No recuerdo nada. Ni un solo día de mi vida. No recuerdo haber tenido una pesadilla tan larga y vívida nunca, como tampoco recuerdo los días exactos que he estado vagando sola por calles y caminos, ni cuantos pueblos desiertos he atravesado en sueños. El único vestigio de presencia humana aparte de los edificios, eran grandes manchas de sangre que teñían suelo y paredes, por todos lados, lo que hacía que un centenar de escalofríos recorrieran todo mi cuerpo constantemente. Y en todo ese tiempo, yo solo quería despertar calentita en mi cama y tomar un chocolate caliente después de ese fatigoso mal sueño.
El sol había salido hace unas horas, y ahora se alzaba radiante y cálido en lo alto del cielo. El viento soplaba una brisa fresca que contrarrestaba el calor que emitía el gigante astro de fuego, y pequeñas nubes, blancas como el algodón flotaban y se movían lentamente sobre mi cabeza, movidas por el aire. Me habría quedado para siempre observando el cielo, tan hermoso e inmenso, pero debía continuar viajando hacia el sur. Yo no conocía el motivo, pero algo dentro de mí me pedía que me dirigiese hacia allí.
Ante mí se encontraban bonitos y humildes pueblos con casas construidas a base de piedra y madera. Quizá tiempo atrás, ese lugar hubiera resultado acogedor y lleno de vida, pero ahora era tan tétrico y siniestro como un cementerio viejo, lleno de lápidas desordenadas, mugrientas y rotas. Y es justo eso lo que parecía aquella ciudad, un cementerio. La vida allí había dejado de existir por completo.
Continué caminando, tratando de ocultarme en todo momento debido a un extraño instinto humano llamado miedo. No recuerdo quién me dijo lo siguiente, pero, las palabras que me fueron dichas quedaron grabadas a fuego en mi mente, tan profundas que ni esta maldita amnesia había conseguido borrarlas como ha hecho con mis recuerdos. El miedo es un superpoder. Agudiza nuestros sentidos y nos pone en alerta, nos protege del peligro. Y así es, aún sabiendo que no iba a toparme con nadie que pudiera hacerme daño, pues esas aldeas parecían completamente abandonadas, yo habría sido más rápida que un gato si hubiera tenido que emprender una huída. Pero lógicamente y como esperaba, no paso nada.
Estaba anocheciendo, por lo que, tras saquear una casa, alimentarme, y proveerme de más suministros para el próximo día, me acomodé junto a la puerta, y tapada con una manta, dormí tranquila hasta que el amanecer volvió a colorear el cielo de blanco.
Guiándome por la salida del sol, mi camino me seguía conduciendo hacia el sur. No me había desviado, eso era bueno, pero seguía sin saber al sur de qué lugar estaba yendo. Todo el paisaje a mi alrededor seguía resultándome extraño, y no conseguía recordar nada anterior al día que me desperté tirada en la orilla del lago que fue mi punto de partida. Suspiré. Si seguía así iba a acabar enloqueciendo.
Un temblor en la tierra me hizo salir del hilo de pensamientos que seguía en mi cabeza. Paré de repente y me mantuve más alerta que ninguno de los días pasados. El temblor se repetía rítmicamente, lejano al principio y acercándose cada vez más. ¿Eran pisadas? Imposible, ¿qué clase de animal podría hacer temblar el suelo al caminar? Sea como fuere, me colé en la primera casa que encontré, y guiada por mi instinto, me oculté en el sótano y esperé a que los temblores desaparecieran, más un margen de treinta minutos para que se alejaran del punto dónde me encontraba.
Tras completar mi espera estratégica, volví a mis andadas asustada y confundida en igual cantidad, pero a parte del incidente de las pisadas, no ocurrió nada, ningún estímulo más. Al llegar la noche cambié mi recién adquirida costumbre de dormir junto a la puerta para pasar a hacerlo en el sótano, en mi opinión, un lugar mucho más seguro con un plus de estar arropado de tierra por todos sus costados.
En los días siguientes tuve que recurrir a mi estrategia de esconderme de pisadas y esperar más veces de las que podía contar con los dedos de mis dos manos, y fue la razón por la que cada vez avanzaba a menor velocidad en mi viaje. Podría haber esperado pacientemente a que el ente que producía las pisadas se plantara frente a mí, pero admito desde el primer momento que mi instinto de supervivencia les gana por goleada a mi valentía y a mi curiosidad juntas, por lo que siempre acababa escondida en aquellas oscuras habitaciones bajo tierra que eran los sótanos.
Unos trece días después de que empezara a caminar, deduje que cuánto más avanzaba hacia el sur, más temblores sacudían la tierra; y unos tres días después, juro que avisté una sombra en apariencia humana a punto de doblar la esquina de la casa dónde me escondí. Quizá el miedo me hizo exagerar la situación, pero juraría que la sombra medía cuatro metros de alto.
Me quedé en esa casa, cinco días con sus cincos noches, paralizada por el miedo. Otra vez ese extraño superpoder de la supervivencia haciendo aparición. A riesgo de parecer una cobarde, hoy le sigo agradecida al miedo, ya que en esos días deduje también que se producían más temblores o pisadas durante las horas de sol, y que por la noche, apenas se producían dos o tres. Distingamos entre cobarde y cautelosa. Y entre valiente y temeraria.
Al sexto día, el número diecinueve desde que desperté si mis cálculos no me fallan, volví a ponerme en marcha, pero en lugar de hacerlo durante el día, lo hice durante la noche, y de esa manera avancé durante cuatro días más.
Demasiado tiempo incluso para estar comprimido en una pesadilla, ¿verdad?
El día número veinticuatro desde que comencé a moverme, extrañamente no me vi interrumpida por pisadas, ni sombras, ni ningún tipo de sonido a parte del de mis botas contra el suelo. Aproveché la ocasión para avanzar un poco más de lo habitual, que como he dicho, venía siendo poco. Salí de mi escondite antes de lo habitual, cuando aún quedaban algunas horas de luz solar, llegando a la entrada de un frondoso bosque un poco después del atardecer. Estaba oscureciendo, por lo que me tomé unos segundos para sopesar mis posibilidades.
Por un lado podía rodearlo, lo que me llevaría más tiempo, entre sus ventajas se encontraba el hecho de continuar avanzando en campo abierto, lo que me permitiría avistar lo que quisiera que fuesen aquellos seres de las pisadas con tiempo y reaccionar a tiempo; y, entre sus contras, el escondite. No hay muchos sitios donde esconderse en una llanura. Pero, por el otro lado, podía atravesar el bosque, teniendo un escondite seguro aunque mi visibilidad se viera reducida por la espesa capa de follaje forestal.
Me decanté por la segunda, y me interné dentro de él, y tal y cómo esperaba, anocheció antes de que pudiera salir de allí. Ningún rayo de luz lunar conseguía filtrarse entre la espesura de las copas de los árboles, por lo qué decidí abortar mi propósito y no seguir avanzando aquella noche. Busqué una rama lo suficientemente robusta como para soportar mi peso, y me dormí allí, esperando no encontrarme con ninguna clase de problema a la mañana siguiente.
El ruido de un sonoro aullido me despertó, acompañado de estruendosos y cercanos sol brillaba alto en el cielo, lo que indicaba que me había quedado dormida y que había despertado bien entrada la mañana. Esas temidas pisadas de las que llevaba huyendo semanas estaban cerca, muy cerca. Y mi único escondite eran las ramas de los árboles. Se escuchó muy bajito, pero unas alteradas voces humanas resonaron en forma de eco rebotando de un árbol en otro.
Mentiría si dijera que no he emocionó oír una voz humana. El silencio que me acompañaba empezaba a resultar ensordecedor. Todo lo que me rodeaba había comenzado a parecerme una locura, y cometí el error de gritar buscando respuesta.
—¡¿Hola?! —Llevaba tanto tiempo sin articular un sonido que la palabra me arañó la garganta al salir, y mi voz sonó tan ronca que no la reconocí como mía. Me dí cuenta en ese momento de que no recordaba cómo era mi voz. Tosí un poco para aclarar mi garganta. —¡¿Hay alguien?! ¡Por favor, respondan!
Era inútil. Con todo ese jaleo de las pisadas nadie me escucharía.
Deseaba encontrar esas voces que creía haber oído. Me giré para agarrarme al tronco y así poder bajar del árbol, y entonces...
Entonces asumí que estos días se trataban de la peor pesadilla soñada hasta entonces.
