No sé cómo decir que nada me pertenece, así que me disculpan el imbécil intento... ¡los pollitos a bailar, cuando acaban de nacer, la colita han de mover! ¡TA TÁ, TA TÁ!
Había una vez...
Capítulo I |Drogas
—Kagome.
Un murmullo que se perdía en la distancia. Una presencia cercana y conocida.
—Ya, Kagome, despierta.
Era familiar. Demasiado familiar. La voz gruñona, su impaciencia marcada en la tonalidad, un solo nombre que bien lo definía: Inuyasha.
Sí, él. El que se suponía que estaba tranquilo en su época feudal y ella descansando sus tres (o bueno, dos al final de cuentas) merecidos días en su época, con su familia y sus amigos de secundaria. Pero no, claro que no, siempre llegaba él al segundo día para destruirle la paciencia.
—Kagome, ¡¿podrías despertar de una vez?!
Si es que acaso no lo han notado, Inuyasha es un poco impaciente.
La sacerdotisa soltó un suspiro de molestia y entreabrió los ojos; la brillante luz solar le dio de lleno en la cara, dejándola momentáneamente ciega y viendo puntitos rojos por unos segundos, mientras cerraba los ojos con fuerza e los abría de a poco para acostumbrarse.
Lo silueta borrosa que era Inuyasha en un principio se transformó a los pocos segundos en un Inuyasha nítido. Nítido y con orejas de conejo largas, blancas y sedosas, en lugar de sus comunes orejas de perro.
Frunció el ceño, parpadeó dos veces.
Para ponerle incluso más emoción al asunto les cuento que eso no era todo. No usaba su acostumbrado haori, sino que llevaba un chaleco rojo y sostenía un reloj de bolsillo en una de sus manos.
Además, ¡como si todo aquello fuera poco!, tenía bigotes.
—Tengo un problema —murmuró. Él también fruncía ligeramente el ceño, visiblemente incómodo.
Kagome abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla enseguida (cuando se dio cuenta que no entendía nada y tampoco sabía muy bien qué decir).
—Tengo la sensación de que estoy llegando exageradamente tarde a algún lado —siguió. Parecía algo perdido—. Y, ah, sí, ¡parezco un conejo!
Sus mejillas se sonrojaron levemente y suspiró con fuerza. Kagome suprimió una sonrisa y miró alrededor. Ella estaba recostada en un tronco al lado de un río. Las aguas corrían rápidamente y el sonido que producían parecía un risa, una burla. Estaban rodeados de árboles y un libro reposaba en su regazo.
Las cosas no parecían ponerse mejor.
En vez del piyama que debería llevar puesto, usaba un vestido que apenas pasaba sus rodillas, de un vivo color azul. También usaba unos zapatitos negros lejanamente familiares...
—Ay —tragó—. Kami-sama.
Fue ahí cuando Kagome empezó a sospechar. Y sus sospechas se confirmaron pronto. Inuyasha soltó una risa amarga.
—Y todavía no viste tu cabello —agregó el medio conejo (¡qué digo! Medio demonio)—. Está... pues, raro.
La sacerdotisa frunció el ceño, presintió lo peor sin creerse nada y se observó. Su cabello azabache era ahora totalmente rubio. No pudo evitar soltar un gritito histérico.
Eso, además de improbable, convertía toda la escena en algo imposible.
Se incorporó rápidamente y echó otro vistazo rápido alrededor. Las cosas no habían cambiado en los últimos segundos. Inuyasha, o bien observaba sus orejas de conejo, o bien pasaba a mirar la hora en su nuevo reloj, aunque poco y nada entendía del funcionamiento.
—No sé qué sea esto —decía, mostrándoselo—, pero estoy realmente seguro que llego tarde a algún lado.
Kagome suspiró.
—Mierda.
Tenía muchas preguntas flotando en su cabeza (como por qué carajos siempre les pasaba algo raro a ellos), pero no tenía muchas dudas sobre qué estaba pasando exactamente.
Bah, en realidad sí. Demasiadas, increíbles y estúpidas dudas. Pero estaba casi completamente segura de dos cosas.
Uno: lamentablemente, era probable que estuvieran dentro del cuento «Alicia en el País de las Maravillas», pues creía ser Alicia, e Inuyasha, el Conejo Blanco.
Dos: se estaba haciendo pis.
—Esto puede representar un problema —murmuró, aún poco segura de si lo que pisaba era tierra firme o estaba en una nube de drogas psicodélicas.
—¿El que llegue tarde?
Kagome lo miró entrecerrando los ojos.
—Que de repente seamos personajes de un cuento —respondió, haciendo una mueca—, eso puede representar un problema.
Inuyasha masculló algo en voz baja, manteniendo siempre su ceño fruncido.
—¿Cuento? —gruñó—, ¿estamos dentro de un maldito cuento?
—Eso temo —suspiró ella, buscando a alguien con la mirada. Alguien o algo.
El hanyō se detuvo a pensar la situación un par de segundos. Y llegó a una conclusión lógica. Si estaban dentro de un cuento y, por lo visto, era uno que Kagome conocía...
—Entonces... —rió él nerviosamente—, ¿a dónde estoy llegando tarde, exactamente?
—¿Puedes parar con eso? No es el momento más oportuno.
Inuyasha resopló algo que ella no pudo escuchar, pero no dijo más. Se quedó mirando a Kagome, esperando que ella decidiera qué hacer. Después de todo, ella sabía dónde estaban, ¿o no?
Pero Kagome no dijo nada. Se paseaba unos pasos para allá, después volvía... miraba alrededor. Se rascaba la barbilla. ¿Pensaba?
Finalmente, el medio conejo perdió la paciencia.
—¿Podrías decirme de qué va todo? —gruñó. A pesar de que podía caminar perfectamente con sus dos bien formadas piernas, Inuyasha dio un salto al frente con las piernas juntas. Frunció el ceño cuando Kagome sonrió, pero siguió sin mayores miramientos—. ¿Dónde estamos?
—Dentro de un cuento, Inuyasha —rió ella, perdiendo la razón otro poco—. ¡Esto no tiene precedentes!
Él volvió a saltar, ahora a un costado y verificó su reloj una vez más. (Si él fuera capaz de leer un reloj, podría decirles qué hora era, pero claro que no es así.)
—Mm... ¡Que tarde estoy llegando! —exclamó. Kagome rodó los ojos. Aquello se le antojaba ridículo. El antes hanyō (la chica no sabía cómo calificarlo ahora) se volvió a verla—. ¿Sabes qué tenemos que hacer?
Kagome parpadeó.
¿Si sabía qué tenían que hacer? ¡No, claro que no! Nunca antes se había despertado vistiendo de Alicia junto con su amigo el medio demonio (que, por cierto, conoció cuando viajó por el tiempo) haciendo de un conejo. No, nunca antes le había pasado en su vida. Y dudaba que a alguien más le haya pasado.
Era totalmente ridícula la situación. Creo que son perfectamente capaces de imaginarse los pensamientos de Kagome en ese momento.
—No, Inuyasha —respondió con calma.
¡Calma!
—Creo que... deberíamos movernos —aseguró él. Dio otro salto.
¡Qué gracioso era verlo saltar!
Esperen... La mente de Kagome estaba maquinando algo... ¡Moverse! Lo que dijo Inuyasha tenía sentido a oídos de la chica. Sí, moverse era ideal en esos momentos. Es decir, lo único de lo que estaban seguros era de que estaban en un cuento, ¿no?
En realidad, se podría decir que estaban seguros de eso.
O... algo.
Moverse era una buena idea, en definitiva. De alguna forma había que salir. ¿Y qué mejor forma de salir, se dijo Kagome, que seguir el cuento?
Así que, ¡a buscar una madriguera para dejarse caer!
—¡A seguir al Conejo!
—¿Qué dijiste? —gruñó Inuyasha.
Kagome se sonrojó y sonrió avergonzada.
—¡Nada, nada! Creo que tienes razón, ¡hay que movernos!
Inuyasha pareció pensar un par de segundos, mirándola con los ojos entornados, sin creerse de todo que le diera la razón.
—Feh. Ya sé que tengo razón.
Ella rodó los ojos, pero no dijo nada. Si eso era lo que tenían que hacer, seguirían adelante.
Pasaron varios segundos viéndose mutuamente a la cara, esperando que el otro dijera o hiciera algo. Por parte de Inuyasha, esperaba que Kagome dijera en dónde estaban y qué tenían que hacer. Kagome esperaba que él se moviera para poder seguirlo igual que en el cuento.
—¡¿Y bien?! —gritó el hanyō en un momento. Ella se sobresaltó y le gritó «Siéntate» en respuesta, haciendo que, para sorpresa de ella, Inuyasha estuviera saludando el suelo desde muy de cerca.
Pasaron otros minutos discutiendo que porqué esto y porqué lo otro, conversaciones que ustedes y yo ya sabemos de memoria y que se repiten continuamente, haciendo innecesario que yo lo vuelva a relatar (a menos que eso quieran, claro). Pero como nada pueden decirme en este caso, voy a pasarlo por alto y comentarles que, una vez acabada la discusión y cuando los ánimos estuvieron bien (y limpia la cara de Inuyasha), Kagome le dijo cariñosamente que debían buscar algún pozo para dejarse caer.
Ustedes, que conocen la historia, estarían de acuerdo con Kagome y se pondrían a buscarlo de inmediato. Pero a vista de Inuyasha, y de cualquier otro que poco supiera de eso, era de dementes tirarse por un pozo donde no sabías la profundidad ni qué podría estar esperándote del otro lado; así fue que se entretuvieron otros diez o quince minutos discutiendo sobre el asunto, mientras ella trataba de explicarte el fin de aquello. Todo terminó, otra vez, con un «Siéntate» de Kagome y un escupir algo de tierra de Inuyasha.
Al final, él entendió y a los pocos segundos buscaban algún pozo escondido en algún árbol de por ahí. No tardaron mucho en encontrarlo, pues era algo obvio en todo aquel verde.
Y esto no estaba en la historia, como muchas otras cosas que iban a pasar, ni en la que conocemos nosotros ni en la que estaban escribiendo ellos, pero, una vez que encontraron el bendito pozo y lo miraban interesados (y, ¿por qué no?, algo desconfiados), de entre los árboles a sus espaldas, comenzaron a escucharse algunos ruidos no del todo comunes en esa tranquilidad inhumana.
Kagome se enderezó y observó detrás.
—¿Qué rayos fue eso? —gruñó Inuyasha, haciendo ademán de sacar a Colmillo de Acero. Para desgracia de muchos, Tessaiga no los acompañaba: Inuyasha tenía un reloj para defenderse y Kagome, a sus zapatitos negros.
—No sé, pero no me gusta.
Él gruñó algo más, y el ruido entre los árboles se intensificó. Parecía que algo estaba buscándolos, algo con mucho peso, pues la tierra comenzaba a temblar a cada «paso».
—Yo voto por saltar —soltó Kagome de pronto. Intercambiaron una mirada rápida. A Inuyasha la cobardía no le gustaba ni un poquito, pero «soldado que huye sirve para otra guerra», así que tomó a Kagome de la mano y saltó hacia el pozo.
Una oscura sombra se proyectó sobre ellos mientras caían en otra oscuridad parecida.
—¿Y ahora qué?
Podría decirse que Kagura estaba un poco más que harta, si acaso era posible. No solo permanecía todo el tiempo encerrada en ese asqueroso castillo (aunque aprovechaba y se escapaba de vez en cuando), sino que también tenía que seguir soportando a Naraku. No era tanto problema si piensan que vivió con él desde el inicio de sus días, pero sí lo era cuando se la pasaba planeando nuevos ataques hacia el grupo de Inuyasha.
Y déjenme repetirles que Kagura estaba un poco más que harta.
El anterior plan de Naraku había sido un redondo fracaso. Quiero decir, entre otras cosas, Naraku la cagó. Literalmente. En todo caso, esa es otra historia. *
En ese momento, era casi nula la información que ella tenía acerca del nuevo plan malvado de su jefezote, pero poco le gustaba. Incluso en ese cuándo.
Solamente quería acabar con los buenos de la manera habitual. Lucha, muertes, sangre por doquier; completar la Perla de Shikon podría ayudarles un poco... no sé, meter a la sacerdotisa Kikyō en el medio para incluir algo de discordia en el grupo de Inuyasha y acabar con ellos agotados, pero vencedores al fin.
(Aunque, diciendo la verdad y siguiendo los pensamientos de Kagura, poco le importaban los planes de su padre y el final que tuvieran él e Inuyasha y los demás. Solo quería ser libre y punto.)
Soltó un sonoro suspiro al no recibir respuesta.
Naraku observaba por la ventana, paciente, con la frente erguida, con una sonrisa dibujada en su rostro. El pelo negro caía en su espalda como cascada y Kagura se obligó a recordarse que lo odiaba.
Había algo en aquel hanyō, con su porte aristocrático y su sonrisa socarrona, que llamaban irremediablemente la atención de cualquiera que parara a observarlo un momento.
—Naraku —volvió a llamar—. ¿Qué es lo que pasa ahora?
Él se tomó unos segundos para responder.
—El nuevo plan ya entró en acción.
Kagura volvió a suspirar y se permitió fruncir el ceño un momento.
—¿Acabará tan desastrosamente mal como el anterior? —rió—. ¿O acaso es algo más normal?
El medio demonio se giró a verla con cierta amenaza reflejada en sus ojos oscuros. La mirada solo duró dos segundos, pero bastó para que Kagura borrara su sonrisa y la transformara en una mueca de odio. Él se giró a ver hacia afuera nuevamente.
—Éste será mucho mejor —murmuró—. Después de todo, Inuyasha y sus patéticos compañeros ya están en nuestras manos —sonrió, victorioso—. Solo hay que encargarse del entrometido de Sesshōmaru. Para eso te llamé.
Un silencio se expandió por la habitación. Kagura tragó y lo observó secamente. ¿Encargarse de Sesshōmaru?
—Estás loco si piensas mandarme a acabar con él.
Naraku soltó una fría risa.
—No, llegaremos a un acuerdo como demonios civilizados que somos.
Permaneció callado unos segundos, mientras la demonio de los vientos esperaba que completara la idea. Como no lo hizo, siguió.
—¿Cuál es el plan?
Naraku se giró a verla y le sonrió abiertamente.
Kagome se incorporó sobresaltada.
Aquel había sido un sueño extraño. En ese momento, como en otros, se preguntó si habría alguna droga en el aire.
Miró alrededor en busca de normalidad.
Bien podría ir a buscarla en otro lado.
Inuyasha estaba dormido unos metros más allá, ahora vestido con una caperuza roja.
—Mierda.
Bien, la lista de cosas por hacer se reducía ahora a descubrir dónde estaban, por qué y cómo salir.
Nota de la autora:
* Guiño a «De una maldición con poca suerte», que es una especie de precuela para este fic. No, no es necesario que lo lean para comprender esta historia, solo basta decir que «Había una vez...» lleva los mismos lineamientos que el fic antes nombrado... parodia, estupideces y un Naraku con ideas muy extrañas.
Espero que lo disfruten, ¡gracias por leer! Ahora espero esos sensuales reviews.
Mor.
