Decisiones, decisiones y más decisiones. Multitud de decisiones forjan nuestro camino en esta tortuosa vida.
Durante toda mi vida no había hecho otra cosa que tomar decisiones, con mayor o menor presión, sobre asuntos que ahora me parecían más o menos importantes pero que, al fin y al cabo, me habían llevado hasta donde estoy hoy.

Me digo a mi misma que puede que esta sea la decisión más importante de mi vida, mientras camino con paso decidido.
En mi interior hay una mezcla de sentimientos contradictorios. Estoy nerviosa, tanto como lo estaría un niño ante un examen. Si, definitivamente este será mi examen, un examen que no me he preparado, que ha llegado de imprevisto y para el que no tengo una respuesta segura.

Salgo del coche y lo veo sentado en aquellos columpios, nuestros columpios. Lo veo con la mirada perdida en el frente e intuyo que sabe por qué lo he hecho llamar.
Me conoce mejor de lo que me ha llegado a conocer nadie; solo una palabra, un tono de voz diferente o un gesto es necesario para que sepa lo que pasa por mi cabeza. Nunca he dejado a nadie llegar tan lejos, nunca nadie ha conseguido traspasar ese muro que yo misma impuse y ahora, aquí estoy, echa un mar de dudas ante la persona que más me importa.

Si pudiera volver atrás en el tiempo, no cambiaría nada de mi vida a su lado. Cada momento compartido junto a él ha sido lo que siempre he deseado, lo que siempre he buscado y nunca me he permitido, sin embargo puede que si hiciera algo diferente, que propiciara un momento para hablar de lo que habíamos empezado hace casi un año. Pero de nada vale ahora, ya no sé puede dar marcha atrás.

Mi miedo a dejarme conocer, a abrirme a los hombres, me ha hecho vivir durante mucho tiempo sola, pues aunque alguien ocupara un lugar en mi cama, yo no dejaba que se metiera en mi vida de un modo que luego pudiera partirme el corazón. Pero no se puede luchar cuando el corazón empieza a latir, contra eso no hay barreras que se puedan levantar y, aunque lo intenté con todas mis fuerzas, él consiguió vencer ese muro del que ahora solo quedan ruinas.

Me siento en el columpio, a su lado, sin que él cruce una mirada conmigo y me duele. Me duele verlo así, triste y con esa mirada vacía, esa que en multitud de ocasiones me ha dado un vuelco al corazón, esa que me hace sonreír con su brillo de inocencia, esa que me levanta el ánimo en momentos difíciles, esa a la que tras cinco años me he acostumbrado.

- Lo siento – sale de mis labios en un intento por aliviarle el dolor que pueda sentir en ese momento, pero no parece surtir efecto – No tendría que haber guardado secretos.
- Eres así – me responde provocando que parte de mi se resquebraje en ese momento ante sus palabras – No dejas que la gente se te acerque. Hice todo lo posible para que me dejases entrar dentro.
- Castle, yo... - intentó decirle que no es así, que nunca debí ocultarle nada, que es la única persona con la que nunca he tenido secretos, sin embargo él no parece estar dispuesto a dejarme continuar.
- Por favor, déjame terminar.

No soporto esta tensa situación que se ha creado entre nosotros, su mirada fría y distante, sus palabras cortantes como un cuchillo, pero lo dejo continuar.

- He pensado mucho en nosotros, en nuestra relación, en qué tenemos... y a dónde vamos.

Ahí están las palabras mágicas, esas que le dije hace dos días y que trato de esquivar. Y ahora es él quien vuelva sobre aquella conversación que él mismo decidió acabar aquella noche.

- Y he decidido que quiero más – sigue mirando al frente, como si yo no estuviera allí.

La situación me desconcierta, me deja sin aliento. Creo que realmente esperaba sus palabras pero quizás el tono con el que las dice y su comportamiento hace que se me hiele la sangre.

- Ambos merecemos más.
- Estoy de acuerdo – le digo pensando que ambos hemos estado jugando durante casi un año sin querer llegar al punto en el que nos encontramos ahora.
- Y pase lo que pase... decidas lo que decidas...

De repente lo veo levantarse y girarse hacia mí, tomándome por sorpresa.

- Katherine Houghton Beckett... - comienza decir antes de arrodillarse ante mi, dejándome sin palabras.

¡No puede ser! No creo que esté intentado hacer lo que creo que va a hacer ¡No en este momento, no ahora!

- ¿Quieres casarte conmigo?

Y ahí está la pregunta.
No puedo articular palabra, no sé que decir. Me quedo muda y él vuelve a sentarse en el columpio, pero esta vez no aparta su mirada de mi, esperando pacientemente a que le de una respuesta.

- Yo... - comienzo a decir, dubitativa.
- Kate – su voz dulce unido a esa forma de llamarme hace que mi estómago se asiente y los nervios se apacigüen. Me coloca una mano bajo la barbilla y observo como sus ojos han vuelto a cobrar ese brillo que los caracteriza, haciendo que vuelva a sentirme en casa – No te estoy pidiendo que lo hagas ahora, no es una propuesta para dentro de una semana o un mes, es una propuesta de futuro.
- No te entiendo – aun sigo confusa y sus palabras no ayudan a despejar el ovillo de ideas entremezcladas que tengo en la cabeza.
- No sé que nos ha pasado – suelta sin más, sin dejar de mirarme, mientras sus ojos me lo dicen todo sin necesidad de palabras, tal y como siempre ha ocurrido entre nosotros. Esa facilidad que tenemos para comunicarnos aun sigue sorprendiéndome y haciendo que pequeñas descargas eléctricas recorran mis cuerpo cada vez que sus ojos se cruzan con los míos – Kate, no quiero que tengas dudas sobre lo que siento por ti, no quiero que mi comportamiento te lleve a pensar algo diferente a lo que siento. Te quiero, te quiero como nunca he querido a una mujer, de un modo que llegue a creer que nunca amaría a nadie. Sé que debimos tener esta conversación antes, pero aunque no lo creas, yo también tenía miedo.
- ¿Miedo a qué? - quería escuchar sus palabras pese a saber la respuesta.
- Miedo a que saliera mal, a que mi no estuvieras aun preparada para avanzar un paso más en una relación, a que ese muro no estuviera totalmente derribado y al dar un paso lo volvieras a levantar. Miedo a que me alejaras de tu vida, miedo a perder lo que teníamos. Tenía miedo de que esto que hemos construido se desvaneciera como si hubiese sido un sueño. Tenía miedo porque si ahora me echaras de tu vida, no lo soportaría.

Sus mano rozó la mía haciendo círculos en ella, dibujando pequeñas caricias que me erizaron la piel. Las lágrimas contenidas hasta ese momento luchaban por salir y en un momento de debilidad las dejé salir, bañando mis mejillas. Castle dejó mi mano y fue en busca de aquella gota que amenazaba con caer a mis pies.

- Yo... no sé qué decirte, Castle – mientras escuchaba sus palabras había tomado una decisión, sería sincera con él, se lo merecía, nos lo merecíamos – Venía con la firme intención de decirte que iba a aceptar el trabajo en Whasington después de que me llamaran para decirme que el puesto es mio, sin embargo, tus palabras me hacen dudar. No sobre ti – le dije al ver su cara de desconcierto – Si te oculté la propuesta de trabajo fue porque de alguna forma el contártelo hacía real la posibilidad de que quizás me tuviera que alejar de ti y no quería pensarlo, quería creer que entre tantas personas finalmente no sería elegida. Si algo sé seguro es que te quiero. Te quiero, Rick – un atisbo de sonrisa salió de sus labios al pronunciar su nombre – y nada ni nadie va a cambiar eso. Pero tu propuesta, mi posible nuevo destino, son decisiones importantes que debo tomar y necesito tiempo. Necesito que me des un tiempo para pensar, para decidir que hacer. Te prometo que serás el primero en saber la decisión que tome, pero te ruego que me des espacio y tiempo.
- No era la respuesta que esperaba, pero lo haré. Estaré esperando tu respuesta, sea cual sea.

Se levantó del columpio y se acercó hasta mi para darme un cálido beso en la frente antes de marcharse. Lo vi alejarse con lentitud, cabizbajo y fue entonces cuando supe que tomara la decisión que tomara estaría errando.
Se presentaba ante mi la decisión mas difícil de mi vida, elegir entre el amor hacia la persona con la que compartía mi vida o el amor por mi profesión. Una decisión para la cual aun no tenía respuesta.