Nuevamente sentía esa necesidad inexplicable.
Esa urgencia de tenerla en sus manos, de estar en ella.
Buscó en vano su piel en la oscuridad, y se levantó de un salto de su cama.
Su corazón estaba agitado, y un calor le viajaba por todo el cuerpo.
Recorrió el pasillo sigilosamente. Era el mejor juego previo: el deslizarse silencioso hasta su cama, con el corazón haciéndole eco en la garganta, y ese ardor en las manos.
Abrió la puerta del cuarto nuevamente y una línea de luz pálida iluminó el rostro de la muchacha.
Sus ojos estaban abiertos, verdes brillantes, hasta en la media luz.
Seguramente escucho sus latidos desde que él salio de su cuarto.
Ella le regala una bella media sonrisa juguetona.
Y eso es lo que más le gusta: saber que ella siempre esta dispuesta, que luego no habrá preguntas ni reproches…que ella siempre es deliciosa y que sabe bien qué hacer.
Hay que ser sumamente sigiloso, pues la otra muchacha duerme placidamente a un metro de su presa. Así que decide flotar lentamente hasta su cama, no hay mejor forma de no hacer ruido.
La muchacha de ojos verdes lo recibe apartando los cobertores, como quien abre una puerta y hace una reverencia.
Los besos son primero, es casi obligatorio.
No besar esos labios rojos seria como rechazar su caramelo preferido.
Lentamente se abre paso entre su ropa interior, y ella se tensa y se dobla. Su cuerpo parece celebrar el contacto con su piel.
Entrar en ella es como un paraíso…siempre se siente tan bien.
Los movimientos son silenciosos hasta el punto del dolor.
Él se hunde en el hueco de la clavícula de ella, y su respiración parece quemarla.
Tiene que ser rápido, silencioso. Lo suficiente como para aplacar esa sed que lo despertó de su sueño…soñaba con ella? si, seguramente.
Ella ahoga su voz como puede, contiene su respiración, se muerde los labios. Envuelve sus piernas blancas en la cadera del chico, le clava las uñas en la espalda.
Y de la nada piensa que será muy gracioso cuando le vean las heridas mañana. Y le pregunten que le había sucedido. Ella no pasaría inadvertida, debía dejar una marca en su territorio.
El dolor punzante lo estimula más aún. Ella sabe bien que hacer.
Él deja de moverse de a poco.
-Muévete…-Le ordena ella, en un murmullo más que otra cosa.
Él sonríe, aun escondido en su clavícula.
-Ruégamelo…
-Muévete…sabes que no voy a rogártelo.- Sonríe ella.
-Sé buena, ruégamelo.- le susurra- Pídemelo Laura.
-Muévete dentro mío, Julian.
Y la sola mención de su nombre le basta, su propio nombre en la suave pero firme voz de ella era mejor que cualquier suplica.
Lo que sigue es un desenfreno de sonidos casi mudos, una explosión de endorfina, una muestra gratis de lo que debe ser la locura.
Yacen en silencio ahora, Intentando recuperar el aire.
Se hace difícil respirar.
Él se aparta de ella, aun agitado. Ella le da la espalda.
Sabe que debe irse, ahora ya esta satisfecho y debe volver por donde vino.
Sabe que la relación no excede lo físico. Que es una válvula de escape para ambos.
Solo atracción, solo deseo y nada más… pero aunque no quieran aceptarlo, se esta volviendo algo adictivo. Para ambos.
Ella descansa con el corazón agitado aún. Los músculos le vibran, laten. Una sonrisa de gozo se instala en su rostro, aún puede oler al líder de escuadrón en su cuerpo.
Y lo mejor es que sabe que mañana será igual. Quizás no en su cuarto, quizás no en la madrugada. Pero así ha sido desde hace dos semanas. Así, silencioso, prohibido, sumamente placentero.
Mañana será igual.
El Instituto tiene muchos cuartos….y el día tiene las horas que ellos deseen.
