Futuro y Realidad.
1.- Cambio radical.
Ella bajaba con el rostro ensombrecido por una extraña expresión de derrota que se transformó en cólera al momento que sus miradas se cruzaron. Él pasó saliva con dificultad. Sabía que cualquiera de las mujeres bajaría, y estaba consciente de que la "favorecida" no traería un gesto grato en su cara, pero aún así sintió algo de temor.
Tras la mujer de melena castaña, un hombre de cabellera cana y bigotes largos, bajaba sosteniendo su cartera. Sonrió al jovencito que esperaba al comienzo de las escaleras, intentando tranquilizarlo.
Finalmente, ella llegó al primer nivel. Su ceja derecha estaba gravemente fruncida, y sus labios apretados en señal de enojo.
—¿Por qué siempre debo sacar el más pequeño?– se quejó, para sorpresa del joven.
—Quizás no sea su día de suerte, señorita Feimei– habló en anciano, estirando la cartera que ella tomó con pereza.
Sus hermanas siempre dejaban a "la suerte" quién lo acompañaría en las reuniones de la preparatoria. Era común verlas sacando las varillas, y quien tocase la más pequeña, debía acompañarlo no de muy buena gana. Y tenían razón: no siempre las reuniones con el Director eran para algo bueno.
—Muy bien, vamos andando– dijo Feimei, caminando hasta la salida.
El chico miró al viejo Wei, quien seguía sonriéndole.
—Que todo resulte bien, joven–le deseó, mientras con una reverencia, ayudaba a la mujer a abrir la puerta.
—¿Crees que puedas traerme un paraguas?– preguntó después de haber asentido levemente.
—¿Necesita uno?
—Sí.
El mayordomo dio una mirada al cielo despejado y azuloso de esa tarde. No hizo más preguntas y fue en busca del pedido.
—¡Xiao Lang, apresúrate!– se escuchó el grito de su hermana seguido de unos cuantos bocinazos.
—¡Ya voy!
Feimei miró de reojo al chico. Éste dejó el paraguas en el asiento trasero y abrochó su cinturón. Al sentirse observado, también torció los ojos hacia su hermana.
—¿Te han dicho lo especial que eres?– preguntó ella, haciendo partir el automóvil.
—No me han dicho especial, pero sí muchas veces raro–respondió él con cierto humor.
Xiao Lang era el menor de cuatro hermanas. Juntos, vivían en una acomodada mansión heredada de sus padres. Toda la servidumbre los conocía desde pequeños, aún más al pequeño Li, quien desde los dos años había quedado huérfano y a cargo de sus hermanas adolescentes. Su crianza no había sido fácil. Y no solamente por el hecho de ser un niño inquieto, es más, siempre se había comportado con total pacifismo, era otro asunto el que lo hacía tan complicado…
—¿Feimei?
—¿Uh?– la mujer abrió de pronto los ojos. Se había distraído demasiado en sus pensamientos. —¿Qué ocurre?–su hermano no la estaba mirando, lo que le hizo entender que no le diría nada. Xiao Lang tenía la costumbre de mirarla directamente a los ojos cuando iba a decir algo importante. Eso la mantuvo preocupada el resto del viaje. Saber qué pasaba en esos momentos por la mente de su hermano menor, era algo claramente imposible que siempre la dejaba con fuertes dolores de cabeza al primer intento.
—Ya estamos aquí– suspiró la mujer, luego de estacionarse frente al moderno edificio. —¿Nada que quieras decirme antes de enfrentarnos al honorable Director?– ella le sonrió, pero no obtuvo respuesta. —En fin, vamos de una vez.
Ambos hermanos bajaron del automóvil negro.
—Por favor, no lleves ese paraguas. Creerán que estamos locos saliendo con él en este día tan caluroso– le pidió, antes de que el chico sacara dicho objeto del asiento trasero.
Él aceptó, sin mucho convencimiento.
La preparatoria Jung no tenía el aspecto de otras instituciones educacionales. El edificio constaba de seis pisos, y su infraestructura era muy similar a la que el Director ocupaba en otras construcciones que estaban bajo su poder, como empresas financieras y de comunicaciones. Ésa era una de las razones por las que desagradaba tanto a los Li; lejos de parecer una preparatoria, era como un negocio más.
—Buenas tardes, ¿tiene cita con el señor Zhao?–preguntó mecánicamente la secretaria, quien ordenaba minuciosamente unas tarjetas.
—Sí, soy Li Feimei y…
—Claro, sé quién es señorita Li, no es la primera vez que la veo–se sonrió la secretaria con melosidad, levantándose. —Avisaré al señor Zhao.
Feimei se cruzó de brazos y lanzó un bufido.
—Sé quién es señorita Li, no es la primera vez que la veo– imitó la voz aguda de la mujer, mientras se paseaba por la lujosa sala de espera.
No tardó en salir la secretaria, anunciando que ya podían ingresar.
—Ya era hora–murmuró Feimei, inhalando con fuerza antes de entrar.
Su hermano la siguió, deteniéndose cuando se percató de la mirada recelosa de la secretaria. Al voltearse a ella, ésta lanzó un agudo chillido, bajando la cabeza de inmediato.
El chico siguió entonces su camino.
—Qué susto me da ese niño…–susurró la secretaria, una vez sola.
La oficina del Director era bastante concurrida por Xiao Lang. Feimei había estado en ella las últimas cinco oportunidades, donde se planteaba el mismo caso.
—Señorita Li, es un placer verla nuevamente–fue el cordial saludó del hombre, quien se incorporó de su asiento para dar una leve reverencia. Miró al jovencito que estabas unos cinco pasos más atrás, forzando demasiado el mismo tono:— Hola Li, ¿cómo estás, muchacho?.
Éste no alcanzó a responder, y de seguro tampoco lo habría hecho, cuando Feimei habló.
—Bueno, ¿qué quería hablar con nosotros esta vez?.
—Oh– el Director alzó sus cejas, e invitó a ambos a sentarse como él. Feimei obedeció mientras que su hermano se quedó en el mismo lugar. —verá, señorita, sé que sonará repetitivo lo que voy a decirle…
—Sí, creo que sí.
—Señorita Li Feimei– el hombre carraspeó, volviéndose algo más serio al ver la eventual ironía de la mujer. —usted sabe todo lo que ha ocurrido desde que su hermano ingresó a Jung. Hemos hablado mucho del asunto, y usted y sus hermanas me insisten que no hay problema…
—No lo hay– rectificó ella con firmeza.
—Respeto su opinión. Sin embargo, debo velar por el resto de los alumnos, señorita. Ellos no están… digamos, que no se sienten cómodos al compartir con el joven Li– el hombre quiso evitarlo, pero su mirada fue a dar hasta el chico. Éste lucía tan tranquilo como siempre. —Han llegado muchos alumnos diciéndome que su comportamiento es sumamente… –el hombre movió los labios, como si buscara una palabra.
—¿Especial?–quiso completar Feimei, con una sonrisita sarcástica.
—Raro– dijo una voz ronca a sus espaldas. Feimei miró de soslayo a Xiaolang, quien contemplaba un acuario ubicado en una esquina. Se volvió al Director con cierta tristeza.
—Ehm, bueno, sí, ésa es la palabra que ellos utilizan–el dueño de Jung estaba algo incómodo. Todas las reuniones con esa gente no sacaban nada nuevo; sabía que el día de mañana todo sería igual si no se esforzaba por acabar con el problema de una vez.—Señorita, joven Li…– miró a ambos, presionando con fuerza el apoya manos de su silla. —Sólo tengo una solución que ofrecerles, y es el de un soporte psicológico y psiquiátrico, si fuere necesario…
—¿Insinúa que mi hermano está loco!– se incorporó Feimei de un salto, golpeando con las palmas el escritorio.
—Señorita, es la única solución a estos problemas. Los diez meses que su hermano ha estado en esta institución, no ha logrado integrarse, y su comportamiento no es considerado "normal" entre sus compañeros. Provoca rechazo– Feimei tuvo la urgente necesidad de abofetearlo, pero sabía que en el fondo, lo que decía era verdad. —él mismo se aísla, evita el contacto.
El Director avanzó hacia el chico de uniforme, quien recién dejaba de contemplar los peces dorados del acuario. Hizo un esfuerzo por no apartar su mirada de las de esos extraños ojos ámbar.
—Es mi última oferta, Li. La toman, o la dejan.
Feimei mordía con impotencia su labio inferior. Recordó una de esas conversaciones con Fanren, su otra hermana. Ella decía que lo mejor que hubiesen podido hacer era seguir contratando a un maestro para que lo educase, así aprendía mejor y no tenía que rodearse de gente con la que no deseaba estar.
—"Sólo seguí el consejo del tío"–pensó, mientras suspiraba.—"Él dijo que mi hermano podía compartir con otras personas. ¡Él me lo aseguró!"– Feimei se giró expectante, cuando su hermano comenzó a responder.
—Yo… La dejo.
El cielo despejado de Hong Kong se había cubierto de nubes grises. Al salir del establecimiento, luego de detenerse ante la secretaria diciéndole que le alegría dejar de verla, Feimei se encontró con una copiosa lluvia.
Su corazón palpitó con rapidez. Sintió a su hermano a su lado, y lo miró con sorpresa.
—T-tú lo habías visto, ¿verdad?– preguntó con cierto temor.
Él la miró, negando suavemente con la cabeza.
—Lo anunciaron ayer en meteorología, Feimei.–tomó el paraguas que había afirmado en la entrada. Su hermana no comprendía en qué momento lo había cargado, y cómo no lo había notado. —No quise desobedecer– comentó, logrando que ella esbozara una sonrisa.
Caminaron con lentitud hacia el automóvil.
—¿Qué piensas hacer ahora, hermano?.
Xiaolang miró un instante el pavimento mojado, luego dijo con una sonrisa de seguridad que Feimei jamás había visto en él:
—Me iré a Japón.
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Salió de la habitación sintiéndose mareado. Sabía que la noche anterior había olvidado algo… y era no beber; cada vez que lo hacía, los despertares eran los más sufridos.
Apoyándose en el umbral de la puerta, contempló su cama. Esta vez estaba ocupada por alguien más. Sus cabellos rojizos se veían más fulgurosos que nunca con el rayo de sol que los bañaba desde un resquicio de la cortina. Ésa mujer era increíble, pero no lo demasiado para satisfacerlo.
—¿Qué haces ahí?– preguntó la voz adormecida de ella, mientras estiraba sus brazos e intentaba atraerlo con una seña. —Es muy temprano.
—Tengo clases– dijo, recordando que llevaba en sus manos sus anteojos. Al ponérselos, le pareció ver menos prodigiosa esa anatomía femenina oculta bajo sus sabanas.
—¿Tienes que ser siempre tan responsable? Tus alumnos estarán felices si ven que su profesor no llega. –ella volvió a hacer la seña, con una sonrisa seductora— Ahora ven. No quiero estar sola.
Él sonrió, acercándose a ella. Al llegar, se agachó, y justo cuando la mujer cerraba los ojos para recibir un apasionado beso en los labios, sintió un leve roce en su frente.
—Lo siento, querida, pero estoy acostumbrado a trabajar.
La pelirroja pestañó incrédula al verlo salir. ¿Y qué había ocurrido con los besos de la noche anterior? ¿Es que olvidaba que habían dormido juntos?.
Llena de ira, buscó su ropa en el suelo. Tendrían que arreglar eso… Ella era una mujer decente, y luego de haber compartido una noche como aquélla, era de esperar que el compromiso se formalizara. Sabía que Eriol no tenía muchos motivos para negarse. Se conocían hacía bastante tiempo y habían logrado llevarse bien. Ella lo comprendía, cosa que un artista siempre busca en una mujer. Además, era la única con la que Eriol había compartido más de dos años.
Entonces sólo le quedaba aceptar.
El sonido del teléfono la sobresaltó. Esperó por si Eriol atendía, pero debía estar en la ducha.
—Buenos días, casa del señor Li.–respondió. Era una mujer. —Sí, él está tomando un baño. ¿Quién habla?... –sus ojos se abrieron.—¿Su sobrina?.
El hombre salió de la ducha con una toalla amarrada a su cintura. Fue hasta la habitación y sacó los mismos pantalones grises de siempre, una camisa y ese chaleco azul marino que combinaba con sus ojos, pero que Megumi Tsuji detestaba por su simplicidad. Sus personalidades no combinaban, aunque había que entender que él era un artista un tanto excéntrico, y ella amaba la excentricidad. Podía decirse que el arte los unía.
—Me debes una gran explicación, Eriol– dijo la mujer, entregándole el teléfono mientras él terminaba de abrocharse el chaleco. —Si no tienes hermanos, ¿cómo es que ahora te llama una sobrina?.
El hombre permaneció con el teléfono en sus manos por unos cuantos segundos. Megumi fingió ignorarlo, comenzando a vestirse.
—¿Diga?...–fue lo primero que pudo balbucear. Reconoció la voz de una de las cuatro chicas al teléfono. No pudo precisar quién, pues para él todas hablaban exactamente igual.
—Tío, ¡soy yo, Feimei!–exclamaron del otro lado, con alegría. —Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo ha estado?.
—Bien, gracias…
—¿Va bien su trabajo?.
—Sí, va todo bien…–Eriol pasó una mano por su cabellos, confundido. ¿Cómo sabían su número telefónico? Él se había asegurado de dárselo a un estricto número de personas.
—Nos costó muchísimo localizarlo. Pero nada que los Li no podamos hacer–Feimei rió levemente. Eriol pudo imaginar que era de gusto al saber que podían acceder a la información que quisieran, no importase cuán oculta estuviera.—El motivo de mi llamada es mi hermano, tío.
Eriol salió con disimulo de la habitación, en un despiste de Megumi. Ya afuera, cerró la puerta, cargándose en ella.
—¿Qué ocurre?–su voz se volvió más preocupada.
—Creo que sus pronósticos no fueron acertados–Feimei suspiró. Lo que venía a continuación parecía grave— Xiaolang abandonó la preparatoria.
—¿Te dijo sus razones?
—No necesito saberlas, tío. Ya estaba cansado que lo miraran como un bicho extraño. Él no puede adaptarse, eso dijo el Director–al mencionarlo, la mujer dejó escapar un gruñido—Ése idiota le ofreció "apoyo psicológico y psiquiátrico". ¡Como si mi hermano fuera un loco!.
El silencio de su tío hizo que la chica frunciera el ceño.
—¿Acaso usted también lo cree! –exclamó, con enfado.
—No he dicho tal cosa, Feimei. Pero sí comprendo que la demás gente no lo entienda– replicó el hombre con serenidad.—¿Y qué piensan hacer ahora?.
—Ése es el problema, tío. –la joven Li volvió a suspirar con pesadez.—Mi hermano quiere irse a Japón, con usted.
Megumi abrió la puerta, empujándola con fuerza sin notar que su amante estaba afirmado en ella. Él cayó de rodillas, aún con el teléfono en sus manos.
—¡Eriol, ¿te encuentras bien!–se agachó a ayudarle, olvidando que su salida era más bien una demostración de furia.
—¿Tío, qué fue ese golpe?.
El profesor de artes tenía sus anteojos en la punta de su nariz. Pestañeó repetidas veces, para dejar escapar una sola palabra que resumía todos sus pensamientos:
—¿¡Cómo!
Un buen café le disipó la jaqueca. Se sintió con más energía, pero aún la sorpresa no se le quitaba del todo.
Megumi había intentado que hablara sin obtener resultados. El hombre resultaba ser muy introvertido.
—¿Estás seguro que te sientes mejor?–le habló con dulzura, acariciando su espalda. —Puedes quedarte en cama. Yo iría a la preparatoria para decir que no puedes asistir.
—No es necesario, ya estoy bien– él dio un último sorbo a su taza y se levantó.
La pelirroja lo vio subir y luego bajar con su bolso de trabajo, y su inseparable abrigo.
—No olvides cerrar la puerta– dijo, dándole un casto beso en la mejilla como despedida.
—No lo haré– ella simuló una sonrisa. Esperó a que se fuera y lanzó la taza con impotencia a la pared. —¡Estúpida! ¡Él te trata como si fueras su hermana!.–intentó llorar, pero no resultaba, sólo guturales quejas y gemidos salían de su boca, terminando como hipo.
Tendría que tomar otro tipo de medidas al respecto.
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—Cada día está haciendo más frío– observó Touya Kinomoto al abrir la puerta de su casa, subiendo el cuello de su chaqueta.
El otoño comenzaba a acabar, dando paso a un invierno que prometía ser de los más crudos.
Miró la casa vecina. Desde ahí, cada mañana y a un horario similar, salía el maestro Eriol, de Seijo. ¡Buen día, exclamaba con su sonrisa habitual. Sin embargo, esta vez pareció no verlo. El universitario vio con curiosidad cómo caminaba con rapidez y la cabeza gacha. Hubo un sonido de algo quebrándose. Provenía de su casa… Entonces había alguien ahí… Probablemente una discusión…
—¡¡¡Es tarde, es tardeeee!– los gritos del piso de arriba le hicieron perder la concentración. Ése monstruo ruidoso otra vez había ignorado la alarma del despertador. Pasos agitados de un lado a otro. Hasta el chillido de un gato…—¡Lo siento, Kero!
Día común en Tomoeda, y en casa de la familia Kinomoto.
—¿Ya te vas, Touya?– preguntó un hombre de anteojos y sonrisa cálida.
—Sí, tengo un examen importante.
—Mucha suerte, hijo.–le entregó su almuerzo, dándole unas palmaditas en su hombro. —De seguro saldrás bien.
—¡Buenos días!– saludó la voz de una jovencita, que recién terminaba de bajar las escaleras. Respiró rápidamente, topándose con el rostro de su hermano. —¡Podrías haberme despertado!
—Es imposible despertar una bestia como tú. Por más que te hablaba seguías roncando, monstruo–el joven sonrió con burla, haciendo una seña de despedida.
—¿¡Cómo me llamaste! ¡Te he dicho mil veces que no soy monstruo! ¡Y yo no roncooo!–gritó, pero él hacía caso omiso de sus palabras y seguía caminando. —Aiish, es tan molesto–se rindió, cruzándose de brazos.
—Tranquila, hija, sabes que tu hermano sólo está jugando–intentó convencerla su papá, sonriéndole ampliamente. —¿Quieres desayunar?
—Sí, papá. –respondió ella, con una sonrisa también.
Ya en la mesa, saludó a una fotografía de su madre, infaltable cada día. Era una de las maneras que su papá le hacía saber que siempre estaba presente, a pesar de haber muerto hacía tantos años.
—Buenos días, mami–era el saludo cariñoso a su lindo retrato. De su madre había heredado sus bonitos ojos verdes y su sonrisa. Su papá, Fujitaka Kinomoto, aseguraba que también se parecían en el carácter.
Un pequeño y peludo animal enrollaba su cola en las piernas de la chica. Intentaba llamar su atención maullando.
—¿Qué pasa, Kero? ¿Tienes hambre?–el gato dio otro maullido. —Pero si ya te di la comida, ¿acaso no la has vis…?–al contemplar su plato, Sakura abrió los ojos con sorpresa, y una gotita resbaló por su nuca. —Pero si ya te lo comiste todo…
—Es un gatito en pleno crecimiento, Sakura. Tal vez necesita alimentarse mucho más– dijo su padre, mientras vaciaba más comida para gatos para el tal Kero.
Esperaba que fuera eso… No le gustaría que el pequeño Kero luego se transformara en una enorme bola amarilla con patas. Estaba bien como estaba ahora; pequeñito, con sus ojitos negros y atentos, y sus orejitas que no eran tan puntiagudas como los otros gatos, pero que lo hacían más encantador. El pequeño Kero había sido adoptado hacía tres meses por la chica, cuando lo encontró abandonado en una calle, llorando por comida. Desde ahí se había convertido en la mascota de la casa, y hasta en un regalón de su padre que siempre lo consentía dándole más alimento del necesario.
—Muchas gracias por la comida– la joven de cabellos castaños se levantó con su plato, dejándolo con los otros trastos. Se arremangó, abriendo la llave.
—Sakura, yo puedo lavarlos. Es mejor que te apresures o llegarás tarde– sonrió su padre, interrumpiéndola.
—Pero…
—Ya es tarde, hija.–dijo su padre, mirando su propio reloj.
Ella dio un suspiro. Corrió a darle un beso de despedida y a recibir su respectivo almuerzo.
—¡Adiós, papá!
—Suerte, Sakura.
Se enrolló su bufanda roja al cuello. Ése día sí que el viento estaba fresco. Montó la bicicleta, antes de su hermano. Había sido un verdadero milagro que Touya se deshiciera de su transporte para dárselo a ella, pero tenía sus razones, y es que la Universidad quedaba a una hora de su casa. Pero Sakura le daba un buen uso. Cada mañana pedaleaba con energía para llegar a tiempo; era un excelente ejercicio.
—Hola Sakura– la saludó un grupo de chicas en la entrada.—Siempre tan puntual– le sonrieron, cuando el timbre sonó.
—Hehe, así es. ¡Las veré luego!– la chica pedaleó hasta los estacionamientos.
—¡Adiós! –se despidieron las cinco. Eran parte del amplio círculo de amistades de Kinomoto.
Estacionó la bici y corrió a su salón. Típica rutina.
Su salón ya tenía la puerta cerrada. Sakura aflojó su bufanda, y pasó saliva. Se escuchaba la severa voz de su maestro de Matemáticas dando a conocer los puntajes del examen anterior. La última vez le había advertido que quería verla antes que él ingresara a la sala, o la enviaría a la dirección. Y no quería problemas, menos con ése maestro.
—"¿Qué tal si no entras?"–pensó, y sonrió con astucia. —"Luego tendremos clases de Arte… Nah, el maestro Li no te pondrá obstáculos. Es tu vecino, después de todo"– razonó, encontrando mucho mejor esa alternativa.
Sakura caminó por los pasillos vacíos, ocultándose cada vez que veía algún maestro transitar. No tendría otra alternativa que quedarse vagando el resto de la hora.
—Hoe, me siento algo culpable– murmuró, sentándose en las escaleras. —¿Acaso mi miedo por el maestro Fujita es más grande que el querer entrar al salón?... –recordó el rostro pálido y rechoncho del hombre, con sus lentes de grueso vidrio que hacían ver sus ojos pequeños. Cuando se enfadaba, se le marcaba una vena al medio de su frente, y si la furia era aún mayor, también se le podían distinguir en el cuello. —Síp, es más grande– concluyó con lagrimitas en los ojos.
La jovencita contempló a uno de los maestros caminar en su dirección. Era Eriol. Sonrió con alegría, yendo a su encuentro.
—¡Buenos días, maestro!– su saludó hizo que el hombre diera un salto. Caminaba bastante distraído.
—Ah, Sakura, buen día– saludó él.
—¿Quiere que le ayude?– preguntó, al verlo cargar una pesada caja con materiales para una escultura, y su inseparable bolso donde no faltaban sus bocetos.
—Oh, sí, me sería de ayuda– aceptó él, con un peso menos en sus brazos. Recordando algo, miró a la chiquilla con el ceño fruncido— ¿Qué no tienes clases ahora?
Una gotita escurrió por la frente de ella, mientras reía con nerviosismo.
—Así que Fujita no te aceptó en su clase– Eriol al fin dejó la caja en el suelo, donde Sakura alcanzó ver herramientas y yeso. —Es mi obligación estar del lado de mis colegas, ¿sabes?.
Ella hizo un sonido afirmativo. El maestro se giró levemente y la vio totalmente distraída, contemplando algunos cuadros. De seguro no le había escuchado.
—Me encantaría pintar como ustedes lo hacen–dijo, haciendo alusión al resto de alumnos del taller.
—Podrías comenzar con ponerle más entusiasmo a mis clases– propuso él.
Sakura observó algo ofendida a su profesor. Ella siempre intentaba poner lo mejor de sí en sus clases… era sólo que… no era buena para eso. Eriol acomodaba sus materiales para recibir a la próxima clase. Siempre que no había alumnos, el salón era un verdadero revoltijo de oleos, telas, yeso y todo lo que fuera necesario para obtener una buena expresión artística. Era el único docente de Seijo que Sakura toleraba, y puede que su personalidad y su estilo hiciera que se sintiera más cercano; su cabello amarrado en una pequeña coleta, sus anteojos con los vidrios rayados, (ya que nunca se cuidaba del lugar donde los dejaba) su ropa siempre informal y con las infaltables manchas de pintura que lucía con orgullo. Pero lo más destacable era su paciencia y dedicación a su trabajo. Eso lo hacía el mejor.
—¿Puedo ver?– preguntó, parada frente a un atril cubierto de una tela blanca.
—Ni modo, siempre terminas haciéndolo aunque te lo niegue– sonrió Eriol.
La chica descubrió con lentitud el cuadro, pero presa de la misma emoción con la que había visto muchas de las otras obras.
—¡Woaaa!– exclamó, cuando sus ojos se toparon con la imagen de dos personas; a la izquierda, una hermosa mujer de larga cabellera negra, y de su mano, un hombre con cabello oscuro que parecía huir de la mirada de su acompañante. Ambos estaban inmersos en un espacio azul vibrante, que infundía libertad, pero a la vez se veían atrapados, como reducidos… —Es distinto a lo que estaba acostumbrada a ver.
—Ajá, a veces hay que escapar del esquema– Eriol siguió haciendo lo suyo, deseando que la curiosidad de la chica no diera para más.
—¿Quiénes son?
Pero estaba equivocado, claro está. Cuando Sakura Kinomoto iniciaba con alguna pregunta, difícilmente dejaba su cometido y pronto salía con una nueva.
—No tienen nombres, Sakura…
—No preguntaba por sus nombres– le interrumpió, sonriendo y aún sin despegar la vista del cuadro. —Quería saber quiénes eran…
—¿Quieres la historia de ellos?– el maestro rió levemente, y se ubicó en uno de los bancos. Sakura asintió efusivamente, sentándose también. —Bueno, ellos eran una pareja de enamorados.–comenzó diciendo, mirando el cuadro al igual que su alumna— Eran muy felices juntos, se conocían desde la primaria, andaban juntos a todos lados. Ella era una chica muy seria y responsable, que sabía qué pretendía de la vida. Él era todo lo contrario, vivía a la deriva, sin saber muy bien qué esperar a futuro… Se casaron, y no se separaron hasta… –Eriol se detuvo. ¿Estaba haciendo bien con contarle algo tan íntimo?.
—¿Hasta la muerte?– cuestionó la chica, haciendo que su maestro asintiera en silencio. —Pero él se ve…–Sakura volvió su vista hacia el cuadro y continuó— Es como si quisiera que ella no estuviera a su lado…
—Podría ser.
—Pero usted dijo que estaban enamorados– protestó la jovencita.
—Eso no impide que él la quiera mantener lejos… Tal vez porque busca protegerla.–Eriol miró el rostro de la chica, y vio en él una graciosa expresión de desconcierto. Rascó su cabeza—Bueno, es algo difícil de comprender.
A juicio de Sakura, las clases de Artes con el maestro Li no eran un desperdicio para nadie…
—Sí, como te digo, él me llamó para pedirme tu número telefónico.
—Pues aún no me ha llamado…
—Tal vez tiene miedo. Dale tiempo, qué más podríamos esperar de él– sonreía Sakura a su amiga Chiharu, sentada a su lado.
—No lo sé… No estoy segura si me agradará una cita con Yamazaki– continuaba Chiharu con inseguridad. Dio más sombra al retrato que estaba dibujando y lanzó un suspiro. —Es decir, ¡no nos conocemos! ¿Qué podríamos hablar?.
—Pueden tener cosas en común…– aseguraba Sakura, mientras sacaba una hoja de su bloc y se disponía a dibujar (o a intentar) por cuarta vez.—Vamos Chiharu, conozco a Yamazaki desde primaria y es un tipo muy simpático. Y déjame decirte que tú le gustas mucho, ¿eh?– Sakura sonrió al ver cómo su amiga se sonrojaba.
—Al menos podrías darme su número, para reconocer su llamado– ante esto, Sakura extrajo su celular del bolsillo de su chaqueta. —¡Dios, aquí dice que tienes tu directorio lleno! –se sorprendió la chica de larga trenza castaña.
—Ah sí, debo cambiarlo por uno que tenga más espacio.
—Debes tener a toda la preparatoria registrada– se burló Chiharu, mientras iniciaba una larga búsqueda.
—Eso y mucho más–murmuró Sakura para sí. Y es que era una rutina preguntarle a los "amigos" su número telefónico, y teniendo tantos…
Eriol se ubicó tras las dos jovencitas. Tosió brevemente, haciendo que Chiharu volteara con timidez, ocultando el teléfono móvil entre sus manos. Sakura en tanto había procedido a dibujar una enorme cara redonda con ojos saltones, y con dos dientes enormes. Ahora le estaba agregando un pequeño cuerpecito finalizándolo con grandes zapatos.
—Veo que estás haciendo muy bien tu trabajo, Sakura– habló el hombre, haciendo que ella soltara el carboncillo con sorpresa. —Algún día tendrás que aprender a dibujar retratos– sonrió, y siguió avanzando para ver al resto.
—Algún día– repitió Sakura, volviendo a arrugar la hoja.
El día pasó en relativa calma. Eriol cerró las puertas del salón cuando el atardecer ya se desplomaba en Tomoeda. Había llegado la hora, y no creía estar preparado. ¿Qué tanto habría cambiado? ¿A qué vendría? ¿Acaso lo culparía de su frustrado paso por la preparatoria, de querer que tuviera contacto con otros jóvenes?.
Se sentía ridículo temiendo a un chico al cual superaba por quince años. ¿Qué podría hacerle? ¡Era su tío! ¡El hermano de su padre!.
El hombre inhaló con fuerza el aire frío que se respiraba en la ciudad. El alumnado también se retiraba a sus casas, cubriéndose lo más posible con sus abrigos.
Cruzó la calle, cuando la bocina de un auto le interrumpió.
—¿Megumi?– la mujer bajó el vidrio, logrando oque su rostro pudiera ser mejor apreciado. Eriol no supo muy bien porqué miró hacia todos lados, antes de acercársele. —¿Qué haces aquí?.
—Sube, debemos hablar de algo muy importante– ella lo miró suplicante. Atendiendo al pedido, el artista se ubicó en el asiento del copiloto, inquieto por tanto misterio. —Verás, esto surgió en último momento…
—¿Qué cosa?
—Mis padres, Eriol– ante la sola mención, el hombre se puso más pálido de lo que era. —Quieren conocerte ahora mismo.
—Me-Megumi, ahora yo…
—Escúchame. Es de vida o muerte, cariño– tomando una de sus manos, la mujer lo acariciaba. Estaba lista para irse a la reunión, o cena, o lo que tramaran sus padres; llevaba el cabello rojizo recogido en un modesto moño y vestía un conjunto color granate, demasiado formal hasta para ella. —Esto te conviene también a ti. Si le caes en gracia a papá y a su amigo que estará presente en la reunión, ellos podrán ayudarte en la próxima exposición que quieres realizar. Conseguirán el Palacio Kiniro para ti… Papá tiene contactos y sé que…
—Aguarda– él la detuvo. El Palacio Kiniro ya eran términos serios para él. Desde que había llegado a Japón, realizar una exposición en ése lugar era su sueño. Podía imaginar sus retratos, sus paisajes, sus esculturas, todo entre esas paredes de oro bruñido, pero lo más importante, sentiría lo que todos los grandes artistas lograban: la mayor muestra de su talento. Gente de todas partes del mundo, la elite del país, del extranjero, críticos del arte, estudiantes del género. —¿Hablas del Palacio Dorado?–preguntó con duda.
—Sí, cariño. El que me dijiste que tanto admirabas– Megumi se acercó a él, dándole un beso en sus labios. No continuó con la caricia, pues él no salía de su estupor —Compré un traje para ti–dijo la mujer, indicando el asiento trasero. —¿Vamos, entonces?.
—Claro…–balbuceó él, con su cabeza demasiado nublada por la exaltación que difícilmente habría podido recordar que cierto sobrino suyo lo estaba esperando en el aeropuerto…
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Xiaolang recogió su equipaje y siguió a la multitud, que se dirigía a la salida. Caminó lentamente, repasando los rostros que vislumbraba e intentando reconocer el de su tío. Era inútil, él no estaba por ningún lado.
El aeropuerto estaba repleto de gente. Hizo un esfuerzo por pasar desapercibido caminando en un rincón, pero no podía evitar el "contacto" con el resto.
—¡Ten más cuidado!– volteó gruñendo un hombre de sombrero, cuando con uno de sus gruesos hombros golpeó el del joven. Éste se detuvo, sintiendo una fuerza palpitar en todas sus venas. En cuestión de segundos su campo visual se distorsionó. Contempló cómo estaba ahora al interior de un hogar, y oía el repique de un timbre. Una niña pasó corriendo muy cerca suyo para abrir la puerta.
Sabía qué estaba ocurriendo.
—¡Papi!
—¡Hola, mi hermosa pequeña!– el hombre de sombrero la alzaba en brazos, y besaba su frente con dulzura—Cuánto te extrañé, tesoro. Papi no volverá a pasar tanto tiempo alejado de ti y de mami.
Y ahí entraba en escena una mujer pequeña que iba al encuentro de su esposo. Se besaban, mientras la niña no se cansaba de jugar con el sombrero de su papá y seguía en sus brazos.
El joven de cabello castaño regresó pesadamente a la realidad. Bastaba un pestañeo y el ruido del aeropuerto regresaba, luego sus alrededores. El de sombrero seguía mirándole con gesto furioso, pero él esbozó una sonrisa en su cansado rostro.
—Es mejor que se apresure– dijo, logrando que éste le mirara confundido— su hija y su esposa esperan por usted.
Continuó su camino, dejando a un asombrado hombre parado en medio de la muchedumbre, con la boca completamente abierta.
—"Es probable que se haya olvidado de recogerme"– pensó el joven Li, sentándose agotado y dejando el equipaje en la butaca contigua. No quería tener pensamientos pesimistas, pero al cabo de una hora en el mismo lugar, y luego de dar dos avisos por altavoz, Eriol seguía sin aparecerse y dudaba que lo hiciera. —Es mejor que me vaya yo mismo, entonces… – murmuró, recogiendo su maleta y saliendo del aeropuerto. —Frío– pronunció, con una mueca de desagrado.
Tenía suficiente dinero para pagar un taxi, por lo que detuvo uno en la salida. Dio la dirección correspondiente y el vehículo emprendió el viaje hasta Tomoeda. Comenzaba a oscurecer. El chino contempló a lo largo del viaje la ventana, hasta ser interrumpido por el chofer, quien pretendía charlar.
—¿Es primera vez que viaja aquí a Japón?.
El chino fingió no comprender la pregunta, diciendo unas cuantas palabras en su idioma.
—Ah, usted no habla japonés– dijo el conductor, y guardó silencio. Para sentirse algo más acompañado, encendió la radio y así estuvo todo el momento. —Esta es la avenida.
Entregó el dinero, a sabiendas que había más de lo necesario. No esperó el cambio y bajó del taxi. Según la dirección que Feimei le había entregado, estaba justo frente a la casa de su tío. Era de un cálido tono amarillo y con dos pisos; las luces estaban encendidas, por lo que él debería estar ahí. Hubiese observado más, pero sentía el rostro y las manos congeladas. Abrió la puerta, encontrándose con un espacio muy diferente a lo que imaginaba; parecía que vivía ahí toda una familia. Shaoran sonrió ante la idea. Se quitó los zapatos, dejándolos al lado de unos pequeños, que miró un rato sin comprender a quién podrían pertenecer. Cuando comparó su propio calzado al lado de ese, pensó que en definitiva Eriol tenía un pie de niñita. O quizás el viaje lo había turbado un poco.
Acomodó su maleta en un rincón de la sala y se dejó caer en el sofá.
Dio un breve vistazo. Ya había sido suficiente con valerse por sí mismo para llegar hasta ahí; su tío tendría ser quien viniese a darle la bienvenida, por lo que no pensaba moverse.
Se sentía bien estar en esa casa… tenía un aire acogedor. Con una mano sobre su frente, sintió que el sueño le iba ganando poco a poco; sacudía su cabeza, pero pronto volvía a cerrar los ojos.
—Miau
El chino gruñó ante la interrupción. Se despertó con dificultad.
—Miau.
—"¿Miau?"– pensó, mientras sentía algo peludo en su nariz. —¡Aaah, qué es esto!– retiró aquello que le producía cosquillas, dejando al gatito colgando de cabeza, sosteniéndole de la cola. Sus ojitos negros vieron con atención los café del chino. —Es sólo un gato…
Kero fue depositado en el sillón otra vez, observando con curiosidad al jovencito.
—No sabía que el tío tuviera mascota– murmuró él, mientras volvía a cerrar los ojos.
Pero unas pequeñas garritas comenzaron a deslizarse por su abrigo negro.
—No gato, déjame– movía su mano para ahuyentarlo, pero el travieso animalito se lo tomaba como parte del juego y se adoptaba una pose de acecho, para después saltar a su mano y arañarlo. —Oye– Shaoran bufó cansado. No se lo podría quitar de encima. —¿Por qué no vas con tu amo?
—Miau.
—Sí, tu amo– masculló el chico, y se acomodó en el sillón para seguir con su descanso.
—Miauuu. Miau. –el gato siguió pasando sus uñas por el abrigo. Quería llamar su atención.
—Maldición– suspiró, mirándolo con enojo. Él saltó del sillón, corriendo a las escaleras. —¿Adónde vas? –lo vio subir ágilmente cada escalón. Probablemente iba donde el tío Eriol, y lo siguió, no sin antes desabotonar su abrigo y dejarlo colgado en el perchero. Ya era hora de que su tío se enterara de su presencia, y ya era hora de que le dijera cuál sería su cuarto, porque estaba sumamente cansado.
El gato lo esperó hasta que llegase arriba. Una vez ahí, avanzó hasta una de las puertas del pasillo.
—¿Aquí está?– se preguntó Li, frente a una habitación. Desde adentro se escuchaba ruido, como voces… sin embargo, sonaban muy femeninas para su gusto. —"¿Estará con una mujer?"– frunció el ceño, mientras empujaba suavemente la puerta.
Una persona sentada en una silla giratoria, volteó a observarlo con una sonrisa, confundiéndolo con su hermano. Y entonces ambos se observaron con sorpresa, en medio de un casi completo silencio, de no ser por la voz de Rika Sasaki al otro lado del teléfono:
—¿Aló? ¿Sakura? ¿Sakura, me estás escuchando?
Shaoran alzó una ceja.
Después de la reacción de ella y luego de que el gato amarillo saltara a sus brazos, asustado, recién comprendió lo extraño de la situación…
—¡¡¡Uwaaaaaaa, un ladrón!
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Notas de la responsable: Sip, yo, con otro fic xD Podría haberme aguantado y no publicarlo, pero se hubiese ido a la papelera como los otros…
Espero que hayan tenido una bonita Navidad, y que este Año 2006 les tenga preparado buenas sorpresas :D
Nos vemos pronto, si es que la conexión me acompaña.
Saludos!
Gabi.-
