Disclaimer: Saint Seiya es propiedad de Masami Kurumada, Toei Animation y Shueshia Editorial.
Aclaración: el universo del fic se condice con la historia original creada por Masami Kurumada, pero incorpora elementos de otros spin-offs a fin de enriquecerlo.
Lemurianos
Parte I - Shion
Aquella cruenta Guerra Santa por fin había terminado. No sé si debo estar satisfecho o romper en llanto como un niño. Derrotamos a Hades. Lo hicimos. En nombre de nuestra diosa Athena, pero ahora... de este Santuario, de este lugar sagrado no quedan más que escombros. ¿Es que acaso el cosmos de Athena podrá devolverle la vida a este lugar? En donde tanta sangre se ha derramado, en donde tantas batallas se libraron.
Dohko, mi buen amigo, ¿recuerdas aquella tarde en la que el Patriarca nos otorgó nuestros ropajes sagrados? Pero si apenas éramos unos niños, sin embargo, de eso no hace mucho tiempo. Cómo cambiamos, maduramos amigo mío, junto con el resto de nuestros camaradas. Sí, aunque ahora ya no estén. Solo quedamos nosotros dos, y nuestra diosa dice que nos tiene que decir algo muy importante...
Quién lo diría, Dohko querido, tú a Rozan a vigilar el sello que nuestra diosa puso sobre Hades, y yo aquí en Grecia, bajo el nombre de Patriarca. Ella lo ha dicho. Estoy seguro de que entre los dos reconstruiremos este recinto sagrado y prepararemos nuevas almas para las nuevas batallas que se avecinen en este mundo, lo haremos.
~~~~~~~ Muchos años después ~~~~~~~~
Ya no soy el de antes, y no sólo se refleja en mi aspecto, con mi rostro enmarcado por la vejez, mi cuerpo cada vez más débil y mis cabellos que pierden su gracia día a día. No, ése no es el gran cambio que siento en mí. Ahora no sólo soy Patriarca, no sólo soy un santo al servicio de Athena, no soy sólo eso: ahora soy maestro. De los míos ya no quedan muchos, de aquel continente perdido de Mu no quedan más que leyendas, pero mientras nuestros cosmos ardan, siempre seguiremos de pie, listos para lo que se nos cruce.
Hoy me he encontrado con él. Su nombre evoca nuestro pasado, como un recuerdo perpetuo de nuestra herencia. Mu, dice llamarse. Mu, querido Mu, yo seré tu maestro, pequeño lemuriano. Pero no sólo aprenderás a pelear, deberás aprender a amar a esta Tierra, a tu Diosa y a tus pares, porque tu misión en este mundo es protegerlos. Y no hay nada en este mundo que haga arder más nuestro cosmos que el deseo de proteger a quienes queremos. Yo me encargaré de que puedas conseguir ese ropaje que sé que aún me pertenece, porque todavía no hay nadie digno de él que pueda darse el honor de vestirlo. Pero lo sé, Mu, tú serás aquella persona, el Santo de Aries.
Tener que abandonar el Santuario y venir aquí al Tíbet se me hace un tanto agotador, aunque mi cosmos arda mi cuerpo no responde como antes, maldigo eso. Con que aquí está el pequeño Mu, en Jamir, éste será su lugar de entrenamiento y su hogar. Pero vaya que se le ve la calma en sus ojos, la serenidad de su alma. Es muy pequeño y sin embargo, siento una pequeña llama de cosmos a punto de explotar en su interior. Creo que estoy delirando por la vejez, yo aquí pensando y el ahí listo para convertirse en santo. Será mejor empezar.
—Mu es tu nombre según me han dicho ¿verdad? —le dije acercándome sigilosamente para no interrumpir bruscamente sus pensamientos.
Me vio, me miró, me observó, y respondió.
—Si, señor.
—¿Cuántos años tienes?
—¿Que eso tampoco se lo han dicho, señor? Tengo 5 años.
El pequeño habrá pensado que por ser el Patriarca lo conozco todo, pero no es así.
—Pues bien, te veo aquí en Jamir y veo en tu interior un cosmos a punto de explotar. Debes tener los conocimientos básicos de un santo si quieres llegar a convertirte en uno ¿de acuerdo?
Dudó un poco al responder, lo sentí un poco confundido.
—Sí, señor Patriarca.
—¿Estás seguro de querer convertirte en un santo al servicio de la diosa Athena?
Disipó toda duda al contemplar mis ojos y respondió.
—Haré lo que sea necesario para proteger este mundo, Señor, lo que sea, hasta dar mi vida.
Sonreí, y por un momento él también, esa es la clase de respuesta que me gusta escuchar. Me preguntó si entenderá el significado de esas palabras.
—Muy bien. Ah, y otra cosa.
—¿Qué, señor Patriarca?
—Llámame Maestro —le dije sonriendo, no quería que nuestra relación pareciera tan formal, después de todo, estaríamos juntos mucho tiempo— Maestro Shion está bien.
—Sí, Maestro Shion.
Debo admitir que tratar a Mu no fue tan difícil como comentaban los maestros de los otros candidatos a santos en el resto del mundo. De todas partes, de Italia, Grecia hasta de Suecia me venían noticias sobre ellos. Estoy seguro de que esta camada será la elegida por Athena para protegerla cuando ella baje a este mundo, de eso falta muy poco. Mis constantes viajes de Grecia a Jamir me agotan un poco, pero ver los progresos de Mu me tranquiliza y me da paz, no podía dejarlo a la deriva con sus entrenamientos. De todas formas, los asuntos del Santuario requieren de mi presencia también. Me encantaría pasar más tiempo con él, es mi mayor anhelo, creo que le estoy empezando a tomar un cariño especial.
Enseñarle lo básico fue sencillo, qué es el cosmos, los átomos, las leyes que rigen el Universo. Después comenzamos con otra actividad que se podría decir no aparece en el programa: reparar ropajes dañados, alguien debe hacerlo, y como Mu desciende de los legendarios reparadores de armaduras, debe aprenderlo.
Este muchachito me sorprende día a día, deberías verlo, Dohko, amigo, aunque primero yo debería verte a ti. ¿Cómo estarás? Sé que sonará estúpido pero te extraño, compañero, a veces siento que la soledad me invade, porque ya no tengo a aquellos camaradas de hace décadas, me siento solo, tengo demasiadas responsabilidades y siento que ya no puedo. La vejez, calculo. Me gustaría volver a aquellos dieciocho preciosos años que solía tener; sé que algún día volveré. Hum... pero es en esos momentos de soledad en los que Mu aparece. Ya ha crecido y madurado mucho, es muy sabio y le va bien, y eso que sólo pasaron casi dos años, pero igual es un sabio en el cuerpo de un infante. Pero llegó el momento de empezar lo duro. Basta de meditación, psicoquinesia y demás. Es hora de aprender técnicas que te servirán para matar a tus oponentes el día de mañana, Mu. Sí, eso dije, matarlos.
Las preciosas estrellas. Se ven inofensivas, a años luz de nosotros, pensamos que en nada pueden afectar nuestras vidas. Estamos tan equivocados, ellas son las que rigen este universo. Es hora de que su luz sirva como fuerza de combate.
—Bien, Mu, ya has aprendido todo lo que necesitas en lo que a conocimiento se refiere. Pero ahora debes atacar. No salvarás ni protegerás nada si no atacas a tu oponente. Quiero que observes bien lo que voy a hacer. Y después quiero que tú, con el poder de tu cosmos, lo hagas ¿entendido?
—Si, Maestro Shion.
Hum... Maestro, qué bien sonaba eso. Bueno, Mu, es hora de que veas mi técnica de estrellas, la que te servirá para despedazar a tus oponentes: la Extinción Estelar.
Qué orgullo me da que a los pocos intentos Mu haya conseguido acercarse al nivel de mi Extinción Estelar. Deberá practicarla todos los días hasta que se iguale, y más aún, si quiere superarme. Pero considero que su entrenamiento aquí en el Tíbet ya ha concluido, sé también que no me queda mucho tiempo, con la venida de Athena también se acerca la venida de un nuevo Patriarca. Por eso, ya en Grecia, le enseñaré a Mu aquella técnica que permanece sellada en mí desde hace más de doscientos años.
—¡Maestro! ¡Maestro! —Mu me llamaba desesperadamente.
—¿Qué ocurre, Mu? —le pregunté viendo un pequeño brillo en sus ojos lemurianos.
—Lo he conseguido, Maestro Shion. Aquella luz que emiten las estrellas, aquel poder que ellas emanan, logré concentrarlo en mis manos y conseguí una Extinción Estelar como la de usted.
Lo miré por unos instantes. Le sonreí. Es cierto, no lo vi pero en sus ojos se reflejaba su gran logro.
—Estás equivocado —le dije, a lo que él me miró un poco triste—. No fue el poder de las estrellas, fue el poder de tu propio cosmos. De esa llama que vi hace tiempo en ti cuando te conocí. Ya no es más una pequeña llama llena de esperanza. Ahora es todo un fuego que se desprende de ti, Mu. Es cierto, lo has conseguido —le dije finalmente intentando tomarle del hombro para abrazarlo. Aunque me costó, lo hice.
Sé que su mirada quedó atónita unos instantes, pero luego me respondió con un abrazo. Ay que de esos abrazos no recibía hace mucho tiempo, creo que nunca los recibí antes. O tal vez sí, hace más de doscientos años, de parte de Dohko, mi querido amigo. Aunque éste era especial, más cálido... Como de un hijo a un padre.
Pasados unos minutos le dije:
—Mu, a pesar de que ya estamos aquí en Grecia, en el Santuario, tu entrenamiento no ha terminado. Aún te queda algo por aprender. Algo aún más poderoso que la Extinción Estelar. Es una técnica fulminante. Es muy poderosa, y quiero que lo entiendas, porque una vez que la hayas aprendido quiero que la selles en lo más profundo de tu alma hasta el momento indicado de utilizarla, no la debes usar en vano, ¿entiendes, Mu?
—Es una técnica muy especial por lo que veo, Maestro Shion. ¿De qué se trata?
—Revolución Estelar. Ya no es más el poder que emanan las estrellas, son las estrellas mismas, Mu. Te la enseñaré las veces que sea necesario hasta que la domines completamente y, una vez conseguida, séllala en lo más profundo de tu ser hasta el momento escogido por los dioses. Sé que eres demasiado pequeño, y que todavía no debería enseñártela, pero es que no me queda mucho tiempo y no puedo desperdiciarlo. Así que recuerda, séllala, séllala en tu interior, te lo repito para que no lo olvides jamás, ¿entiendes, Mu?
—Sí, Maestro Shion, así será —me dijo con su puño y una sonrisa a la que yo respondí de igual forma.
Por fin lo consiguió, pasó poco tiempo, escasas semanas desde que se la enseñé y ya me superó, y con creces. Tan jovencito es. Estoy muy orgulloso de ti, Mu, me gustaría decírtelo, es más, lo haré porque quiero que sepas mis sentimientos, querido discípulo. Ya nada te impide convertirte en el Santo de Aries. Es más, sé que una vez sellada esta técnica en tu interior, el sagrado ropaje ariano saldrá de su caja y te envolverá con su aura dorada como hizo conmigo hace ya tanto tiempo. Quisiera verlo. Pero...
—Mu, acércate un momento —le dije desde las escalinatas del Templo de Aries al de Tauro.
—Sí, Maestro.
—Ya está a punto de terminar tu entrenamiento conmigo, y debo decirte algo —mi voz sonaba un tanto débil, carraspeaba de a ratos y tosía un poco.
—Dígame, Maestro, ¿le ocurre algo? —me dijo preocupado observando mi decrépito rostro.
—A mí no, querido. Es sólo que mi hora se acerca —esbocé una sonrisa intentando mostrarme alegre ante la situación.
—¡Qué cosas dice, Maestro Shion!
—Es la realidad. Yo debo ir a los Aposentos del Patriarca ahora, pero antes de hacerlo te digo esto, Mu, algo que vengo pensando desde tu primer entrenamiento y no te lo digo: me siento muy orgulloso de ti. Has logrado todo lo que te propusiste, eres bondadoso, sabio, te llevas bien con tus compañeros y sobre todo, tu cosmos arde hasta el infinito. Eres mi orgullo, y no hay nada que me haría más feliz que verte vestido con el ropaje de Aries ahora mismo, porque lo mereces. Pero yo ya...—bajé mi cabeza un momento, reflexioné y levanté la vista ante él, estaba derramando lágrimas—... debo irme. Sólo quería que lo supieras, Mu. Pero no dejes de entrenar, ni por un segundo, aún eres joven, y yo ya no estaré más tiempo, debes seguir tu camino solo, hasta aquí llegué yo.
—Maestro... —sus lágrimas brotaban, intento abrazarme pero yo sólo le respondí con las pocas fuerzas que me quedaban, mas no era suficiente.
—Nada me hubiese dado más felicidad que verte vestido de oro, querido mío, pero ¿sabes? estoy seguro que algún día te contemplaré así. Aunque descienda al Hades, yo estaré contigo siempre. No lo olvides, nunca olvides todo los consejos que te di y mantente de esta forma, tan noble y sabio.
—Maestro Shion, yo también lo quiero... gra... gracias por todo —derramó más lágrimas. No puedo permitir que se angustie por mi causa, debo irme, ni yo soporto esto, despedí a tantos seres queridos en mi vida que se marcharon, y ahora otro más, pero esta vez el que se va soy yo. No... no lo soporto.
—Cuida de Athena, Mu, ella bajará muy pero muy pronto. Que los dioses estén contigo —me di vuelta y me marché con la idea de que no lo volvería a ver más.
Él se quedó en el Templo de Aries, donde permanecería siempre, su hogar junto con Jamir. Y yo, llegando a mis aposentos y con algunos soldados que me pedían que escogiera a un sucesor ante mi inminente muerte y la próxima llegada de Athena, no hice más que sentarme y esperar a que la Parca me envuelva.
Muchos santos podrían merecer el título de Patriarca. Aioros, Santo Dorado de Sagitario, podría ser digno de él, también está el Santo Dorado de Géminis, de quien se dice es como un dios, pero… algo en él me perturba, nubla mi juicio. Definitivamente Aioros es la mejor elección. Los haré llamar y les haré saber mi decisión, sólo espero que sea la correcta…
¿Por qué, Saga? ¿Cómo puede ser que tú, con la personalidad de un dios, hayas podido caer en las garras del mal? No lo entiendo ¿qué te sucedió? Este dolor… Saga me ha atacado, me traicionó y con ello traicionó a todo el Santuario y a Athena. Pero yo, yo ya no puedo hacer nada… perdónenme…
Santos dorados, protejan a nuestra Diosa, protéjanla del mal que invade el Santuario. Dohko, mi estimado amigo, a ti te veré pronto si tu cosmos se extingue como el mío, aunque sé que eres más fuerte. Sin embargo a ti, Mu... querido Mu... mis fuerzas se desvanecen, la llama de mi cosmos se apaga, sé que nos volveremos a ver. Sí, pronto. Adiós, Santo de Aries.
