Todo es ficción, una reconstrucción, pero aún así duele. I
"Así es como siempre termina. Un poco de magia, otro poco de humo, algo flotando.
Pero esto no funciona sin el empuje necesario.
Un poco de risa, un hombre, una mujer hermosa y amor.
Empecemos de nuevo.
Primero, un hombre solo.
No, él no está solo… todavía.
Ese es el primer paso: El hombre.
Luego vienen las risas, la mujer y el amor.
Míralo.
Podemos empezar por aquí, aunque no es así como comienza.
Sin embargo es importante que empiece así, créeme.
El hombre entra a un bar, ve a la hermosa mujer.
¿Se conocen?
No parecen conocerse, pero… es como que se conocieran.
¿Quién conoce a quién?
¿Es el comienzo o el final?
Ahora lo veremos.
Es el comienzo y el final.
El amor y la despedida.
Sé que no necesito mencionarlo, pero lo hago de todos modos:
Recuerda que todo es sólo una película, una reconstrucción.
Pero aún así duele.
Christoffer Boe
"Reconstruction" (Film 2003)
Si hubiera sabido que este día cambiaría mi vida, quizás no me hubiera levantado.
Los resortes del maldito sofá están comenzando a marcarse en mi cuerpo de manera permanente, cada día le cuesta más trabajo a mi piel retomar su forma original después de haber soportado el fierro clavado en ella toda la noche o el tiempo que ocupo para dormir.
Cada que trato de incorporarme, el maldito mueble cede ante mi peso y me da la impresión de que de un momento a otro tocaré el suelo con mi trasero. Quizás no puedo pedir mucho después de que la locura me ha orillado a tomar decisiones de este calibre y que me han traído hasta aquí.
Ya no recuerdo la última vez que dormí en un lugar descante o incluso en una cama, pero esto es así, cuando uno está determinado a perseguir un sueño tiene que atenerse a las consecuencias y yo siempre he asumido las consecuencias de mis actos. Nunca tomo una decisión sin pensarla aunque a todo el mundo le parezca lo contrario. Lo que también es verdad es que siempre accedo a mis impulsos y heme aquí.
Corrí detrás de un maldito yonki que en su momento me pareció el tipo más sexy del universo. Creí estar perdidamente enamorada y decidí tomar tres mudas de ropa y seguirlo hasta la gran manzana. Lo conocí en una fiesta de esas de las que nadie quiere hablar. Era un hombre mucho mayor que yo, con cabello largo, lleno de tatuajes y sin proyecto alguno. "Libre como el viento" me decía y en ese momento con el embrujo de su voz perdí el piso, él hablaba y la cordura desaparecía de mi mente. Lo único que quería en la vida en ese momento era estar a su lado y ser tan libre como él. Estúpidos veintidós años que te hacen actuar de manera tan inmadura. Ahora a mis veintitrés entiendo que fue un error, pero que providencialmente me trajo hasta aquí.
Nada ha sido fácil desde entonces, nunca lo ha sido en realidad, pero a pesar de mis impulsos logré darme cuenta que vivir con una banda de rock en un cuchitril de cuatro por cuatro no era precisamente lo que quería para mí y mi futuro. Todo esto aunado a que la libertad de mi compañero lo orillaba a engañarme cada martes y jueves o cualquier día de la semana. Yo lo aguanté todo porque estaba perdidamente enamorada de la imagen que tenía de él.
Un día me di cuenta que realmente no lo amaba, simplemente me había encandilado sola con la idea de vivir al límite y sin límites. Lo hice; bebí, fumé y me metí todo lo que se me puso al paso, incluidos uno que otro ser humano. Hombre, mujer, ave o mueble, no me importó en ese momento, simplemente no quería pasar por la vida sin experimentarlo todo.
El sueño de fuga se terminó tan pronto como duró el poco dinero que tenía. Entre otras muchas cosas que soporté fue el tener que mantener sus vicios y los míos. La situación llegó al límite muy pronto y no tuve más remedio que comenzar a buscar un nuevo objetivo en mi vida.
Nunca consideré realmente vivir de la carrera que había estudiado. Siempre supe que nadie vive de eso y menos en este mundito lleno de aspirantes hermosas, con cuerpos increíbles y estaturas portentosas. Yo no poseo ninguna de las cualidades que el mundo del espectáculo requiere, a pesar de ello, ha sido mi única tabla de salvación. La actuación pudo hacer conmigo lo que no logró ninguna terapia, psicólogo o psiquiatra. Pero lo dicho, nadie vive de eso y yo no soy la excepción.
Logré un papel en una obra de teatro en la que alabaron mi trabajo y hasta un premio gané por ello, sin embargo eso no ha cambiado mi vida en absoluto. He logrado mantenerme paupérrimamente con mi trabajo de mesera que es el que realmente me provee de lo poco que tengo.
Recibí buenas críticas aunque escasas y finalmente recibí una propuesta para participar en una película. En ese momento sentí que todo cambiaría, que mi vida mediocre daría un giro de ensueño. Nuevamente me equivoqué, la película fue tan mala que ha pasado sin pena ni gloria a pesar de haber tenido que realizar mi primer semi desnudo frente a la cámara. De nada me valió y me importa muy poco haberlo hecho, pero me demostró que definitivamente los cuentos de hadas en este negocio no existen y me aterrizó de golpe de nuevo a la realidad. Lo que verdaderamente soy, es una pésima mesera en una gran ciudad sin posibilidad de aspirar a más.
He decidido esperar, no sé qué, pero esperar a que la vida tome una decisión sobre mi futuro. Yo no pienso ponerme a la tarea de pensar e ilusionar, pues cada vez que lo hago termino terriblemente decepcionada y deprimida. No más; si algo ha de pasar, pasará y ya.
Odio despertarme temprano pero para mi fortuna, toda esta semana he tenido que sustituir a una compañera que se reportó enferma aunque sé que se fue de vacaciones con el tipo que conoció en último fin de semana. Para mí mucho mejor, pues puedo atender en el horario nocturno que es el que mayores propinas deja y no en el matutino en el que estoy estancada desde hace meses por ser tan mala mesera. No sirvo ni para eso.
La semana ha sido muy buena y seguramente ahora mejorará por ser fin de semana. Finalmente podré ahorrar lo suficiente para cualquier eventualidad, porque compara un maldito colchón no puedo, pues en el minúsculo departamento en el que vivimos hacinado no cabemos más que mi estorboso sofá y yo.
Que triste debe ser mi vida donde la mayor expectativa que tengo es comprar un colchón, pero definitivamente no quiero pensar en ello, cada día tiene su afán y por lo pronto lo único que pretendo es sobrevivir el de hoy.
La hora de llegada es importante porque debemos hacer el cambio de turno y preparar todo para la llegada de los locos jóvenes de fiesta de fin de semana. En ocasiones pienso que debería ser yo la que estuviera del otro lado de la barra o sentada en esa mesa esperando a que una como yo me atendiera. Sueño, sé que sueño con cosas imposibles, quizás esté condenada a ser la peor mesera del universo el resto de mi vida.
Mi madre me repite cada que tiene oportunidad que soy una mujer inteligente y que bien podría dedicarme a otra cosa. No sé si tenga razón o simplemente es el cariño de madre el que la enceguece y ve en mí lo que nadie más puede, incluso yo somos incapaces de ver.
Es verdad que sueño con algún día formar una familia y salir de esto, más allá de eso, lo que me quita el sueño con frecuencia es el terror de no poder ser madre. Quisiera poder criar a un hijo y evitarle los errores que mis padres cometieron conmigo. Un sueño más que tendré que guardar en la gaveta de pendientes de vida hasta que algo cambie. Por lo pronto sólo pretendo vivir al máximo y no perderme por un instante lo que la vida me ofrece, aunque por el momento nada sea excitante o interesante.
He pasado tanto tiempo sumida en mis pensamientos y ensueños que se me ha hecho tarde de nuevo. Al paso que voy me correrán de nuevo y ni siquiera del puesto que realmente tengo, sino del sustituto. Corro como loca hasta la parada de autobús y gracias a mi estupidez ni si quiera he reparado en que no he tenido tiempo ni de pasar el peine por mi cabello, cosa que se está haciendo costumbre. Hace años lo hice en mi época de estudiante pero traté de cambiarlo para mi trabajo en el teatro. Francamente ahora me importa poco, aunque el capitán me repita constantemente que mi trabajo es de atención al púbico y que mi apariencia sí importa.
La mirada reprobatoria de mis compañeros me da un cálido recibimiento y culmina con la voz exasperada del capitán de meseros.
-De nuevo tarde Anderson. Al paso que vas, el dueño terminará poniéndote a lavar platos en el mejor de los casos. Ponte el uniforme y a trabajar. Te tocan las mesas 15, 6 y 8.
Maldigo a mi suerte y al resto del universo, si tan sólo pusiera un poco de atención de cuando en cuando. Para comenzar, nunca recuerdo la maldita numeración de las mesas y me las tengo que arreglar observando cuales son las que mis compañeras no atienden, por eliminación deduzco cuales me tocan a mí y para seguir, seguramente me han dejado aquellas en las que nadie se quiere sentar, ya sea porque están muy cerca del baño, de la cocina o de la puerta.
Ahí está. En cuanto he terminado de ponerme el estúpido y ridículo uniforme, salgo sólo para encontrarme con lo que suponía, las malditas mesas vacías son las que a mí me tocan. No necesité ir a una escala para dotados para darme cuenta de que realmente soy estúpida. Aunque suene ilógico soy una estúpida inteligente o más bien, una inteligente estúpida. Lo que sea, pero ahora tendré que picarme los ojos el resto de la noche porque seguramente no tendré a nadie que atender. Terminaré barriendo y lavando el piso para no aburrirme y ayudarle a los garroteros.
Me coloco detrás de la barra, quizás así por lo menos pueda empujar uno que otro vaso para que se deslice sobre ella en ese movimiento hipnótico que hace detenerse el tiempo por un instante.
El lugar comienza a abarrotarse y a pesar de ello nadie se sienta en ninguna de mis mesas. Afortunadamente el barman se apiada de mi y desliza con suavidad el primer vaso de la noche. Recibe una sonrisa de agradecimiento de mi parte, pues su gesto me parece tierno. Mis compañeras tuercen la boca cada vez que él lo hace, el empuja un poco y yo termino de empujar para que ellas lo reciban. Comienza a ser divertido.
Llevo horas de pie esperando a que algo pase y el maldito deslizar de vasos ya me aburrió. Me pierdo en mis pensamientos mientras mi mano mecaniza el movimiento. Ojalá y me pagaran lo suficiente por soñar despierta, pero si no recibo una sola propina esta noche habré perdido mi gran oportunidad, pues solamente me quedará un día de fin de semana y de vuelta a mi austero turno matutino.
Una idea surca mi mente y me emociona estrepitosamente. Ya sé que hacer con el dinero que gane. Sin darme cuenta, por la emoción momentánea he empujado el último vaso con mayor fuerza de la debida y ha ido a parar al suelo con la respectiva mirada asesina de mi compañera destinataria. Por un instante el silencio invade el lugar y yo siento todas las miradas sobre mí, un súbito calor asciende por mi rostro enrojeciéndolo por completo, no puedo verlo pero lo siento con toda claridad. Mis manos comienzan a sudar y no atino más que a bajar la mirada y buscar con prontitud el recogedor y la escobilla para recoger el desastre y atenerme a las consecuencias. Ahora, aparte de no recibir una sola propina tendré que pagar el trago que acabo de tirar, con su respectivo vaso.
Un resoplido que brota desde mi impotencia acompaña el movimiento de mi mano con la escobilla, cada maldito pedazo de cristal significa una frustración más acumulada en mi costal.
En mi campo visual entran un par de tenis grises y por un momento pienso que se trata del capitán de meseros que viene a regañarme y a cobrarme en este preciso instante la copa rota, pero caigo en cuenta que él no puede estar usando un par de zapatos tenis, así que al no percatarme de ningún otro movimiento en ellos, levanto la mirada para ver quien se ha aproximado hasta ahí.
Sé que suena demasiado cinematográfico, pero detrás de su cabeza se encuentra una de las luces del techo y no alcanzo a ver su rostro a contraluz, al instante siguiente lo único que alcanzo a ver es una mano que se aproxima a mi rostro acompañada de una voz.
-¿Te ayudo?
La situación me agarra desprevenida, me incorporo mientras respondo amablemente al desconocido.
-No gracias, ya terminé.
Lo que no era del todo verdad, pero me sucede a menudo, cuando algo me toma por sorpresa mis nervios responden por mí sin siquiera percatarme de si lo que digo es coherente o no. Su estatura me obliga a levantar nuevamente la cabeza pues de lo contrario únicamente miraría la muralla de su pecho.
En la media penumbra en la que nos encontramos y el mismo reflector sobre mis ojos me impide verlo con claridad, solo alcanzo a percibir su estructura corporal. Su voz vuelve a resonar en mis oídos, lo que es extraño pues el ruido del ambiente sería suficiente como para no escuchar con claridad.
-Yo lo pago, no te preocupes.
Nuevamente soy presa de mi nerviosismo y desconozco el por qué. Siempre he sido extrañamente tímida y huraña, si algo me cuesta un trabajo descomunal es tratar con personas que no conozco. El extraño seguramente espera una respuesta de mi parte pero estoy imposibilitada para articularla, cualquier cantidad de pensamientos cruzan por mi mente, desde un "no gracias" hasta un "gracias, que amable" pero ninguno de ellos sale de mi boca. Para cuando logro cobrar conciencia de mi cuerpo nuevamente, el tipo ya se encuentra de espaldas a mí mientras intercambia un diálogo con el capitán para finalmente verlo partir sin siquiera haberle visto la cara.
Al capitán se le congela una estúpida sonrisa en el rostro hasta que el susodicho sale del establecimiento para perderla de inmediato y aproximarse a mi como saeta. Alarga su brazo y toma el mío con firmeza para dirigirme hacia la cocina. Yo estoy tan desconcertada que no atino a resistirme a pesar de que su gesto raya en la brusquedad. Una vez que hemos llegado a la cocina me encara.
-¿Qué le dijiste al cliente?
Su pregunta no tiene sentido para mí y mucho menos su molestia. Mi respuesta es honesta y francamente comienza a molestarme su actitud.
-Nada. No le dije nada, ¿por qué?
El tipo aprieta la mandíbula y resopla un poco sobre mi rostro lo que me produce una clara sensación nauseabunda. Mueve su cabeza en sentido negativo y atina a articular un esbozo de regaño o algo parecido.
-Pues ha dejado pagado lo que rompiste y además ha dejado propina para ti. Mira, yo no sé de tus mañas o qué diablos crees que es este lugar, pero a pesar de que es un lugar de esparcimiento, de ninguna manera pienso permitir que se preste a que los clientes piensen que puede ser un lugar propicio para algún tipo de intercambio de servicios. ¿Me explico? ¿He sido claro?...
Francamente no entiendo una palabra de lo que acaba de decir, pero lo peor es que mi cerebro se ha quedado anclado a la primera parte de su discurso. ¿El tipo aquél ha pagado lo que he roto y además ha dejado propina para mí? Es por demás extraño, aunado a que tampoco entiendo el motivo del regaño del imbécil que tengo de frente. Finalmente alcanzo a escuchar el final de su oración.
-…que por bonita todo se puede solucionar.
¿Bonita yo? Puedo ser todo menos bonita, pero eso no es relevante. La verdad es que no he entendido un ápice y además el tipo termina tomando mi mano y depositando en ella unos billetes solo para continuar mientras se aleja.
-Lo demás me lo quedo yo para cubrir el costo de lo que rompiste.
Por inercia cierro el la mano con los billetes y aprieto el puño pues tengo unas ganas enormes de partirle la cara al imbécil, pero no tengo ni idea de lo que acaba de pasar. Por otro lado, no puedo darme el lujo de perder el trabajo justo ahora. Guardo los billetes sin contarlos y regreso a la barra. El resto de la noche transcurre sin novedad alguna.
Al regresar a casa estoy tan cansada de estar parada sin hacer nada que siento que las piernas y los pies me van a reventar de un momento a otro. Me recuesto sobre mi viejo sofá y trato de recapitular el evento de esta noche. Por más que intento no logro entender nada todavía, pero recuerdo que los billetes los guardé en la falda para posteriormente guardarlos sin más en la bolsa de mis jeans. Meto mi mano para contar la única propina que he recibido esta noche. No puedo salir de mi estupefacción al darme cuenta de que se tratan de billetes de cien dólares. Son cinco y los cuento y recuento una y otra vez. No puedo creer que el desconocido haya dejado una "propina" de ese calibre y además sin razón alguna. Concluyo que debió haberse equivocado y siento un vuelco en el estómago. De pronto todo cobra sentido, ahora entiendo el por qué de la molestia del estúpido capitán, no sé qué diablos habrá pasado por su cabeza al percatarse el monto de la supuesta propina, pero de seguro nada bueno u honesto.
El evento no deja de incomodarme y no por el hecho de haberme ganado de golpe esa cantidad, lo que me perturba es que no me lo gané, que no hice nada y pero aún, tengo la certeza de que el pobre individuo se equivocó sobre manera y seguramente quería dejar unos cinco dólares en lugar de quinientos. Casi no puedo conciliar el sueño, pero una idea me tranquiliza, seguramente el hombre al darse cuenta de su error regresará para pedir que le devuelva la cantidad, así que decido que mañana llevaré el dinero conmigo pues no podría dormir tranquila si no lo regreso, de lo contrario sería casi un robo el no hacerlo.
Como he pasado horas pensando en el asunto y peleando con el sinnúmero de resortes en mi espalda, que bien pueden ser tres pero se sienten infinitos, me he desvelado nuevamente o más bien he amanecido pensando.
Mis amigos seguramente están por levantarse y no quiero que me vean despierta pues seguramente me cuestionaran el por qué. Me esfuerzo por conciliar el sueño hasta que finalmente lo logro.
En esta ocasión he llegado temprano, no quiero que el tipo llegue y yo no esté. Siento la necesidad imperiosa de devolver ese dinero que ahora mismo lo siento como mal habido y quema en las manos. Me coloco el estúpido uniforme y espero que el día de hoy me correspondan mesas mejor colocadas que ayer, pues si devuelvo el dinero de la propina no habré ganado nada la noche anterior y necesito recuperarme.
Para mi fortuna y a pesar de lo molesto que se encontraba la noche anterior, el capitán me ha asignado mesas normales y no las malditas en las que nadie se sienta. Me hago el firme propósito de que el día de hoy me aplicaré para no olvidar o confundir los pedidos.
Parte de la noche transcurre sin mayor contratiempo, salvo uno que otro pedido complejo de esos que preferiría no atender "con esto, sin el otro, menos de aquello, una pizca de más allá…" son una verdadera pesadilla para mí pues aunado a tener que recordar esos detalles, no dejo de pensar en que el misterioso tipo no aparece y peor aún, no había reparado en el hecho de que ni siquiera le vi la cara, ¿cómo pretendo devolverle el dinero si ni siquiera podré reconocerlo? Me había tranquilizado la idea de que llegaría directamente a pedir lo suyo, pero entre pedido y pedido he caído en cuenta de que pudiera no ser así. ¿Qué tal que por decencia simplemente pretende que yo lo devuelva por iniciativa propia? ¿En ese caso cómo sabré que es él? Toda esta lluvia de ideas ha impedido que me concentre lo suficiente como lo tenía previsto, por el contrario, estoy más perdida que nunca.
Trato en vano de leer en la mirada de todos los cliente, quisiera saber si cualquiera de ellos podría ser él, luego me percato de que el hombre tenía cierto tipo de complexión y ahora comienzo a descartar los que creo que no se acercan a la imagen que tengo grabada en mi cabeza.
De pronto me descubro ensimismada clavando profundamente mi mirada en la de un cliente que podría tener los rasgos físicos del hombre que busco, el tipo me mira con extrañeza y me repite el pedido por enésima vez. Un bullicio pretende sacarme de mi escrutinio pero no me lo permito pues estoy casi segura que es él y que está disimulando por alguna razón. Aunque en su mirada comienzo a percibir enfado no quiero desistir.
Finalmente logro terminar de tomar el pedido cuando la voz exasperada del hombre termina por convencerme de que es imposible que sea él. El hombre de la noche anterior no me hablaría de esa manera y mucho menos en ese tono.
Camino con una sonrisa estúpida el los labios pues me percato de que comienzo a idealizar a un personaje que ni siquiera conozco. Entrego la nota en la cocina y a mi regreso me veo interceptada por el capitán de meseros quien me truena los dedos mientras dice casi gritando.
-La nueve Anderson, rápido.
Me quedo con la maldición en la boca y de mala gana me aproximo a la mesa que el desgraciado capitán me acaba de mandar. Ni siquiera reparo en que esa mesa no es una de las que me corresponde.
-¿Qué van a ordenar?
Mi tono no es el más cordial por culpa del capitán y además considero que me quiere castigar al asignarme a la mesa más concurrida de la noche. Están apelmazados un grupo de hombres que ríen a carcajadas estrepitosamente hasta que guardan silencio al unísono al verme frente a ellos. Clavo mi mirada en la libreta, si de por sí me es difícil retener los pedidos de una mesa de cuatro, debo poner mayor atención en una mesa con tantas personas.
Uno a uno va realizando su pedido y me extraña un poco lo ordenado del asunto, pareciera que estuvieran coordinados o en espera de algo, pero agradezco que sea de esa manera pues usualmente cuando una mesa está así de concurrida, la mayoría platica al mismo tiempo que otro ordena lo que genera un caos insoportable. Sin despegar la vista de mi libreta, mentalmente cuento los regazos que mi vista alcanza a percibir y deduzco que estoy a punto de terminar. Cuando mis cálculos me indican que voy por el último, agradezco que así sea.
-Así que tu nombre es Gillian.
Supongo que he abierto los ojos más allá de lo normal pues la mesa completa comienza a reía a carcajadas, pero omito el hecho y levanto la mirada a la voz de la que provino la afirmación acerca de mi nombre. Es él, en el momento en el que le veo no queda lugar a dudas. En un movimiento irracional de mi parte, dirijo mi mano hacia el distintivo en el cual se puede leer mi nombre lo que produce un incremento en las risas de los integrantes de la mesa. Ahora me siento totalmente avergonzada y molesta pues desconozco el motivo que les produce tal hilaridad, me parece que se burlan de mí, así que mi rostro cambia de talante de inmediato y mi seriedad es acompañada por el tono de mi voz.
-¿Qué desea?
En ese instante caigo presa del enojo y he olvidado por completo mi firme intención de regresarle el dinero, así que insisto pues tengo unas enormes ganas de tirarles algo en la cara o por lo menos salir corriendo, así que trato de controlarme y repito la misma pregunta, pero su respuesta es la que termina con darle la puntilla al asunto.
-Deseo saber si tu nombre es Gillian.
El resto se desternilla de risa mientras él comienza a intentar callarlos sin ningún resultado. Por encima de las carcajadas alzo la voz para dar por terminado el circo del que aparentemente soy el payaso.
-En seguida le pido a mi compañera que termine de tomarle la orden.
Me doy la vuelta y las risas van disminuyendo en canon, cuando casi todas han cesado me giro intempestivamente, meto mi mano en el bolsillo de la minifalda y tomo los billetes, regreso sobre mis pasos y termino por colocar con firmeza los billetes sobre la mesa, quizás con un poco más de fuerza de la que había previsto, lo que termina por acallar todas las risas y finalizo mi escena con una frase que desconozco de donde ha salido pues ni siquiera la he pensado.
-Y le regreso su propina pues anoche se ha equivocado terriblemente.
Giro nuevamente y me alejo con rapidez. Ahora todos guardan silencio en esa mesa hasta que una voz que proviene de ella irrumpe para nuevamente producir un estallido de carcajadas.
-La chaparrita tiene su carácter.
Literalmente nunca en mi vida me había sentido tan humillada en mi vida, siento un nudo en la garganta. No quiero que el llanto brote de mis ojos, me repito un y otra vez que el tipo es un imbécil peor que el capitán de meseros. Le pido a la primera mesera con la que me encuentro que los atienda por mí y para convencerla le digo que dejan muy buena propina y además son muchos hombres. Lo último lo digo a sabiendas de la fama de mi compañera y su gusto por saltar de cama en cama a la primera de cambio.
Estoy enfurecida y avergonzada, comienzo a cambiarme y cuando termino me dirijo a la salida, el capitán me intercepta y con mi mejor cara le pido que me deje ir, que me siento muy mal y que le repondré con creces las horas que me faltan, pero en mi turno habitual, pues no pienso correr el riesgo de volverme a encontrar con este tipo. No con mucho agrado pero el capitán acepta y seguramente llevo el rostro descompuesto pues no he tenido que decir más para convencerlo.
Decido caminar al departamento a pesar de la hora. No quiero confrontarme con las preguntas incómodas de mis compañeros y además estoy a punto de llorar y no me gusta que me vean hacerlo.
Para cuando llego a mi ahora anhelado sofá, he logrado sacar toda la furia de mi interior y sólo quiero dormir. Había tenido días malos y éste, pero no podría quedarme con eso guardado para siempre, había decidido dejarlo pasar y continuar con la faena del la semana. Afortunadamente el lunes era mi día libre por lo que no tendría que regresar a ese lugar y que ahora me parecía insoportable, así que me quedé metida en mi incómodo sofá el resto del día. Leí, dormí y comí lo poco que me quedaba, pues tras mi fin de semana de fracaso no había logrado reunir un céntimo. La depresión pudo conmigo el resto del día, me sentí inútil y estúpida.
La depresión logró hacerme descansar lo que los resortes del sillón no me permitían, así que para el martes estaba completamente repuesta para continuar. A diferencia del resto de mis días laborables, en esta ocasión me levanté temprano y llegué a muy buena hora al trabajo, de alguna forma tendría que compensar el haberme salido temprano el domingo que es uno de los días con más carga.
Para mi fortuna el capitán de mi turno no era el mismo que el de la noche, así que me sentí libre de tener que dar explicaciones. El día comenzó a transcurrir con normalidad, un desayuno por acá, un café por allá, nada fuera de lo normal o con alto grado de complejidad. No me había percatado, pero ya comenzaba a ser rutinario.
Me encontraba en la cocina ordenando el último pedido que había tomado, cuando el capitán entró y me llamó.
-Anderson, necesito que atiendas la nueve.
Su petición me causó extrañeza pues apenas hacía unos instantes que había entrado a la cocina, no lo suficiente como para que considerara que estaba retrasada con las mesas. Cuando crucé el umbral de la puerta vi al hombre de la otra noche ahí sentado como si nada y sentí un vuelco en el estómago, pero en esta ocasión no saldría corriendo, si pretendía seguirse burlando de mí me iba a conocer. Me acerqué con calma y una vez que me encontraba al borde de la mesa clavé mi mirada en la libreta y con tono neutro le pregunté que deseaba ordenar. Él se encontraba observando a través de la ventana el pasar de los autor por lo que lo tomé por sorpresa.
-Deseo disculparme contigo. Mis amigos en ocasiones se comportan como adolescentes. No era mi intención ofenderte.
Yo continúo sin apartar la mirada de la libreta y a pesar de que su tono suena sincero, repito mi pregunta haciendo caso omiso a su disculpa.
Escucho como la silla se desliza en el suelo y para cuando atino a levantar la mirada, él se dirige con rapidez hacia la puerta. No sé como reaccionar en ese momento, la sensación de que he ido demasiado lejos me invade de pronto. No sé si llamarle y disculparme, pero para cuando ese pensamiento cruza mi mente, él esta haciendo lo propio con la calle. El esfuerzo ahora es en vano, quizás tuve la intención y apenas mi rostro alcanzó a reaccionar demasiado tarde. Cuando vuelvo la mirada hacia la mesa, me percato de que ha olvidado una pequeña caja sobre ella. La tomo con rapidez y corro a la entrada para gritarle. No conozco su nombre, pero grito "señor" en varias ocasiones, pero la larga zancada del hombre lo ha llevado muy lejos del alcance de mi voz. Pienso en correr para alcanzarlo pero es inútil pues sé que con mis piernas tan cortas no lo lograré. A lo lejos veo como toma el autobús y entonces sí creo que no tiene remedio, que lo único que puedo hacer es entregarle el paquete al capitán pues seguramente el hombre volverá a recogerlo. Regreso sobre mis pasos y al dirigirme a buscar al capitán reparo en la pequeña caja que sostengo en mis manos y me sobresalto al leer mi nombre en un pequeño sobre pegado a ella. No me percato de ello pero me detengo en medio del lugar, saco la tarjeta que viene dentro del pequeño sobre y leo una y otra vez.
"No me equivoqué contigo la otra noche. Aprende a aceptar un regalo cuando se te presenta. DD."
Al abrir la caja me encuentro con un anillo, enrollados dentro de la argolla, los cinco billetes de cien dólares y al verlo me descoloca toda. No entiendo nada, es inverosímil lo que estoy viendo. A mí no me pasan estas cosas; estas cosas no le pasan a nadie.
La voz de un anciano que es cliente regular me saca del trance, pero no para mejorar la situación, por el contrario, la empeora sobremanera.
-Dile que sí…
Yo sólo atino a dirigir mi mirada hacia la barra donde desayuna el viejo y no sé qué expresión tendré en mi rostro pero le da pie a continuar.
-…A mí no se me ocurrió proponerle matrimonio así a mi mujer. Quizás si lo hubiera hecho así aún seguiríamos juntos.
Masculló algo más y se giro para dedicarse a comer con parsimonia como todas las mañanas. No logré entender el resto de lo que decía entre dientes, pero me negaba a creer que eso era lo que significaba el contenido de la caja. Mil ideas pasaron mor mi cabeza pero hubo una que me movió fibras que antes no había sentido que existieran ¿y si no volvía? Por el recado en la tarjeta me daba la impresión que con eso finiquitaba el anécdota. Finalmente me había logrado entregar la "propina" y esta vez no tendría nada a qué regresar. De ninguna manera consideré que la opción que había planteado el viejo fuer plausible. No lo conozco, no sé su nombre y por más que pareciera una escena de película cursi, mi cerebro se repetía que esas historias no existen, son mentiras, no son incluso posibles.
Mi mente descartaba una y otra vez esa posibilidad en específico y sobre todo después de que un día le siguió al otro sin que el hombre misterioso apareciera. Traté de convencerme de que ya no lo haría nunca más, que aquello quedaría como una historia que podría contarle a mis hijos, si es que algún día los tenía.
Me molestaba sorprenderme por lo menos una vez por día esperando verlo aparecer por la puerta o peor aún, imaginar su silueta en la mesa nueve. Por las noches también me sorprendía pensando en él y tratando de reconstruir sus facciones en mi memoria. Reparé tan poco en ello que resultaba tarea difícil, algo me había anclado a tres características que no borraría de mi recuerdo nunca; el color de sus ojos, el tamaño de su nariz y sus labios, sobre todo el inferior.
Siempre me percibí como una persona con tendencias obsesivas pero esto rayaba en la enfermedad. Traté de trabajarlo cada noche, pero el remedio parecía peor que la enfermedad. Entre más impetuoso mi intento por olvidarlo y dejarlo de lado, mayor mi fijación.
Afortunadamente el tiempo comenzó a hacer su labor y poco a poco su imagen dejó de estar presente en mi mente. A pesar de eso y sin razón aparente, guardé el dinero junto con el anillo y la caja. No sé qué esperaba que pasara con eso, ni que objetivo tenía, pero fue lo que me indicó mi impulso y en esta ocasión le hice caso.
Mi vida volvió a la monotonía habitual y es que el extraño evento con este hombre había logrado imprimir un sabor distinto a mis días, pero todo pasa. De cuando en cuando y solamente para romper la infernal rutina, conseguía acudir ocasionalmente a alguno que otro casting, pero sólo a aquellos que no interfirieran con mi horario de trabajo. No creí quedar en ninguno y menos conseguir alguno remunerado, me bastaría con hacer lo que me gusta de vez en cuando, pero como dicen en este mundito y me suena absolutamente estúpido, "no había tenido suerte." Como si la suerte sirviera de algo, en este trabajo en cualquier otro.
Un día conseguí que me llamaran a una segunda vuelta y sentí que había sido un triunfo. Una de mis compañeras y yo brincábamos de gusto por un espejismo pero me supo a señal divina, por un instante creí que lo lograría, que finalmente tendría la oportunidad de volver a actuar. Pero la decepción no se hizo esperar mucho y cuando mi compañera leyó en el periódico que la obra para la que yo había audicionado se estrenaría pronto con otra actriz, me pesó más su frustración que la mía, yo ya estaba acostumbrada.
Ese día salí del trabajo con el periódico en la mano y perdida en mis pensamientos comencé a caminar a la parada de autobús. Imaginaba que sería una anciana amargada que le vociferaría al mundo entero que en tal o cual obra pude haber aparecido si no hubiera sido por las malas decisiones de los empresarios teatrales. Una sonrisa apareció en mi rostro al imaginarme claramente coleccionando periódicos donde no figuraría mi nombre nunca, tan solo para mostrarlos como prueba negativa, "En esta obra iba a ser la protagonista".
-Que gusto verte sonreír.
La voz me sacó de balance, me giré de inmediato sobre mi propio eje para encontrarme con el muro de su pecho y posteriormente con sus ojos verdes. No pude articular palabra, no estaba preparada para eso en ese momento o quizás en ningún otro.
Su sonrisa perfecta me mostró sus dientes blancos y por fin me perdí en cada detalle de su fisionomía para después pasar a su anatomía. Guardó silencio y espero a que acabara mi escrutinio.
-¿Ya acabaste o prefieres que me gire?
Nuevamente me tomó por sorpresa, pero en esta ocasión fue una carcajada la que arrancó de mi garganta, su sonrisa se amplió y al poco tiempo comenzó a reír junto conmigo, hasta que paró de golpe y su semblante se tornó serio.
-Creí que lo mejor eran tus ojos, pero me equivoqué.
Creo que mi mirada preguntó por mí, pues su respuesta o continuación de la oración no se hizo esperar.
-Es la mejor que he escuchado en mucho tiempo, es contagiosa… tu risa.
Hizo una pausa y se colocó a mi lado poniendo su mano sobre mi cintura como dándome paso hacia un lugar indeterminado.
-Te invito un café.
Giré para mirarlo a los ojos pues la verdad no entendí su gesto corporal y el lo interpretó de otra manera. Se encogió de hombros e hizo una mueca tan simpática que parecía un cachorro sonriendo, si es que eso existe. Achicó los ojos, sonrió y finalmente rectificó.
-Es verdad, debes estar harta de cafés, ¿el cine te parece mejor opción?
El cine no me parecía en lo absoluto una mejor opción, pero oficialmente me estaba invitando a algo, así que de inmediato decidí aceptar. No me gusta andar con rodeos o por lo menos no todo el tiempo y en definitiva este hombre era una excepción a toda regla. No articulé palabra pero comencé a caminar sin dejar de sentir con toda claridad el tamaño de su mano sobre mi cintura, parecía abarcarla en su totalidad. Sin preámbulo solté una de esas frases que no pienso y salen así de la nada.
-¿Y mi acompañante tienen nombre o tengo que referirme a él como doble "D"?
Comenzó a reír de nuevo y por un momento pensé que no contestaría, sobre todo por la forma en la que comenzó con su respuesta.
-Doble "D", suena a talla de sostén. David, mi nombre es David.
Supuse que tendría que esperar a conocer el significado de la segunda "D" o quizás no llegaríamos hasta ese punto. En verdad me interesaba poco saber su apellido o segundo nombre o lo que fuera que significara la "D" faltante.
Extrañamente no volvimos a pronunciar una sola palabra más. Yo no pregunté nada y él tampoco lo hizo, pero por extraño que parezca no me sentí incómoda con ello, me perdí en mis pensamientos y en llenar la totalidad de mis alveolos del aire que respiraba junto a él. Me sentí estúpida por un momento, pero fue uno de los pensamientos primarios que me acompañaron durante todo el trayecto, junto con la sensación del tacto de su mano, que nunca retiro de su lugar. Parecía haber encontrado acomodo perfecto y no se separó de ahí ni un solo instante. Su aroma era muy particular, una mezcla de cosas, pero que fácilmente podría identificarlo como único pues no recordaba haber estado cerca de otro hombre con un olor parecido.
Todo en esto era extraño y retaba a mi subconsciente a cada paso, no quería sobre interpretar nada y bloqué cualquier tipo de pensamiento al respecto. Me dejé llevar por el momento solamente, a pesar de que me asaltó la duda del por qué no fuimos al cine más cercano a donde nos encontrábamos. Caminamos hasta el metro y caballerosamente pagó los pases. Yo ignoraba cuales eran sus planes, pero tampoco pregunté. A diferencia de lo que pensé en un inicio, ahora me parecía que él sabía a la perfección a dónde nos dirigíamos. Por la hora, los vagones iban llenos lo que nos obligó a mantenernos de pié todo el trayecto.
En cuanto logramos entrar, el tumulto nos forzó a ir demasiado cerca. No me molestaba en lo absoluto el contacto con su cuerpo y creo que me incomodó más que el vagón comenzara a vaciarse y nos brindara más espacio. Se separó de mí y se colocó a mi lado y supuse que pensaba en que quizás me incomodaría la excesiva cercanía.
Frente a él y dándole la espalda, se encontraba un señor poco más alto que yo que sostenía un periódico en sus manos. Cuando alcé la mirada descubrí que mi acompañante leía por encima del hombro del señor, su estatura se lo permitía. La escena me pareció hilarante y traté en vano contener una carcajada, él giró su rostro y me sonrió al tiempo que me cuestionaba con la mirada, no entendía que me había causado tanta gracia. En ese momento el metro se detuvo de golpe y sin previo aviso, lo que me arrojó con fuerza contra él. Por tratar de defenderme de golpear mi rostro contra su pecho, levanté los antebrazos al tiempo que mi rostro. Él, que venía sostenido de uno de los tubos con una de sus manos, utilizó el brazo que le quedaba libre para asirme con fuerza por la cintura para evitar mi inminente caída.
Algo sucedió en ese momento, el universo se detuvo. Su mirada se clavó en la mía y su rostro comenzó a aproximarse peligrosamente. Sus labios cada vez más cerca de los míos se detuvieron un instante, como pidiendo permiso, pero tampoco esperaron respuesta. No fue necesario pues cerré mis ojos y me dejé embriagar por un segundo por el aroma de su aliento. Mis labios se entreabrieron y entonces sucedió. Sus labios profundizaron de inmediato, su brazo apretó mi cintura con mayo fuerza hasta lograr que el resto de mi cuerpo se pegara al suyo. Algo que no había sentido nunca antes atravesó todo mi cuerpo y me hizo estremecer. Su lengua rozó la mía y no se contuvo, sin pudor arremetió en una primera lucha poco menos que voraz, yo a mi vez no evité ningún impulso que naciera de mis entrañas, respondí en igual o mayor medida hasta que el jalón intempestivo del metro arrancando de nuevo, nos separó. Abrí los ojos para encontrarme con su verde mirada que me sonreía y yo respondí de la misma manera sonriendo con todo mi rostro y si es posible, con todo mi cuerpo.
El brazo que me sostenía por la cintura subió hasta mis hombros y me cobijó hasta que llegamos a la estación que él tenía prevista. A partir de ese momento casi nada me importó, todo aquello parecía un sueño y no quise pensar en nada por miedo a romper el embrujo.
Desde el momento en el que me rodeó con su brazo no me soltó más, en cuanto el metro se detuvo únicamente tomó mi manó y entrelazó sus dedos con los míos. La sensación de naturalidad en su acción me sorprendió tanto como mi propia sensación de cotidianidad.
Estaba en una nube que acompañaba mis pasos, no sentía el suelo que pisaba y lo peor que se que en menos de una hora este hombre me había hecho sentir cosas que nunca antes había sentido. Todo era diferente con él, parecía una novela rosa y cursi, a excepción del beso que de casto no tuvo absolutamente nada.
Mientras esperábamos en la fila de la taquilla me jaló para que mi cuerpo quedara junto al suyo nuevamente, pero sin soltar nuestras manos entrelazadas. Pasó nuestras manos hacia atrás de mi cintura sin permitir que se soltaran, apretó con fuerza su antebrazo sobre mi cintura y volvió a besarme. En esta ocasión no esperó ni un instante ni pidió permiso alguno. Nos perdimos ahí sin ser conscientes del mundo que giraba a nuestro alrededor. Un par de señoras que se encontraban en la fila detrás de nosotros, aclararon la garganta para indicarnos que debíamos avanzar. Reímos mientras avanzamos y él depositaba muchos besos de piquito sobre mis labios sin parar, mientras yo sonreía como idiota.
No sé cuanto tiempo pasó hasta que logramos llegar a la taquilla, pero por primera vez agradecí en el alma que los malditos cines a esta hora estuvieran abarrotados. Él sólo se separó de mis labios para pedir dos boletos para algo que parecía tener un nombre estúpido. Otra de las mil cosas que en ese momento carecían de importancia, sobre todo porque él no apartó su mirada de la mía ni un solo instante, ni siquiera para extender el billete, recibir el cambio o los boletos.
Ni siquiera reparamos en comprar algo, no podía despegar mis labios de los suyos. En tan poco tiempo experimenté innumerables formas de atrapar ese carnoso labio inferior y todo lo que mi creatividad me permitió, él por su parte hizo lo mismo.
Él escogió los asientos y por un momento pensé en que serían hasta la última fila, pero no fue así, decidió que fuera en la parte intermedia de la butaquería. Mientras las luces permanecieron encendidas, él puso su mano sobre mi cuello abarcando una parte de mi mandíbula y giró mi rostro para continuar con lo que parecía un beso interminable y para mi sorpresa, sólo se detuvo cuando escuchó que la película comenzaba.
Tomó mi mano y nuevamente entrelazó sus dedos con los míos. La disparidad de tamaños era irrisoria, pero agradable. Una sensación de confort y protección me embargaba, dentro de muchas otras inexplicables.
La película comenzó y el ponía atención absoluta a la pantalla mientras yo lo miré él con el mismo esmero, observé su perfil contrastado contra la oscuridad de la sala; sus ojos pequeños, su nariz desproporcionada pero adecuada para el conjunto, sus labios, ese bulto que comenzaba inmediatamente después de que culminaba su labio inferior, al que ya me había declarado adicta y su mandíbula. Decir que me gustaba sería decir muy poco, había algo en él que me hacía perder piso sin explicación racional. Yo nunca me sentí especialmente atraída por los hombres o mujeres atractivos, por el contrario, encontraba algo más interesante en la falta de belleza que en el exceso de ella, pero con él era distinto.
De pronto su mano apretó la mía llamando mi atención, clavó su mirada en la mía y me indicó con sus ojos que girara a la pantalla. A decir verdad no entendí qué era lo que quería que viera. Alcance a leer el título absurdo de "Don't Tell Mom the Babysitter's Dead" En el momento de los créditos, volví a sentir como su mano apretaba la mía y yo seguía sin entender cuál era el punto al que debía poner atención.
El comienzo y desarrollo de la película me pareció especialmente malo, era de esas películas por las cuales no pagaría un céntimo, es más, si me regalaran la entrada dudaría en pasar. Nunca fui una gran cinéfila y mucho menos de las películas hechas en Hollywood. Durante mi estadía en Londres con mi padre y posteriormente en la escuela, adquirí el gusto por el cine de arte, los clásicos, lo abstracto. Nada más lejano de todo eso que esta película. Cundo algo así me sucedía, cosa que era poco frecuente, dedicaba el tiempo a pensar, pero en esta ocasión el hombre a mi lado obnubiló la claridad de mi mente y no pude hacer ni eso.
Habrán pasado unos insufribles treinta o cuarenta minutos cuando una imagen irrumpió en mi campo visual y golpeó mis pupilas sin previo aviso. El hombre a mi lado estaba en la pantalla grande luciendo un vestuario ridículamente estrafalario y el cabello mucho más largo de lo que ahora lo portaba, pero era él. Yo no pude evitar la carcajada que reventó con estrépito de mis labios, traté de contenerla sin éxito, nunca he sido capaz de controlar mi impulso de reír, una vez que comienza se convierte en un tren desbocado.
Creí que se ofendería con mi reacción, pero por el contrario, llevó mi mano sostenida por la suya hasta sus labios y murmuró "A eso me dedico", yo aproximé mis labios a su oído y le susurré "Yo también". Mi acción le produjo escalofrío pues de inmediato encogió el hombro en señal de defensa. A partir de ahí reímos cono tontos cada vez que aparecía en pantalla. Las escasas tres o cuatro veces que lo hizo bastaron para que la película, mortalmente mala, me pareciera entretenida. Sólo esperaba la siguiente aparición.
Al finalizar tomó mi rostro con sus dos manos y sobre mis labios murmuró "Malísima ¿verdad?" sonreí sobre los suyos, pero apenas y atine a emitir un pequeño sonido con visos de afirmación antes de sentirme invadida nuevamente. La sala se vació y nosotros solamente nos dimos cuenta de ello hasta que uno de los chicos del personal nos pidió que nos retiráramos.
Di por hecho que me invitaría a su casa, departamento o lo que fuera, incluso a un hotel si fuera necesario, pero no fue así, en su lugar me invitó a cenar un hot dog de a un dólar y se excusó diciendo que el cine no deja tanto dinero como la gente cree. Eso me recordó la famosa propina que dio paso a todo esto y creo que lo leyó en mi mirada o en el semblante de mi rostro, quizás se revistió de seriedad. Antes de que yo pronunciara una palabra contestó con rapidez.
-No, no, no. Eso fue otra cosa. Te lo ganaste a pulso y a mí no me costó nada.
Respondí con un gesto lo más cercano a una duda. No me dejó ni siquiera decir nada y me besó de nuevo. Comenzaba a gustarme este juego en el que para todo la respuesta estaba en unir nuestros labios e invadirnos. Logró con eso que a mí se me olvidara todo de nuevo.
Una vez que terminamos nuestra exquisita cena, su rostro se llenó de seriedad, mordió su labio inferior en un gesto casi infantil y me rodeó con su brazo hundiendo mi rostro en su pecho.
-Te acompaño a tu casa. ¿Dónde vives?
Algo dentro de mí se disparó, fue un impulso irracional. No sé por qué, pero en algún resquicio de mi alma aquello me pareció ofensivo. No sé si fueron sus palabras, su cambio repentino de actitud, quizás hasta una infundada sospecha de que tenía a alguien más. Una escena cruzó por mi mente de golpe, él llegando a su casa donde era recibido su esposa y unos cuantos hijos. Peor aún, la imagen que le siguió a aquella fue la de su espectacular novia con tipo de modelo de pasarela, esperándole desnuda sobre la cama. Lo alejé con mis manos de golpe y me di la media vuela mientras le respondía.
-No es necesario.
Aceleré el paso y creí que me seguiría, que con sus largas zancadas me alcanzaría en un santiamén, pero eso no sucedió, sólo escuché a lo lejos que me gritaba.
-Duchovnyyyy. Se pronuncia como pato en inglés… "Duck…ovnyyy".
No entendía a lo que se refería, pero francamente en es momento no me importó en lo absoluto, simplemente quise salir de ahí y alejarme lo más rápido posible. Tomé el metro de vuelta a casa y mi maldito subconsciente me traicionaba pensando que podría estar detrás de mí.
Todo aquello había sido estúpido e infantil. Tras pensarlos varios días con sus respectivas noches en vela, no logré entender el por qué de mi reacción. Él simplemente me dijo que me acompañaría a casa y preguntó dónde vivía. Por más rebuscada que sea la mente de una mujer, yo me consideré siempre la menos cercana a ello, pero mi arranque demostró lo contrario.
Pasé varios días convenciéndome de que todo aquello había sido nada más que una locura momentánea y que debía olvidarla por mi bien. Me pareció casi imposible en principio, pero ayudó el que no volviera a verle. Entre sueños, cuando el cansancio me vencía, en esos momentos en que la realidad se confunde con el sueño, imaginaba que lo veía sentada en mi viejo sofá, pero únicamente en la pantalla de un televisor. Así de lejano me parecía y ese maldito personaje prepotente de la película se sobreponía al encantador hombre que había pasado una tarde a mi lado. Fantasías de abandono que reabrían uno de mis grandes complejos exhaustivamente tratado por mis psicólogos infantiles y juveniles. Evidentemente nunca superado.
El cansancio se apoderaba de mí y mi rendimiento laboral, de por sí ya pobre, decreció considerablemente. Supe que estaba a nada de que me dieran las gracias y comencé a considerar muy seriamente la posibilidad de irme de esta cuidad. Ahora me lo recordaba a él y no quería permanecer mucho más tiempo aquí. Una de mis malas costumbres era irme o alejarme de lo que percibía como un daño irreparable y esto se acercaba ostensiblemente a esa definición. "Una maldita tarde que me sacará corriendo de la gran manzana".
Eso pensaba mientras tomaba la última orden del día antes del cambio de turno, pero fui sacada de mis pensamientos por la mirada extrañada del comensal. Por un momento pensé que nuevamente había hecho algo malo, que quizás había dicho algo sin pensarlo como era mi costumbre, pero después vi que su mirada no se dirigía a mí, sino a algo detrás de mí. Un grito me sobresaltó haciendo que soltara la libreta, la pluma volara por los aires y mi mano parara en mi pecho.
-¡Gilliaaaaannnnn!
Evidentemente todos volteamos hacia el origen del grito y lo único que pudimos ver fue un enorme arreglo floral con piernas. Una vez que recuperé el aliento después del tremendo susto, corrí a su encuentro. Sabía que era él. A diferencia de lo que había imaginado, no sentí ni un ápice de ganas de verlo. No sé si fue el susto combinado con todo lo que había pasado en mis sueños y fantasías catastróficas, pero estiré mis brazos y empujé el arreglo floral junto con su portador hasta la calle. Como pudo se asomó por detrás del enorme arreglo mientas me decía.
-¿Pero qué pasa, por qué me empujas?
Mi voz sonaba furiosa y realmente lo estaba, creo que el miedo se apoderó de mí. Algo en mi interior se aterraba con todo lo que este hombre me hacía sentir.
-¿Qué diablos haces aquí? Vete por favor, no quiero volver a verte.
Escuché cómo su risa traspasaba las rosas rojas produciendo una extraña imagen magritiana de un cuerpo con rostro de arreglo floral. El sonido de su risa produjo una reacción nuclear en mi interior, no era sólo enojo, era algo que iba mucho más allá de eso y nunca lo había experimentado con anterioridad. La vista se me nubló en el momento en el que escuché sus palabras entremezcladas con carcajadas.
-Noooo. Cásate conmigo. Gillian, quiero que seas mi esposa.
Le di la vuelta a estorboso arreglo y le tomé con fuerza por el brazo mientras le murmuraba con la mandíbula apretada.
-Deja de burlarte de mí y vete con tu arreglo a otra parte, no quiero que armes más escándalos o lo único que conseguirás es que me corran. Vete por favor y déjame en paz.
Su sonrisa desapareció, se inclinó hasta dejar el arreglo en el piso, se dio la media vuelta y se marchó. Me arrepentí al instante, pero mi orgullo me impidió retractarme. En el fondo seguía sintiendo que yo no era más que un juego para él, seguramente estaría acostumbrado a tener ese tipo de arranques con cualquiera y como es evidente que sabe derrochar sus encantos a diestra y siniestra, le funcionará con cualquier estúpida como yo.
Lo vi alejarse hasta perder de vista su figura. De por sí mi vista nunca ha sido buena, así que no necesitó alejarse demasiado para que yo ya no pudiera verle. Al girarme tropecé con el maldito y estorboso arreglo haciendo que cayera y se desparramara por el suelo. Desde el interior de la cafetería escuché el grito del capitán del turno nocturno.
-Recoge esa basura que estorba la entrada de los clientes.
El nudo en mi garganta ya era insoportable y las lágrimas comenzaron a derramarse surcando mi rostro y quemando como lava. Una a una levanté las rosas regadas por el suelo, con cuidado de no espinarme demasiado. Entre ellas vi un pequeño sobre, muy parecido, si no es que idéntico al de la caja del anillo. Nuevamente tenía mi nombre escrito en el exterior. Lo abrí con premura y leí en contenido.
"Si estás leyendo ésto, quiere decir que he fracasado miserablemente. Recuerda que debes aprender a recibir los regalos cuando se te presentan. Mi alma gemela, recuerda que siempre tendrás un hermano en LA. Te ama con locura: DD."
En cuclillas dejo caer mi cabeza sobre las rosas que se encuentran en mi regazo y estrujo el pequeño sobre. Sólo un pensamiento ronda por mi cabeza, "Eres una estúpida Gillian."
Continuará…
