Disclaimer : Si los personajes que aparecen en esta historia fueran mios seguramente estaría escribiendo esto desde una isla paradisiaca muy lejos del maldito tráfico.

SILENCIO

Silencio, y con el silencio desesperación, miedo, dolor y , finalmente, muerte. Al principio no te das cuenta de que ha llegado. Mientras andas por la calle y la gente se va cruzando contigo, no te das cuenta de que has dejado de oír sus voces, de que no puedes escuchar la charla matutina de tus vecinas, de que no escuchas los gritos entusiastas de los niños cuando pasas por los parques, de que el tráfico ha dejado de molestarte.

Lentamente se va apoderando de ti, y entonces, cuando no hay escapatoria, la verdad te golpea y llega la desesperación, y el miedo. Más que miedo. Terror. Porque el silencio está tan vacío como tu te sientes. Hay algo que se ha roto muy dentro de ti abriendo un abismo sin fin y no sabes cómo arreglarlo. Y el terror te empieza a devorar tu alma cuando comprendes que más que no poder repararlo, no quieres.

Entonces piensas que estas muerta porque el silencio te ha atrapado y el terror te ha devorado. No queda nada, o no debería quedar, pero entonces llega el dolor. Sólo con respirar, sientes como si te atravesarán millones de diminutas espadas ardiendo, que los pulmones se te van a incendiar. Y el latir de tu corazón es martillo que te golpea dolorosamente en el pecho. Dolor en todas partes. Tan fuerte, tan profundo, tan simplemente tuyo que dudas que puedas soportarlo. Y cuando tu cuerpo se agote vendrá la muerte. Porque el sólo hecho de caminar, de sentir el suelo bajo las suelas de tus zapatos, de mover un pierna detrás de la otra, es tan pesado como sostener el mundo sobre tus hombros.

Un pie después del otro, inspiras, el otro pie, no pierdas el ritmo, expiras, sigue, ya casi estamos, unos pasos más. Ya estás aquí. Con él. Para Siempre.

Alex siempre pensó que un hospital es el lugar más triste y desolador donde se puede ir a parar. Es extraño pensar que en un sitio donde el blanco gobierna con mayoría absoluta una sea incapaz de encontrar paz. Todo huele a higiénico y a lágrimas, a tos y a jarabe. Imposible estar allí más de una hora sin volverte loca. O eso pensaba ella. Porque no se movería de aquella habitación nunca, primero porque no quería y segundo porque dudaba que sus piernas pudiesen aguantar su peso para llevarla a otro lugar.

Suspiró y se volvió a inclinar en el respaldo de la única silla que había en la habitación. No era muy cómoda pero era mejor que el suelo. Sus ojos no se habían movido de la cama que había a su lado y querían llorar, como lo habían hecho ya demasiadas veces. Tantas, que estaban tan secos que dudaba que pudiesen derramar una lágrima más. Volvió a suspirar y se inclinó hacía el lecho, moviéndose muy despacio. Pero aun así el dolor llegó y una arcada intentó abrirse paso desde su estómago. Eso si era gracioso, pensó Alex, porque no había comido desde hacía días. Tomando aire con sus pulmones lentamente dejó que la sensación pasara y apoyó la cabeza sobre las sábanas blancas que olían a desinfectante.

Ni siquiera se dio cuenta de que el sueño se apoderaba de ella. Ni de que la tierra se abría bajo sus pies. Ni de que todo había empezado.