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"No me gustan los niños"
Una pila de dibujos se escampaba sobre la mesa de su escritorio. Nicole Loper, la psicóloga con más renombre de Manhattan, miraba las formas coloridas con atención. No eran grandes, ni estaban cortadas por los extremos de las hojas, más bien todo lo contrario. Parecían hormigas, pequeños dibujos "muñecos palo" distribuidos en las esquinas del papel.
―Esto es muy bonito Alexis.
Al otro lado de la mesa, sentada en una silla demasiado alta para su edad, una niña pelirroja miraba el suelo con devoción. No tendría más de cuatro años de edad y no parecía dispuesta a contestar.
―¿Dibujas a menudo como te dije?
Más silencio.
―¿Le enseñas los dibujos a tu abuela?
Nada.
Alexis se empeñaba en mirar hacia abajo con ahínco y no levantó la vista ni respondió a las preguntas que la psicóloga insistía en hacer. Al final Nicole suspiró, recogiendo los dibujos. Otra sesión perdida.
El timbre sonó. Martha Rogers caminó hacia la entrada y abrió la puerta de loft como si fuera su propia casa. Su hijo entró con su pequeña en brazos, hablándole y diciéndole cosas con una calma que nada tenía que ver con lo que sentía. La niña, al verse ya en casa, se apartó del hombro de su padre y movió las piernas de un lado a otro. Entendiendo la petición de su hija, Rick la dejó en el suelo y la pequeña corrió escaleras arriba, sin mirar a su padre y a su abuela.
―¿Alguna mejora? ―preguntó la mujer mayor, cerrando la puerta.
Rick suspiró avanzando hacia el sofá, sin dejar de mirar las escaleras.
―Nada. ―se sentó y hundió la cabeza entre sus manos―. Todo lo contrario, empeora. Ya no habla madre, no come, no duerme apenas... ¡Dios, no se que hacer! Esto de la sesión semanal con la psicóloga no funciona madre. ―levantó la cabeza para mirarla. Tenía los ojos rojos―. No funciona.
Volvió a bajar la cabeza y suspiró de nuevo.
Martha se sentó a su lado, tocándole el hombro.
―¿Aún no saben a qué se debe? ―se atrevió a preguntar aun sabiendo la respuesta. Rogers negó con la cabeza.
―Y los ejercicios que hace allí no sirven de nada... solo dibuja, dibuja y dibuja.
No logró decir nada más, porque un par de maletas situadas cerca de la mesa café le llamó la atención.
―Madre... ¿Y esas maletas?
―Me mudo aquí por una temporada―. confesó, pasando un brazo por los hombros de su hijo para acercarlo a ella. Y como si hubiera vuelto a su niñez, Rick se dejó llevar y posó su cabeza en el hombro de su madre, cerrando los ojos mientras siseó algo que hizo sonreír a la actriz.
―No se si eso es bueno o malo.
Dos días después.
Katerine Beckett, la novata, como la llamaban sus compañeros, corría por la acera con sus inseparables tacones haciendo malabarismos. Su intención era no tirar las dos cajas que intentaba sostener con esfuerzo, cosa difícil, ya que abarcaban todo su campo de visión sobrepasando su altura, tapando parte del gorro policial que hacía juego con su uniforme. Pero ella lo intentaba.
―¡Las he visto más rápidas! ―escuchó la risa de su compañero por delante.
Sin cesar en su ritmo medianamente rápido, Kate ladeó la cabeza asomándose entre las cajas para poder ver a su compañero de pie a unos quince metros, aplanando su chaqueta de oficial con una sonrisa curvada.
―Ya era hora chica, llegaremos tarde. ―volvió a decir él cuando ella lo alcanzó.
―No te quejes Royce, iríamos más rápidos si tú llevaras alguna caja. ¿No decías que eran pruebas importantes? Podrías ayudar.
Su réplica no llegó a ningún sitio, pues el aludido sonrió encogiéndose de hombros para luego abrir las puertas verdes que Kate no había visto hasta entonces. Y un pasillo gigantesco, similar al de la entrada de un colegio se cernió sobre ellos. Bueno, es que era un colegio.
―¿Royce? ―preguntó con un hilo de voz que el policía debió considerar divertido, pues no pudo evitar reír levemente.
―¿No te lo dije? Tenemos que dar un par de charlas en unas cuantas clases para concienciar a los alumnos.
Kate dejó las cajas caer sobre el suelo y abrió una de ellas.
―¿Material de oficina para tirar? ¿En serio? ―exclamó sin voz, con la boca desencajada al ver la multitud de objetos rotos y poco identificables que hacían bulto en la caja.
Royce volvió a soltar una carcajada antes de caminar hacia adelante. Ella se quedó mirándolo con los labios comprimidos.
―¡No me gustan los niños Royce!
―Lo se chica, lo se. ―lo escuchó hablar antes de verlo entrar en una sala con un letrero que ponía "Conserjería".
Yo lo mato, lo mato, lo mato. Era lo único que pensaba Kate mientras sonreía a una treintena de niños sentados en el suelo, con las piernas cruzadas, mirándola como si fuera el auténtico Micky Mouse en persona.
―Bueno niños, aquí están los agentes de policía Royce y...
Kate dirigió una mirada hacia la profesora de gafas relucientes y moño alto, que parecía esperar a que ella terminara su frase. Luego desvió su vista hacia su compañero. Sonreía complacido. Le gustaba verla sufrir, estaba segura.
―Kate... ―carraspeó―. Kate Beckett.
Tras una afirmación, la maestra continuó hablando. Kate perdió el hilo del monólogo con facilidad, incluso cuando intervino Royce. Lo único que pasaba por su cabeza eran escenarios para matar a su oficial de entrenamiento. Al final, llegó a la conclusión de qué el método Italiano era más divertido: Bolsa de plástico, ladrillos y al río.
―Bueno, hora de las preguntas. ¿Quién quiere preguntar algo?
Los niños levantaron las manos a la vez, como si estuvieran regalando piruletas y los sensores de Kate se activaron. No, preguntas no. Las preguntas necesitaban respuesta, las respuestas tenían que dárselas a los niños y... ella no tenía ni idea de cómo hablar a un niño.
―Marcus. ―escuchó a la maestra, que hizo un gesto a un chico regordete con rizos en el pelo―. ¿A quién quieres preguntar?
¿Qué? ¿En cima les dejaba elegir? ¿No se supone que tendría que responder Royce? Miró a su compañero con los ojos gritando "pánico" con todas las letras, pero él se limitó a sonreír, encogiéndose de hombros para luego mirar al niño. Kate hizo lo mismo y vio al pequeño achicando los ojos hacia ella, manteniendo un pulso con la mirada.
Así que ella hizo lo más sensato que se le ocurrió; bajó la visera de su gorro policial ocultando sus ojos.
―La señora policía.
Mierda.
Royce rió por lo bajo mientras Kate levantaba su visera.
―Dime... ―atinó a contestar con un símil de sonrisa.
―¿Qué hacen las mujeres policía?
―¿Qué hacen las mujeres policía? ―repitió como un loro.
El niño asintió esperando su respuesta, expectante, y un silencio, raro en una clase de niños de seis años, invadió el aula. Royce aguantó la risa estoicamente.
―Bueno... hacemos lo mismo que los hombres. ―observó al niño por si esa respuesta bastaba, pero el pequeño no se movió ni un centímetro―. Velar por los intereses y la integridad física de la sociedad, ayudar cuando se nos necesita.
Un "Ohhhh" general se escuchó por el aula y la profesora dio tanda a otro niño, iniciando una leve rueda de preguntas. Tras una docena de respuestas por parte de Kate y Royce, casi todas hacia ella, la profesora finalizó la charla de concienciación. Con un leve saludo y gritos de "¡Adiós señorita policía!", salieron de la clase, caminando por el pasillo de aquella escuela.
―Les caes bien. ―rió Royce tras escuchar el séptimo "¡Señorita policía!" que aún se oía desde la clase.
Kate le dedicó una mirada asesina.
―Es un amor no correspondido.
―Royce...
―Vamos Kate, no se te dan tan mal los niños. Tienes algo, algo que les llama la atención y no te quitan ojo. ―siguió caminando por los pasillos, ignorando las miradas asesinas de su compañera―. Es algo especial, el don Beckett.
Con un frenazo en seco, Kate paró su caminata en medio del pasillo.
―¿Qué? ¿Don Beckett? ¿Cómo sabes tú lo del...? ―tartamudeó un par de veces antes de decir algo coherente, recordando quien había inventado ese apelativo―. ¿Royce, has hablado con mi madre sobre esto? ¡Royce!
Ajeno al tono amenazante de su pregunta, Royce siguió su caminata, silbando hasta que llegó a su objetivo. En el final del pasillo, hablando entre ellas, dos profesoras saludaron al policía. Tras un suspiro de resignación, Kate lo siguió, saludando a las profesoras con un movimiento de cabeza antes de que ellas le provocaran un infarto.
―¿Así que tú te ocuparás de mi clase mientras tu compañero se encarga de la de p5?
―¿Qué yo qué?
Todos los niños gritaron emocionados cuando su maestra les informó de una visita especial. Pero Alexis no se movió de su sitio seguro, ese que consistía en una mesa en el extremo más alejado de la clase, casi en un rincón, y que no solía compartir con nadie. Así que en vez de acercarse a la entrada para ver mejor la visita, como hacían sus compañeros, prefirió seguir allí, en su rincón, dibujando con sus rotuladores de colores.
―Os presento a nuestra visita. La oficial de policía Kate Beckett.
Eso le llamó la atención. ¿Oficial de policía? Con la curiosidad picándole la nariz, levantó la cabeza y sus miradas coincidieron durante unos segundos. Pero la policía desvió su atención pronto, mirando hacia la profesora para luego empezar con su charla. Alexis no supo por qué, pero, por primera vez en mucho tiempo, prestó atención a todo lo que decían.
Y cuando la policía salió entre aplausos descompasados. Alexis cogió sus lapices de colores y dibujo una mujer con gorro de policía.
Kate salió del colegio sin mirar atrás, entrando al coche antes que su compañero. Se apoderó del lugar del piloto sin permiso y esperó a que Royce se sentara en el asiento del copiloto. Él reía; ella apretaba el volante con fuerza.
―No ha estado mal, ¿eh? ―rió Royce cuando se sentó en el asiento, poniéndose el cinturón―. Me han dicho que captaste muy bien la atención de los niños.
Ella no le contesto, se limitó a salir del estacionamiento.
―¿Me vas a ignorar?
Más silencio.
―¿En serio? ―volvió a reírse Royce―. Bueno, ya me lo avisó tu madre.
Ahora sí, Kate frenó de golpe en un semáforo en rojo y lo miró, achicando sus ojos mientras Royce reía a pierna suelta.
Continuará
