robusta figura del barón. Tenía sus lar gas piernas bien extendidas hacia adelante. Danielle se colocó entre ellas, a la altura de los muslos.
Shaoran advirtió que las manos de la monja temblaban cuando sumer gió la venda en el agua. No le dijo ni una sola palabra mientras realizaba la cura. Pero cuando la herida estuvo bien limpia, aplicó ungüento y le pregun tó cómo se había lastimado.
-Una piedra, tal vez -contestó él, encogiéndose de hombros-. No tiene ninguna importancia.
La sonrisa de Nadeshiko fue muy dulce.
-Creo que, tal vez, tuvo im portancia en su momento. Vaya, el golpe debe de haberle atontado, por lo menos.
Pero Shaoran casi no podía prestar atención a lo que estaba diciéndole. ¡Rayos!, olía tan bien. Al parecer, no podía concentrarse en otra cosa más que en la bella mujer que estaba tan próxima a él. Le distraía esa suave fragancia a rosas y también el crucifijo cobijado entre sus senos. Se quedó observando el sagrado objeto hasta que pudo dominar la reacción que ella le provocaba. No bien Nadeshiko retrocedió, él se puso de pie.
-Mi hermana ha ido a la fortaleza del barón Yamato -le a sólo tres horas de aquí, hacia el norte. Yamato juró resistirse a los normandos y la intención de Sakura es la de unirse a la lucha de los leales soldados de nuestro hermano.
Un grito se oyó desde la puerta, interrumpiendo la conversación. Uno de los soldados de Shaoran le requería.
-Quédate con ella -ordenó a Kerberos.
El guerrero ya había salido cuando escuchó la ferviente respuesta del vasallo.
-La protegeré con mi vida, barón. Pongo a Dios como testigo de que nadie la tocará.
El suspiro de Shaoran hizo eco en el pasillo. Pensó para sí: "Dios me salve de estos soldados tan ansiosos". Sabía que, de no haber tenido la ben dición de ser dotado de una infinita paciencia, habría estrellado la ignorante cabezota de Kerberos contra la pared del castillo. Y lo más triste era que había tenido deseos de hacer eso demasiadas veces en el transcurso de la última hora.
Otro joven soldado estaba esperando a Shaoran a lo alto de las escale ras.
-En este momento están en plena batalla, barón, al sur de la fortaleza. Desde la senda superior puede verse que los perros sajones tienen rodeados a nuestros soldados normandos. Los colores del estandarte nos indican que el pequeño contingente pertenece al barón Eriol. ¿Vamos a ayudarle?
Shaoran abandonó la fortaleza y subió personalmente a la senda supe rior para analizar la situación. El soldado que había informado de la batalla le siguió. Desgraciadamente, tenía tan poca experiencia y tanto entusiasmo como Kerberos. La falta dé una y el exceso de otro conformaban una peli grosa combinación.
-¿Se da cuenta usted, barón, cómo los sajones han hecho retroceder a nuestros soldados? -preguntó el joven.
Shaoran meneó la cabeza.
-Tú miras, pero no ves -masculló-. Los hombres de Eriol están usando la misma táctica que empleamos en nuestra batalla cerca de Hastings. Nuestros soldados están llevando a los sajones a una trampa.
-Pero es innegable que las posibilidades están en favor de los sajones. Sus hombres triplican a los nuestros...
-La cantidad es completamente insignificante -le contradijo Shaoran. Suspiró profundamente, recordó que era un hombre de gran paciencia y lue go se volvió para mirar al soldado de cabello oscuro-. ¿Cuánto hace que formas parte de mi ejército?
-Casi ocho semanas ya.
La irritación de Shaoran desapareció instantáneamente. Debido a todos los preparativos necesarios para invadir Inglaterra, no hubo tiem po para entrenar a los soldados.
-Tu ignorancia es admisible -anunció, dirigiéndose hacia las escaleras-. Ayudaremos a los hombres de Eriol, pero sólo porque sentimos amor por la guerra y no porque ellos la nece siten. Los soldados normandos son bastamente superiores, en cualquier batalla. No dude que los hombres de Eriol resultarían victoriosos, aun sin nuestro apoyo.
El joven soldado asintió con la cabeza y luego preguntó a su barón si podía ir a luchar junto a él. Shaoran le concedió el permiso. Dejó veinte solda dos en la fortaleza y salió a caballo con el resto de los hombres. Como en el castillo sólo había mujeres, niños y sirvientes, decidió que Kerberos podía mantener el orden allí sin problema alguno.
Con la batalla recuperó fuerzas, aunque a criterio de Shaoran, se acabó demasiado pronto. Como era un cínico por naturaleza, le pareció extraño que en cuanto él y sus hombres se unieron a las filas de los combatientes, los sajones, que doblaban en número a sus soldados, se desparramaron como lobos salvajes en las colinas. ¿Habrían empatado la batalla si él no hubiera aparecido en escena? Shaoran, cansado por la falta de sueño, concluyó con arrogancia que estaba preocupándose más de lo debido por la retirada de los sajones. El y sus hombres se pasaron otra hora más encontrando infieles en los escondrijos antes de abandonar la cacería.
Shaoran se sorprendió al descubrir que Eriol, su amigo y compañero del mismo rango que él, bajo las órdenes de William, estaba liderando el contingente, en lugar de estar luchando junto a su jefe en el ataque final a Londres. Cuando Shaoran hizo el comentario a Eriol, éste le explicó que le habían enviado al norte para reprimir a los rebeldes del lugar. Regresaba de Londres cuando los sajones le atacaron.
Eriol llevaba más de cinco años a Shaoran y varias cicatrices marcaban su cuerpo y rostro.
-En mi unidad sólo quedan los soldados menos calificados -confe só Eriol, con voz fatigada-. Los más experimentados han sido enviados para que se anticipen a William. Admito, Shaoran, que no tengo tu paciencia para entrenar a mis hombres. De no haber sido por la advertencia de nuestro informador, creo que habría perdido a la mayoría de ellos ya. El espía sajón nos alertó en el momento preciso y por esa razón la emboscada no fue tan efectiva como pudo haber sido. Mis soldados todavía no han sido entrena dos. -Eriol se inclinó hacia adelante y, con un tono de voz que sólo emplea ba para hacer confesiones, susurró:- Dos de mis hombres han extraviado sus espadas. ¿Puedes creer que puedan cometer semejante pecado? Tendría que matar a esos tontos y ahorrarme todos los agravios. -Soltó un suspi ro.- Con tu permiso, solicitaré a William que traslade a unos cuantos de mis soldados-niños a tus filas para que reciban el entrenamiento adecuado.
Ambos barones, rodeados por sus tropas, emprendieron el regreso a la fortaleza.
-¿Quién es el informante que me has mencionado? –preguntó Shaoran-. ¿Y por qué confías en él?
-El hombre se llama James y no he dicho que confíe en él-contestó Eriol-. Ha demostrado ser fiable hasta el momento, pero nada más. Me ha dicho que los demás sajones le odian porque se le ha encomendado la des agradable tarea de recaudar impuestos. James conoce muy bien a las distin tas familias de la zona, pues se ha criado aquí. También conoce cuáles son los escondites favoritos. ¿No crees que en esta última hora el viento ha esta do azotándonos terriblemente, Shaoran? -preguntó Eriol entonces, cambian do de tema, mientras se colocaba la capa sobre los hombros-. En este mo mento, siento que el viento me carcome hasta los huesos.
Shaoran casi ni se había dado cuenta de que hacía frío. Caía una fina nevisca, pero no era lo suficientemente espesa como para formar una capa en el suelo.
-Tienes huesos viejos, Eriol, y por eso tienes frío. -Sonrió a su amigo para suavizar el insulto.
Eriol le correspondió con otra sonrisa.
-¿Viejos, has dicho? Cambiarás de opinión cuando te enteres de mis sorprendentes victorias sobre los sajones.
El arrogante militar comenzó a relatar sus anécdotas, metódicamente, detalle por detalle. Fue una serie de triunfos que había logrado en nombre de William. No acabó de jactarse con sus historias hasta que llegaron al patio del castillo.
Kerberos no estaba allí para recibir a su jefe, por lo que Shaoran dedujo que su vasallo estaría todavía arriba, idolatrando a la monja.
Con sólo recordar a aquella mujer sajona, Shaoran se incomodaba...Había algo en ella que le perturbaba, pero aún no podía determinar de qué se trataba.
Tal vez, pensó, sería por su gran atractivo. Era una injusticia, a su juicio, que una dama tan bella estuviera consagrada a la Iglesia. Tendría que pertenecer a un hombre.
Shaoran decidió por fin que lo que le hacía pensar de ese modo era el cansancio que sentía. Entró en la fortaleza, junto a Eriol. Ya habían dispues to que éste y sus hombres se quedaran a pasar la noche en el castillo, pues estaba a punto de anochecer.
Eriol parecía exhausto y estaba helado hasta los huesos. Shaoran orde nó que se encendiera el fuego para que su amigo se recuperase y solicitó que el informante del que Eriol había hecho mención se presentase ante él.
-Me gustaría formularle algunas preguntas sobre esta casa -explicó.
De inmediato, enviaron a uno de los soldados para que trajera al sajón. Uno o dos minutos después, Kerberos entró muy apurado en el salón. El soldado de rubia cabellera patinó hasta detenerse abruptamente junto a su barón, frente al que hizo la reverencia correspondiente. Se preparó para ex plicar los motivos de su llegada.
Shaoran le interrumpió con una orden sucinta.
- Tráeme a la monja. Quiero interrogarla ahora.
Kerberos pareció azorado por la orden. Palideció visiblemente. Shaoran estaba a punto de empujar violentamente a su vasallo para que se apresurara a cumplir las órdenes, cuando algo en la puerta le llamó la atención. El soldado a quien Eriol había enviado afuera, regresaba con el informante en ese momento. El Judas sajón estaba vestido con prendas que no le sentaban en lo más mínimo, un claro indicativo de su degradación social. La túnica marrón que llevaba arrastraba por el suelo y tenía manchas de barro. Shaoran le comparó con una lechuza. Era bajo, con los hombros caídos y los párpados le pesaban tanto por el exceso de pliegues de piel que daba la sensación de que jamás podría abrirlos. Sí, claro que parecía una lechuza, pero tenía el corazón de un buitre por traicionar a sus compatriotas, pensó Shaoran con desdén.
-Pasa, James -ordenó Shaoran.
El sajón acató la orden. Cuando llegó junto a los militares normandos, hizo una reverencia exagerada.
-Siempre seré vuestro más fiel servidor, caballeros.
Shaoran estaba de pie junto a Eriol, frente a la chimenea, con las manos entrelazadas sobre la espalda. Eriol se cobijaba en la capa de lana que le cubría los hombros, en un intento por evitar los escalofríos que le agobiaban. Shaoran notó que su rostro estaba demasiado macilento y sus ojos tenían un aspecto febril. Al instante ordenó que trajeran una silla para él.
-Traiga una generosa copa de cerveza para su barón -gritó a uno de los hombres de Eriol, que hacía guardia junto a la puerta-. Que uno de los sajones beba el primer sorbo. Si no se muere, sabremos que la cerveza no está envenenada.
Eriol protestó por la orden de Shaoran.
-Estoy tan sano y fuerte como tú -masculló-. Yo me encargo de mis propios deseos.
-Sí, estás tan sano como yo -coincidió Shaoran-. Pero en el transcurso de esta última semana, has peleado en el doble de batallas que yo. -Por supuesto que eso era mentira, pero la intención de Shaoran era no ofender el orgullo de su amigo.- Yo también estaría exhausto si hubiera conseguido la mitad de las victorias en nombre de William.
Eriol, a regañadientes, aceptó las teorías de Shaoran.
-La verdad es que estarías agotado.
La coraza del orgullo de Eriol se desvaneció por completo. Shaoran mantuvo la sonrisa mientras volvía a concentrar la atención en el informan te. Como el infiel había hablado un idioma sajón muy gutural, Shaoran le interrogó con bastante consideración.
-Cuéntame todo lo relacionado con esta casa -le ordenó-. Empieza por los padres. ¿Es cierto que ambos han muerto?
El sajón se corrió a un lado, al ver que uno de los sirvientes traía una silla de respaldo alto, para colocarla frente a la chimenea. Esperó a que Eriol se acomodara en ella para contestar.
- Sí, milord. Los padres están muertos. Fueron enterrados en el solar de la familia, en la cima de la colina que está al norte.
James comenzó a sentir dolor de cuello, por tener que echar la cabeza hacia atrás, para poder mirar al normando a los ojos. Cuando la contractura le molestaba demasiado, optaba por mirar al suelo. Esta alternativa le resul tó doblemente gratificante pues, al mismo tiempo, le servía para relajar la opresión que sentía en el pecho, cada vez que miraba directamente al gigan tesco militar. James debió reconocer que sus ojos eran tan aterradores como la espeluznante cicatriz que cubría la mayor parte de su mejilla derecha. La fría y dura expresión de su mirada le intimidaba mucho más que su tamaño o sus marcas.
-Ahora, háblame del resto de la familia -exigió Shaoran.
James se apresuró a responder.
-Hay dos hermanos varones. Clow es el mayor de los hijos. Según se ha informado, murió en la batalla del norte; pero aún no ha podido comprobarse fehacientemente.
-¿Y qué hay del otro hermano?
-Se llama Touya. Es el menor de la familia. Fue herido en la misma batalla. Las monjas están cuidando de él en la abadía. Pero se cree que no sobrevivirá. Sus heridas fueron muy graves.
Kerberos seguía de pie junto a su barón. De pronto,Shaoran se volvió hacia él.
-¿Acaso no te he ordenado que me trajeras a la monja? -pregun tó, todavía hablando en sajón.
Kerberos le contestó en el mismo idioma.
-No sabía que usted quería interrogarla, barón.
-No es asunto tuyo enterarte de cuáles son mis planes, Kerberos. Tú tienes que obedecer sin hacer ninguna pregunta.
Kerberos respiró profundamente.
-Ella no está aquí -exclamó.
Shaoran resistió la tentación de estrangular a su vasallo.
-Explícate -le ordenó violentamente.
Kerberos debió invocar todo el coraje que tenía para mirar a su supe rior a los ojos.
-La hermana Nadeshiko solicitó una escolta para que la acom pañara de regreso a la abadía. Había prometido a sus superioras que volve ría antes del anochecer. Además, estaba muy preocupada por el estado de salud de su hermano. Como es el menor de la familia, siente una gran res ponsabilidad por él.
Mientras Kerberos le daba toda la explicación, deteniéndose por mo mentos, Shaoran no denotó reacción alguna. Kerberos no tenía ni la más remo ta idea de lo que su jefe estaba pensando. Esa incógnita le afinó la voz cuan do prosiguió.
-Las heridas que recibió su hermano son una amenaza para su vida, barón, y ella quería velar por él, junto a su lecho, durante toda la noche. Prometió que volvería a la fortaleza mañana a primera hora. Segura mente entonces le responderá todas las preguntas que quiera, barón.
Shaoran debió inspirar profundamente, para tranquilizarse, antes de poder volver a hablar.
-¿Y si no regresa a la fortaleza por la mañana? -pregun tó, con una voz muy serena y totalmente controlada.
Kerberos pareció asombrado por la pregunta. En ningún momento había considerado esa posibilidad.
-Ella me dio su palabra, barón. No me mentiría. No podría. Está consagrada a la Iglesia. Sería un pecado mortal para su alma no decir la verdad. Si por alguna razón, ella no pudiera salir de la abadía por la mañana, sería un placer para mí ir allí para buscarla perso nalmente y traérsela, milord.
Por los muchos años de experiencia y entrenamiento, Shaoran estaba habituado a controlar su carácter. Y así lo hizo, aunque tenía tantos deseos de gritar al crédulo vasallo que le dolía la garganta. El hecho de que el infor mante sajón fuera testigo de la escena ayudó en gran medida, pues Shaoran jamás reprendería a uno de sus hombres frente a un extraño. Habría sido indigno y por otra parte, siempre trataba a sus hombres de la misma manera que él esperaba que le trataran a él. El respeto se ganaba, no se exigía; pero la dignidad se enseñaba con el ejemplo.
Eriol carraspeó, atrayendo la atención de su amigo. Dirigió a Shaoran una mirada condolente y luego se volvió hacia Kerberos.
-Hijo, de todas maneras, tú no puedes entrar en ese recinto sagrado. La mano izquierda del Señor descendería sobre todos nosotros si nos atreviéramos a violar la más sagrada de todas las leyes. .
-¿La ley más sagrada? -balbuceó Kerberos, quien obviamente no había entendido nada.
Eriol puso los ojos en blanco.
-En este momento, hijo, ella cuenta con toda la protección de la Iglesia. Acabas de entregada al santuario.
Kerberos por fin comenzaba a comprender las complejidades de su destino. Estaba horrorizado por su propia conducta. También tenía desespe ración por resarcirse ante los ojos de su superior.
-Pero ella me prometió...
-Cállate.
Shaoran no levantó la voz al dar la orden, pero el informante sajón pegó un salto que le elevó unos treinta centímetros del suelo, pues advirtió un destello de la furia que sentía su superior. Retrocedió varios pasos, en un inútil intento por apartarse de la ira del líder normando.
A Shaoran le resultó graciosa la cobarde retirada del sajón. El hombrecito temblaba como una hoja.
-Ya me has hablado sobre los hermanos, James -dijo Shaoran entonces, volviendo a la conversación sobre la casa-. Ahora háblame de las hermanas mellizas. Sabemos que una de ellas es monja y que la otra...
Se detuvo al ver que el sajón negaba con la cabeza.
-En esta casa no hay ninguna monja -exclamó James-. Está lady Sakura -agre gó rápidamente, cuando vio cómo su explicación alteraba al normando. La vieja cicatriz de la mejilla se había puesto más blanca que nunca-. Lady Sakura es...
Shaoran le interrumpió.
-Ya sabemos la historia de lady Sakura -dijo-. Es ella quien defendió al castillo de nuestro ataque, ¿no es verdad?
-Sí, milord -respondió James-. Es cierto.
-Ahora quiero que me hable de la otra melliza. Si no es monja, en tonces...
El sajón se atrevió a negar nuevamente con la cabeza, pero parecía más perplejo que asustado. -Pero, milord -murmuró-. Sólo hay una. Lady Sakura no tiene ninguna hermana melliza...
