Hermanos

Regulus está sentado en la hierba húmeda, las manos hundidas en la tierra, disfrutando del calor devastador del verano, que se cierna sobre la campaña inglesa, abrazándola con sus apasionados rayos de sol, que queman la piel con suavidad.

No se atreve a romper el silencio que reina entre él y Sirius, tan solo se permite observarlo con esa profunda adoración brillando en sus ojos, que tan solo su hermano mayor consigue despertar.

Sirius esta sentado junto a él, ofreciéndole al sol su rostro de facciones terriblemente hermosas, como la mayor de las ofrendas. Y cuando lo mira, Regulus no puede evitar envidiar ese don que tiene Sirius para mantener ese porte majestuoso, sin siquiera proponérselo, convirtiendo en un trono todo lugar que ocupe.

No sabe cuanto tiempo llevan allí, sin moverse, sin hablar, pero no tiene ninguna intención de perturbar a su hermano, porque podría estar horas enteras observándolo, estudiándolo, disfrutando de su compañía, porque le parece demasiado extraordinario tener a alguien como Sirius cerca de él, que le conceda su tiempo, que le permita jugar con él y que le desvele, bajo las sabanas, entre susurros a media noche, los secretos que lo atormentan.

Porque Regulus se siente importante cuando Sirius le habla en voz entrecortada de misterios que aún no entiende, se siente importante cuando Sirius le mira con ese brillo en sus ojos grises, idénticos a los suyos, pero tan diferentes, porque los de Sirius son apasionados y vivaces, en cambio los suyos con tan solo seis años ya sufren de la perdida inevitable. Porque Regulus ya sabe que lo perderá, sabe que Sirius no podrá cargar siempre con él y que tarde o temprano se irá.

-Es para ti.- Dice Sirius despertando de su ensimismamiento, tendiéndole un pequeño tigre de madera.

Sirius ríe con ganas ante la mirada desconcertada, y el sonrojo que se apodera de las mejillas pálidas, de Regulus.

Regulus, acepta el regalo con timidez, casi avergonzado de su suerte.

El mayor de los Black, se deja caer en el suelo, inflando su pecho, satisfecho de él mismo, su oleada de repentina generosidad, lo maravilla.

-¡Sirius, a merendar! – Grita la voz de su madre, desde las profundidades de la mansión que se abre a sus espaldas.

-¿Vienes?- Pregunta Sirius con voz embriagadora, ofreciéndole su magnifico perfil.

Y en ese momento a Regulus le da igual pasar siempre después de Sirius, estar siempre en su sombra, olvidado por los demás, menospreciado por sus padres, que todos lo tachen de invisible junto al heredero de los Black.

Porque él posee el tesoro que todos anhelan. Tiene el amor de Sirius.