Lo que tú quieres por lo que yo necesito
1) Jaque a la Princesa
El poblado olía a muerte.
Quedaba muy poco de la antigua ciudad imponente, sus murallas estaban quebradas. Las obras de incontables generaciones de magos habían quedado reducidas a escombros en una batalla que duró poco menos de cinco días. Los ríos del territorio Imp, que delimitaban con la raza celeste, irrigaban hacia la costa la espesa sangre vertida por los valientes soldados que murieron en la batalla. Los esqueletos de los muros y edificios milenarios se alzaban como una sombra de su gloria pasada y estaban silueteados contra el cielo del amanecer en el árido desierto.
Todo allí era árido y muerto.
La victoria le había asegurado al sanguinario rey Salamander el punto de apoyo que necesitaba en el oeste; luego de la caída de los Imp, solo le faltaba una pieza -una de las más poderosas- para hacerse de las principales rutas de Alfheim.
El hermoso y fértil territorio Undine ahora estaba completamente indefenso…
Con el territorio Imp caído, había un opositor menos.
Un caballero de oscura armadura cabalgó a través de lo que quedaba de un arco de gruesas vigas. Dispersas entre tantas rocas caídas y escombros yacía la gente que una vez había vivido allí. Con las visiones y sonidos de la batalla aún frescos en la memoria, el caballero no parecía afectado por la carnicería cruenta que lo rodeaba. Su corcel de medianoche iba escogiendo cuidadosamente el camino a través de los escombros, atento al lugar donde pisaba. El sombrío rostro del encapuchado se mostró inexpresivo al bajarse de su cabalgadura.
El rey Eugene del bravo territorio Salamander estaba cubierto de sangre cuando se detuvo enfrente suyo el hombre que le había entregado la victoria de la batalla. Eugene sonrió con desánimo.
−Las murallas Imp ya han caído. El último paso en esta guerra ya se ha dado. Esas son tus órdenes, Kirito. Cúmplelas. Los que te acompañen a territorio Undine apoyarán todo lo que allí hagas en mi nombre.
Su más apreciado guerrero y espía se limitó a asentir con la cabeza como siempre hacía, y se dio la vuelta para marcharse. Kirito, su fiel vasallo, su mano derecha en la guerra se había presentado ante él con los planes de emboscada del enemigo y una inteligente estrategia para responder a ellos. Pese a que pertenecía a otra raza distinta a la del soberano, había mostrado una fidelidad digna de leyenda. Claro, era un rasgo que definía a los Spriggan, su ropa negra ponía en evidencia su estirpe.
—Boda o muerte antes de que caiga la noche, Kirito. Y te pediré una prueba de ambas cosas. Debemos fortalecer el territorio conquistado, tú me entiendes…— Un leve escalofrío recorrió su espalda, al escuchar las órdenes de su soberano.
—Sí, majestad. Boda o muerte.
El guerrero, enfundado en un oscuro traje emblema de su raza, estaba ya saliendo de la tienda cuando confirmó la petición de su rey, con voz apagada e inexpresiva.
Eugene aspiró con fuerza el aire húmedo antes de quitarse de encima su roja armadura. El reino Undine, tierra de una raza enaltecida e increíblemente gentil pero poderosa, y la dama ondina como solían llamar a la joven heredera de aquel reino, estarían bajo el control de su poderío antes del crepúsculo de aquel día.
Kirito su fiel vasallo en esa sangrienta emboscada se encargaría de que así fuera.
…..
…..
…..
Le cerró las puertas en las narices.
A pesar de que habían enviado un mensajero con la noticia de la victoria del rey Salamander Eugene sobre su reino, él se negó a permitirle la entrada al palacio Undine.
Kirito se inclinó hacia la opción «muerte» incluida en las órdenes del rey, mientras permanecía en la parte exterior de la puerta principal del palacio acuático. Dejando escapar un suspiro de desesperación e impaciencia, se dirigió a uno de los hombres que rodeaba castillo y le hizo un el gesto de asentimiento con la cabeza.
No quería que la sangre de más inocentes en esta guerra se escurriera entre sus manos.
Al alzar la vista hacia las torres, divisó al hijo mayor de la dinastía Undine, observando cada uno de sus movimientos. Kirito se quitó el sudor de la frente y esperó. Su caballo bailó delante suyo, seguramente presintiendo la batalla de voluntades que estaba teniendo lugar dentro del palacio. Kirito desde luego sí lo notaba. Con el brillo del sol que él tenía detrás, no podía ver con claridad a su enemigo.
Al escuchar el ruido de los grilletes y cadenas detrás de él, avanzó unos cuantos pasos para que desde los puntos más altos del castillo pudieran ver claramente a su rehén.
La conmoción explotó en el pecho del príncipe Undine y Kirito observó cómo Koichorou se acercaba al borde de la muralla y miraba hacia abajo. Se agarró a las piedras de mármol azul emblema de su raza, como si necesitara apoyo.
Si él fuera quien estuviera viendo a su hermana pequeña sujeta por los brazos de los guerreros de su peor enemigo, también reaccionaría mal. Además, la muchacha cuya figura estaba sucia de barro apenas emitía queja. Su amigo Klein la había encontrado de forma accidental, y luego de saber su identidad supo que los dioses estaban de su lado augurándole una buena victoria, y el rendimiento de la raza celeste.
Su presa dio un paso atrás y Kirito le perdió de vista durante un minuto antes de que volviera a asomarse.
Escuchaba la discusión que se estaba librando entre el príncipe y sus consejeros, pero no era capaz de distinguir las palabras. Lo único que sabía era que no todo el mundo estaba de acuerdo con lo que tenía pensado hacer.
—¿C-Cuáles son las condiciones? —gritó ahora, el tono histérico y desesperado visible en su voz.
Kirito soltó una carcajada antes de responder.
—¿Condiciones? No mataré a esta niña si abre las puertas ahora mismo y se rinde. De lo contrario, no mantendré mi promesa y verás a tu pequeña hermana desangrarse frente a tus ojos.
Kirito descendió de su montura. Un soldado se apresuró a encargarse del caballo que agitado balanceaba las crines de un lado al otro.
—Estoy cansado y no estoy de buen humor, alteza. Si me haces pelear para entrar en tu palacio, juro que pagarás las consecuencias.
La atmósfera estaba cargada de expectación mientras todo el mundo esperaba. Kirito no tenía ninguna duda de que el muchacho mandaría abrir las puertas. Y se rendiría.
Los ojos azules de Koichirou temblaban al contemplar la silueta vencida de su hermana… Ese imbécil… ¡Ese imbécil se había atrevido a ponerle las manos encima! Y él había estado convencido de que si la enviaba a territorio Sylph ella estaría segura y protegida… al parecer la habían pillado en pleno plan de escape. Se maldijo.
Sin embargo, Kirito había sido sincero. Estaba cansado y quería que aquello terminara de una vez. Lo único que deseaba era darse un baño caliente para librarse de la suciedad de la batalla y de la sangre que cubría su armadura. Y cuanto antes entrara, antes lo conseguiría. Por supuesto, dependiendo a lo que hiciera ese altanero joven, tendría que cumplir con una turbia misión para su rey antes de bañarse. El tiempo apremiaba.
Él desapareció de su vista nuevamente y Kirito lo escuchó dar órdenes mientras corría a toda prisa. se subió otra vez al caballo y aguardó. A una señal de su mano, sus hombres se reagruparon alrededor de él y obligaron a la joven encapuchada a colocarse delante utilizándola como un escudo ante cualquier movimiento en falso de su enemigo.
¿Se sentiría humillado por lo que le había hecho sufrir a la heredera del reino Undine? ¿Cómo reaccionaría cuando le ofreciera la opción que Eugene el rey Salamander le había propuesto hacía unas horas atrás? Boda o muerte. Ahora, tras ver los esfuerzos tan valientes que había hecho para defender su palacio, sabía que no le resultaría fácil ejecutarlo… o ejecutarla. Si el orgulloso príncipe seguía negándose a rendirse, no dudaría en arrancar la vida de la niña que sus soldados mantenían como escudo. Lo haría, por supuesto, si él no consentía el matrimonio, pero le resultaría muy difícil cumplir con aquella orden del rey en caso de que este se negara.
El crujido del metal inundó el aire cuando se abrieron las puertas del palacio undine. Luego, con un ruido sordo, se bajó el puente levadizo que separaba la majestuosa entrada con el exterior del palacio rodeado de agua. Dos guardias avanzaron con un hombre joven en medio de ellos. Kirito se sintió tentado de volver a reírse, pero le ahorró al enemigo aquella humillación. Como si aquellos dos hombres pudieran protegerlo contra él… El conocido carnicero Spriggan.
La pequeña comitiva se detuvo tras cruzar el puente.
—Aseguren el perímetro—ordenó Kirito.
Un grupo de sus hombres corrió hacia delante. Los cascos de sus caballos repiquetearon con fuerza sobre el puente. Debían asegurarse de que no hubiera, por parte de los undines, ningún tipo de ataque sorpresa o represalias a las fuerzas salamander-spriggan.
−¿Y bien? −aventuró el guerrero con aire irónico.
−Primero suelte a mi hermana…− respondió el Undine dirigiendo miradas hacia la figura que parecía desvanecida a juzgar por su inmovilidad.
−Creo que no puedo hacer eso hasta oír su respuesta, alteza.
El joven miró a su guardia, se notaba que peleaba consigo. Finalmente murmuró con un hilo de voz −Me rindo.
−Muy bien, ha hecho algo noble salvando a su pueblo− le dijo sin dejar el tono burlón −Se ha convertido en héroe.
El muchacho pasó por alto sus palabras, se cuadró de hombros y pareció de pronto pálido y cansado −Deje ir a mi hermana.
Kirito sonrió entonces revelando su blanca dentadura −Por supuesto, la dejaré ir de momento− le hizo una seña a sus hombres quienes soltaron a la jovencita que cayó de rodillas. Pronto el príncipe Koichirou se encontró a su lado abrazándola de modo posesivo.
−¿Estás bien? ¿Te hicieron daño? −las preguntas del joven monarca llegaban a los oídos del guerrero spriggan que observaba a los hermanos con aire aburrido. Divirtiéndose de que el tiempo se les estaba yendo de las manos.
−E-Estoy bien −respondió una voz suave y agotada −No me hicieron nada, solo me trajeron de regreso desde los limites del bosque Imp… el territorio estaba destruido…
−¿Qué…?
Parecía como si ella quisiera decir algo más pero no se atreviera.
−Bien ya es hora− Kirito volvió a desmontar y se acercó a ellos. Su expresión se ensombreció mientras contemplaba a su futura esposa. Reprimió un suspiro −Tenemos algunos asuntos importantes que aclarar.
−¿Qué asuntos? −la voz femenina lo enfrentó ahora −Somos sus siervos ¿verdad señor? ¿Qué más quieres de nosotros?
Unos relampagueantes ojos aguamarinos lo enfrentaron desde las sombras de la capucha con tanta audacia, que Kirito sintió de pronto profunda curiosidad por conocer ese rostro oculto. Y así lo hizo, de un brusco jalón descubrió la cabeza de la princesa, sorprendido de encontrar ese rostro pálido enmarcado por cabello azul-mar.
Así que ella era la dama ondina. Una poderosa ninfa que practicaba el arte de sanar. Famosa por su magia y poder. Y era el motivo de semejante carnicería.
—¿Cuántos años tienes, princesa? —Preguntó él escudriñándole el rostro mientras le hacía la pregunta. — No es fácil saberlo con sólo mirarte.
Kirito se quitó el casco como buscando intimidarla.
—Tengo edad suficiente como para saber que sólo un lacayo del rey Eugene utilizaría a una mujer como escudo.
Sus palabras se perdieron mientras él dejaba caer el casco y estiraba el brazo para sujetarle la cara. Koichirou gritó de miedo, pero no pudo hacer nada; sabía que un movimiento en falso ocasionaría que aquel guerrero le hiciera daño a su hermana, por lo que se obligó a ser espectador, mientras el spriggan agarrándola de la barbilla, la atrajo hacia sí lo suficiente como para que sólo ella pudiera escuchar sus palabras. Mirándola directamente a los ojos Kirito le aclaró cuál era su nueva posición para que no hubiera malentendidos.
—Ten cuidado con lo que dices, princesa. Insultarme a mí es insultar al rey Eugene. Y ahora él es el dueño del reino Undine… y de ti— Al acercarse más a ella no pudo pasar desapercibido el aura azulada que la rodeaba; era un velo tenue pero hacia que su estirpe resaltara como la luna suspendida en el cielo infinito.
Ella palideció y alzó la mano para apartarle la suya. Eugene, el enemigo de su reino. ¡No! ¡No podía ser cierto!
−¡Suelte a mi hermana!
−Eres mía princesa− le siseó con intención.
−¡Eso nunca!
Aunque su contacto le provocó un escalofrío en la espina dorsal, la mirada de odio que le dedicó lo impresionó. ¿Esa mirada... iba dedicada a él o a Eugene? Kirito la soltó de golpe, haciéndola tambalearse.
−Deseo ver a mi gente.
Era una orden. En su tono no había ninguna señal de aceptación de que él fuera el vencedor y eso no le gustó en absoluto.
−Me temo que no es posible.
−¿Por qué no?
Kirito volvió a agarrarla del brazo antes de Kouchirou lo previniera. Ella lo retaba con cada palabra que pronunciaba, y a pesar de que experimentaba cierto regocijo en ello, no podía permitirlo. Estaba vez utilizó ambas manos para sujetarla por los hombros pequeños.
−Hasta que hayamos terminado nuestros asuntos, no irás a ninguna parte a la que yo no te lleve, ni harás nada que yo no te mande hacer. Eres mi prisionera, ¿comprendes?
−¿Qué? −el príncipe Undine se adelanto desconcertado −Pero usted dijo…
−¿Y que podíamos esperar de un mercenario spriggan sino una traición…? −le contraatacó ella sin temor, sosteniendo sus ojos de zafiro con los verdes de él.
Kirito la atrajo hacia sí al oírla, de modo que sólo unos centímetros separaban sus rostros. De pronto se vio luchando contra el estupido deseo de besarla en lugar de seguir amenazándola.
Templado aquel impulso, Kirito apretó los dientes y se forzó a decir en voz alta las órdenes que había recibido del rey.
−El rey Eugene te ha hecho prisionera – se volvió al príncipe Undine −Y yo tengo este castillo y a tu hermana retenidos en su nombre. En tus manos alteza está su futuro y el de tu pueblo.
−¿En mis manos? −la voz de Koichirou surgió como un susurro entrecortado. Entonces él pudo leer el miedo en sus ojos.
−Antes de que caiga la noche, deberás entregarme a tu hermana en matrimonio o ella morirá. Decide tú.
Rogaba para que los príncipes Undine accedieran. No quería asesinarlos. Pero antes que nada era el deber, había dado su palabra y jurado fidelidad a su rey. Si ellos se negaban no había alternativa. Ambos eran enemigos y por tal motivo debían morir.
El rostro de la ondina perdió todo el color. Parecía como si fuera a desmayarse. Unos instantes más tarde, consiguió hablar. Koichirou a su lado seguía mudo e inmóvil.
−¿Boda o muerte? ¿Quién hará cumplir esta sentencia?
−Te casarás conmigo o morirás. Escoge.
Ninguno podía hablar. Ella se quedó mirando fijamente el rostro del enemigo sin poder creerse las palabras que acababa de escuchar. ¿En verdad estaban definiendo su futuro? ¿Casarse con él o morir? ¿Aquel mismo día?
Ella sacudió la cabeza, incapaz de comprender las razones que se escondían tras aquella orden del rey Eugene. ¡Eugene, ese sucio y vil Salamander ! ¿Cómo se atrevía a creerse con el derecho de gobernar su territorio? Su madre y luego su padre habían tenido el poder allí durante tanto tiempo que ella no recordaba que hubiera sido nunca de otra manera. ¿Y quién demonios era aquel rufián para creerse merecedor de la mano de, nada más ni nada menos, la princesa Undine? La de cabellos azules volvió a negar con la cabeza.
−Esta es una locura… ¡Por supuesto que no! −bramó el joven monarca tomando a su hermana de un brazo, y enviándola detrás suyo. Enfrentó a Kirito con expresión retadora −Nadie le pondrá un dedo encima a mi hermana.
−¿Es ésa tu respuesta? ¿Escoges la muerte?
Kirito sonrió de lado y la muchacha observó horrorizada cómo daba un paso atrás y desenvainaba una larga espada de hoja negra la cual alzó en dirección a su hermano. Frunció el ceño, pero su intención estaba clara: matar a Koichirou.
−¡N-No! −exclamó horrorizada.
−¿No?
−¡Asuna…!
−No le haga nada a mi h…−La mano de su captor la rodeó por la cintura y la estrechó contra él, interrumpiéndola.
Ella intentó librarse, pero aquel bruto tenía una fuerza impresionante. Apenas se movió mientras ella luchaba por escapar. Cuando se detuvo un instante para recuperar fuerzas, el hombre la jaló del cabello y le acercó la cabeza a la suya. Su respiración resultaba caliente contra su cuerpo, igual que lo fueron sus palabras.
−¿Entonces aceptas princesa?
Los hermosos ojos aguamarinos, rasgo precioso de su raza, se llenaron de lagrimas −S-Sólo prométame que no le hará nada a mi hermano, ni a mi gente…
−Primero tu respuesta…
−¡No lo hagas Asuna!
Pero el grito de Koichirou quedó sepultado en sus pensamientos, ella entreabrió sus labios de rubí.
−Acepto.
El guerrero sonrió de un modo malicioso y divertido −Muy bien− miró a sus hombres −Ya saben que hacer…
Klein se acercó hasta el príncipe y usando el mango de su katana le dio un golpe seco en la nuca, haciéndolo caer desmayado.
−¡Kou…! −se giró a él quien alzó las cejas al recibir su furiosa mirada −¡Tú lo prometiste!
−Deberías recordar tus palabras, princesa. Nunca confíes en un Spriggan somos tramposos y mercenarios…
Antes de que pudiera hacer algo, otro grupo de hombres cargó a su hermano y se lo llevó al interior del castillo.
−¿Dónde lo llevan? ¿Qué van a hacer con él?
−Es mi prisionero, y luego decidiré.
De pronto solo quedaban ellos dos ahí afuera, dentro de las murallas se escuchaba un débil griterío, y el sonido de espadas al entrechocarse.
−¿Qué le están haciendo a mi gente…? Somos una raza pacífica −se giró hacia el interior de su reino −Yo debo cuidarlos…
−Entrarás ahí como mi esposa. De ninguna otra manera. Hasta que decidas, te quedarás aquí.
La peliazul se dio cuenta por fin de que hablaba muy en serio. Se estremeció de miedo al captar la magnitud de sus palabras. Antes de pensar en su propia situación, tenía que conseguir que aquel hombre mantuviera a salvo a la gente que estaba dentro.
−Pero, ¿y las mujeres del castillo? ¿Qué les va a pasar? −pensó en sus amigas, en sus doncellas.
Casi no se atrevió ni a formular la pregunta, sabiendo lo que los guerreros les hacían a las mujeres de sus enemigos después de la batalla.
−Nadie les hará daño siempre y cuando no se resistan a que yo tome posesión del palacio y tu no te eches atrás con el matrimonio.
Se quedaron quietos en la misma posición mientras ella consideraba sus palabras. Si seguía viva, podría luchar por su familia. Podría encontrar la manera de sacar a su hermano del territorio Undine y llevarlo sano y salvo a las tierras de los Sylph, sus aliados. Si seguía viva tendría que casarse con un hombre al que le daba igual tomarla como esposa o cortarle la cabeza.
Pero estaría viva, y eso era lo único que importaba en aquellos momentos.
−Ya di mi palabra− dijo muy serena.
¿Qué tipo de vida se vería obligada a llevar como esposa de aquel hombre?
Kirito aflojó la presión con la que la tenía sujeta y ella se dio la vuelta para mirarlo. Deslizó los ojos por su rostro y por su cuerpo. Estaba bien formado, tenía la complexión fuerte de un guerrero. Aunque estaba cubierto de sudor, sangre y cenizas no advirtió ninguna señal de bondad en su rostro.
−No veo más camino que escoger casarme contigo. ―le dijo con lágrimas de impotencia y miedo en los ojos.
Asuna no esperaba nada concreto en reacción a sus palabras, pero desde luego, tampoco aquel gruñido seguido de un asentimiento de cabeza antes de que Kirito se encaminara dentro del castillo. Fue gritando órdenes a los que estaban bajo su mando mientras avanzaba blandiendo su espada. Cuando se dio cuenta de que ella seguía donde la había dejado, dio la vuelta para ir a buscarla.
−Vamos. Todo está listo.
Sin detenerse, Kirito continuó su camino en dirección a la capilla de lapislázuli situada a cierta distancia del palacio.
−¿Todo? −reiteró ella −Supongo que no pretendes celebrar la boda ahora mismo− palideció y esperó una respuesta.
Kirito volvió a darse la vuelta y se acercó a ella. Sus largas zancadas la hicieron sentirse como un animal acorralado. Asuna se obligó a sí misma a quedarse donde estaba. Enseguida lo tuvo casi encima.
−Ya nos están esperando.
−¡No hablas en serio! llevó una de sus manos al rostro, horrorizada.
−No estoy dispuesto a continuar con tus jueguitos, princesa. ¿Aceptas o no la oferta?
¿Iba a casarse en aquel instante, sin el apoyo de su familia ni amigos? Ella había imaginado una ceremonia más bonita y una gran celebración Undine. Y sin embargo, iba a casarse con el vestido habitual de todos los días manchado de lodo y con un hombre cubierto con la sangre de su pueblo.
−He dicho que me casaría y mantengo mi palabra.
−Entonces vamos.
Aquel bárbaro la tomó del brazo. Al mirar a su alrededor, Asuna vio los soldados que los rodeaban y sintió que su gente los observaba desde las ventanas de las torres y desde la puerta. Algunas mujeres lloraban, otros sirvientes solo desviaban la mirada con impotencia y rabia.
Por escasos segundos se le cruzo por la mente huir, escapar de aquel funesto destino que le tocaba vivir; más al apreciar el miedo, el terror en el rostro de su pueblo recordó que ella la princesa y que no podía abandonarlos a merced del enemigo.
Miró una vez más los ojos de su captor intentando buscar los motivos que lo impulsaban a llevar a cabo semejante cometido. No se permitió llorar en frente suyo, pero poco faltó que le pidiera que desistiera y se marchase. Armándose de valor tomó el brazo del enemigo y se encaminaron a la capilla. Las lágrimas le quemaban los ojos pero era su deber. Pasara lo que pasara se juró a si misma que no tendría miedo de lo que vendría.
Nunca había pensado que tuviera opción de casarse por amor. En su posición de hija menor, y única mujer sabía que su matrimonio sería una alianza, pero nunca consideró la posibilidad de que fuera un castigo.
Adaptación libre (muy, muy libre) de la novela de E. E Remington 1.
Bueno habia leído ese libro y exploté; TENÍA que hacer una versión KiriAsu o la idea seguiría persiguiéndome por siempre. Esta es mi primera experiencia en un Longfic... y espero no llegar al capitulo 20 y haberlos aburrido, intentaré terminar antes de eso, lo prometo...
Cualquier comentario, ya saben donde encontrarme!
