Como siempre, debo hablar de chicas de LJ: Este casefic lo hice para ineongallifrey, deseándole la mejor de las navidades y mucho fangirleo con él. Además, lo hice con la inestimable ayuda de sara_f_black. Sin ella leyendo, estoy segura de que este fic sería mucho más pequeño y hubiera durado mucho más en terminarlo. ¡Muchas gracias linda!
Disclaimer: Harry Potter:J.K. Rawling::Elementary:Robert Doherty … No hay esciam que valga.
OoOoO
La Carta que me quitó la electricidad.
Mi padre ya me había advertido que la comunidad mágica de Gran Bretaña era una de las más cerradas y conservadoras del mundo, pero nunca creí que llegarían a estos extremos. Aunque sabía que no iba a servir de algo, volví a golpear con mi palma a mi teléfono celular, pero aún así, seguía marcando: "sin señal". Miré alrededor, vi a chicos y chicas caminando de allá para acá vestidos con sus togas y me pareció que lo del sombrero hablantín que decidió meterme en Ravenclaw no era nada comparado con lo que se avecinaba en mi vida.
—¿Cómo pretenden que cientos de jóvenes puedan sobrevivir enclaustrados sin teléfonos celulares, computadoras, televisores o internet? —pregunté a la nada, aunque realmente interesada en una respuesta.
—Fácil, la mayoría no los conoce. Yo no conocí el teléfono hasta que me fui de intercambio a Nueva York —me contestó mi padre.
Eso no me lo hacía más fácil. Es más, éste año está resultando cada vez más difícil a cada semana que pasa. Mis padres ponen en papel y tinta su divorcio, mi hermano está en una universidad común y corriente en Nueva York dejándome a mí lidiando con ellos, mi madre se casa de la noche a la mañana y decide que tengo que pasar más tiempo con mi padre y, cuando vengo a Gran Bretaña para hacerlo, resulta que dos meses después, él decide matricularme en un internado, que disque porque tengo mucho potencial mágico que nunca he explotado. O, al menos, eso parece decir una carta que llegó una mañana en la pata de una lechuza que aterrizó en mi cereal.
—¿Lechuzas? —pregunté o maldije, aunque ya debería haberme hecho a la idea con la del periódico cuyas se imágenes se mueven.
Le pasé la carta a mi padre y me levanté a lavar la vajilla mientras la lechuza se iba... ¡No puede ser! Fue la exclamación que dio él. Se puso en pie y me enseñó un escudo con una H y cuatro animales en el pergamino, (¿en serio?) Sonriendo con mucha efusividad.
Luego dijo un par de comentarios como para sí mismo sobre Hogwarts, y de lo increíble que era tener un puesto en el colegio más prestigioso de toda Gran Bretaña, más cuando ya había iniciado el año lectivo. Leyó de nuevo la misiva como para poder creer que había entendido el mensaje.
—¿Qué pasa? —me interesé.
—¿¡Que...!? Léelo por ti misma, Joan —me había pedido cuando se dio cuenta de que yo sería la más interesada en leerlo.
Tomé la carta y leí cada vez más confusa, la siguiente nota:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
Directora: Minerva McGonagall
(Orden de Merlín, Primera Clase,
Gran Hechicera, Jefe de Magos,
Confederación internacional de Magos).
Querida señorita Watson:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de un puesto en el Colegio Hogwarts de magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.
Las clases comenzaron el 1 de setiembre. Parvati Patil, de la Subdirección de Apoyo y Orientación, la esperará el 11 de octubre a las 9 de la mañana para su incorporación.
Muy cordialmente,
Filius Flitwick.
Director Adjunto.
Y así como la carta daba por hecho que yo iba a ir de interna en un colegio solo de magia (porque en América no somos unos elitistas que se creen que su mundo está dividido del de las personas comunes, y tenemos tecnología y otras materias además de las que versan sobre magia), así mi padre siguió al pie de la letra las todopoderosas palabras de esa misiva. Y mi destino fue sellado.
No, no es un buen año para Joan Watson. Por más que intentara alegrarme a mí misma cuando aparecimos (tomando una lata de soda arrugada en las manos) en un pueblito idílico, más allá se viera el majestuoso castillo en donde iba a estudiar y supiera que había unicornios, centauros y cosas por aprender que en América, más seglar, no había; apenas vi el "sin señal" en mi teléfono celular, se me fueron las ganas de ver el lado positivo. Y ahora, también me tengo que despedir de la tecnología. ¿Acaso hice algo para merecer esto? Pero, por más que le insistí a mi padre que el colegio muggle (como ellos llaman a los comunes) con clases particulares de magia seguía siendo un muy buen plan, él no dio el brazo a torcer. Y me calló con el mismo argumento que ha usado conmigo desde los tres años cuando no quería comer algo: "no sabes si te gustará hasta que lo pruebes".
—Por aquí, por favor —me sacó de mi letargo la tal Parvati Patil, hablando con su entusiasmo no contagioso, como si hubiera estado junto a nosotros solo diez minutos y no las seis horas (con tiempos para comer) en las cuales me hizo toda clase de exámenes y preguntas para saber en qué grado podía matricular.
Después de tan minuciosas pruebas, terminé teniendo todos los créditos de "Estudios muggles", ser eximida de Historia de la magia (no sé de ella ni para estar en segundo... Y ni eso les pareció suficiente para no poderme aceptar en el internado) y matriculé en materias de quinto año, acordes a mi edad, un par de sexto y una de cuarto justo antes de que nos dijera el primer "Por aquí, por favor", ese mismo que decía cada vez que había un cambio en el rumbo. Ya sé algo más de Hogwarts: sus caminos nunca son cortos y a cada momento cambian de rumbo...
—Por aquí, por favor. —y empezamos a subir una escalera. En un cuadro, unas muchachitas de los 1700`s cuchichearon entre sí, al parecer muy interesadas en reírse de mis ropas tan poco convencionales para la comunidad mágica.
—¿Hay algún mapa del lugar que pueda ser de ayuda para mi hija en estas primeras semanas? —preguntaba mi padre, ya con problemas para respirar por la larga caminata, pero no pude oír la respuesta.
Estaba poniendo la dolorosa señal de la pérdida de tecnología en mi bolsillo. O eso creí que hacía, hasta que oí el golpe detrás de mí, seguidos de otros. Mi pobre teléfono celular cayendo por la larga escalera... Me volví al instante, y me encontré con un joven que lo tomó de un escalón y le miró muy interesado, dándole vuelta y toqueteándolo. Bajé en seguida en su rescate.
—Gracias. —él me lo devolvió, viéndome fijamente y en silencio. Eso me importó poco, pues me quejaba dramáticamente al ver que la pantalla táctil estaba destruida y, el teléfono celular, muerto. Al menos, hasta que se reparó después de disiparse una bruma y con un sonidito agudo. No creí nunca que me alegraría al ver el "sin señal" de nuevo.
—En lo personal, me gustan más los smathphones de Apple, pero este de Erickson no están nada mal, y más teniendo en cuenta el ambiente en donde estamos —dijo el joven, mientras guardaba de nuevo la varita en su bolsillo, después de haber hecho el reparo en mi teléfono celular, y sin necesidad de decir el hechizo—. Una afortunada incongruencia muy bien recibida. —Y ahí estaba su mirada fija en mí, hasta que la quitó un instante, para ver de nuevo hacia mi teléfono celular.
El joven vestido con toga en un antiquísimo colegio de magia y con conocimientos de teléfonos celulares hablando de incongruencias...
—Creí que aquí no sirve ni conocían la tecnología. —apenas pude decir.
—Así es, lo cual es una idiotez. —Me extrañó la familiar vehemencia con la que empezó a hablar. Parecía que no le importara con quién hablar del tema, solo estar agradecido de poder dar su punto de vista—. Dado que no somos ni el 10% de la población humana mundial, obviar los fabulosos avances y conocimientos que han conseguido el otro 90% es una prueba de la prisionera que es la comunidad mágica Europea a los resabios del Medievo. —Daba un saltito mientras se balanceaba adelante y atrás—. En fin, algo con lo que no tienen que lidiar las brujas y magos de Norteamérica. ¿Qué tal el Instituto Washington de Nueva York, señorita Watson? —Y esperaba mi respuesta con toda la atención del mundo.
Eso me dejó abriendo y cerrando la boca sin poder contestar algo. Mi mente estaba mucho más llena de preguntas que de respuestas. Todas se resumían en un cúmulo de ¿Cómo puede saber...? y ¿Quién es éste?
—... nuevos amigos —oí decir a la señorita Patil. Me giré para verla, confusa aún—. Aunque, ¿no cree que deberías estar en clases, Sherlock?
Al menos una de mis preguntas fue parcialmente respondida. Ese joven, quien fuera, era Sherlock.
—Como hasta la señorita Watson puede dar fe de ello, soy muy ducho en magia no verbal. Flitwick está enseñando cosas que empecé a aprender por mi cuenta desde que estaba en tercero. Así que no, no creo que deba estar en clases.
Vi como mi padre abrió mucho los ojos, sorprendido por el comentario, pero la señorita Patil parecía estar acostumbrada a su impertinencia. Respiró profundo antes de seguir:
—Entonces, tal vez puedas ayudar a tus compañeros —Sherlock dio un bufido que no evitó que ella siguiera hablando— a aprender ese tipo de hechizos.
—Supongo que no tengo otra opción que irme —luego, se volvió hacia mí— Puedo ayudarla si quiere cargar la batería de su teléfono celular. No tendrá señal, pero sí podrá usar todo lo que debe tener guardado ahí.
—Gra... gracias. —apenas pude decir.
Él se encogió de hombros.
—No me cuesta hacer favores a una nueva y prometedora Ravenclaw. Hasta luego, señorita Watson —dijo, con un asentimiento de cabeza. Luego bajó las escaleras con parsimonia, las manos en los bolsillos de su ropa, mientras yo me preguntaba ¿cómo supo que el sombrero me había enviado a esa casa?
Mientras lo vi irse por el ancho pasillo iluminado gracias a un ventanal al fondo de una bifurcación, oí como la señorita Patil decía "pero encantamientos no está por ahí". Aunque, por alguna razón, no tuvo el coraje de decírselo a él. No me extraña, yo llevaba conociéndolo pocos segundos, y ya sentía que Sherlock era una fuerza que siempre encontraría la manera de hacer las cosas a su modo.
