Disclaimer: Shingeki no Kyojin no me pertenece.
Aversión
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Eren odiaba el llanto. Odiaba llorar- y que le vieran llorar- y ver llorar a otros. No porque fuera insensible ni nada parecido –pues ya era lo suficientemente sensible para su propio gusto-.
La razón por la que odiaba el llanto, tanto el suyo propio como el de sus compañeros, era que se sentía responsable por ello.
Así es. Y es que si él, por algún aislado y muy bien justificado motivo, llegaba a llorar, Mikasa inmediatamente saltaba a su lado, murmurando cosas sobre protegerlo, matar al responsable y cosas por el estilo, que francamente le resultaban –además de completamente exageradas- innecesarias, pues él sería quien le daría fin a los mugrosos titanes. No necesitaba protección o consuelo de nadie. Menos de Mikasa.
Y es que ella se había dedicado a cuidarlo desde el día en que llegó a su casa. De eso ya habían pasado tantísimos años y pese a las insistencias de su madre sobre que era el trabajo de él protegerla a ella, la cosa seguía siendo al revés, aún con el paso de los años y el cambio de las circunstancias, la caída del muro María y su paso por el ejército.
Ahora ambos eran soldados, eran igual de capaces. Claro, ella se graduó primera de toda su promoción como la mejor recluta, con habilidades excepcionales en todo aspecto, siendo admirada por todos sus colegas y superiores. ¡Pero de todos modos!
Armin era una cosa totalmente distinta. Armin siempre lloraba. No por debilidad, no porque le gustara llorar. Pero era más común ver a su mejor amigo desbordar emocionalmente cuando veía que la situación lo superaba.
A Eren le incomodaba de igual manera verle llorar, pues jamás había sido bueno para consolarlo. Ese trabajo siempre le había quedado mejor a Mikasa.
—Debe ser cosa de chicas; son más sensibles— le propuso confuso un día, Armin, pues si bien el chico tenía vastos conocimientos acerca de una infinidad de cosas, con respecto a las chicas, quedarse corto era poco decir.
Esa explicación a Eren nunca le satisfizo, pues no creía que solo las chicas tuvieran esa cualidad. Además, Mikasa no era una chica: era Mikasa –Y no era excepcionalmente sensible, cabía decir-.
Cuando Armin lloraba significaba que todo andaba mal. Que dentro de su brillante cabecita rubia no había ningún plan para salvaguardar la situación. Significaba que estaban perdidos. Entonces dejaba de llorar y salía con alguna idea brillante para rescatarlos a todos. Eso es lo que hacía tan horrible el llanto de Armin y era por eso que Eren odiaba verlo llorar.
Sin embargo, si había algo que Eren Jeager realmente detestaba, eso era precisamente el llanto de Mikasa. Era un llanto lastimero, silencioso y desconfiado. Y, sobre todo: siempre tenía que ver con él.
Así es. Odiaba ser la razón de las tristezas de Mikasa. Y sabía que últimamente no había hecho más que causarle lágrimas y preocupaciones. Sabía que enfadarse con ella y gritarle no solucionaba nada, porque si bien no iba a hacerla llorar, si la lastimaba cada vez que le reclamaba su falta de parentesco y que, por favor, dejara de acosarlo.
Se arrepentía enormemente cada vez que por su boca salían esas feas palabras. Porque sabía que a ella le hacían daño, pero que ella nunca lo demostraría, y que siempre terminaban peleando cada vez que las decía.
Se levantó de donde estaba sentado con los dientes apretados, cabreado. Aún le dolía la cara donde Jean le había golpeado luego de haberle hablado mal a Mikasa.
—¡No necesito tu ayuda, basta!— soltó con frustración tras haber apartado a la chica— No soy ni tu maldito hermano ni un jodido bebé al que tengas que cuidar en todo momento, puedo cuidarme yo mismo. ¡Deja de acosarme, con un demonio!
Los demás quedaron en silencio. Armin, nervioso, trató de llamarle la atención a Eren. Este siguió con su trabajo de vendar las heridas de su brazo y sus manos, mientras que Mikasa lo miró entre vacilante y entristecida, y con el peso insoportable de la impotencia y el rechazo sobre sus hombros, sujetó la bufanda roja que mantenía sagradamente junto a ella y se marchó con paso silencioso.
La tensión en el ambiente era tan evidente como un excéntrico de cinco metros en una habitación. Sasha intentó aliviar el ambiente hablando sobre algún plan desquiciado sobre obtener un poco de comida extra, el que fue deliberadamente ignorado por el resto de sus compañeros. Sasha hizo manifiesto de su decepción. Connie le ofreció ir y encargarse de otros asuntos del establo para levantarle el ánimo y de paso huir de aquel ambiente incómodo.
—Eren…— intentó llamarlo Armin, pero Jean se le adelantó.
Se dirigió hacia él y con un puño lo levantó del suelo donde estaba acuclillado en su tarea de vendar sus heridas. Lo miró con furia y lo golpeó con el otro puño, tirándolo al piso. Eren lo miró atónico desde el suelo, con la cara adolorida y una marca que iba tomando color con el pasar de los segundos. Iba a hinchársele.
—¡Qué sucede contigo, idiota!— le gritó Eren.
Jean nuevamente lo levantó, ahora con ambas manos, por el cuello de la camisa que llevaba bajo el uniforme, y lo puso a su altura. Apenas se notaban los cinco centímetros de diferencia que había entre uno y otro.
—Óyeme bien, imbécil— le dijo seriamente con el entrecejo junto— Cómo te atreves a hablarle así a Mikasa.
—No es asunto tuyo, Jean, no t-
—¡CÁLLATE!— le ordenó de un solo grito. Eren se pasmó— Mikasa ha arriesgado su vida por ti. ¡Casi la matas! Esa no es la forma de dirigirse a ella. No te lo voy a permitir, ¿me oyes?— y lo soltó de golpe, poniéndolo nuevamente en el suelo—. Ahora ve y discúlpate o yo mismo te cortaré la lengua, para que cuides tus palabras.
Luego de eso de marchó, cabreado, dejando a un muy molesto EreN a un lado, junto a un preocupado Armin, que muy en el fondo, creía que Jean llevaba la razón.
Eren apretó los puños con fuerza de pura rabia y sin mediar palabra, apartó a su mejor amigo con el brazo y se marchó.
—Eren, aguarda. ¡Eren!— lo llamó inútilmente.
Mikasa no se dejó ver el resto de la tarde. Eren aquello lo había dejado pasar, pues seguramente estaría cumpliendo con las obligaciones que el Capitan le habría asignado. Pero tampoco había ido a entrenar durante la tarde noche, ni había tomado la ducha nocturna que acostumbraba después de la práctica. Armin estaba comenzando a preocuparse y Eren, bajo la atenta mirada que Jean le clavaba en la nuca, como si fueran sus ojos dos cuchillas en el punto débil de un titán, comenzó a molestarse.
Su paciencia acabó cuando, esa misma noche, no apareció para cenar. Un murmullo surgió acerca del paradero de la chica, entonces se levantó con los puños apretados y cruzó el salón hacia la puerta de salida. Jean pareció al fin estar satisfecho. Armin también se tranquilizó, y es que a veces sus dos amigos podían llegar a ser tan problemáticos.
Afuera abundaba una oscuridad alivianada únicamente por la luz de la luna, que dejaba ver apenas a su alrededor. Miró a todos lados, buscando el posible paradero de su hermanastra entre la espesura de ese bosque, al que no había tenido la oportunidad de ingresar de noche.
Vio a Mikasa apoyada contra la base de un árbol entremedio de unos arbustos lo suficientemente altos y frondosos como para ocultar su entonces encogida figura.
Tuvo entonces una extraña sensación. No tenía la costumbre de ver a Mikasa así de diminuta. Su estómago se contrajo, tomó aire y se dirigió a ella con paso firme.
—Mikasa— la llamó con tono firme. Ella estaba apoyada, escondiendo su rostro entre sus rodillas, tras su antiquísima e inseparable bufanda roja.
Ella levantó la cabeza, sonrpendida con la vista humedecida por el llanto. Intentó limpiarse los rastros de agua salada, lo que resultó infructuoso.
Eren se quebró. Odiaba ver a la gente llorar. Y sobre odo odiaba ver llorar a Mikasa, y más aún si era a causa de él. Y en esta ocasión era total y absolutamente su culpa. Por un momento vio sus intenciones de enfrentarla escurrirse entre sus manos y la tomó por sus hombros. Sintió los hombros de la chica temblar bajo su tacto y su cabello negro, ocultar parcialmente su rostro.
—Por favor, Mikasa, no llores, no es para tanto, ¿o sí?— le rogó el chico, apresurado— Dios mío, Mikasa, deja de llorar. Odio verte llorar, por lo que más quieras…
Y es que ella nunca lloraba. No se dejaba ver llorar, o al menos nunca frente a Eren. Solo recordaba haberla visto llorar aquella vez que quedó sola en el mundo y él se desprendió de su bufanda para dársela a ella y protegerla del frío.
Entonces lo comprendió y la realidad cayó sobre él como un cubo de agua helada. Ella no lo sobreprotegía porque pensara que fuera débil. Nada de eso. Se preocupaba de él porque fue quien le salvó la vida y la sacó de la soledad y abatimiento que significó el asesinato a sangre fría de sus padres. Y más tarde la muerte de Carla y la desaparición de Grisha. Eren era lo único que tenía en este mundo cruel y despiadado y él no hacía otra cosa que negárselo.
Entonces sí se sintió un imbécil, tal y como le había dicho Jean, que ahora podría sentirse contento. Aflojó el agarre sobre los hombros de Mikasa y la acercó hacia él y la rodeó son sus brazos. Ella apoyó su cabeza en su pecho, humedeciendo su camisa, mientras que Eren escondía su rostro en el frondoso y sedoso cabello negro de Mikasa, que hace tan solo un par de años le había aconsejado que se cortara. Se arrepentía enormemente también de eso.
—Lo siento— le dijo—, lo lamento tanto, Mikasa. Soy un idiota— reconoció—. Aquí estaré, ¿sí? Lo juro.
Y es que Eren Jeager odiaba verla llorar, y más aún si era por su culpa. Pero se aseguraría de que eso no volviera a suceder.
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Revisado: Jueves 08 de marzo
