La estrella más brillante
Se despertó temprano, cuando la casa —y probablemente el resto de calle— todavía dormía, pero no se quedó en la cama, sabiendo que no podría volver a conciliar el sueño. Estaba habituado a sus costumbres y la disciplina espartana que se autoimponía el resto del año no entendía de horarios ni festivos. Aunque el resto del mundo celebrase la navidad para él era un día como cualquier otro. Uno un poco más triste que el resto, quizás. Uno en el que la ausencia de quien más había admirado y querido en este mundo se hacía un poco más notable y él se sentiría un poco más solo.
En parte se sentía extraño fuera de Hogwarts. Se había acostumbrado tanto al castillo que ya lo percibía como más acogedor que su propia casa. No porque ésta no fuese de su agrado, sino más bien por el clima que últimamente se respiraba allí. A pesar del fuego que ya crepitaba en la chimenea, Kreacher debía haber madrugado mucho para encenderlo mientras él todavía dormía, su hogar seguía pareciendo frío y triste, teñido de una melancolía de la que Regulus sabía que nunca podría librarse.
Consciente de que no sería apropiado bajar a la sala mientras sus padres no se hubieran levantado se dio un largo baño solo por hacer tiempo. Se sumergió en agua caliente e intentó olvidar que era navidad, pero aunque luchó contra ello con todas sus fuerzas no pudo evitar que una oleada de recuerdos lo inundase:
Él y Sirius, muy niños, conteniendo a duras penas el impulso de lanzarse escaleras abajo y abrir los regalos antes de que Walburga diese su autorización. Finalmente Sirius se había atrevido a hacerlo el año que entró en Hogwarts, envalentonado por haber sido seleccionado para Gryffindor y como si quisiera demostrar que efectivamente merecía pertenecer a la casa de los leones. Así fue como se enteró unas horas antes de lo previsto de que recibiría un ajedrez mágico y un nuevo juego de Gobstones. Sirius subió para contárselo, emocionado y con los ojos brillantes de excitación. Él no tuvo valor para acompañarle, aunque Sirius insistía una y otra vez en que lo suyo era más un problema de iniciativa que de falta de valor.
Él y Sirius, disfrutando de sus nuevos juguetes.
Y Sirius otra vez, espiando tras los visillos los juegos de los niños muggles, con una curiosidad no exenta de cierta envidia. Porque aunque maleducados, ruidosos y chillones aquellos niños eran libres y no se veían constreñidos por el peso de un importante apellido, ni de todo lo que llevarlo con orgullo y dignidad podía llegar a significar.
Sirius. Siempre Sirius.
Se había propuesto no echarle tanto de menos pero no lo conseguía. En Hogwarts, a pesar de cruzarse con él ocasionalmente en los pasillos, le resultaba más fácil. Pero en Grimmauld Place no sería capaz de vencer la nostalgia por su hermano perdido. Cada rincón de aquella casa estaba cargado de vivencias comunes.
Como conjuradas por su propia mente comenzaron a escucharse unas risas en la calle y por un momento le invadió la irreal sensación de que sus recuerdos habían cobrado vida propia, haciéndose realidad ante sus ojos. Se acercó a la ventana. Las temperaturas habían bajado durante la noche y una fina capa de nieve cubría la calle. Algunos muchachos del barrio comenzaban a salir de sus casas, dejando las primeras huellas de pisadas sobre la nieve blanca e impoluta. Llamaban a los timbres vecinos y se reunían en pequeños grupos, felicitándose la navidad y mostrando a los demás sus regalos, compartiéndolos con los amigos. Aún sabiendo que aquello no le haría bien, Regulus se quedó un buen rato observándolos, como había hecho Sirius tantas veces en el pasado. Pronto se olvidaron de sus nuevos juguetes y las bolas de nieve comenzaron a volar en una ruidosa algarabía, llenando de vida todo Grimmauld Place en una escena que parecía sacada de una postal de navidad.
Se les veía tan felices y despreocupados… Tendrían más o menos su misma edad pero Regulus no podía mirarles como iguales, y no solo porque en las venas de sus vecinos muggles no corriera ni una gota de sangre mágica.
En comparación se sentía mayor, como un adulto que un día descubre que ha perdido su juventud. Aquellos chicos podían elegir su propio destino mientras que el suyo estaba ya determinado con exacta precisión. Lo quisiera o no sus opciones se habían esfumado el mismo día que Sirius se marchó de casa, dando un portazo sin mirar atrás, dejándole solo, abandonado. Ahora no tenía otra alternativa que ocupar su lugar como heredero de los Black y representante de la familia. Se avecinaban tiempos oscuros y él debería hacer lo necesario por proteger a la familia. Era eso o arriesgarse a llevar la etiqueta de "traidores", algo que de ninguna manera podía permitir.
Demasiada responsabilidad para un chico tan joven. No la declinaba, pero de tener a Sirius a su lado las cosas podrían ser tan diferentes… Siempre había pensado que ellos, juntos, podrían ser capaces de enfrentarse a cualquier situación. Desde que se quedó solo no contempló más alternativa que seguir la senda marcada, hacer lo que se esperaba de él.
Se le ocurrió que Sirius estaría protagonizando alguna escena muy similar a las que él espiaba desde la penumbra de su dormitorio, en compañía de su nueva familia y de aquel al que ahora llamaba "hermano", no por imposición sanguínea sino porque así lo había elegido libremente. Se sintió rechazado, y junto con ello, también una punzada de celos. Sirius estaría feliz y era muy poco probable que se acordase de él en algún momento del día. Por fin había alcanzado su libertad soñada, aunque a un precio que Regulus seguía sin acabar de asimilar que estuviera dispuesto a pagar.
El ruido proveniente de la planta baja le hizo reaccionar, apartando sus pensamientos del sombrío cauce por el que discurrían. La casa despertaba y él debía reunirse con su familia, ahora él era lo único que tenían y no podía amargarles la fiesta. Se colocó su mejor máscara de urbanidad y salió de la habitación, como si pasar su primera navidad sin Sirius no le estuviera consumiendo por dentro.
Por un momento alimentó la ilusión de encontrarse un montón de regalos bajo el árbol, no porque deseara los regalos materiales en sí. Lo único que quería era constatar que de alguna forma sus padres trataban de llenar el vacío que Sirius había dejado, que le echaban de menos tanto como él y poder sentirse, en cierto modo, menos aislado. Pero enseguida se dio cuenta de que era algo imposible. Para sus padres Sirius había muerto el mismo día en que decidió marcharse y ahora el corazón de Walburga estaba cubierto por una capa de escarcha tan gruesa que ya nada podría quebrarla.
Regulus entró en la sala. La estrella en lo alto del árbol parecía burlarse de su pena.
¡Cuántas veces había comentado con Sirius lo mucho que le gustaba el significado de su nombre!
Pero ya no le quedaba la más mínima esperanza de recuperarle. Su madre jamás le perdonaría y aunque a su manera, y por mucho que le costase reconocerlo, Sirius no dejaba de ser un orgulloso Black que no daría el brazo a torcer. El hijo pródigo no volvería a casa arrepentido. Le había perdido para siempre y tenía que hacerse a la idea: a partir de ahora la estrella más brillante que alumbraría su camino sería aquel simple adorno de cristal tallado.
Recompuso la sonrisa más correcta y cordial de la que era capaz, felicitó a sus padres y abrió sus regalos ocultando que no le hacían la menor ilusión.
Porque si una cosa podía tener clara, es que esa navidad no iba a recibir el único regalo que de verdad deseaba.
ooOOoo
Mini fic de solo dos capítulos. Pronto subiré el desenlace, espero que os guste y feliz año nuevo.
