Los personajes no me pertenecen. Vocaloid es de Yamaha Corporation.


Era otoño. Las hojas cubrían el suelo, otorgándole una hermosa pasarela de colores que oscilaban desde el marrón hasta el ocre, pasando por granate, rojo, naranja e incluso algún que otro verde. Atardecía. Las madres salían a las puertas de sus casas cubiertas ya con un abrigo de piel para informar a sus hijos que era hora de volver a casa. Los niños contestaban con un escueto "ahora voy, mamá", desobedeciendo al instante esa orden, aprovechando hasta el último rayo de sol para jugar con sus amigos. Usualmente, las niñas jugaban a la rayuela en sus ya desgastadas marcas de carbón y con las piedras que le habían dado suerte el día anterior.

Le tocaba el turno a Rin, quien con despreocupación y angustia al mismo tiempo, se dijo que soportaría cualquier reprimenda de su madre con tal de hacer los últimos saltos. Estaba a casi un metro de distancia del número uno. Miró fijamente al siete, sabiendo que ese sería un récord tanto personal como entre las chicas del barrio.

-Por favor, Rina, tengo que quitarle la cara de tonta a esa niñata nueva. –Le susurró a su piedra de la suerte por cuatro días.

Con niñata nueva se refería a Miku, hija de los riquísimos duques de Hatsune, los cuales habían decidido instalarse en la tranquila zona de Asmodin menos de una semana atrás. Rin nunca había hablado con ella, pero la odiaba con todo su pequeño ser. El por qué era la envidia. Siempre había sido ella la chica más guapa y con la que hablaban todos los chicos, pero desde que apareció la pequeña con las coletas la atención había recaído sobre ella debido a la novedad. No solía mudarse mucha gente, por lo tanto allí vivían los de siempre.

Su madre tenía un gran grupo de amigas y una vez al mes se reunían en casa de alguna para tomar el té de la tarde. Quedaba implícito que estaba prohibido llevar acompañante ya que indagarían en la vida de todos y cada uno de los miembros de la nobleza.

De su padre hacía mucho que no sabía nada. Su mellizo y ella habían tenido que lidiar con el divorcio de sus padres cuando apenas sabían caminar y por algún motivo había sido su madre quien se hizo con la custodia de ambos. Solo sabía que su padre era algún tipo de noble con gran influencia y por eso apenas lo veían cada mes, precisamente cuando su madre se reunía con sus amigas.

Unos días atrás los vecinos habían organizado un banquete en honor a los nuevos residentes y fue ahí que la vio por primera vez. A ella y a su hermano mayor, Mikuo. Se mantuvo casi toda la celebración pegada a su hermano, hasta que Akaito había decidido que ya había soportado suficiente la curiosidad y fue a presentarse. Le siguió su primo, Kaito. Kaito era un niño muy amable. Rin siempre lo vio como su Príncipe Azul. Se había enamorado de él en la primera sonrisa que le mostró al sorprenderse ambos en el mismo sitio mientras jugaban al escondite. Kaito era suyo. No le parecía justo que le sonriera a aquella chica y ella le devolviera el gesto tímidamente. Cuando se acercó al grupito que empezaba a formarse, besó a Kaito en una mejilla y se quedó a su lado durante todo el tiempo, dejándole las cosas claras a la invasora.

Ese había sido todo el contacto que tuvieron, pero Rin no quería ni pensar en ella.

Su piedra cayó en la parte interior de la línea del cuadrado con el número siete y no pudo contener un grito de júbilo. Comenzó a saltar, pero cuando pisó sobre una sola pierna apoyó mal el pie sintiendo como si un rayo lo atravesara, causando que se desplomara y casi al instante tuviera a un corrillo de niñas rodeándole, al que se fueron sumando los niños, quienes abandonaban sus pelotas de cuero para enterarse del escándalo de las niñas. Todo fue muy rápido. Más que dolor, sintió una oportunidad para que la atención que le pertenecía legítimamente volviera a ella y también una humillación que iba creciendo con el paso de los segundos. Se tragó las lágrimas, pensando en su próximo comentario arrogante, cuando Miku se arrodilló a su lado, muy seria. Nunca había visto esa expresión en ella y se asustó, ya que la chiquilla siempre estaba feliz y serena, y notaba por la línea de su boca que estaba verdaderamente tensa.

Rin la miró completamente confusa cuando le alzó un brazo y le rodeó su cintura para ayudarla a ponerse en pie. Pero el rayo volvió y esa vez juró ver el relámpago.

-¿Te duele mucho?

-¡Apartad! Que alguien avise a un médico, ¡ayuda! Por favor, ¡mi hermana se ha torcido un tobillo!

Len. Rin no pudo contener más las lágrimas al verle abrirse a empujones entre la muchedumbre, insultando a gritos a todo aquel que se metía en su camino. Cuando llegó a su lado la agarró también por la cintura, apoyando el antebrazo en su espalda a unos centímetros por encima del de Miku, ayudándola a caminar. Rin no supo qué pensar o cómo reaccionar. Solo lloraba, cada vez más fuerte, pero no era por dolor.

Cuando se encontró recostada sobre su cama, sudando, notó el revoltijo de cabellos rubios sobre esta y escuchó el murmullo de las voces de su madre y el doctor, juró proteger por siempre a aquellas únicas personas que le habían ayudado cuando ningún otro de sus amigos lo hizo y tan solo observó. Prometió que día sí y día también viviría por ellos y los ayudaría en un problema por mínimo que fuera. Todo eso no solo porque quería que algún día lograran entender lo mucho que había significado para ella que le tendieran una mano mientras su realidad se volvía borrosa, sino porque habían demostrado ser fieles a su amistad, por lo cual merecían el mismo trato. Tan solo un pequeño gesto que para Rin había significado todo. Nunca había sentido tanto dolor y por un momento pensó que moriría. Quería que algún día llegaran a comprender lo mucho que les apreciaba y para ello se esforzaría en transmitirles sus sentimientos.