Para Takari95, su historia por el intercambio Navideño del foro: Proyecto 1-8. En donde no se mendigan reviews, sino historias. (Tarde pero seguro(?)-) Bueno, querida, te dejé mis "excusas" en el foro.


Tres historias para navidad:

Bésame como si quisieras ser amada.

~.*.~

Aún recuerdo aquella víspera de navidad: la niebla cubría toda la ciudad, las calles estaban vestidas por la nieve del día anterior, pocos autos, pocas personas, poco movimiento en Odaiba. Eran las diez de la noche, todo estaba cerrado: las tiendas, las licorerías, los abastos, todo. Recuerdo que ése día no tenía nada nuevo en particular, salvo a Yamato y a mí sentados al borde de una fuente, en una plaza, con unas copas a medio llenar de vino y al lado dos botellas —una a medio terminar y la otra vacía—. Debatíamos y decíamos cosas sin sentido, o con mucho de ello. Con el licor recorriendo nuestros sistemas sanguíneos —ya medio borrachos—, hablábamos del amor y sus consecuencias. Él decía que el amor era peligroso, una droga que nos vuelve adictos. Yo le respondía que eso era falso, que él no sabía nada de amor, yo tampoco lo sabía, pero podía entender que, una vez que se encuentra a esa persona ideal, el amor podía ser lo más bonito del mundo. Él negó adornando su rostro con su sonrisa ladina y descarada. Y reconozco que me estremecí al verla.

—Si quieres puedo decirte cuál es la razón de estar aquí, sentados, bebiendo y hablando estupideces. —Dijo él con su típico tono sarcástico.

Yo me removí incomoda en la superficie fría y dura de la fuente. No dije nada.

—Mira, Inoue —prosiguió—. No quiero ser un fastidioso con el tema, pero el amor es peligroso y, si no te alejas de él a tiempo, puede darte la peor de las descargas eléctricas. Te dejará estoqueada en el suelo, moribunda. Es peligroso, lo reitero, debería tener un letrero, así como los avisos de Peligro en las cercas electrificadas.

—Comprendo tu desilusión —repliqué, mientras miraba como las luces de una camioneta se asomaba por el celaje—, yo también he caído en la zona amarga, cruel y maldita de éste sentimiento. Sé que te carcome, te corroe completamente por dentro. Sientes que en cualquier momento te matará. Lo sé, Matt, yo lo he sentido, hace unas horas ése sentimiento me consumía.

»Pero eso no es amor, bueno, sólo es una parte de él. Todo depende si es correspondido o no. No lo sé a ciencia cierta, pero amar, y que te amen… —suspiré e incliné mi cabeza hacía el cielo gris, mis piernas se mecían debajo de mi vestido. Jugueteaba, tonteaba y por alguna extraña razón me divertía—. Es lo más lindo de la vida —Concluí.

Cerré mis ojos y me bañé con la brisa helada de la noche. Al abrirlos me encontré con la sonrisa descarada de Matt. Él tomó un sorbo de su copa y me miró. Yo sentí un escalofrió recorrer mi espina dorsal. El frío se colaba por debajo de mis capas de ropas y el viento helado se hacía sentir cada vez más. Me abracé buscando calor. Como todo un caballero, Matt se deshizo de su chaqueta y la puso sobre mis hombros, quise decirle que no era necesario, pero una voz dentro de mí me susurró que no lo hiciera, no tenía caso. Ishida, cuando se lo proponía, podía ser muy insistente y atento, de otro modo nunca hubiésemos estado allí, de no ser por él, hubiera pasado la víspera navideña en mi apartamento, sola y llorando porque mi velada no salió como la había planeado.

Horas y horas decorando, arreglando, cocinando. ¡Había hecho una cola larrguísima para comprar un par de muérdagos! Bueno, veinticuatro pares, pero eso era lo de menos. Lo que importaba era que esa noche daría mi primer beso, técnicamente era el tercero, si contaba el beso que me di con Darien en el primer año de Jardín de infancia, o el que me di con Yukitoen el tercer año de preparatoria cuando Michiro me retó a besarlo. Solía ser muy explosiva y me dejaba llevar. No obstante, aquellos besos no contaban como un primer beso. Por eso esperaba que esa víspera de navidad, bajo alguno de los veinticuatro pares de muérdagos en el techo de mi apartamento, pudiera dar mi primer beso de amor, mi primer beso con Ken Ichijouji. Pero eso no sucedió, en cambio lo único que recibí aquella noche fue una cara llena de sonrojos, mirada puesta en el piso y un: «Gracias, Inoue, estuvo muy deliciosa la cena». ¡Patrañas! Idiota ¡Estábamos debajo de un muérdago, ¿acaso existe una mejor excusa para robarle un beso a alguien?! ¡¿A mí?! No lo creo. Hubiera bastado con que Ken no quisiera besarme, pero no, la noche se volvió peor cuando descubrí que dos de mis invitados se habían fugado antes de la cena y del intercambio de regalos, o cuando el apartamento se inundó de gritos y puertas azotándose contra la pared, o que Koushiro y Davis se pasaran la noche entera jugando un video juego violento… mi capacidad para tolerar ese tipo de situaciones se secó de ipso facto. Enloquecí y los eché a todos fuera de mi casa.

Esa noche pensé que aquel arrebato furioso no era nada más que mi propio instinto animal. Cuando las cosas que planeo no salen como lo he previsto termino por explotar, ese día no fue la excepción. Dicen que soy como una supernova. Tal vez tengan razón y siempre arraso con todo a mí paso cuando he perdido los estribos y el control de mí misma, o tal vez no. No sé si venga al caso, pero, por alguna extraña razón, mi subconsciente aquella noche rezaba: Nada es cierto, todo está permitido. Así que la hipótesis que me planteé podía ser verdad, quizá, cuando enloquezco, no pierdo el control de mí, sino que lo recupero y hago lo que realmente quiero, sin miedo, sin la necesidad de pensar y pensar, sin ningún tipo de tapujo. Sólo sería yo en una versión más energética e irracional. Si nada es cierto, esto está permitido también, ¿no? ¿Se puede pensar así?

Pero mi velada no concluyó allí. Al cabo de un rato, mientras me afligía y sacaba mi lado oscuro a pasear en la comodidad del suelo de mi cocina, Yamato llegó a mi apartamento. Nunca supe cómo ni a qué horas entró. Solo sé que lo sentí llegar a mi lado y sin decir nada me ofreció una copa de vino. Sin ningún tipo de rodeos la acepté. Ése fue el inicio de una conversación que me llevó al pie de la escultura de la Diosa de la Luna*, la de la fuente de la plaza Sung*.

Le contemplaba, la luz del farol sobre él le alumbraba haciendo que sus ojos azules se sintieran más penetrantes y molestos. Su mirada me desnudaba por completo, ya no estaba segura si lo que me hacía temblar era la botella y media de vino que habíamos consumido, el viento helado de la noche o aquellos ojos endemoniadamente gélidos que me quemaban por dentro, me consumían. Había algo en ellos que me quitaba la voluntad y me obligaba a verlos, a descubrirlos... Él pasó la palma de su mano delante de mis ojos, llamaba mi atención, había quedado sumergida en los efectos de su mirada lobuna y desde hace mucho me había desentendido de la conversación. Y entonces, dentro de mis tímpanos, el nombre de Ken Ichijouji rechinó.

—¡¿Qué?! —dije atontada.

—Sólo pregunté qué cómo iban las cosas con Ken, si se ha adaptado mejor al grupo, ya sabes… El emperador Digimon —No lograba zafarme de aquellos ojos, no podía. Ni siquiera logré articular palabra alguna—. Inoue, ¿estás bien? —inquirió extrañado. Mirándome como si tuviera un Armadillomon pegado en la frente.

Asentí. Luego llevé la vista hacia la punta de mis pies y pensé que el alcohol y los cambios hormonales en una joven de dieciséis años no podían ir de la mano.

—Supongo que sí —respondí sin devolverle la mirada—. ¿Y tú, lo estás? —Quise ver su reacción, así que levanté el rostro. Por cómo se expandieron sus pupilas, diría que no se esperó aquella pregunta.

—¿De qué hablas?

Automáticamente pensé: «De ti, de Sora, de Tai, de ese triángulo amoroso que se formó en 2001, tal día como hoy». Pero de nada me valía decirlo y herirlo. El recuerdo de aquel amor fallido aún le hacía doler el alma. Pero mi silencio me delató. Sonrió al saberse descubierto.

—Sí, lo estoy —soltó y eso fue todo.

Callamos por un instante, el susurro del viento se convirtió en El otro más que hablaba ese día en la plaza, haciendo que el silencio fuese agradable.

—Entonces qué… —Arrastraba las palabras y comenzaba a sentir que, con cada palabra que soltaba, hacía un trabalenguas. El alcohol me impedía hablar con soltura. Matt y yo reímos.

«El efecto del vino barato…» Pensé.

—¿Qué de qué? —inquirió.

—Sino hablamos del amor, si nos mentimos con respecto a cómo nos sentimos… Entonces, ¿de qué hablaremos? Aún queda mucho por beber.

Matt miró nuestras copas, estaban casi vacías, sirvió nuevamente vino en ellas. Mientras, yo pensaba «Sólo dos rondas más para que se acabe la última botella, sólo un trago más para ser ajena a mis sentidos… a mi sentido común».

—Cuéntame, ¿qué pasó hoy en tu casa? —sonrió entre divertido y sarcástico.

Puse mi mano sobre mi mentón, con el dedo índice lo acaricié y fruncí el cejo, como si estuviera pensando. No pude contener la risa, era un gesto muy inmaduro y tonto, aun para una muchacha del penúltimo año de preparatoria. Él soltó un resoplido, inmediatamente deduje que esa era su forma de reír. Creo que fue la primera vez que vi esa mueca tan genuina en sus labios. No podría mentir, verlo reír fue encantador.

—Estamos borrachos —solté entre carcajadas.

Él siguió riendo a todo pulmón. Cuando al fin dejamos de reír y recuperamos el aliento, retomé el hilo de la conversación.

—No te perdiste de mucho. Sora y Tai discutieron otra vez ¡Que sorpresa! Esos dos deberían casarse —Supe de inmediato que había metido la pata* hasta el fondo. Tapé mis labios con ambas manos de inmediato.

Le miré asustada, el corazón me latía frenético, temblé mientras me preguntaba: «¿Qué había hecho?» Matt se dio cuenta de ello, llevó su copa hasta sus labios y bebió del vino, luego sonrió y se expresó:

—Calmate, no dijiste nada malo. Continua.

Mordí mi labio y comencé a jugar con mis dedos, cabizbaja, sintiendo la peor de las culpas. Constantemente me disculpaba por hablar sin pensar o por pensar demasiado las cosas, pero ese día si lamenté haber dicho aquello. Matt merecía a alguien que lo quisiera de verdad, era notorio que Sora no era ese alguien, ella amaba a otro más, aunque el motivo de que ella hubiera terminado con Matt no fue ese alguien. Él pareció darse cuenta de mi vergüenza y culpa, así que me miró sonriente y puso su mano sobre mi antebrazo, con su dedo pulgar me acarició y, desde el primer instante que sentí su mano sobre mí… mi organismo, mente, alma ¡Todo dentro de mí…! Explotó, enloquecí. Sentí cómo toda la adrenalina de mi cuerpo me recorría de pie a cabeza. Una bola de fuego quemó cada centímetro de mi ser. Había sido el primer contacto piel a piel que Matt y yo teníamos… y se sentía celestial.

Fueron segundos que parecieron años. Me paralicé por completo, su mirada volvía a hipnotizarme, no sabía si era efecto del alcohol, pero veía a Yamato Ishida con deseo. Quería que acariciara mis labios con los suyos. Quería que me besara. De pronto el frío se había esfumado de mi cuerpo y sudaba como tonta, deseosa de él. Me ruboricé, lo supe por como mi rostro ardía, aun así no pude, aunque quise, quitarle la mirada de encima.

—Inoue… —Las palabras no salían de mi boca, él recitaba mi nombre, una y otra vez, pero yo no podía responderle. Lo único que quería era saltar encima de él y besarlo.

Me parecía extraño desear tanto un simple beso. Nunca había visto a Matt con otros ojos. Él era mi amigo… conocido ¿compañero de aventuras? Estaba confundida de verdad. Siempre me pregunté cómo Sora y Matt se gustaron, o cómo Tai se enamoró de Sora si eran amigos. ¿Cómo puede nacer un sentimiento de la noche a la mañana? Es algo loco, es como si de un día para el otro amaneciera suspirando por Takeru ¡Extraño! Digo, ¿en qué momento ocurre la transición de ese querer de amigos a querer que sea más que un amigo? Y al parecer estaba a punto de saberlo, porque en lo único que podía pensar era en los hermosos ojos de Matt mirándome, en su piel suave acariciándome, en su boca curvada sonriéndome…

Carraspeé y moví el brazo para que el contacto se cortara. Me obligué a pensar que era un efecto secundario del vino.

—¡Ah, sí! —Solté con mucha prisa—. Eh, es… Ahmm. Ya sabes, líos por aquí líos por allá, ¿de qué hablábamos?

Rió y no pude evitar sentir que se reía a costa mía y no conmigo.

—Me decías que Sora y Tai discutían… Pero nunca supe por qué, ya que te quedaste muda.

—¡Ya! Cierto. Bueno, es que hoy en la mañana, después de hacer las compras, Sora y Kari se reunieron con Mimí en su casa. Según sé, estaban envolviendo los obsequios y hablando de lo que llevarían para la cena de ésta noche cuando Mimí le preguntó a Sora qué se pondría, ella se encogió de hombros y respondió que ya vería. Mimí se enojó mucho, dijo que esas cosas no se dejaban para última hora. Le dio un súper sermón y, luego de regañarle y decirle que debía comportarse como una señorita de dieciocho años, comenzaron a buscar dentro de las cosas de Mimí algo que pudiera ponerse Sora.

»Luego de probar y probar, al fin dieron con un vestido rojo, con mangas largas que a Sora le fascinó. Era un poco navideño, pero precioso. Bueno, cómo todo el guardarropas de Mimí. Cuando…

—Déjame adivinar, —interrumpió—… cuando llegaron a tu casa y Tai le vio, él dijo una estupidez.

—Sí y no. Tai llegó después que Sora y los demás. Pero sí, Tai le dijo a Koushiro que no le gustaba el vestido que llevaba Sora y desde ese momento comenzó la tercera guerra mundial. Porque luego Kou se lo dijo a Jou, Jou lo comentó con Davis, Davis lo gritó a los cuatro vientos y Mimí escuchó… al final Sora se enteró. Todo por un vestido, una tontería total.

Era mucho más que eso. Pero no podía contárselo a Yamato. Hay ciertas cosas que es mejor callar. Eso no significaba que debían ser olvidadas. Si fuera así, no estaría rememorando éste momento de mi vida.

Tomé lo último que quedaba en mi copa y cerré mis ojos. Disfrutaba la noche helada, el frío en los dedos de mis pies, el silencio ensordecedor, la paz, la tranquilidad, la noche solitaria al lado de un amigo que me era completamente un extraño y ahora alguien que llenaba un vacío nacido ésa noche por culpa del rechazo de Ken.

—¿Inoue? —Su voz me hizo volver y mirarle.

—Dime.

Él mostró la botella y la meneó en el aire, estaba vacía. Eso sólo significaba una cosa-: debíamos volver a casa. Me levanté y por momento perdí el equilibrio de todo mi cuerpo, por suerte, los reflejos de Matt estaban en plenas facultades. Me sostuvo entre sus brazos impidiendo que cayera de bruces hacia el suelo y me fracturara la cabeza, sin embargo, él resbaló con la capa de hielo que se había formado alrededor de la fuente y ambos caímos al suelo.

—Lo siento, lo siento —repetía entre risas nerviosas.

La mayor parte del golpe se lo llevó él. Su cuerpo fue el que impacto contra el suelo resbaloso, yo caí entre sus brazos. Cuando me percaté de que él me miraba… diferente, dejé de reír y de disculparme. De pronto se pudo sentir el ambiente pesado. En sus ojos pude ver que el sentía lo mismo… que él quería lo mismo que yo: un beso y nada más. Fui rompiendo el espacio entre nosotros y cuando iba a chocar mis labios contra los suyos me detuve, sin ninguna razón aparente. Había pasado gran parte de la noche deseando aquél beso y cuando al fin se dio la oportunidad me acobardé. Por momento sentí las inevitables ganas de devolver todo el vino que había bebido junto con él, pero me controlé y con mucha desesperación me alejé de su cuerpo.

Logré ponerme de pie evitando volver a sentir el vértigo que originó toda esa situación incómoda. Alisé mi sobretodo, acomodé mis gafas, fingí que nada pasó.

—Andando, te llevaré a tu casa —dijo y yo sentí algo parecido a la decepción y a la culpa, ambas mezcladas.

A mis dieciséis años continuaba siendo desconfiada de los demás. Sé que la primera vez que vía Michel, el amigo de Mimí estadounidense, gran parte de ese sentimiento se perdió, gracias a la pureza de mi amiga pude entender que todos merecemos que nos den el beneficio de la duda, segundas oportunidades y no ser juzgados antes de tiempo. Pero no puedo negarlo, desconfiar y sacar conclusiones apresuradas en los demás no era algo que pudiera cambiar de la noche a la mañana.

El concepto que tenia de Yamato Ishida se transformó esa noche. Pasó de ser el chico egoísta, buscador de pleitos, sarcástico, jactancioso a uno que se preocupa por sus amigos, calmado, solitario —no por elección propia—. La vida a veces suele ser muy cruel y por eso muchas personas, como Matt, tienden a controlar sus emociones. No sé si yo pudiera controlarme de la misma forma que él, creo que si tuviera que reprimir un llanto, una risa… la verdad, no sé qué sería de mí. A todas éstas, aún intento recordar qué me hizo pensar que Ishida fuese de ese modo. Nunca lo vi iniciando una pelea, salvo cuando golpeó a Taichi cuando Ken, como El emperador Digimon, secuestró y controló a MetalGreymon. Y no podía decir que era un busca pleitos por eso, yo una vez cacheteé a Hikari para que volviera en sí y dejara sus tonterías, o debía juzgarlo por algo que hice también.

Mientras caminaba rumbo a mi casa, no paraba de pensar en ello, en cómo había juzgado a Matt antes de tiempo. Es que, siempre es igual, lo he visto bromear, pero la mayor parte del tiempo tiene los labios rectos, el cejo fruncido o enarcado sarcásticamente. Personas así, tan ellas, suelen caerme mal. Sin embargo, aquella noche, faltando algunos minutos para la navidad, me di cuenta de que sí Matt no hubiese entrado en mi casa, justo en ese instante me encontraría sentada, abrazándome las piernas y lloriqueando por culpa de Ken. La verdad, no puedo ser tan injusta, no era culpa de él, era mi culpa por pensar que podía tener una historia tan linda como la de Mimí y Takeru. Su romance secreto y prohibido me hacía querer tener mi propia historia de amor. Ken era lo más cercano a tener una así y yo casi lo obligo a hacer algo para lo que él no estaba preparado. Volviendo con Matt, ¿cómo alguien tan ensimismado podía ser la compañía perfecta? No hablamos mucho, prácticamente lo que dijimos fueron sandeces sin sentido alguno, y de todas formas me sentía bien conmigo, con él, tan bien que sentí como si mis labios quemaban por el beso que nunca seria, por cobarde, por creer que Yamato era ése insensible que pensé que era.

No nos dijimos nada durante todo el trayecto hasta mi casa. Y se me hizo corto el camino, pues, sin darme ya estábamos al frente del apartamento de mis padres. Vi como saludó con un movimiento de su cabeza, luego se volvió hacia el ascensor. No pude evitar querer que se quedara.

—¡Espera! —grité desesperada.

Él regresó la mirada hacia la entrada y me miró sorprendido, con mucha curiosidad.

—Quédate —le pedí.

—¿No crees qué es un poco inapropiado? —inquirió, aunque me pareció más una afirmación.

—Embriagar a una muchacha de dieciséis años, en pleno centro de una plaza pública, con sus padres fuera de la ciudad, ¿no te parece un poco inapropiado? —por como sonrió supe que yo había ganado.

—Cuando se trata de las penas amorosas, ningún trago puede ser contado como algo inapropiado —Pero no, él era tan terco como yo. No le gustaba perder.

—Entonces, ¿dices que si se hacen cosas por amor no puede ser considerado inadecuado? —Me sentía como una ridícula, eso de jugar a la chica coqueta no era propio de mí.

Me acerqué hasta Yamato y le rodeé el cuello con mis brazos. En nuestro círculo social soy la chica más alta, sin embargo, tuve que ponerme de puntillas para poder quedar con mi mirada puesta en la suya, con mis labios a centímetros de los de él…

—¿Qué haces, Inoue? —preguntó incómodo.

—Llamame Yolei —susurré—, somos amigos ¿no? Entonces llamame por mi nombre: Yolei.

Sentí cómo trago pesado, como su corazón se aceleraba y como su boca clamaba la mía. Humedeció sus labios y expulsó un poco el aire, sofocado.

—Yolei, ya basta —pidió en un susurro, pero con firmeza.

Fue entonces cuando me di cuenta de lo ridícula que estaba siendo. Esas cosas no iban conmigo, podía culpar al alcohol, pero no me sentía lo suficientemente embriagada como para pensar que no estaba plenamente en mis facultades. Di un tras pie, solté el agarre en él, caminé de espalda sintiendo la vergüenza quemar mi rostro.

—Lo siento —dije antes de entrar a mi casa y refugiarme en el mismo sitio en donde él, horas atrás, me había encontrado llorando: detrás del mueble de la sala.

Comencé a gimotear. ¿Tan desesperada estaba que buscaba el afecto de cualquier hombre? Era deprimente, daba pena y lastima. Comencé a compadecerme de mí, me derrumbé dentro de un mar de inseguridades. Incluso pasé un poco la borrachera, si es que podía decirle así a un simple mareo.

Sentí pasos dentro, imploré que no hubiese sido él, pero lo fue. Se sentó a mi lado, no dijo nada.

—Lo siento —susurré sin mirarle a los ojos.

—No soy lo que quieres —dijo con voz seria.

¿Qué demonios quería? No lo sabía, eso era obvio.

—¿Cómo estás tan seguro? —limpié algunas lágrimas con el revés de mi mano y levanté la vista para encontrarme con unos ojos pensativos y fundido en la oscuridad del lugar.

Él sonrió, sin perder aquella expresión.

—Ni siquiera pensabas en mí hace algunas horas. Así que estoy seguro de no soy lo que quieres.

—Tienes razón —sinceré—. No eres lo que busco. Pero a veces lo que buscas no es lo que necesitas.

El volteó a mirame, algo sorprendido.

—¿Qué es lo que necesitas? Sea lo que sea, no creo poder dártelo.

—Sólo quiero una linda historia de amor para recordar. —Era verdad. Sólo quería tener memorias inolvidables de mi último año en la secundaria. Las había acumulado. Tenía buenas amigas, aventuras que ningún otro adolescente podría si quiera imaginar, tenía a Haukmon, a mis padres y hermanos, pero algo faltaba.

Podía parecer alguien superficial, pero no lo era. Nunca hice nada que no sintiera de verdad. Nunca me arrepentí de mis actos, porque en su mayoría estaban justificados. No pueden culparme por ser alguien impulsiva, testaruda, cabezota; porque si no lo fuera no sería yo, no sería la Yolei Inoue que a todos les agrada, quien les hace reír y llorar, quien saca un poco de entusiasmo cuando las cosas parecen rosas negras, llenas de espinas y marchitas. Si Ken no lo pudo ver, si Matt tampoco, entonces, él tenía razón, no era lo que buscaba.

—¿Para qué son tantos muérdagos? —inquirió él de la nada, mirando hacia el techo poblado de ellos.

—Estaba decidida a besar a alguien esta noche. —sonreí, pero fue una risa frágil con desasosiego.

—¿Funcionó?

Negué de inmediato.

—Él se lo pierde —opinó.

No entendía, ¿a dónde quería llegar? Ya estaba claro que no se prestaría para ser mi príncipe azul aquella noche. ¿Por qué me consolaba? Él no era de consolar a nadie. Seguro que, como no podía lanzarme un puñetazo o una cachetada, sentía que está obligado a ser lindo conmigo.

—No tienes por qué hacer esto, Matt, yo… estoy bien.

—¿No tengo que hacer qué? —Se hizo el desentendido, luego rió y yo le acompañé.

Pronto, puso su mano en frente de mí, aquel gesto era claro, pedía mí mano. No entendía a qué jugaba, pero quería entenderlo, así que le seguí la corriente. Se puso de pie sin soltar mi mano, yo le imité. Caminamos hasta el centro de la sala, por un segundo soltó mi mano y se dirigió hasta el fondo de la habitación oscura que era débilmente iluminada por las luces de la ciudad que se colaban por la ventana. Yo no podía dejar de mirale y de preguntar qué rayos le sucedía, qué planeaba. Al cabo de un instante escuché una melodía que fue en aumento. Era una música suave, de esas que incitan a bailar lento. Regresó hasta donde yo estaba, le miré con curiosidad, el soltó su sonrisa de chico malo que en el fondo era una ternura. Volvió a pedir mi mano, así como lo hacen los caballeros de las películas antiguas, en esos bailes que requiere usar vestidos elaborados. Sonreí apenada, el me apretaba a su cuerpo. Comenzó a bailar, antes se disculpó, dijo que lo lamentaba, pero que todo su ritmo lo tenía en las puntas de los dedos de sus manos, que era un terrible bailarín, por eso casi nunca bailaba.

—Descuida —le susurré—, recuerda, estás bailando con Yolei, Yolei la que es un poco torpe.

—Yo no creo eso —dijo, y no sentí su voz temblar ante aquellas palabras. Era sincero.

El baile fue lento, lleno de sentimiento y ternura que no sabía que existían. Cerré los ojos, completamente extasiada al sentir a Matt entre mis brazos. Y, a medida que transcurre el baile, la pasión iba en aumento de una forma asombrosa. No sabía qué me estaba sucediendo, sentía la adrenalina en mi estómago, estaba con el rostro completamente hirviendo, sentía deseos de vomitar, pero el momento no me resultaba desagradable, todo lo contrario, me gustaba.

—¿Por qué haces esto? —pregunté confundida. Temiendo a malinterpretar el momento.

—Querías algo que recordar, y yo, como tu amigo secreto esta noche, necesitaba regalarte algo que recordaras con afecto. Creo que me estoy luciendo. Además, en gran parte, lo estoy disfrutando.

No lo pude creer. Todo lo que sentía hace un instante se incrementó el doble. Al iniciar mi día nunca me imaginé que terminaría así, danzando en medio de mi sala, a oscuras con el chico más apuesto de nuestro círculo social. Era Matt Ishida, el chico con mirada insondable, con su manera tan ensimismada de ser. Era cierto lo que decían sus amigos más próximos, él era un chico de buenos sentimientos.

—Entonces… —hablé— ¿No me compraste nada? —reí, el igual. Pero sólo fue por un instante.

De un momento a otro sentí como Matt me daba una vuelta mientras me acercaba contra su pecho… acabamos por fundirnos en un beso corto y tierno que jamás olvidaré. "Kiss Me" de Ed Sheeran sonaba de fondo, resumiendo a la perfección el intenso momento que ambos compartimos:

«Quédate conmigo, cúbreme, acaríciame, acuéstate conmigo y sostenme en tus brazos. Y tu corazón está contra mi pecho, tus labios apretados en mi cuello. Me estoy enamorando de tus ojos, pero ellos no me conocen todavía. Y con la sensación de que voy a olvidar… ahora estoy enamorado. Bésame como si quisieras ser amadaquisieras ser amada, quisieras ser amada. Se siente como si me enamorara, como si me enamorara… como si me enamorara".

Nos separamos y miramos por un instante. La campana del templo cercano a mi apartamento comenzó a sonar dejando en evidencia que el día veinticuatro de diciembre se había acabado y ahora era el inicio de la navidad.

—Feliz navidad —susurró.

—Feliz navidad —respondí. Ambos escondíamos una risilla que era muy visible a los ojos del otro—. Mira —dije viendo hacia el techo, él comprendió todo, volvimos a reír.

No quise pensar en las consecuencias de lo que pasó y siguió pasando. La verdad, había pensado mucho ese día, no quería estropear el momento, después de todo se trataba de uno que recordaría para siempre. Además, si me hubiera detenido a pensar no hubiese vuelto a besar aquellos labios delgados y de buen sabor. Yolei Inoue había vuelto con toda su energía abrazadora. Lo rodeé con mis brazos y esa vez fui yo quien dirigió el ósculo.

—¡Bingo! —siseé mientras lo besaba y sentí su risa explotar contra mis labios.


Tan, tan~

No es el final, falta las otras dos historias. Me concentré más en el Miyato, porque no son personajes que suelo manejar juntos. Además, tuve (por culpa de ellos) rehacer mi historia, que al final terminó siendo una completamente diferente al original, todo porque leí Yamakari en vez de Miyato. Debo decir que mi fanfic estaba basado en la historia Los fantasmas de Scrooge. Pero no pude hacerla, ya que lo principal en ella era un Tai enojado porque su hermana y su mejor amigo salían.

Para Takari, espero te haya gustado, debo advertirte que el próximo capítulo es sobre las otras dos parejas y no será tan largo.

Los [*] de La estatua de la Luna es porque mi internet no servia y no pude buscar un nombre de alguna escultura, de alguna plaza publica. Y con respecto a "meter la pata" es una expresión venezolana, no sé si se usa por fuera.