A solis ortu usque ad occasum

Desde la salida del sol hasta el ocaso

Summary: "¿Qué se supone que debo decirle? 'Hola, Somos Sirius Black y Remus Lupin. Personajes de un libro. Sí, somos reales. Ah, y por cierto, estamos casados contigo." Harry se mordió los labios intentando reprimir una sonrisa dirigiendo la mirada de su padrastro a detrás de él."Esta detrás mio, ¿no es así?" Harry asintió. "Esa es una buena forma de iniciar la conversación." Sirius cerró los ojos al escuchar la voz de ella. "Eres un idiota." Sirius asintió concordando con Remus. SB/OC/RL.

Disclaimer: HP es de J. K. Rowling. Yo solo juego con Sirius y Remus en mi imaginación.


Chapter 1.

¿Creen acaso en los cuentos de hadas? ¿En los Príncipes Azules? ¿En los amores a primera vista? Yo sí. Yo era una de esas personas que creía en que el amor de su vida aparecería a la vuelta de la esquina. Que un mago con lentes y ojos color esmeralda tocaría a mi puerta un día y me llevaría a vivir a un mundo mágico. O que un vampiro sexy y misterioso aparecería por la puerta de la institución a la que asistía cuando era adolescente y me diría que yo era su "cantante" o algo así. Una vez hasta imaginé sobre ese príncipe vestido de azul montado en su corcel blanco que me buscaría y me llevaría a su gran mansión y viviríamos felices por siempre.

Sí, lo sé. Demasiados clichés y demasiados libros de romance leídos.

Pero es que en ese tiempo estaba enamorada de la idea del amor. Pensaba que todos los hombres serían honestos y amables. Caballeros y generosos. Pero no es así.

Un día despiertas, y te das cuenta que sin pensarlo, sin haberlo esperado, el tiempo pasó y entraste al mundo de los adultos. Y descubres que nada es como lo dibujan en los cuentos, como lo narran en los libros de romance que alguna vez leíste. Te das cuenta que el primer hombre al que decidiste darle una oportunidad, viene doblando por la esquina, caminando hacia ti -sin haberse percatado que estas allí, justo en frente de él- tomado de la mano de su esposa de un lado, y del otro sosteniendo la pequeña mano de su hija de cinco años. Claro que, el malnacido, nunca había dicho nada de ello, y lo sientes como la bofeteada más dura que jamás recibiste. Y diablos, la caída duele. Porque allí entiendes que nada es lo que parece, que nadie es quien dice ser, y que las palabras se las lleva el viento. Allí entiendes que la vida no es como en las novelas. Los libros que narran historias de amor y valentía, fidelidad y lealtad son solo palabras, letras que se unen para armar un puente con un solo destino final: Fantasía. Entiendes que no todo el mundo te da una mano cuando la necesitas, que no siempre va a haber un hombro sobre el cual llorar; a veces, solo es tu almohada y la luz de la luna que entra por las ventanas de tu habitación, y en ocasiones, el sonido de los truenos en una noche de tormenta. Y allí es cuando comienzas a pensar que la lluvia no es del todo linda estando sola, cuando antes imaginabas un beso romántico debajo de ella.

En ese momento, en medio de ese llanto solitario, entiendes que estas creciendo; y empiezas a dejar los cuentos, las fantasías, los príncipes azules, magos, vampiros de ojos dorados. Dejas al Sr. Darcy de Orgullo y Prejuicio; dejas incluso al hermoso personaje de Miguel de la novela Amor Redentor atrás y empiezas a vivir una vida de adulto que ha dejado atrás las fantasías de niños. Te conviertes en alguien que se levanta en las mañanas para ir a un trabajo donde tienes que servir a los demás, donde a veces el trato de los clientes no es el mejor para con su mozo o moza -y tienes que cerrar el pico a cualquier contestación, por más razón que uno tenga-, donde cada día sientes más y más el pesar de levantarte en las mañanas y repetir la rutina. Te conviertes en alguien que realmente dejó de creer en esa magia de antes. Te conviertes en adulto. Y uno no muy feliz con su vida.

"Si pudiera describir tu cara hoy, Ally, sería… mmm, culo. Y uno muy feo." Ah, mi amiga Virgy, tan sincera como siempre. Sonreí divertida.

"Gracias, Idiota." Ella me tiró un beso antes de llevar su pedido a la mesa quince.

Por si no lo habían notado, sí. Toda esa introducción hablaba sobre mí. Pero no se preocupen. Ese día, con ese comentario de Virgy, mi vida cambió.

Escuché el sonidito de la campana que sonaba cada vez que alguien entraba al restaurante y me giré a ver a los nuevos clientes. Nunca los había visto antes. Tres personas, bastantes normales a simple vista, se sentaron en la primera mesa frente a la puerta -mesa veinte, para ser más precisa- de mi lado del lugar. Nos solíamos dividir la cantidad de mesas con Virgy y otro empleado más para así mantener el orden del lugar, ya que era inmenso y sólo éramos tres mozos.

Tomé los menús y me dirigí hacia ellos. Cuando llegué y ellos ya se hubieran quitado sus grandes abrigos -oh, claro, olvidé mencionar que vivo en Londres, una ciudad con inviernos bastante duros-, noté que eran dos hombres y una mujer. Supuse que aproximadamente de mi edad, pero no estaba del todo segura.

"Buenas noches, Señores, Señorita. Bienvenidos a Marvin's and Gorgy's. ¿Qué puedo ofrecerles?" Sonreí concluyendo con mi tan memorizado cantito de todos los días. Aunque sabía que mi sonrisa no era de las más lindas ni honestas. Pero al menos los hice casi sonreír ante mi falsedad.

Para ser sincera, me había molestado verlos entrar. Faltaban minutos para que mi día laboral terminara, y ahora debía quedarme a esperar que ellos terminaran de consumir y me pagaran por lo que sea que iban a pedir. Y yo ya quería volver a casa. Bueno, desde que llegaba a primera hora quería irme a casa. Pero más ese día, no había sido uno de los mejores. Había empezado con un viejo enojón y poco complacido con su vida que había renegado por el precio de un café y que se negaba a pagarlo, hasta hacía unos momentos un niño caprichoso que no quería comer la pasta que sus padres habían pedido para él y que cuando pasé cerca de ellos el niño me aventó el plato manchando mi uniforme con salsa filetto y spaghetti.

Sip, hermoso día.

"Emm, un café creo sería suficiente…"

'Oh, genial, vienen a conversar… ¡No se van a ir más!' Pensé un tanto irritada.

"Yo un Capuchino." Dijo la chica sonriéndome mientras yo anotaba sus pedidos.

"Yo lo mismo que ella." Asentí levantando la mirada, viéndolos un poco más detalladamente.

El primero que había hablado era un pelinegro alto, bastante ancho de espaldas, se notaba que hacía ejercicio -o bueno, que en algún momento de su vida lo hizo y se mantuvo a medida que el tiempo pasó ya que seguro pisaba los treinta y cinco. Llevaba antejos para ver y su cabello medio atado en una coleta, suelto seguramente le llegaba hasta por debajo de los hombros. Y unos ojos verdes, el verde más brillante que jamás haya visto, donde un ligero color celeste rodeaba los irises. Definitivamente algo que nunca había visto antes.

La chica tenía el cabello rizado largo hasta por debajo de la cintura, de color castaño claro con algo de rubio en las puntas. Sus ojos color miel inspiraban confianza y bondad. Ella era delgada, con sus curvas justas y necesarias.

Y el otro hombre era aún más alto que el pelinegro. Su cabello corto, de un rojo que se asemejaba más al anaranjado. Y unos ojos celestes como el cielo despejado de primavera. Se lo notaba un tanto incómodo -algo paranoico, observando todo alrededor. Alerta, como esperando que algo sucediera. Raro.

"Por ahora, solo eso." Asentí cuando el pelinegro volvió a hablarme y me retiré a preparar el pedido con las mejillas más calientes que agua hirviendo, seguramente estaba roja por lo que el tipo me había descubierto observándolos. Pero, ahora que lo pensaba mejor, no se veía gente como ellos todos los días. Tenían un aura, una energía extraña. La mayoría de los clientes del restaurante eran personas mayores u oficinistas de los edificios continuos. Una que otra vez se veían familias o grupos de adolescentes, pero muy rara vez. Estos tres se veían raros, se sentía raro cerca de ellos.

Sentí los bellos de mis brazos ponerse en puntas, como si alguien estuviera detrás de mí mientras preparaba los cafés sumida en mis pensamientos, hasta que sentí algo agarrarme de la cintura por detrás y tiré el café asustada. Un grito y una carcajada se escucharon al mismo tiempo.

"¡Virgy! ¡No seas idiota!" Le reprendí una vez que el alma me volvió al cuerpo, igual que el aliento. Ella reía a carcajadas limpiándose las lágrimas que le caían por la risa. "No fue divertido."

"S-sí, lo fue." Suspiré resignada y sonriendo me agaché a limpiar el desastre en el suelo. Virgy era única. Realmente si no era por ella, el lugar sería un infierno -bueno, más de lo que ya era.

"¿Qué sucede aquí?"

Ambas nos sorprendimos ante la voz de nuestro jefe, y nos paramos derechas con la mirada baja.

"N-nada, Señor. Solo tuve un accidente, pero ya lo limpio." Dije con algo de desesperación. Diablos, lo único que faltaba era que me despidieran por una estúpida taza de café rota.

"Virginia, tu horario terminó. Puedes irte."

"Pero, Señor Marv-…"

"Vete." Ante el tono del Señor Marvin, Virgy huyó, y no la culpaba. Yo hubiera querido salir corriendo también. Pero su mirada la sentía pesada sobre mí. Hubiera sido difícil escapar. "Quiero que limpies el desastre que hiciste. Se te descontará la taza que rompiste de tu paga del día." Asentí sin protestar, muriéndome en contestarle por dentro. Pero no podía, no si quería conservar mi empleo. "Termina de servirles a tus clientes, son los últimos que quedan, y hasta que ellos se vayan, te quedas. Podrías ser útil por una vez y ayudar a Margaret a limpiar los trastos, ¿no?"

'Respira profundo, Ally… Respira.'

Asentí. "Sí, Señor." Margaret era una mujer anciana que llevaba años trabajando aquí, era la 'madre' de todos, y la encargada de dejar todo limpio para el día siguiente. Era muy querida en el restaurante. Y hasta podría decirse que era querida por mi jefe, el Sr. Marvin, y él no quería a nadie. Ni a su socio, el Sr. Gorgy.

"Perfecto." Dijo mirándome despectivamente de arriba abajo, luego se giró y caminó a su oficina al fondo del lugar. Dios, lo odiaba. Y mucho. Sentí mi celular vibrar en el bolsillo de mi uniforme limpio de spaghetti. Lo saqué a escondidas y era un mensaje de Virgy. "Lo lamento." Sonreí tecleando rápido antes que alguien me viera y le fuera con el chisme al ogro que tenía de jefe. "Nadie murió. Está todo bien." Lo guardé y seguí con mi labor.

Puse los cafés en la bandeja y me dirigí hacia los tres sentados que me observaban con algo de pena, como si hubieran escuchado todo el lío con mi jefe. Sacudí la cabeza, eso era imposible.

"Aquí está su pedido." Coloqué cada café delante de su dueño empezando por la chica -damas siempre primero-, luego al colorado y por último el pelinegro. Éste me miró directo a los ojos cuando me acerqué a entregarle su café. Sentía como si buscara algo en los míos. Como si al mirarme a los ojos, buscara confirmar algo. Y eso era extraño, y perturbador.

"¿Tu eres Alexia D'angelo, no es así?"

Parpadeé tres veces procesando sus palabras antes de ponerme derecha, alejándome de él. ¿De dónde me conocía?

"Así es." Contesté con mi frente en alto, un tanto a la defensiva. "¿Te conozco?"

El pelinegro sonrió. "No. No aun."

Fruncí el ceño. ¿Qué le pasaba a este tipo? ¿Quién era? ¿Qué quería decir con eso?

En ese momento, como en las películas, algo ocurre. A veces algo bueno que te une a un hombre como ese pelinegro. O algo embarazoso como que uno de los cafés se callera encima de mí quemándome y manchando mi uniforme blanco, haciéndome desear que la tierra me tragase escuchando risas de fondo. O algo como lo que ocurrió… junto con todas las anteriores –salvo las risas.

La campanilla de la entrada sonó, unos hombres vestidos con túnicas negras y máscaras en forma de calaveras entraron al restaurante. Eran cuatro o cinco; levantaron sus brazos derechos a 90° -sí, tenía que ser específica- en dirección a mí y los tres personajes sentados en la mesa y el infierno se desató.

Luces y explosiones de sillas, copas, platos, tazas volando por todos lados. Me tiré al suelo cuanto sentí algo rozarme y quemarme cerca del brazo. Por supuesto que gemí del dolor. Había jodidamente dolido.

"¡Hermione!" Gritó el pelinegro arrodillándose a mi lado. La chica se colocó delante de nosotros y una luz amarilla apareció rodeándonos. El colorado tiró todo lo que había en la mesa -sin darse cuenta que fue para el lado donde estábamos con el pelinegro, llenándonos de café y manchándonos a ambos-, y la arrojó colocándola como escudo delante nuestro. La chica Hermione pegó un salto y se cubrió con nosotros mientras las explosiones y las luces seguían ocurriendo. Tapé mis oídos y cerré los ojos. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Realmente estaba pasando, o solo era un sueño?

"Debemos sacarla de aquí, Harry." Habló el colorado mientras tanto él como la chica se asomaban por encima de la mesa, como si estuvieran contraatacando a los hombres de las túnicas. ¿Con qué? No tenía idea. Y no quería abrir del todo mis ojos para averiguarlo.

"A la cuenta de tres, en el punto que ya saben." Dijo en pelinegro. "Uno… dos…" Abrí los ojos y cuando el pelinegro me agarró por los hombros mirándome fijo, me arrepentí de haberlos abierto. "¡Tres!"

Sentí como si algo me tomara del cuello y me jalara con una fuerza sobrehumana metiéndome en un túnel en el que rara y apretadamente cabía junto con el pelinegro y nos succionara con tanta rapidez, que la sensación se fue tan rápido como llegó.

.

Oscuridad. Silencio. No había más explosiones ni luces volando por todos lados. El suelo del callejón donde ahora me encontraba estaba húmedo y hacía mucho frío, lo que hizo que junto a la sensación por la cual recién había pasado me marearan y por ello vomité. Y Dios, odiaba vomitar.

"Tranquila, es normal y común que eso ocurra." Dijo la voz del pelinegro palmeando mi espalda. "¿Estás bien?"

"¡¿Bien?! ¡¿Qué si estoy bien?! ¡Por supuesto que no estoy bien! ¡¿Qué demonios fue todo eso?! ¡¿Quién demonios eres?!" Grité en su dirección luego de la última arcada. Ya no quedaba absolutamente nada en mi estómago. El pelinegro hizo una mueca de susto frunciendo el ceño y alejándose de mí.

"Demonios, que sí sabes cómo gritar." Bromeó el pelirrojo entre risas apareciendo de vaya uno a saber de dónde.

"¿Qué diablos significa eso?" Dije sentándome sobre mis talones aún arrodillada en el sucio suelo del callejón. Estaba enojada, demasiado enojada. No entendía absolutamente nada de lo que había pasado. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Quiénes eran los hombres de las túnicas? Estaba a dos gotas de que mi vaso de paciencia por el día rebalsara.

La chica Hermione le dio un golpe en el hombro al pelirrojo antes de acercarse y arrodillarse frente a mí. Posó su mano en mi frente, como verificando mi temperatura. "¿Te sientes bien? Lamento todo esto. No era nuestro plan que ocurriera de esta manera."

Asentí frunciendo el ceño y volví a gemir del dolor. Allí me di cuenta de que la castaña no había verificado mi temperatura, tenía un corte profundo en la frente y ella estaba observándolo muy detenidamente. Como lo haría cualquier enfermera o doctora. ¿Sería ella alguna de las dos?

"Tranquila, no queremos lastimarte." Hermione me sonrió con dulzura y paciencia antes de girarse al pelinegro. "Tenemos que llevarla a Grimmauld y curar sus heridas. Tiene un profundo corte en el brazo y en su frente, quemaduras en las piernas y creo que su muñeca está esquinzada."

Fruncí aún más el ceño cuando mi cabeza comenzó a doler al mismo tiempo que el pelinegro pasaba una mano por su cabello despeinándolo y suspiró. "Sirius va a matarnos."

El pelirrojo sacudió la cabeza levantando las manos en forma de rendición. "Ah, no, hermano. Esta fue tu idea."

"¡Harry!" Le gritó Hermione al pelinegro antes de que la persecución entre los dos hombres comenzara. Ella me miró y protestó, "Hombres." Sonreí divertida, pero luego volví a gemir cuando sentí la punzada en el brazo. "Vamos. Vamos a curarte, ponerte ropa limpia, un baño quizás y luego te explicaremos todo este lío, ¿de acuerdo?" Ella rodeó mi cintura ayudándome a poner en pie. Me sentí un tanto intimidada, no solo por su accionar sino por el tono de su voz, tan dulce y tierna. Esta mujer había nacido para ser enfermera o doctora -o algo por el estilo. Simplemente era demasiado amable para lo que estaba acostumbrada.

"¿Puede Aparecerse?" Preguntó el pelirrojo aun dándose uno que otro golpe con el tal Harry.

Lo miré confundida apoyándome un poco en Hermione. Mis piernas sí ardían. "¿Disculpa?"

La castaña bufó en protesta. "Ron, a veces me pregunto si realmente dices las cosas sin pensarlas. Y en momentos así, veo que sí lo haces." El pelinegro soltó una carcajada bastante audible ganándose otro golpe al hombro por el pelirrojo. "Descuida, luego vendrán las explicaciones. Primero me urge curarte las heridas, ¿de acuerdo?"

Asentí. Hermione comenzó a caminar a mi paso, sabiendo que las quemaduras en mis piernas ardían y dolían, en especial una en mi tobillo derecho que me hacía renguear. Harry y Ron iban delante de nosotras a un paso un tanto más rápido. Claramente, ninguno había salido lastimado de lo que sea que había pasado en el bar. Hermione sin embargo también tenía un corte en el brazo, al cual le señalé mientras caminábamos por una calle solitaria. Ya era tarde en la noche. Y hacía frío, demasiado frío.

"Tranquila, no es nada." Ella le restó importancia a su herida. "Me preocupan más las tuyas."

"¿Son graves?"

"No. Gracias a Dios, no."

"Entonces, ¿te urge curarlas por mi salud, o por ese tal Sirius?"

Hermione soltó una risa. "Por supuesto que por tu salud."

Asentí. "¿Quién es el tal Sirius y por qué va a enojarse por todo esto?"

Me miró, me sonrió y no dijo nada. Estaba comenzando a frustrarme. Esas tres personas caminaban en completo silencio, como si se estuvieran dirigiendo a su propio purgatorio. Pero yo quería respuestas. El día había empezado mal y con todo lo que había ocurrido, incluyendo mi cuerpo adolorido, cansado y casi helado del frío, no había mejorado. Aún no había terminado, pero algo me decía que tampoco lo haría de la mejor forma.

Sirius… era un nombre demasiado extraño e inusual. ¿Se enojaría mucho por lo que había pasado? ¿Qué tenía que ver ese hombre en todo esto? ¿Acaso él los había mandado? ¿Lo conocía en persona? Es decir, si había ido al restaurante, quizá reconocería su cara si lo viera personalmente.

"¿Cómo es él?" Hermione desvió la mirada al suelo. "Físicamente, me refiero. A lo mejor, fue alguna vez al restaurante y podría recordarlo."

"¿Nos recuerdas a nosotros?" La miré confundida. "¿Crees que esta es la primera vez que vamos allí?"

Negué con la cabeza considerando lo que había dicho. Entonces ellos sí habían ido al restaurante otras veces. ¿Por qué no los recordaba? "No, del restaurante no. Pero sí lucen familiares." Ella me volvió a sonreír y no dijo más nada por unos minutos.

Volví a suspirar. "Planeas hacerme esperar para explicar lo que pasó en el restaurante, ¿no es así?"

La castaña sonrió asintiendo. "Eres inteligente."

"Gracias, supongo."

"Solo promete que escucharás atenta todas las explicaciones y luego juzgarás, ¿de acuerdo?"

"Solo si tu prometes ser completamente sincera. Odio las mentiras."

Ella me sonrió abiertamente. "Por supuesto." Me tendió su mano a modo de sellar las promesas y la tomé con un tanto de lentitud. No quería admitirlo en voz alta, pero me sentía un poco débil. Y Hermione sí se había dado cuenta de ello. "Un par de metros, y llegamos." Dijo a modo de consuelo.

Y gracias a Dios, tenía razón. Harry y Ron se detuvieron en el medio de las entradas a dos casas, viejas y con jardines poco cuidados. Los números 11 y 13 resaltaban a la derecha de cada puerta. Los miré confundida.

"¿Y qué pasó con la número 12? ¿Desapareció por arte de magia?" Pregunté divertida queriendo poner un poco de humor al silencio.

Mis tres acompañantes rieron justo al momento en que el suelo comenzaba a temblar. La diversión se fue por completo de mi rostro, pero no de la de ellos.

Observé atónita cómo un espacio se abría entre medio de las casas 11 y 13 y una casa aparecía a medida que se extendía. Era impresionante, y cuando vi el numero 12 aparecer ante mis ojos, lo comprendí. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¿Cómo había sido tan ciega? ¡Sus nombres eran de lo más obvio!

"¡Oh, diablos!" Me giré a ellos, no me había percatado de que había caminado hasta la pequeña rejada de la casa que apareció frente a mí. Todo tenía sentido. Las luces de colores, el aparecer de la nada de un lugar a otro. ¡Sus nombres, Dios Santo! "¡Tú eres Harry Potter!" Casi grité señalando al pelinegro. Él me sonrió pasando una mano por su cabello que milagrosamente seguía atado. "¡Hermione Granger! ¡Ronald Weasley!" Ambos me saludaron con una mano medio sonriendo.

"Prefiero Ron, gracias." Bromeó el colorado metiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Harry rió divertido mientras que Hermione sacudía su cabeza intentando esconder su sonrisa.

Yo no sabía si golpearlo o reírme también. Volví a mirar hacia la casa aun aturdida y en ese momento, me di cuenta de otra cuestión.

"Sirius… ¡Sirius Black!" Grité mirándolos nuevamente. "Pero, no está él…"

"¿Muerto?" Me interrumpió Harry antes de negar con la cabeza. "Solo te diré que los libros exageraron demasiadas cosas para nuestro gusto."

"Ally, ¿recuerdas lo que prometimos?" Hermione se me acercó como si estuviera tratando con un animal que había sido enjaulado. Pero es que me había quedado completamente aturdida al darme cuenta de todo. Asentí asimilando sus palabras. "Primero tus heridas y luego las explicaciones, ¿de acuerdo?"

Volví a asentir mientras Hermione me dirigía hasta la puerta, donde a su derecha el número 12 estaba inscripto en una placa de hierro. Cuando nos acercamos pude distinguir la figura de una serpiente moldeando la forma del número 12. Muy Slytherin. Sacudí mi cabeza. Todo esto tenía que ser una broma. O un sueño, y uno muy profundo. Años habían pasado desde la última vez que había leído esos libros. Años y años desde la última vez que leí algo que tuviera que ver con fantasías. Había llegado a creer que todas esas novelas e historias que alguna vez leí, de las cuales me enamoré, me obsesioné y llegué hasta creer posibles en algún punto, eran puro cuento. La vida real era dolorosamente cruda. Todo esto no podía ser real, ¿o sí?

Hermione abrió la puerta como si nada y entró empujándome con ella. Miré atónita a mi alrededor. Definitivamente, no era lo que esperaba. Por fuera, la casa se veía descuidada, no tanto en comparación a las casas vecinas, pero sí se notaba que era un lugar desgastado por el paso del tiempo. Pero por dentro era muy distinto. Los colores rojo y amarillo y una alfombra negra te daban la bienvenida a Grimmauld Place de una manera bastante amigable. Todo se veía limpio y curiosamente cálido y alegre gracias a las fotos que llenaban la pared izquierda hasta llegar a la otra punta donde se veía la entrada al comedor. Fotos. Que se movían. Esto tenía que ser un sueño. Una primera puerta irrumpía la colección de fotos a mitad de ese pasillo y daba a una gigantesca biblioteca donde un sofá y una mesita se encontraban a pocos metros de la chimenea que estaba prendida y calentaba esa habitación. No sé en qué momento, pero mi cuerpo entró por sí solo a ese lugar. Mi corazón no paraba de latir alocado en mi pecho. Todo se sentía tan extraño. Tan familiar. Como si en algún momento estuve allí. Yo conocía ese lugar. Aunque, era imposible, ¿verdad?

Prácticamente ni oí lo que Hermione estaba diciéndome cuando llegué al respaldar del sofá y pasé mi mano por el borde. Tan familiar que quería llorar, y no entendía por qué. Como tampoco entendía por qué mis piernas temblaban y mis manos y frente sudaban.

Todos estábamos dentro de esa habitación, cuando se oyó la voz de un hombre.

"Harry James Potter. Espero que tengas una muy buena explicación para…" La voz se detuvo cuando me giré a ver al dueño de la voz.

Unos increíbles ojos grises me miraron con asombro e incredulidad. El hombre era unos centímetros más bajo que el pelinegro -y su cabello, que también estaba atado y le sentaba demasiado bien, era de color negro azabache. Entendí de dónde Harry había sacado el estilo de cabello. El hombre vestía una larga capa negra que llegaba hasta por encima de sus pies donde unos zapatos negros de hombre bien elegantes sobresalían y dos tiras rojas y una insignia que desconocía lo que significaba le adornaba el lado derecho de su capa. Su barba lo hacía ver aún más varonil y apuesto. Demasiado apuesto. Este hombre era todo y más de lo que alguna vez pude imaginar cómo luciría Sirius Orion Black.

Comencé a sentir los latidos en mis oídos ensordeciéndome aún más y cuando él abrió su boca para decir algo en mi dirección, todo se volvió negro. Pero el recuerdo de esos ojos grises fijos en los míos me acompañaron al vacío.


¡Aló, people!

¡Volvió esta loca! Y no se preocupen que pronto llega actualización de mis demás fics. I promise. :D

Primero quería aclarar que empecé esta historia en primera persona porque así fue que me inspiré y comencé a escribirla, pero no sé si se mantendrá así. Anhelo demasiado escribir cómo se sienten mis hombres a medida que pasan las situaciones, así que veremos. ;)

Segundo, me inspiré en esta historia luego de leer "The Debt of Time". Está en inglés, y es el mejor "marauders" fic que jamás leí. Así que esta historia tendrá el uso de "gira-tiempos" y eso. :)

Y tercero, he leído tanto en ingles, que hoy me es IMPOSIBLE llamar a Remus "Lunático" y Sirius "Canuto" (es decir, en español); así que sepan disculpar, pero en este fic sus apodos estarán en inglés. Me siento más cómoda así. :)

Dejen review para saber si les interesa, si sigo la historia and that. :P

Love ya' all.

Peace Out.

Laysa L'espoir.