Disclaimer: Inuyasha y compañía no me pertenecen, desde luego pertenecen a la gran y famosa autora Rumiko Takahashi, yo solo los tomo momentáneamente prestados para realizar esta historia sin el más mínimo ánimo de lucro.
Yo…Whitemiko presento mi nueva creación, mi primer AU, uno que lleva un buen tiempo esperando ser llevado a la luz. Espero fervientemente que este también sea recibido con los brazos abiertos como mis otras historias.
Una pasión bajo el filo de las espadas
Una verdad dura de tragar
Corrían los finales del siglo X, y el ambiente hostil de esa época distaba mucho de llegarse a definir como de tiempos de paz. Los señores terratenientes se esforzaban en crear disputas entre ellos mismos, y ya ni las advertencias generalizadas de parte de su monarca, lograba someterlos; y mucho menos terminar con aquellas pugnas cuyo fin se veía tan distante como el astro solar.
Se trataba de la época de esplendor del feudalismo, y como bien se sabe; en esos momentos lo más importante era la conquista de tierras desconocidas o el derrotar a un imperio enemigo. No con otros motivos más que enriquecerse y conseguir miles de esclavos de un solo tiro. La sed de poder era palpable en el aire pérfido de los campos de batalla; bañados en el líquido carmesí y pecaminoso de la sangre.
La historia que les relataré, tiene como escenario, un imperio en concreto, el de los Higurashi. Un imperio que tardó mucho tiempo en asentarse; que se abrió paso entre luchas sin sentido e intrigas sin ningún fundamento ni beneficio aparente.
La sede del castillo donde residía la escasa familia real, se encontraba en la ciudad capital, cuyas bastas fronteras se encontraban fuertemente protegidas por un muro infranqueable y fuertemente custodiado en todo momento.
Lo mismo daba ver guardias humanos, como youkai, ya que para ese momento, era muy conocido que mantenían excelentes relaciones comerciales con el imperio vecino; el del gran general demonio perro Inu no Taisho. Se sabía que a cambio de la exclusividad de la venta de ciertas mercancías hacia ese reino en específico, éstos otorgaban una suntuosa protección al reino humano.
Sin embargo, para nadie era secreto de que a pesar de que mantenían una cordial relación, ambos bandos no se soportaban, más allá de cómo una obligación. Tanto como los habitantes, como sus gobernantes, existía el recelo que crea la diferencia tan grande que representa su raza; y por lo tanto era fácil adivinar a que se debía esta desconfianza.
La familia real de aquel imperio humano, podría decirse que era pequeña, ya que solo constaba de el rey y de sus dos hijas. Se subraya que la ausencia de la reina estaba justificada por un destino fatal; como consecuencia a desafortunadas complicaciones en el parto del que hubiera sido el tercer hijo, y por supuesto al tratarse de un varón, del heredero indiscutible del poder.
Aquel acontecimiento dejó la dolorosa marca de un estigma en aquella distinguida familia, dieron lugar múltiples discusiones, y la preocupación del pueblo llegaba a los oídos del monarca. La cosa era así, o se casaba de nuevo y tenía un hijo varón; o el gobierno de aquel reino cambiaría de manos, pasando a ser mandados por el que fuera el afortunado esposo de alguna de las hijas.
A pesar de la gran presión, el monarca jamás cedió y se negó rotundamente a engendrar un heredero aceptando con admirable entereza la situación en la que se encontraba. Tendría que poner mucho empeño en encontrar un buen marido para su hija, cualquiera de ambas, la que fuera a heredar el reino.
El rey, llamado Kyomaru Higurashi era un hombre de avanzada edad, rondando los setenta años; sus barbas eran blancas y le llegaban al pecho, poseía un cabello canoso largo y abundante; así como unas cejas del mismo color bastante pobladas, que caían con pesadez sobre sus cansados ojos castaños, generando un porte triste permanente en sus orbes.
Su rostro se veía opacado por las crecientes arrugas que dejaba el paso del tiempo, y las numerosas preocupaciones. Era bien sabido que ese hombre rechazó la idea de otro matrimonio, por el profundo amor que le guardaba a su fallecida esposa, la reina Naomi.
En estas épocas era difícil, por no decir imposible; encontrar el amor en la que se volviera tu pareja obligada. Pero la que alguna vez fue la pareja real, era la expresión que confirmaba dicha regla. Era una primicia, más no un imposible.
A pesar de todos los desagradables acontecimientos que surgieron después de aquella tragedia; y los cuales por cierto, lo habían amargado en gran medida. Poseía un cariño incondicional a sus dos hijas, tratándose de sus más grandes tesoros, y a las cuales protegía con recelo de los lobos rabiosos—como él solía llamarles— que rondaban a sus pequeñas.
Las jóvenes princesas, respondían al nombre de Kikyou y Kagome.
Siendo Kikyou la mayor de ambas, con dieciocho años, consiguiendo una casi imperceptible diferencia de edad con su hermana menor, de apenas dos años.
Aquella doncella se caracterizaba por su largo y lacio cabello color ébano, que le llegaba hasta más allá de las rodillas; siempre elegantemente recogido con un lazo rojo de seda china, ojos café tan oscuros como la tierra, y la piel de un blanco alabastro, de una textura incluso parecida a la porcelana, siendo parecida en eso hasta en su personalidad. Su rostro jamás se veía deformado por alguna mueca de ninguna índole, siendo su frialdad su característica más particular.
Por el contrario, la menor, de tan solo dieciséis años de edad, tenía el cabello de un peculiar negro azabache con algunos reflejos azulados; que le llegaba a la cintura, donde terminaba en unos traviesos rizos. Su piel era blanca, sin embargo no tan pálida como su hermana, poseía un tono sonrosado en sus mejillas y sus ojos eran grandes y destellantes; de un tono chocolate. Ella a diferencia de Kikyou, era demasiado impulsiva y le costaba mucho trabajo mantenerse quieta, siendo su rostro un claro espejo de sus sentimientos.
Ambas hermanas poseían en común algo, y es que ambas eran guerreras, a falta de un varón en la familia; ellas eran las encargadas de dirigir sus ejércitos a las guerras, si había un único lujo que no se podían dar era el de comportarse como las tradicionales princesas que necesitaban ser desposadas, frágiles y delicadas.
Aunque aquello llegara a fastidiarlas en sobremanera muchas veces; sobretodo cuando regresaban de la guerra con decenas de cardenales en el cuerpo, e incluso una herida ocasional y una recortada de cabello, por cierto…nada agradecida.
Kikyou se había ganado a pulso el apodo de "La doncella carmesí", entre sus filas así como entre sus enemigos, por su apariencia tan refinada, pero mayormente era conocida por ser despiadada y fiera en sus ataques; y así como su fama de nunca huir de una confrontación.
En cambio Kagome era llamada "La princesa sirena " ya que su rostro lleno de inocencia, era una antítesis completa de lo que era en realidad en el campo de batalla. Y no porque le gustara luchar, si no que lo hacía con el fin de proteger a su gente, y era los enemigos o ellos, así que sobraba la interpretación de lo que ella prefería.
Sumado a esto, ambas eran terriblemente parecidas, siendo incluso tomadas por gemelas por los menos enterados, pero si llegabas a fijarte bien, notabas todas esas diferencias que lograban distinguirlas.
Kikyou era una maestra en el complicado arte combativo, a pesar de su apariencia realmente frágil y refinada, poseía una fuerza y velocidad brutal; que tuvo que ser alimentada por frecuentes entrenamientos, por demás duros.
Era experta en el manejo de la espada, siendo ésta su arma predilecta, sin embargo ella no se limitaba a solamente esa arma, también tenía una naginata y muchas más armas que sería tardado nombrar. Además también tenía poderes de sacerdotisa, sin embargo hacía mucho que su corazón había perdido la pureza necesaria, por lo que no acostumbraba el utilizarlos con frecuencia, ya que eran a su parecer débiles.
Mientras que Kagome, no poseía dichas virtudes, por lo que se enfocó en aprender a utilizar sus habilidades en cuanto a puntería y precisión, así como sus excelentes reflejos; educando sus dotes sobrenaturales de sacerdotisa. Siendo el resultado convertirse en una experta en el manejo de los Sai y después de ellos el arco y la flecha. Logrando ser capaz de lograr tiros perfectos sin necesidad de apuntar mucho y purificar a un youkai maligno de proporciones cataclísmicas. Sin embargo al igual que su hermana conocía el uso de aún más armas, todas ellas de precisión.
Ella era la encargada de realizar las estrategias para sus ejércitos, mientras que Kikyou los dirigía en el campo de batalla.
Hoy era un día que traía el presagio de no traer nada bueno, cada una de las hermanas se levanto con un mal presentimiento aflorando en su pecho, pero por el momento prefirieron ignorarlo. El desayuno les fue llevado a su recámara, siendo Kagome bastante sorprendida por eso. Mientras que en la otra habitación Kikyou no se sobresaltó en lo absoluto y al contrario se dio prisa, para enterarse de la razón por la que su padre les mandó llamar, como indicó la criada al retirarse.
Una vez satisfechas ambas se cambiaron su ropa de cama, por sus acostumbrados trajes de batalla, ya que estaban verdaderamente acostumbradas a salir de improviso, más de lo que debería ser, lo cual no les agradaba en lo absoluto.
El traje de Kagome constaba de un vestido azul marino liso, con unas hombreras de un material duro, y una armadura que cubría su pecho también fabricado de la misma composición. El traje tenía unas enormes hombreras reforzadas, de un color más claro que el resto de la armadura, la altura de la cintura un listón grueso ajustaba el traje a su cuerpo y dejaba ver su esbelta figura. La falda era de seda carísima del mismo color que las hombreras llegaba hasta cubrir los pies, pero sin arrastrarse en el suelo. En su cabello llevaba una tiara, adornada con incrustaciones de zafiros, que la reconocía como lo que era, una princesa.
La indumentaria de Kikyou, era en esencia igual, con la diferencia que la tiara de Kikyou era un poco mayor en tamaño a la de Kagome sin embargo la suya solo poseía un rubí de gran tamaño en el frente. A eso sumándole que su traje era de un elegante color rojo burdeos.
Las princesas se encontraron en el pasillo hacia el salón donde se sabía se encontraba su padre, saludándose con alegría de parte de Kagome y siendo correspondida por una pequeña sonrisa de parte de Kikyou. Cabe decir que nadie era capaz de lograr sacarle una sonrisa a la mayor a menos claro de su hermana pequeña.
La tensión en el gran salón era tan fuerte que se podía cortar con un cuchillo, era realmente evidente que había un gran problema, para que estuvieran reunidos todos los miembros del consejo, que se encontraban organizados en una hilera a un costado del salón.
Mientras ambas mujeres entraban, los presentes otorgaban una cortés reverencia, saludándolas.
El trono se encontraba en medio de la sala, recibiendo todo el protagonismo, y en él se encontraba su venerable padre, que las miraba con un gesto de seriedad y a la vez resignado.
Las hermanas se detuvieron de frente a él, regalando una reverencia a su progenitor, para después enderezarse, y esperan en silencio lo que necesitaban escuchar.
El silencio se deja escuchar, sin ser interrumpido por nadie, hasta que la potente voz del mandatario se deja oír.
—Hijas mías, están aquí porque debo comunicarles una decisión que cambiará sus vidas para siempre, así como el reino que hasta ahora hemos estado gobernando—expresa el hombre seriamente, pero con algo de temblor en su voz, examinando sus reacciones con atención.
El semblante de la mayor no se vio en lo absoluto alterado, sin embargo el escalofrío que cruzó la espalda de Kagome no pasó desapercibido por nadie, sin embargo no se atrevió a decir nada al respecto.
—¿Qué es aquello tan importante padre?—preguntó Kikyou, observando con atención a su padre, entrecerrando ligeramente los ojos; había algo que no le agradaba del todo.
Él que solamente esquivó la mirada de sus hijas, mostrándose abatido.
—Debo decirles, que esta decisión me ha tomado demasiado tiempo aceptarla, pero les aseguro que si llego a hacerlo, es debido a que no existe otra solución o salida alguna…—hace una pausa tomando aire—espero que reaccionen como las princesas que son y sepan aceptar sus responsabilidades como tales—aseveró el anciano, estudiándolas con la mirada, observando cómo ambas asienten con obediencia, consiguiendo un suspiro pesado de parte de su padre.
Aquella aseveración les cayó como un balde de agua fría en la espalda a las soberanas, definitivamente algo iba muy mal, y al parecer quien la iba a llevar peor eran ellas.
—El general youkai Inu no Taisho ha estado aquí—explicó el hombre recibiendo en respuesta los ojos desorbitados de Kagome y una ínfima muestra de disgusto en el rostro de Kikyou.
—Si no es ofensa padre, ¿Qué hacía aquí?, si no me equivoco nuestra relación con los demonio es meramente comercial—acotó Kagome con miedo, hablando por primera vez desde que arribaron, sonando algo incrédula en su mención.
—No, no te equivocas Kagome, pero…situaciones extremas requieren medidas extremas—respondió el rey mirándolas con seriedad. —Hemos decidido hacer una alianza con los demonios para estabilizar el reino—soltó, esperando una reacción negativa de parte de sus hijas.
Un silencio incómodo se hizo presente, tanto de parte de las princesas, así como de los miembros del parlamento, que dejaban escapar de vez en cuando una tos forzada. Dicho silencio se vio roto hasta que la mayor de ellas decidió hablar.
—No veo cual es el problema padre, usted es el rey… y estoy segura que habrá hecho lo que creía más conveniente—expresó Kikyou sin perder su porte estoico mirando de reojo a su impulsiva hermana, que aún permanecía en silencio.
El rey asintió con firmeza a la respuesta de su hija mayor, sin embargo deseaba conocer la opinión de su hija pequeña, por lo que su mirada giró para encontrarse con ella, suavizándose casi al acto.
—Y tú pequeña Kagome, ¿Qué opinas acerca de lo que acabo de decir?—preguntó con perspicacia el anciano. Observando como la joven soltaba un suspiro y le miraba alegre con sus enormes ojos.
—Yo opino lo mismo que mi hermana mayor, confío plenamente en su juicio y entiendo que era necesario, últimamente ha habido demasiados conflictos bélicos, muchos más a los que estábamos acostumbrados—reconoció la joven finalizando con una sonrisa sincera, siendo apoyada por su hermana mayor, que formó una suave sonrisa en su rostro por el comportamiento apropiado de su hermanita.
—Pues yo empiezo a creer que dudarán de mi buen juicio, ya que pequeñas…ustedes también están en gran parte involucradas en este asunto, o al menos alguna de las dos…—manifestó el mandatario, observando la clara mueca de confusión en el rostro de Kagome y el casi imperceptible frunce en las cejas de parte de Kikyou, borrándose casi al instante las sonrisas que ocupaban sus rostros; siendo remplazadas por una mueca desagradable.
—Como saben hijas, una alianza se debe cerrar con un pacto, y los demonios son muy meticulosos en eso; no pretenden arriesgarse a realizar alianzas que pueden verse fácilmente rotas, así que hemos decidido cerrar el trato con una estipulación—indicó el señor con una voz algo dura, logrando que al parecer Kikyou consiga entender y Kagome se vea aún más perdida.
—Una de nosotras será dada en matrimonio, ¿no es así?—señaló Kikyou, no a manera de pregunta, si no como afirmación, consiguiendo un chillido ahogado de parte de hermana y el asentimiento lento de su padre.
—Así es, ninguno de los dos podrá hacer nada, ya que al estar unidos nuestros reinos con un matrimonio y un posterior nacimiento de un heredero, quedaría la alianza formalmente sellada, y ninguno de nosotros nos atreveríamos a romperlo; ya sea por conveniencia o por lazos familiares—respondió el anciano, sin quitarles la mirada de encima, viendo como Kagome se llevó las manos a la boca, en una clara expresión de sorpresa e incredulidad.
—Ca…¿casarnos?, ¿con un demonio?, ¿sin conocerlo?—tartamudeó la azabache, sin molestar en disimular su exaltación, siendo calmada por su hermana que colocó su mano suavemente en su hombro.
La chiquilla se dio la vuelta mirando a su hermana con lágrimas contenidas, ¿es que nadie entendía como se sentía?
—Tranquila Kagome, sea quien sea de las dos la elegida, deberíamos de estar felices porque traeremos paz a nuestro reino, además es nuestra obligación como princesas—argumentó su hermana, en el vago intento de tranquilizarle.
—Pe…¡pero!—intentó refutar la menor, siendo de inmediato callada por la voz atronadora de su padre.
—¡Pero nada!, eso ya no está en plano de discusión, los países vecinos están en planes de querer invadirnos, ¡y bien saben que una invasión no podrá ser repelida por nosotros!, ¿quieren ver la gloria de su reino caer frente a sus ojos?—aseveró retóricamente con llamas saliendo literalmente en sus ojos, quitándole las ganas a Kagome de seguir tentando su suerte.
Con pesadez, agachó su cabeza en clara forma de disculpa por atreverse a cuestionarlo pero sin lograr desterrar de su alma la pesada carga de la inconformidad y la tristeza.
—Discúlpeme por favor padre, jamás volveré a refutar sus mandatos—aseguró con voz dolida, sin levantar aún su cabeza; soportando las ganas de soltarse a llorar, siendo avisada por su padre, de que podía dejarlo pasar por un timbre suave de voz de parte de su padre.
El hombre bajó del trono y apresó a sus hijas en un abrazo.
—Sé que están inconformes hijas, pero les pido por favor que entiendan la situación y sepan encararla como las guerreras que son—murmuró casi al oído de ambas, recibiendo una floja aceptación de parte de sus ellas, que prontamente se despidieron y se dieron la vuelta excusándose con que necesitaban tiempo para lograr digerir la noticia.
Dejando solo al anciano, que se lleva la mano derecha a la cabeza apartando su flequillo con frustración.
¿Estaría realmente haciendo lo correcto?
El también sentía que se lo llevaban los mil demonios, ¡carajo!, ¡como si él quisiera condenar a cualquiera de sus hijas a una vida de penurias al lado de un ser sobrenatural!
Sin embargo…al menos así estarían seguras…
Estarían vivas…
Hola…
Como ven, este es el fic del que les había venido hablando desde hacía un gran rato. Se trata de una historia AU por completo, como dije ya hacia falta.
Quiero decir, que debido a que mi —no muy fructuoso sistema—de continuar en orden cada una de mis historias, he decidido…
Publicar el que se le pegue la regalada gana a mi musa inspiradora.
.-. en serio, me he dado cuenta que haciendo eso me atraso más de lo que lo hacía antes, así que…
Orden…Bye.
Cualquier comentario…será como siempre bienvenido, si desean ver a la Kagome y Kikyou que describo en el capítulo, visiten mi deviantart, ahí se encuentran ambas.
Si no saben cual es Whitemiko55, ahí encontrarán más dibujos de mi autoría.
Besos…
