Rina gruñó por lo bajo y golpeó a puño limpio la mesa.

- ¡Ese era el último pedazo! - vociferó, tan alto que toda la gente en el comedor de la posada volteó enseguida a verla. Pero Gaudi, a quien iba dirigido el grito, no pareció captar ni pizca de su enojo.

- ¿Uh?

- ¿Qué clase de hombre eres? ¡Un caballero siempre ofrece el último pedazo a la dama a la hora del almuerzo! - reclamó Rina, blandiendo un hueso de pollo como si se tratase de un puñal.

-Pero si ya te has comido como diez de esos... - Gaudi parpadeó con auténtca confusión.

- ¡Eso no importa, la regla se aplica a cualquier situación! Ahora por tu culpa me quedaré con hambre...

- Ahora y siempre...

- Cállate.

Con un suspiro, Rina giró sobre la silla y le hizo señas a un joven camarero que miraba palideciendo la pila de platos acumulados sobre la mesa.

- ¡Camarero! ¡Traiga otro menú completo! ¡Y rápido, que también queremos probar el postre! - ordenó, sonriente.

- ¡Oh, sí! ¡Postre! - coreó Gaudi con idéntica sonrisa.

Y no teniendo otra cosa cerca, ambos empezaron a atacar la lechuga que había acompañado como adorno la carne y el pollo. El camarero no tardó más de dos segundos en retirarse a toda prisa, alarmado por aquel bizarro espectáculo.

- Oye, ¿y quién paghará poh tó eshto? - preguntó Gaudi con la boca llena.- Pohque sho no tehno un centavo...

- Tahmpoco sho... Amm...

- Tal vesh Zel...

Sin dejar de masticar con fuerza, Rina miró torvamente al techo. Seguramente Zelgadis seguiría en el piso de arriba, metido en su habitación con sus mapas y libros. Fijó allí la vista un momento con aire pensativo, hasta que se dio cuenta de que Gaudi seguía comiendo y se abalanzó a defender sus cachitos de lechuga.

Después de un par de meses sin mucha novedad, Rina y Gaudi se habían cruzado una vez más con Zelgadis, que viajaba solo y a paso constante en busca de su cura. Al principio se había mostrado contento de verlos, incluso habían decidido continuar juntos por un trecho, pero ahora que se habían detenido en ese pueblo (buenas que malas necesitaban conseguir algún dinero) pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en la semipenumbra, rastreando trayectorias y hundiéndose a sí mismo en un nuevo ciclo de frustración. El mismo viejo Zelgadis... No parecía haber cambiado nada en esos dos años que estuvieron sin verse. Lo que es también decir que, tras tantos viajes, paisajes y rutas, todavía era una quimera.

Rina y Gaudi habían llegado al punto de no sentir lástima por él, o al menos no el tipo de lástima que los llevara a hacer algo al respecto. Sabían que Zelgadis no se rendiría. Si no se había rendido aún después de que Rezo dijera que no había forma de volver una quimera a su estado original, entonces jamás lo haría.

Una voz desconocida arrancó de pronto a Rina y Gaudi de su apasionada pelea por la lechuga.

- ¿Señorita Rina Inverse?

- ¿Uh?

El dueño de la voz era un hombre de mediana edad con una prominente nariz y un largo bigote. Llevaba un uniforme completamente blanco, a excepción de unos pocos decorados rosados en los bordes de las mangas, y tenía un estrafalario bolso con forma de flor adherido a la pechera.

"Qué raro es" pensó Rina, contemplándolo de arriba a abajo.

- Que raro es usted - dijo Gaudi con tono curioso. Rina le metió un puño en la boca.

- Sí, soy yo - confirmó. Tal vez se tratara de un trabajo, después de todo.

- Oh, ¿y él es el señor Gaudi Gabriev?

- Íh - Gaudi se sacó de la boca el puño de Rina y sonrió amistosamente.- El mismo.

- Ah, ya veo... Tengo un mensaje para ustedes desde el reino de Seyruun.

- ¿Seyruun?

El hombre metió la mano dentro de aquel poco común bolso, que parecía abrirse convenientemente desde cualquiera de los pétalos de la ó con cuidado un par de cartas, que les entregó con una expresión tan solemne que rayaba en lo patético.

Rina examinó su sobre con cautela. Era un papel delicado y suave, con el sello de Seyruun estampado en el centro y el dibujo de dos alianzas de boda entrelazadas. En el reverso se leía con hermosa caligrafía "Señorita Rina Inverse, gran hechicera", y más abajo una indicación no tan pulcra que parecía haber sido agregada después: "la del estómago sin fondo".

- Conque sí, eh... - Rina lo miró con una expresión que daba miedo.

- Vaya, así que por eso nos reconoció tan rápido - dijo Gaudi, para nada ofendido. En su sobre la indicación rezaba "el amable caballero rubio".

- ¿Por qué Gaudi es el amable caballero rubio y yo la del estómago sin fondo? ¡Gaudi siempre tiene hambre!

- Porque tú te comes mi comida...

El mensajero, ignorando por completo el enojo de Rina, se aclaró la garganta.

- Puesto que es seguro que son ustedes, es mi misión invitarlos formalmente a la boda real de Seyruun, que se llevará a cabo en dos semanas en los jardines del palacio - anunció.

Hubo una corta pausa, y luego Rina se echó a reír. Pero a reír en serio, con lágrimas en los ojos y más sonoros puñetazos en la mesa. El mensajero miró a Gaudi en busca de una explicación, pero éste no parecía entender mucho tampoco.

- ¡Bueno, bueno, basta...! ¿Quién es la desesperada, digo, la afortunada? - preguntó al fin la hechicera, jadeando después de las tantas risas.

- ¿Cómo dice?

- Que con quién se casará el príncipe Phil, vamos, que en serio quiero saber.

- ¿Príncipe? - Gaudi hizo un esfuerzo para recordar.- ¡Ah, Phil! ¿Acaso vuelve a casarse?

Rina soltó otra carcajada. No pudo evitarlo. Acababa de imaginarse al bigotudo príncipe Phil con un ramo de rosas y una mirada á bien, era un paladín de la justicia y un buen tipo, por no mencionar que efectivamente un príncipe, pero nunca hubiera imaginado que volviera a contraer matrimonio, mucho menos a su edad.

- Pero... - el mansajero titubeó, confundido.- Pero no es el príncipe el que se casa, es la princesa Amelia...

El asombro detuvo de inmediato las risas.

- Amelia... ¡Ah, sí, Amelia! - recordó Gaudi, feliz.- ¿Escuchaste eso, Rina? ¡Amelia se casa! Me pregunto con quién... - calló, y su semblante se iluminó con lo que parecía la luz de una brillante ocurrencia.- ¿Crees que sea con Zel? Solían llevarse muy bien.

- Pero tú eres tonto o te hac... No sé ni para qué pregunto. ¡Es obvio que no es con Zel, Zel está arriba! - le aclaró Rina, acostumbrada a su mala memoria.

- ¿El señor Zelgadis? - se interesó el mensajero.- También tengo una invitación para él.

Rina y Gaudi se miraron mientras el hombre rebuscaba en el bolso nuevamente y sacaba una tercera carta igual a las suyas.

- Debo confesar que es un alivio encontrarlo aquí, eso me ahorra una preocupación. Lo último que se sabía en Seyruun de él es que partiría hacia Taforasia, pero el príncipe Posel nos dijo luego que no había visitado el país - comentó. Y parecía realmente contento, contrastando con aquel aire solemne que venía mostrando.

- ¿Pokota está en Seyruun?

- ¿El príncipe? Llegó allí hace casi un mes, antes de que se enviaran las invitaciones. Está ayudando a la princesa, ahora que está más atareada que nunca.

¿Qué noticias eran esas? Rina estaba llanamente sorprendida. Amelia no había siquiera mencionado la posibilidad de casarse seis meses atrás, cuando Gaudi y ella visitaron su reino. Conociendo a Amelia y su padre, y por otro lado también a Pokota, Seyruun debía ser en ese mismo momento un hervidero de entusiasmo. Imaginó el pueblo completamente revolucionado, preparando las calles, la fiesta... Y la comida.
No tenía idea de cómo se habrían desenvuelto los hechos, pues al fin y al cabo seis meses no era un tiempo tan largo, pero aquella perspectiva la puso de pronto de buen humor.

- ¡Camarero! ¿Dónde están esos menús? ¡Esta es una ocasión feliz, demonios!

- Rina, ¿y cómo pagaremos todo esto?

- Ya nos las arreglaremos.

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.

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"Ya nos las arreglaremos", había dicho Rina. Aparentemente, con eso se refería a que ya se las arreglaría Gaudi, pues el pobre espadachín acabó lavando los platos en la cocina de la posada, totalmente solo.

- Debí haberlo sabido - murmuraba por lo bajo.

Rina, mientras tanto, había logrado escabullirse como un gato y subir de nuevo hacia las habitaciones. Ahora estaba enfrentada a una puerta gris, con una mano en la cintura y la otra revolviéndose un mechón de cabello. Se preguntaba como era posible que sus propios pasos se oyeran a distancia en ese suelo de madera, mientras que Zelgadis, mucho más pesado en comparación, se movía siempre en completo silencio. Ningún sonido salía jamás del cuarto que ocupaba, por lo que era imposible adivinar qué podría estar haciendo. ¿O es que sólo estaba echado en la cama todo el día?

Rina llamó a la puerta. Minutos después, y también en absoluto silencio, ésta se abrió apenas para dejar ver parte del rostro semicubierto de la quimera.

- Oh, Rina... - sólo dijo Zelgadis. Su voz y su aspecto estaban aún más ensombrecidos de lo usual, y Rina se echó hacia atrás sin querer, casi por reflejo.

- Uy, Zel... Parece que te hubieran desenterrado de tu tumba - comentó, tartamudeando.

A Zelgadis no pareció divertirlo demasiado el comentario, pero tampoco se molestó. En cambio, abrió un poco más la puerta.

- ¿Qué se te ofrece?

- Venía a traerte esto... Ha llegado un mensajero de Seyruun.

Rina le entregó a Zelgadis su invitación, envuelta en el correspondiente sobre. Zelgadis la miró distraídamente y reparó en el dibujo de las alianzas de boda.

- Hum - dijo, con aire aburrido.- ¿Acaso Phil vuelve a casarse? Extraño, diría yo.

- No es Phil quien se casa - dijo Rina, negando con la cabeza. Y como nunca le agradaba el espacio de silencio que la gente creaba a propósito para generar intriga, decidió decir lo que sabía de una vez.- Es Amelia - soltó sin más.

La expresión de Zelgadis no cambió en absoluto. Tal vez sus cejas se arquearon un poco, sólo un poco, pero Rina no pudo leer nada en su reacción.

- Curioso - sólo dijo Zelgadis, tras una pausa silenciosa.

- ¡Es más que curioso, es rarísimo! Hace menos de dos meses que la visitamos y no tenía ninguna boda en mente, mucho menos la suya propia - Rina miró a Zelgadis de arriba a abajo. En verdad ofrecía un aspecto horrible, demacrado y desprolijo, y sin mostrar la más mínima emoción ante el increíble suceso que le estaba presentando.

Hubo otra pausa silenciosa, y luego Zelgadis alisó el sobre entre sus manos.

- ¿Con quién se casa? - preguntó.

- No lo sé. Aún no he abierto el sobre con la invitación.

Rina sacó de su pechera su propia invitación. Tras romper el sobre casi sin cuidado, extrajo de su interior un pequeño trozo de pergamino, escrito con la misma pulcra caligrafía que su nombre. Leyó el texto en voz alta, repasándolo cuidadosamente.

Amelia Will Tesla Seyruun, princesa de Seyruun, invita cordialmente a la señorita Rina Inverse a su boda con Zaide Dio Amtertod, príncipe de Amtertod, evento a realizarse el 22 de octubre del corriente año. Ruega por favor asistir.
Coordiales saludos,
Ermine, copista real.

Rina suspiró. Zaide Dio Amtertod. Conocía de vista el reino de Amtertod, lejano incluso en aquellas regiones, pero ni siquiera le sonaba el nombre de aquel príncipe.

- Ni siquiera me suena su nombre - dijo, pensando en voz alta. Y entonces se dio cuenta de que Zelgadis se disponía a cerrar la puerta nuevamente.- ¡Eh! - Rina lo detuvo de un codazo.- ¿Qué haces?

- Volver a mis asuntos, ¿qué te parece? - respondió Zelgadis, flemático.

- ¿Pero no piensas decir nada?

- ¿Qué quieres que diga?

- Algo. Cualquier cosa. ¿No te parece extraño?

- No tiene nada de extraño. Es una princesa, tarde o temprano se casaría con un príncipe.

- Me refiero a la boda en sí - Rina miró a Zelgadis como si observara un objeto de dudosa procedencia.- Es Amelia de quien hablamos. No se casaría si no es por amor, y ¿de quién puede haberse enamorado en tan poco tiempo?

- Pues de ese príncipe, al parecer - Zelgadis sonrió torvamente, con un hálito que era una mezcla de rudeza y alguna tristeza difusa.

- Ja, qué gracioso - Rina se cruzó de brazos y se miró las puntas de los pies.- Pero en fin, supongo que lo sabremos cuando la veamos en Seyruun. Esa jovencita tendrá mucho que explicarme.

- Querrán decir que ustedes lo sabrán - corrigió Zelgadis.

- ¿Eh?

Rina, sorprendida, levantó la vista, para encontrarse de nuevo con la cara de nada de Zelgadis. Esta vez, sin embargo, reparó en que portaba bajo su brazo izquierdo un buen montón de pergaminos, y que había aún más esparcidos en la habitación a sus espaldas.

- ¡No me digas que no piensas ir! - exclamó la hechicera.

Zelgadis se encogió de hombros.

- Tengo mucho que hacer - dijo.

- ¿Qué, aquí? ¿Rodeado de papeles viejos? ¡Por favor, Zel!

- No te entrometas en mis asuntos, Rina - por la mirada de Zelgadis cruzó una sombra nada amistosa.- Tú sabes mejor que nadie lo que busco, y por qué.

- Claro que lo sé, pero no creo que por ir a Seyruun unos días te pierdas de mucho. Podrás llevarte todos tus horribles papeles hasta allí y encerrarte en la biblioteca si quieres, pero al menos deja que Amelia te vea.

- Bah, ni siquiera notará que no estoy allí - Zelgadis le restó importancia.- Un invitado más, uno menos, ¿qué más da?

- Solías ser su guardaespaldas... Solías ser su amigo.

- Y como amiga que es entenderá por qué debo seguir con esto - espetó Zelgadis, tajante, y luego volvió a apoyarse en la puerta.- Adiós, Rina.

- ¡Zel!

La puerta se cerró, justo en las narices de Rina. La hechicera parpadeó dos veces, muy quieta, y luego, enfadada, procedió a golpear una, dos, tres veces.

- ¡Vamos, Zel! ¡Nadie puede ser tan amargado, ni siquiera tú! ¡Abre ya!

No hubo respuesta. Rina sintió como las mejillas se le acaloraban de furia.

- ¡Si no abres, voy a cargarme esta puerta con todo lo que haya detrás!

De nuevo no hubo respuesta.

- ¡Muy bien, tú lo quisiste! - Rina levantó los brazos.- ¡Bola de...!

- ¡Rina, no!

Gaudi, que había aparecido en un recodo del pasillo, llegó corriendo y la tacleó perfectamente, tan perfectamente que ambos fueron a dar al suelo, uno encima de otro. Rina se estremeció y escupió lejos de su cara uno de los mechones rubios de Gaudi.

- ¡Asch! ¡Gaudi! ¿Qué demonios...? - protestó.

Pero el rostro de Gaudi estaba demasiado cerca, tanto que hasta podía sentir su respiración. Rina enmudeció. Los ojos de Gaudi eran de un celeste límpido, y recordaban vivamente a un cielo despejado.

- Rina... - susurró Gaudi.

A Rina le costó trabajo despegar los labios. Cuando lo hizo, también habló en un calmado susurro.

- ¿Sí, Gaudi...? - preguntó.

- No destruyas la puerta, Rina. No podemos pagarla.

¡Paf! Rina se sacó a Gaudi de encima con un bofetón.

- ¡Au!

- ¡Tú te lo buscaste, cerebro de medusa!

Mientras Gaudi se palpaba la mejilla, dolorido, Rina se puso de pie y echó una última mirada a la puerta cerrada de la habitación de Zelgadis.

- Bueno, creo que Zelgadis no vendrá - dijo.

- ¿A dónde? - preguntó Gaudi.

Rina le dio otro bofetón.

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