Con sus dieciséis años y emociones inexpertas basadas en hormonas alteradas sin atención, Henrietta podía presumir de una vida calmada y monótona. No había ningún color en su vida, con suerte ligeros destellos que variaban en el grisáceo y azul. No, no era una enfermedad a la vista ni una locura colectiva gracias a su temprana depresión, solo era un sentimiento que le llevó a ver su vida de esa manera. Claro, ese tipo de cosas jamás las hablaría ni bajo tortura china, esos eran ese tipo de secretos que solo una hoja en blanco podía poseer. El cielo parecía triste, como una tarde lluviosa de domingo debía ser. Se resguardó bajo el techo del paradero, la lluvia la pilló totalmente desprevenida y si bien se anunció un clima de este calibre por la televisión, Henrietta no pensó en lo más mínimo en salir de casa. Fue un paseo espontáneo.

Se dejó caer sobre el asiento y observó como la lluvia caía en los charcos de las calles, no tenía nada mejor que hacer. Su celular no tenía batería y para su mala suerte tampoco tenía a mano su vicio: cigarros. Sí, esas drogas que tanto se arrepiente de consumir. Claro, muchos hablan de lo genial que te ves tirando humo por la boca y nadie habla de lo genial que es la dependencia que a largo plazo genera esa mierda en tu vida. La ansiedad se hacía presente.

A juzgar por... Por nada, solo por su intuición, no debían ser más de las cinco de la tarde y la lluvia no parecía querer apiadarse de ella, pues comenzó a caer con más fuerza lo cual solo irritó el triple a la azabache. Suspiró y llevo sus manos a los bolsillos de su chaqueta oscura, buscando calor que no hacía acto de presencia en ninguna de sus extremidades. No había muchas opciones, enfermaría quedándose ahí o enfermaría en el trayecto a casa. Ni modo, esperaría un rato más. No había un solo apuro con llegar a casa y dar sermones de donde venía a su madre. No la odiaba, al contrario, era la única persona que realmente tenía a su lado y eso lo aprendió hacía no mucho, gracias a un latente rechazo en su infancia de su parte a la mayor.

Luego de que su padre las abandonara, harto de la actitud amable de su esposa a una hija desagradecida y depresiva, solo se fue. No sin antes confesar una infidelidad de un año. Ya hacían tres años de eso y seguramente ese maldito ya tenía hasta otra hija mejor que ella. Bueno, cualquiera sería mejor que ella.

Sumergida en esos pensamientos de una época triste y oscura, no se percató de la presencia de una segunda persona. Una chica. Fue cuando el sonido de un trueno resonó en la ciudad que finalmente salió del trance y de la sorpresa, ambas dejaron escapar un pequeño grito.

Ambas se miraron.

La chica que estaba sentada a su lado tenía un pelo oscuro como la noche, largo y brilloso. Ojos de un café tan claro que se podía confundir con tonos naranjos y una piel blanca, digna de la envidia de una muñeca. Se sintió cohibida por la belleza de esa chica.

— Días horribles ¿no? —. Dijo la chica con una voz calmada. No supo que decir por lo que solo asintió con la cabeza. — Pareces tener frío ¿qué haces aquí?

Al parecer esta chica era bastante habladora y muy confiada, eso o era un enferma mental cuya misión era secuestrarla. Se alejó ligeramente de esa chica, por si las dudas.

— ¿Por qué me estás hablando? — Había duda en su voz, pero intentó sonar firme. No debía dejar que sus paranoias la consumieran. La otra sonrió. El corazón de la gótica pareció dar una vuelta.

— Tenías el maquillaje corrido y pensé que estabas llorando. — Una respuesta simple que hizo que las mejillas de la chica ardieran por vergüenza. Si realmente tenía el maquillaje corrido debía verse patética.

— Era la lluvia. Estoy bien.

La contraria solo asintió.

Los siguientes minutos fueron en silencio, esa chica tan bella solo estaba ahí, mirando al suelo como si una historia se estuviera desarrollando en él. Y Henrietta se dedicaba a darle pequeñas miradas a la otra. Estaba extrañada, nunca un desconocido se acercó a comprobar si estaba bien, es decir, nadie tenía la obligación de ser amable con ella y no sabía sin sentirse feliz o asustada.

Fue cuando esa chica sacó de su bolso una cajetilla de cigarros que esas dudas parecieron calmarse. Porque, cualquiera se podría vender por un vicio y bajar la guardia.

— ¿Quieres? — Ofreció, casi leyéndole la mente. Obviamente no se hizo de rogar y una mueca afirmativa se formó en su rostro. — Me llamo Wendy. — Estiró la cajetilla a la otra, quien sacó un cigarrillo. — ¿Tú?

Vaciló un poco. ¿Era correcto dar su nombre como si nada a una desconocida?

— Por cierto, las menores no deberían aceptar este tipo de cosas.

Ahí va el consejo del día, gracias por recalcar alto tan obvio. El ceño de Henrietta se frunció.

— Fuiste tú quien me ofreció. — Hizo una leve pausa. — Me llamo Henrietta, dieciséis años. Un no-gusto conocerte.

Wendy sonrió. Al parecer molestó a la chica y si bien no era algo para reír, no iba a perder la compostura con una chica menor. Se mantuvo en calma.

— Tienes razón, devuélveme ese cigarro. — El tono divertido que uso en la frase causo un escalofrío en Henrietta. ¿Se estaba riendo de ella?

— Sueña, ya lo perdiste. — Y más tarde que temprano se dio cuenta que no tenía fuego. Se dio un golpe mental y bajó la mirada. —... ¿Tienes fuego?

— Claro. Pero siendo yo una mayor de edad no debería darle estas facilidades a una niña. — Como antes, no había veneno en su voz, solo una intención de molestar un poco a Henrietta y, hasta que quizás riera.

— Nada te cuesta y seguro será la primera y última vez que nos veamos. — Estaba luchando por no mandarla al carajo. Estaba irritada y la belleza de Wendy no era suficiente para calmarse. — ¿Cuántos años tienes tú?

— Uhm, buen punto. — Sacó un encendedor del mismo bolso y presionó el botón superior, sacando una flama. Luego encendió su cigarrillo. — Pero no es suficiente para convencerme. Y tengo veintisiete años.

Sintiéndose rendida, tiró el cigarro que tenía en sus manos al agua y se levantó.

— Pues adiós, espero no verte más, señorita de las edades. — Acomodó su ropa y se colocó el gorro de la chaqueta.

No alcanzó a dar un solo paso para cuando una fina mano en su hombro la detuvo. Más molesta que antes, se giró y se encontró con los ojos de Wendy, una mirada indescifrable que provocó un ligero temblor en sus piernas.

— Era broma, lo siento. — En ningún momento su sonrisa decayó, pero si se hizo más cálida a su parecer. Colores cálidos que le recordaban al hogar.

El cigarro que previamente había encendido ahora estaba frente a ella, con la marca de pintalabios rojizo en un extremo.

— Es tuyo. Espero nos veamos nuevamente y me devuelvas el cigarro. — Habló tan bajito que parecía el viento susurrando en las calles.

Tontamente, tomó el objeto. Estaba tan distraída observando la marca rojiza en el blanco papel del cigarro, que no se dio cuenta para cuando esa tan peculiar mujer se estaba retirando, dándole a Henrietta la vista de una contorneada espalda.


Ah, el amor de una gótica y una popular. Ni idea de si lo continuare pero lo más probable es que sí.

Bueno, acá la primera parte de la historia de una hermosa pareja que merece mucho más amor. Yo en su lugar le daría una oportunidad a estas dos estúpidas.

Y bueno, si llegaron hasta aquí, gracias y hasta la próxima.