Disclaimer: No soy Rowling, pero esto tampoco es el mundo de Harry Potter del todo. Bon-hwa pertenece a Corea del Norte por pagar por su manutención y educación. Esta historia no es más que una obra sin calidad artística de los indignos japoneses que pretenden denigrar a nuestro amado gobierno. Dios bendiga a Kim Il-sung, el Gran Líder, y a todos sus descendientes.

Bueno, ahora en serio. Esta historia pretende relatar como es la vida de un mago en Corea del Norte. Pido a los entendidos sobre el país disculpas por mis posibles fallos, estoy intentando leer sobre el tema y sacar conclusiones pero la información cae a cuentagotas.

Edito: Gracias a Victoire Black y a Sorg-esp por sus correcciones. Si es que soy de lo peorcito peor.


Una vida normal

I

El amor de una madre

(octubre de 1965)

Bon-hwa es un niño de cinco años, con el rostro plano y los ojos muy estirados. También es un niño alegre y amistoso, que corre detrás de sus amigos (todos vestidos igual: pantalones cortos por encima de las rodillas y chaquetas a juego). Es rápido, a pesar de que es el más bajito del grupo, así que no le cuesta demasiado atrapar al primero. Alarga la mano y agarra a Jong-soo de la parte de atrás de su camisa y ríe.

—¡Te atrapé! —grita en alto—. ¡Atrapé a Jong-soo!

Jong-soo es un niño grande, el más grande del Hogar. Y muy corpulento. Siempre pega a los más débiles para quitarles la comida. Todo el mundo sabe que está enfadado porque no se lo han llevado todavía. Y es que, cuando los niños dan las primeras muestras de haber sido elegidos por el Gran Líder, se les traslada a un Hogar mejor. A los demás, cuando cumplen diez años, se los llevan.

Nunca más se les vuelve a ver. Y Jong-soo está a punto de cumplirlos.

—¡No es verdad, no me has atrapado! —grita Jong-soo empujándolo hacia atrás con ímpetu. A Bon-hwa le falta por un momento el aliento, hasta que su culo toca el suelo.

El dolor aparece de golpe. Aprieta mucho los labios y estrecha sus ya de por sí finos ojos.

Y se echa a llorar.

Jong-soo sonríe.

—¡Mirad, Bon-hwa es un llorón!

Los niños han dejado de correr y están mirando. Bon-hwa se incorpora, intentando taparse el rostro con las manos, y comienza a caminar hacia la casa. No quiere volver a jugar con Jong-soo nunca.

Entonces nota como alguien pone una mano sobre su hombro. Cuando levanta la cabeza ve a una mujer. Tiene el pelo corto, que le enmarca su rostro ancho y sus pómulos prominentes.

—Ven, anda —dice ella apartándolo del grupo. Habla de manera dulce, a diferencia de las cuidadoras, y muestra una sonrisa comprensiva.

Los niños los miran, hasta que uno grita: "¡La lleva Ji-hu!"

—¿Te has hecho daño? —pregunta secándole las lágrimas con un pañuelo bordado.

Bon-hwa niega levemente la cabeza y se sorbe los mocos. La mujer sonríe. Se fija en su abrigo marrón, que agachada le llega hasta los tobillos, y una blusa blanca que está seguro que será suavísima. También lleva un alfiler en la pechera con la estrella y el Monte Paektu.

La mujer le arregla la chaqueta sobre los hombros y pasa sus manos por sus brazos, hasta coger sus pequeñas manitas. Sonríe y se muerde el labio inferior. Parece tan triste.

Bon-hwa oye como le llaman y nota como la mujer suelta su agarre. Siente una pequeña presión en el pecho, una pequeña protesta contra que lo suelte.

—Hasta pronto, Bon-hwa —dice.

Y el niño piensa, no sin asombro, que debe de ser una bruja porque él no le ha dicho su nombre.


Su-bin, que es como se llama la mujer, va a verlo a menudo.

Suele estar en el patio de atrás, sentada en los columpios. Bon-hwa, cuando la ve, sale corriendo hacia ella con los brazos abiertos. Le gusta que esa mujer vaya a hablar con él y que le lleve pequeños regalitos. Le gusta que le coja sobre sus rodillas y que apoye su barbilla sobre su cabeza.

Le gusta que le cuente historias porque, cuando lo hace, no parece que la estén obligando. Porque lo hace desde el corazón, con un ritmo constante y una sonrisa en los labios.

Bon-hwa también hace cosas por ella. Esa mañana, cuando han salido de paseo, ha recogido una pequeña flor que le piensa dar en cuanto la vea. La ha guardado celosamente en su bolsillo y, cada vez que se acuerda, siente la necesidad de comprobar que sigue ahí.

—¡Deja de meterte la mano en los bolsillos! —le regaña una de las cuidadoras, obligando a sacar la mano y mirándole con gesto de desagrado.

Obedece. Obedece porque no hacerlo significa que le encierren en la habitación para pensar. Pero eso no significa que no se muera de ganas de que llegue la hora de salir al patio. Ni siquiera es capaz de atender durante la hora de películas y, cuando al final el proyector se queda sin cinta y levantan las persianas, Bon-hwa no tiene muy claro si el soldado consiguió rescatar a la chica del hombre malo del traje.

Es el único niño que sale a jugar. El suelo está embarrado y el tiempo frío, pero Bon-hwa no piensa mucho en eso. Sus pies se hunden a cada uno de sus pasos: rápidos y emocionados.

Ella está donde siempre. Lleva un paraguas grande y negro que la resguarda de las pocas gotas que caen.

—¡Su-bin, Su-bin! —exclama corriendo hacia ella y parándose a unos pocos centímetros de ella.

—Vaya, que guapo estás hoy —responde ella agachándose hasta estar a la altura de sus ojos—. Te he traído una cosa.

Saca de detrás de sí una bolsa. Es de papel y chorrea grasa. Bon-hwa sonríe y se la arrebata de las manos, abriéndola con ansia infantil. Dentro hay dos pequeños bollos. Coge un mucho sin muchos remilgos y se lo mete en la boca.

Cuando la cierra la masa cede, rompiéndose. Sabe a mermelada de cebolla y a nueces.

Su-bin sonríe.

—¿Está bueno?

Asiente mientras termine la otra mitad en la boca. En el Hogar la comida está buena, pero nunca les dan cosas tan ricas. Coge el segundo con su manita y duda.

—¿Tú no quieres? —pregunta partiéndolo en dos mitades y ofreciéndole la más pequeña.

—Estás hecho todo un caballero, ¿no te parece? —murmura antes de mordisquearlo.

Entonces se acuerda de la flor que ha cogido esta mañana. Se chupa los dedos y se los limpia en los pantalones antes de sacarla. Es rosada y tiene los pétalos alargados.

Pero también está aplastada y mustia. Bon-hwa se queda mirándola con lástima.

—Para ti —murmura con lástima—. Está rota.

Su-bin coge la pequeña flor con su mano libre y la mira.

—Cierra los ojos —pide cerrando el puño sobre la flor— y desea, desea con todas tus fuerzas que se arregle.

Bon-hwa le hace caso. Cierra los ojo con fuerza y piensa en la flor que cogió. En seguida se cansa y abre un ojo: Su-bin sigue delante de él, con la palma extendida.

—¡Arreglada!— dice con voz cantarina—. Me encanta, muchas graci...

—¡Está ahí, es esa! —la voz de una de las cuidadoras se eleva por el aire. Bon-hwa se gira y ve como está señalando directamente hacia ellos. Dos hombres uniformados van directamente hacia ellos.

Su-bin retrocede.

—¡Señora, está violando la prohibición de acceso a los Hogar...! —comienza a advertirle uno de ellos.

El primero de los hombres sale volando. Bon-hwa se aparta, asustado. Su-bin ha sacado un palo y apunta al otro hombre. Tiene una expresión seria, una que nunca le había visto, y su gabardina ondea a favor del viento.

El paraguas ha salido volando.

La flor ha quedado olvidada en el suelo.

Bon-hwa nunca vuelve a verla.

Continuará.


¿Alguien que lo haya leído y que haya llegado hasta el final? xD