Disclaimer: Todos los personajes de Harry Potter son propiedad de J.K. Rowling, Warner Bros, Scholastic, Bloomsbury, etc.

Sinopsis: En diferentes puntos fuertes de Europa, tres amigos que hace muchos años no se ven, comienzan respectivamente a verse implicados en serios casos de contrabando, asesinatos y extraños robos. A pesar de la distancia y todo el tiempo que pasó, el pasado los vuelve a reencontrar. Y el destino pisa fuerte entre ellos.

N/A: Este fanfiction lo empecé a escribir a los 16 años. Uno de los primeros que escribí y que nunca saqué a la luz debido a que sentía tener que planearlo mucho y por su cantidad de capítulos indefinida, el miedo a no poder continuar era grande. Aún así, tengo varios capítulos escritos y estoy mejorando muchos aspectos del fic y errores que cometía en aquel entonces. A pesar de que encontrarán tal vez ciertas maneras de decir que ya no son las que uso, y vacilación en algunos puntos de la trama no del todo realista, he retomado la historia y estoy segura de que no es tan exclusivamente diferente mi escritura de hoy en día a estos primeros capítulos que tengo terminados. Además, hago uso de personajes inventados (OoC), cosa que últimamente no hacía nunca.

Por lo pronto sabrán que es un AU, sin magia, en una realidad completamente distinta a la que creo que se está acostumbrado a ver en los fics. No se explica mucho del pasado de los personajes, me enfoco en su presente, pero estoy segura de que de a poco la historia irá revelando más detalles para entender cada momento del fic.

Aclaración: El fic en un principio comienza en el año 2015, octubre. Por si hay que sacar cuentas con respecto a las edades.


Introducción

Desde los tiempos de guerra, en los que se solían separar familias, en los que el conflicto descomponía las uniones más fuertes, existió un conjunto formado por tres integrantes que tan sólo teniendo diecisiete años, habían logrado hundir los planes de un malévolo hombre, el cual poseía el nombre de Tom Riddle, más conocido como Lord Voldemort.

Aquella persona había cambiado la suerte de uno de los tres del grupo. Harry Potter era ese chico, al que Voldemort dejó sin padres. Los misterios de esa historia, conocida internacionalmente, los habían develado el aludido, y sus dos mejores amigos. Uno de ellos, Ronald Weasley, fiel incondicionalmente a Harry, y la otra era Hermione Granger, una persona con mucho carácter y lo suficientemente inteligente como para ayudar a su mejor amigo y apoyarlo en todo.

Lo cierto es que ahora Voldemort está muerto, y todo gracias al famoso trío de oro que luchaba por un bien en común, la paz en la Tierra. La guerra entre distintos grupos políticos y sociales se disolvió. Para cuando pudieron derrotar a Riddle, los tres héroes ya tenían la edad suficiente como para recibir ofertas de trabajo. Y así llegaron. Propuestas pasajeras, y propuestas que no estaban dispuestos a rechazar. No se negaron a ellas y fueron contratados por distintas corporaciones con fines de justicia, y al fin y al cabo se tuvieron que separar.


AGENTES DE ÉLITE

Capítulo 1: "Caminos separados".

El tránsito en la ciudad de París estaba congelado en las calles frías de aquel otoño y la lluvia empeoraba la visión de los conductores, además de las hojas de los árboles que se pegaban incontrolablemente contra los cristales delanteros de los automóviles gracias al viento que soplaba fuerte. La tarde caía pero hacía rato el cielo se veía oscuro, y las bocinas de los autos resonaban con intensidad en los oídos de una mujer castaña, de treinta y cinco años de edad y unos ojos almendrados, que protestaba por los bajo y, de vez en cuando, maldecía el no poder llegar a su casa en el escaso tiempo de siempre.

Como buen ejemplo de la ley, ella podría ser paciente y comprender que era por precaución no poder ir más rápido, pero estaba tan absorta aquella insufrible semana, que ya ni le importaba ser reconocida por algún colega policía que la parara en la autopista para advertirle el límite de velocidad. Pisó el acelerador a fondo en un ataque de rebeldía y en cuestión de segundos un patrullero intentó seguirle el rastro. Pero le fue imposible localizarla, ya que ella era una gran piloto que con asombrosos derrapes a una velocidad de infarto, podría lograr maniobras de escape increíbles. Consciente de que no podrían ver su patente decidió seguir en el mismo camino, aunque un rato más tarde se unieron a su caza otras dos tropas. Fue entonces cuando dio por entendido que ese no era su día de suerte y los policías franceses parecían tener muy buena visión.

Encontró un atajo con el GPS y dobló en un callejón, que a la vista de cualquiera, podría ser sin salida. Sin embargo, ella sabía que tenía un escape posible. Una curva angosta en aquel pasaje peligroso, se hallaba a medio andar, si lograba derrapar con fuerza conseguiría posarse fuera de alcance. Cuando la curva llegó, contrajo el cuerpo y sin vacilar esquivó lo que sería una horrible muerte contra un muro gigantesco. Las dos patrullas entraron tras ella pero redujeron la velocidad en cuanto llegó la curva, así que la perdieron de vista mientras ella con tranquilidad encendía la radio y la sintonizaba con parsimonia para encontrar algo con qué distraerse hasta la calle principal nuevamente. Se estiró hacia debajo del asiento contiguo y apretó un sobresaliente botón pequeño, que cambió automáticamente su chapa.

Vio por el espejo retrovisor cómo unos policías desconcertados observaban por entre las calles y callejones buscando un objetivo que, como ella bien sabía, ya estaba camuflado en la gran ciudad.

Llegar a casa al fin había sido un momento del que disfrutó plenamente aunque, diez minutos más tarde, su jefe de operativos secretos la llamó al celular para decirle que no tenía por qué hacer semejante circo en las calles, simplemente podría haber tomado su sirena y los vehículos le hubiesen cedido el espacio que necesitaba para salir del congestionado centro. Trató de serenarse con él cuando pensó que tenía razón y que ella había actuado precipitadamente, pero era así como le gustaban las cosas, no ganaba si no se arriesgaba primero.

Buscando sin consciencia algún quehacer de la casa, subió las escaleras y encontró un importante desastre. Un cuadro colgado en la pared que enfrentaba al baño, estaba un poco inclinado hacia la derecha. Hermione Granger era exigente con la organización y limpieza de su hogar. No podía haber ninguna imperfección allí, aunque de eso se tratara y ella se lo tomara como si fuera un escándalo. Sabía que había cometido errores en el pasado y que por eso no era perfecta en la vida, pero se había jurado cambiar y ahora conllevaba una gran responsabilidad con su apariencia de mujer perfecta y refinada. Eso sí, en el horario de entrenamiento no parecía para nada refinada. Tenía movimientos casi perfectos lo que le daba algo de masculinidad, pero a la vez, su manía por hacer todo con astuta inteligencia y, la mayoría del tiempo, delicadeza, le daba a entender a cualquiera que la mirara, que era más mujer que cualquier cogotuda que caminara por las calles de París.

Suspirando muy profundamente, movió el cuadro y luego de unos minutos analizando si estaba correctamente colocado, se dirigió a su habitación para tomar un merecido baño. El trabajo la tenía agobiada y sabía que ese fin de semana sería agotador con todo lo que se había llevado para revisar en su estudio. En concreto su trabajo no era de lo más agotador, lo que la ponía histérica era la doble vida que llevaba. Tenía una ocupación oculta e importante para una agencia interna de detectives privados y agentes secretos, más conocidos como espías. Eso fue lo primero que quiso estudiar, la profesión que le apasionaba. Ser espía era lo más emocionante de su vida. Pero como su coeficiente daba para mucho más, no se había contentado con eso mientras estudiaba de forma secreta en el instituto de detectives, sino que al mismo tiempo asistía a la universidad de derecho. Se había recibido de abogada en seis años de estudio, y había obtenido la placa con su nombre y el de su instituto secreto, dos años antes que aquello. Los otros diez años de su vida, los ocupó en logística para lograr entrar en la Policía Federal de los Estados Unidos, objetivo que logró y la derivaron de nuevo a Francia, para ejercer su cargo como jefa del departamento de defensa francés, y había obtenido un cargo importante que la involucraba en política la mayoría del tiempo, y todo en servicio al país que ahora sentía tan suyo como su Inglaterra querida.

Pese a no ser de aquella nación, siempre había soñado con estar ahí algún día. Las ciencias políticas le gustaban y le iba bien. Pero lo hacía más que nada por recomendación de su profesor preferido en el instituto, Atila Marshall. Un viejo simpático que siempre le decía que con tanto potencial mental, lo mejor era meterse en el gobierno y así tener más influencias cuando se estaba en una situación extrema de riesgo, cosa que para los guardianes de la ley, ya sean secretos o no, era algo muy común verse obligado a decidir con rapidez en cada operativo.

Para Hermione el riesgo no era algo por lo cual debía preocuparse, si por ella fuera, revolucionaría el gobierno en un parpadeo de ojos, pero no lo necesitaba por ahora. Le iba muy bien con sus cosas y casi nunca llegaba exigida a su casa como le ocurría esa semana. Era una de las pocas veces que se encontraba con más expedientes de los usuales, y ya de pensarlo solamente, se cansaba más sin siquiera haber leído uno para comprobar si le sería difícil su atareado trabajo.

Al terminar su baño, se le notó en el semblante lo aligerada que se sentía a comparación a como había ingresado al cuarto. Se cambió con tranquilidad y comenzó a secar su enmarañado cabello. Cada vez que se bañaba y acababa de esa forma, sentía volver al pasado, en el que sus compañeros insinuaban su parecer a una leona, con ojos desafiantes y su castaño cabello rizado, pero descontrolado. Todas las mañanas de su infancia había peleado con el peine y eso era algo que jamás sucedería de nuevo. Entraba en una de sus reglas perfeccionistas, y desde sus dieciocho hasta ahora, lo había cumplido sin ninguna complicación.

Otro rato más pasó y el secador de pelo por fin dejó de hacer el ruido ensordecedor que tanto detestaba y que si no fuera porque le servía demasiado, tiraría a la basura con violencia. Al tiempo de bajar a preparar algo para la cena de esa noche, se escuchó el cerrojo de la puerta de entrada y luego un portazo que llevaba la firma de Benjamin.

Su hijo tenía la endemoniada costumbre de dejar la puerta a la deriva y siempre terminaba golpeándola por demás. El muchacho de dieciséis años echó el cerrojo y se sacó el impermeable que llevaba puesto. Dejó las llaves en la mesa y su abrigo en el colgadero, y fue a saludar a su madre que yacía parada frente a él, con las manos posadas sobre su cintura y una expresión clara de enfado para con la persona que tenía delante.

—Hola, mamá —saludó abrazándola—. ¿Algún día dejarás de verte tan hermosa?

—Sé que lo dices para que olvide el nuevo portazo que acabas de dar, pero debes ser consciente de que te estoy dejando pasar muchas irregularidades y… ¿Puedes hacer el favor de no mirarme con esos ojos? —le preguntó a su perspicaz hijo que sabía exactamente el punto débil de su madre: sus ojazos azules.

—Mamá, no seas pesada… de lo único que debo ser consciente es que saliste en las noticias de nuevo por querer facilitar tu viaje —afirmó Benjamin matando sus sospechas.

—¡Oh, demonios! ¿Por qué la justicia persigue a los justicieros? —imploró Hermione mientras se soltaba de su hijo y caminaba por la sala de un lado a otro, pasándose una mano por su pelo actualmente lacio.

—Descuida mamá. Lo más probable es que crean que estabas en una misión.

—No, Atila tenía razón cuando me insinuó que debía encender mi sirena. De cualquier forma da igual —repuso cuando volvió a mirar a Ben.

—Bueno entonces, la justicia persigue a los justicieros porque hacen cosas que a veces no son tan justas… —añadió el muchacho.

—Mejor ve a darte un baño, cariño. Es posible que debas ayudarme con la cena, estoy un poco distraída y podría agregarle azúcar a lo que necesite sal —convino la mujer. Besó a su hijo en la frente y dejó que subiera a su cuarto.

Mientras Benjamin se iba, su madre lo observó atentamente. Ese chico la podía, con su pelo rojo y sus intensos ojos azules. Unos diamantes que brillaban cada vez que él hablaba con sinceridad, y se volvían furiosos cuando una situación era desafiante. Era alto y tenía su cuerpo muy bien estilizado. Solía correr en el gimnasio tres veces por semana y diariamente iba al colegio al trote. Pocas veces le permitía a su madre llevarlo en coche. No solo porque odiaba aparentar ser un niño rico, sino porque, además de serlo y tener una madre que cambiaba sus autos varias veces para tener variedad, quería tener libertad ahora que estaba llegando a los diecisiete años.

Hermione no sabía de dónde había sacado su hijo la costumbre de correr tanto. Ella con sus numerosos automóviles preferiría sentarse y aventurarse al volante como siempre. Pero, en ese aspecto, Ben debería parecerse a otro familiar cercano. Nada sabía del padre de Benjamin ahora, pero estaba segura de que él no tenía esa buena costumbre.

.

Correr. Una simple palabra que definía un enorme esfuerzo por parte de Ronald Weasley. En Barcelona volvía a hacer sol pese a que el clima era templado, y eso era lo que más le molestaba a aquel hombre pelirrojo que trotaba en la zona de calentamiento de músculos, para la larga maratón que le esperaba. Con treinta y cuatro años de edad, cualquiera diría que era un tipo valiente por enfrentarse a esos veinte kilómetros que recorrería hoy. Era viernes y contaba con que luego de llegar a la meta lo dejaran en paz para volver a su casa en su BMW M3 descapotable color blanco. Un vehículo soñado por el mundo y considerado en aquel sitio, una de las más pintorescas reliquias de los automóviles.

El dolor físico luego de las corridas era inevitable para Ron ahora que estaba más grande, pero mientras corría no sentía nada. Era aún muy joven y la práctica le daba aspecto más jovial incluso. Su médico y preparador físico siempre le recomendaba que mantuviera la calma y no anduviera demás de lo clásico, ya que era peligroso pasarse de límites sin darse cuenta y al otro día sentirse hecho un trapo de piso. Pero gradualmente ir aumentando las distancias de a poco no lo dañaban, sino que lo ayudaban a mejorar marcas. Él nunca había objetado pero seguía sin prestar atención a sus advertencias. No corría maratones todos los días. Sólo cuando se le presentaba la oportunidad de ayudar a algún necesitado.

Estaba claro que eso lo hacía sólo por un bien físico y a beneficio de hospitales de diferentes países. Cuando pagaba una suma considerable por la inscripción, donaba eso a niños, hombres y mujeres, que no tenían dinero para pagar una obra social que los cubriera en calidad médica. Hacía viajes a muchos países y mundialmente donaba a voluntad parte de lo que ganaba en sus diferentes trabajos. Lo que más le gustaba era conocer países y disfrutar de vistas extraordinarias con las que jamás habría soñado.

Era imposible que alguien le ganara en tan largas carreras, sobre todo porque muchos no comprendían exactamente el sentido de una maratón. No era salir corriendo sin parar lo más rápido que uno podía, sino asegurarse de salir lo más lento posible y regular la velocidad a medida que pasaba el tiempo, para resistir hasta el final. Porque si uno salía disparado desde el comienzo, nunca llegaría a destino y lo más probable sería que se quedara sin pulmones a medio camino. Más allá de eso, ganar no era el objetivo, si no colaborar, principalmente, y ejercitar a su cuerpo mientras tanto.

Ese día había sido claramente un desastre. Toda la noche, Ron había estado pensando en su gran carrera benéfica, y su mente se hallaba aturdida y con dificultad para mantenerse despierta. Por costumbre ganó de nuevo, ya no tenía que medir velocidades porque lo suyo era más que automático. Sin embargo el día no dejaba de atosigarlo y sentía como si en su cabeza alguien le martillara cada neurona logrando dejarlo en blanco. Bueno, no del todo en blanco. Pensaba únicamente en el motivo de su agobio. El sueño que había tenido la noche anterior cuando por fin logró caer en los brazos de Morfeo.

En dicho sueño, se veía a sí mismo con dieciocho años en su vieja casa, llamada cariñosamente "La Madriguera". Se encontraba acompañado por sus dos mejores amigos, en uno de los días más felices de su vida, cuando por fin habían derrotado al más famoso villano en una batalla establecida en los bosques de Hogwarts, antiguo colegio al que asistían él y sus amigos. Este hombre, Tom Riddle, se había hecho con el poder de Inglaterra y otros puntos del mundo, a partir de una tiranía violenta que acabó con muchas vidas, sobre todo personas que no estaban a favor de su ideología política. Pero Riddle tenía una debilidad, que era aquel colegio en donde había sido feliz por única vez. Su lugar favorito. Entre historias intermedias, batallas por sectores y movimientos por la igualdad, solo tres chicos habían podido detenerlo gracias a sus grandes habilidades detectivescas y a sus corazones heroicos.

Ron muchas veces había tenido ese sueño, pero no lograba recordar ciertas partes importantes. Esa noche de despedida entre sus amigos, habían tomado más alcohol de lo necesario, (algo que no era parte de sus costumbres) a modo de celebración. Habían conseguido trabajo los tres para el venidero futuro y estaban muy contentos por eso. Pero la bebida alcohólica los había puesto melancólicos por tener que separarse para acudir a diferentes países.

Ron pensaba que de tanto que había tomado nunca recordaría bien lo que pasó con exactitud, pero le surgían dudas cada vez que lo soñaba. Hasta que las dudas se habían disipado la noche anterior, cuando por fin soñó la otra parte que quedaba de la escena entre él y Hermione. Esa que siempre quedaba por la mitad. Él y ella borrachos y más juntos de lo esperado.

Fue en un momento que se quedaron a solas, caminando con sus copas en la mano, en los jardines de La Madriguera. Pero se habían alejado bastante más de lo que acostumbraban. Se tomaron las últimas gotas de bebida que quedaban en sus respectivas copas y como cualquier persona borracha y despreocupada, las lanzaron sin cuidado sobre la hierba y siguieron caminando abrazados hasta adentrarse en un bosquecito cercano. En ese momento el recuerdo de Ron se borraba y aparecía solo y durmiendo semidesnudo en la casita del árbol que habían construido los Weasley cuando eran más jovencitos. Siempre tenía dudas de eso, porque grabado en su memoria se encontraba el perfume de la castaña sobre su piel, y una prenda que ella había dejado olvidada.

Pero ahora recordaba con claridad lo que había sucedido esa noche. Se habían jurado amor por primera vez, sin ser conscientes de lo que estaban haciendo, o de que al día siguiente partirían a distintos destinos con un avión diferente. Lejos de querer seguir recordando, Ron se había empeñado mucho en pensar que sólo era eso, un sueño, y que nunca se había animado, por más que estaba bajo efectos del alcohol, a decirle la verdad a su mejor amiga, a decirle que de ella se había enamorado.

Ron y Hermione se habían amado en silencio gran parte de su vida adolescente, y cuando pudieron decirse lo que sentían, era porque se habían dado cuenta de que inevitablemente deberían separarse. Pero en todo ese tiempo, el muchacho no recordó lo ocurrido, y ella al no entenderlo tampoco, se lo imaginó cuando comprendió lo de su embarazo. Terminó de confirmarse su sospecha cuando tuvo al pequeño Benjamin. Era increíblemente la viva imagen de su padre.

Ron, ajeno al conocimiento del paradero de Hermione, y siguiendo con su vida normal, corrió hasta su coche con gran velocidad, luego de las doscientas cuadras que tuvo que recorrer a trote, y lo puso en marcha con ligera facilidad, para escapar de ciertas fans que ya le tenían aprecio por su magnífica forma de correr en la pista.

Lo primero que hizo fue guardar el auto en su garaje. Tenía gran espacio ahí ya que su casa bien podría tener complejo de mansión, aunque él prefería no llamarla así, ya que parecería un arrogante. Lo cierto era que su casa lucía preciosa, era una mezcla de antigüedad, con la tecnología moderna. Lo antiguo vendría a considerarse la parte externa de la casa, las verjas enormes y viejas, pero restauradas y pintadas de dorado, el jardín que rodeaba la mansión, el camino de repartidas baldosas que llegaban hasta la cochera, con otra que se dividía y se angostaba, para dar a los cinco escalones largos que uno tenía que subir para llegar al sitio de entrada, donde se alzaba una puerta de roble, marrón oscuro, una madera resistente y costosa que hacía juego con las paredes externas, llenas de ladrillos color blanco pálido, impecable. El perímetro del jardín era tan amplio como un bosque, por eso se veía en ellos grandes árboles que sobrepasaban en altura a la casa, que poseía la planta baja y un primer piso. Tenía ocho habitaciones arriba, cuatro de ellas eran de un espacio considerable para dos personas, con un cuarto de baño cada una de ellas. Las otras cuatro eran más grandes todavía, pero servían para otro tipo de cosas. Por ejemplo, una era para el entrenamiento físico del dueño, que poseía muchas máquinas a modo de parecer un gimnasio, otra se hallaba completamente vacía, pero con una utilidad futura, una era un estudio con un escritorio y varios instrumentos tecnológicos, donde Ron hacía otro tipo de trabajo, y la última era una especie de sala de entretenimiento, que por lo tanto no tenía la misma puerta que las demás habitaciones, sino dos grandes ventanales corredizos que llegaban hasta el suelo y se deslizaban de derecha a izquierda o viceversa, y tenía una mesa de pool, otra de ping-pong y una máquina de bebidas, entre otras cosas. El tejado de la casa parecía de un azul oscuro visto desde exterior, pero eso era una ilusión óptica, ya que era alto y no se llegaba a ver con claridad, pero en realidad todo era cristales polarizados.

Ron mismo había diseñado esa casa. Le gustaba estar en su cuarto y que el sol lo despertase con el amanecer pero sin molestarlo de manera alarmante. De día, por propiedad del vidrio mismo, como los de las ventanas de toda la casa, se volvían más oscuros que de noche, dejando pasar apenas unos simples destellos de los rayos del sol, pero sin que dañara a la vista. Orgulloso de ese trabajo, el dueño de tan hermosa mansión, había ordenado para esa tarde un nuevo juego para su sala de entretenimiento: un Flipper.

Ron tomó un baño al subir a su habitación y volvió a rememorar el sueño en cuanto cerró los ojos para que el agua enjabonada no pasara. Terminó rápido de desechar esos pensamientos que lo atormentaban luego de diecisiete años de haberse ido de Inglaterra, y se vistió a medio secar, porque justo sonaba su teléfono celular. Uno de los tantos…

Bajó las escaleras y fue en busca del aparato. Se lo colocó en la oreja a modo de manos libres y se limitó a escuchar mientras entraba en la cocina para prepararse algo de comer. Se llevó una grata sorpresa cuando se encontró con su empleada doméstica allí cocinando. Había olvidado que la tenía a su servicio. Era una muchacha de tan sólo diecisiete años, que él había visto intentando conseguir vanamente comida en las calles, y al ver que se trataba de alguien decente, la había recogido ofreciéndole techo, trabajo y comida. La niña lo dudó, pero aceptó ya que otra oferta mejor no tenía y Ron no parecía un hombre malo.

Él pensó que había sido buena idea tenerla allí, ya que no podía con todo. El ser hombre lo hacía más inútil sin siquiera intentar algo, y ahora que se ponía a contar días y analizar la situación, aquella muchacha, cuyo nombre era Candie, había sido muy buena en todos los aspectos, sabía tanto de tareas domésticas, como no meterse en los asuntos privados de su jefe, y sin entender cómo había pasado, ya eran cuatro semanas las que compartía junto a esa chica en la casa que siempre mantuvo en soledad.

Candie era educada y dedicada en su trabajo, pero no dejaba de ser simpática y hablaba mucho cuando sabía que la situación lo requería. Tenía el pelo castaño claro, con leves reflejos rubios, y unos ojos verdes como el mar, tan cautivadores como transparentes a la vista. Su tez blanca no era exagerada, y parecía estar desarrollando de a poco sus dotes de mujer. Era una niña delgada y con una altura considerable. A Ron le pareció que era más alta incluso de lo que su hermana llegó a ser a esa misma edad. Sin embargo a él no dejaba de parecerle muy pequeña y frágil. Esa muchacha se había ganado su cariño, pese a que en un día tan complejo y memorable como el que tenía hoy, no recordaba que se encontraría allí, en casa.

Le sonrió al salir de sus cavilaciones y con un gesto le indicó a la chica que se sentara a esperarlo mientras en su oído seguían resonando las palabras de un colega que lo había llamado.

Te hablo en serio, "Látigo" ¿estás escuchándome? —le decían al otro lado del teléfono.

—Sí, claro que te escucho, "Diestro", pero vas a tener que tranquilizarte, amigo. Yo tengo controlado ese puerto y los federales no meterán las narices por ahí —contestó Ron con apatía—, debes decirle al "Blanco" que deje sus preocupaciones. Hace más de tres meses me uní a ustedes, "Narcóticos", así que no tienen por qué desconfiar. Sabes que soy un buen contrabandista, la piratería está en mis venas y en sólo unos días fueron ustedes los que me pusieron a cargo de la banda, me reconocieron como un buen líder y ahí voy a estar siempre. No sé para que acepto esto si al final no quieren confiar en mis planes —repuso con resignación. Candie lo miraba con sorpresa y él, que nunca había contado sus cosas a la muchacha, ahora había decidido hacerlo.

Lo sé, señor. Estaremos en contacto y no se preocupe porque convenceré al Blanco de que todo está bien —anunció el llamado "Diestro" y cortó.

—Señor, tal vez no debí escuchar eso… —comenzó la empleada de Ron con nerviosismo.

—Oh, no, no es algo que sea común de escuchar, pero tengo mis razones… —dijo él con tranquilidad, guardándose el móvil en un bolsillo y sentándose con ella—. ¿Nunca te conté sobre mis trabajos?

—No, señor. Pero no creo que deba saber nada… Yo soy su empleada y… —Ron la interrumpió enseguida.

—Nada de eso. Tal vez te asusté con lo que dije, pero es que mi trabajo es así de vez en cuando —aseguró Ron preparando la historia que vendría—. Soy miembro de una asociación secreta de oficiales calificados por excelencia…

—¿Significa que es policía, señor? —preguntó la muchacha de arrebato y sorpresa.

—Sí, pero como es algo oculto nadie sabe que en realidad lo soy. Bueno, en parte tengo eso que ocultaba, pero también estudié mucho y obtuve una licenciatura en psicología, por lo tanto tengo ciertas formas que otros oficiales no tienen —comentó Ron.

—¿Cuáles son esas formas? —preguntó interesada.

—Una muy importante; el poder de convicción y persuasión. Siempre logro lo que deseo. Un ejemplo claro es haberte convencido para que trabajes aquí. Pero me sirve con los fugitivos de la justicia. Logro que confiesen su crimen y al ser psicólogo también les doy una clase de lo que está bien y lo que no. Cada persona que pasó por mi vida e hizo algo mal, terminó llenándose de buenas acciones. Los convencí de trabajar para mí a todos los que intentaron robar, matar, traficar drogas o directamente drogarse.

—Pero eso es algo peligroso… ¡Mire si está dejando libre a asesinos! Además no todos pueden cambiar. Los que matan una vez vuelven a hacerlo luego… —añadió Candie con preocupación.

—No los que establecen una conversación sincera conmigo. Pero yo no dije que hubiera cambiado a nadie. Los asesinos no se merecen ninguna segunda oportunidad. Yo hablé de gente que estuvo por hacer algo así de grave o peor, pero que no lo hizo. ¿Tú robarías otra vez para conseguir comida? —preguntó de repente intuyendo la respuesta.

—No, pero…

—Claro que no lo harías… estoy seguro y confío en ti, Candie —le hizo saber él—, además tengo mucho cuidado con los que dejo en libertad. Tienen todos diferentes puntos débiles que yo controlo y los vigilo desde lejos pero a sabiendas de que cumplen con su deber. A veces hay que hacerse amigo del enemigo si es por una buena causa final.

—Es usted muy bueno. Pero no me cierra la conversación que acabo de escuchar…

—Primero, me gustaría que me tutees. Ya hablamos de eso. Cada vez que me dices señor o me tratas de usted, me siento como un viejo de ochenta… —Rio su jefe con suavidad y ella se limitó a pensar en la forma de no llamarlo más así. No le costaría mucho trabajo.

—Eres muy bueno… Ron —repitió ella sonriéndole.

—Así está mejor… —dijo él, devolviéndole la sonrisa—, lo que acabas de escuchar es una interpretación de un tipo malo por el cual yo tengo que hacerme pasar. Estoy metido por orden de mis superiores, en una especie de banda de traficantes de drogas y armas sin registros. Pero, además de eso, los que están conmigo traficando ilegalmente son menores de edad y algunos de veinte años más o menos. Tengo que sacarlos de esas andanzas y averiguar quién es el verdadero líder de las bandas narcotraficantes en el país. Yo soy una especie de matutero que para ellos tiene experiencia por la edad y la forma de pensar y solucionar problemas entre ellos. Pero todo se pone peligroso cuando tengo que enfrentarme a las corridas contra los federales. Porque ellos también están bajo el rastro de estos contrabandistas, pero yo que ahora los conozco, sé que son chicos que se dejaron intimidar, fueron buenas personas algún día y lo siguen siendo, pero las drogas los obligan a hacer cosas que en el fondo sé que no quieren, y tengo que encontrar al culpable que provocó que cayeran en esas desgracias.

—¿Te encariñaste con ellos? —preguntó su empleada logrando sorprenderlo. Nunca lo había pensado así.

—Ahora que lo dices, es lo más probable —dijo con pesar y continuó—: Decía que los federales se quieren meter en esto y que ahora yo me debato entre ser un buen amigo o ser un buen policía. Para los dos casos debo alejar a los federales de allí. Porque si lo soluciono como un buen oficial, entonces el crédito es para nosotros, los agentes secretos de aquí y no para los federales, y si lo soluciono como un buen amigo, tengo que alejar a todos de la policía y generar siempre una salida para ellos en donde no los puedan atrapar. Y mientras sigo haciendo eso, busco la forma de encontrar al maldito loco que se hace llamar "Líder Narcótico", y que pretende seguir traficando con niños drogados, armas y drogas ilegales, sin dar la cara y dejando que atrapen a otros por su culpa.

Al terminar el relato, se escuchó el timbre chillón del horno, que le anunció a la empleada el final de la cocción de la carne que había puesto a hacer allí. La muchacha terminó con la cocina en silencio y luego le hizo saber a su jefe que estaba de acuerdo con lo que hacía en su trabajo y que podía confiar en ella.

Ese día, Ron le pidió a Candie que comiera en la mesa con él por primera vez.


N/A: El que los personajes estén tan cambiados a como son en los libros es por evidente elección para que esta historia resulte como quiero. También es la inexperiencia de la escritura de aquella época. Como dije, yo tenía dieciséis años y apenas comenzaba a escribir. Con el correr de los capítulos, los encontrarán más como suelen ser en realidad. Pero por ser un AU y que pasaran tantos años, hace que estén completamente irreconocibles. Espero que lo disfruten y les aseguro que pronto sigo con más si es que gusta. Saludos.