Lo harás bien
Anne Darket
Draco no puede evitar fruncir el ceño cuando ve a la pequeña criatura, envuelta en una esponjosa cobija azulina, removerse sobre el colchón de su cama. Arruga la nariz al notar como una mano babeada trata de alcanzar su corbata deshecha, enredada alrededor de su cuello. Finalmente se inclina hacia delante y, al instante, una risita ahogada, prácticamente escalofriante, sale de los labios del bebé.
Unas manos húmedas rodean su rostro. Son diminutas y suaves. El movimiento de esos dedos regordetes carece de dirección y de sentido, a veces se extravían por sus lampiñas fosas nasales, otras ocasiones arremetiendo contra sus ojos despiadadamente. Toca su nariz perfecta, apretuja entre su puño su sensible boca, desliza la yemas sobre su oreja y finalmente tienta su párpado de manera descuidada. Extrañamente a Draco no le molesta.
Cuando el chiquillo deja de mirar con interés la parte que toca de su cara, lo visualiza a todo él, con sus grandes y curiosos ojos cuyo color indefinido se asemeja al grisáceo oscuro. Entonces el pánico acomete a Draco. Observa a su hijo detenidamente y nota lo indefenso que es, a penas empieza a ser un conocedor de la vida.
En su interior, algo se remueve, una ola cálida y gratificante que se extiende desde el pecho y colapsa en su cerebro. Una mueca orgullosa se dibuja en su rostro y cuando Scorpius atrapa con su manita el grueso índice de Draco, éste sonríe tiernamente y, por primera vez, no le duelen los músculos al realizar ésa mueca.
Se inclina un poco más, explayando su sombra sobre el nene travieso que al fin ha alcanzado su corbata, sus labios rozan la delicada frente e instintivamente cierra los ojos. Permanece así sólo unos instantes, rememorando a su propio padre y recalcándose, una vez más, que él no cometerá los mismos errores y jamás orillará a Scorpius a una infancia miserable, llena de angustia y miedo.
– También quiero verlo – resuena la voz femenina a lo amplio del salón ocupado únicamente por ellos tres.
Draco carga a su primogénito con cuidado, observando los vagos gestos en su carita rosada. Astoria a penas si abre los ojos para divisar al bulto entre los brazos de Draco y extiende los propios para cerciorarse de que aquello no es producto de su imaginación y él está allí, con ellos, saludable y hermoso.
Una mueca apesadumbrada opaca la sonrisa del rubio y Astoria, adivinando su pensamiento, entrelaza sus dedos con los de Draco, mostrándole una brillante sonrisa y susurrándole.
– Lo harás bien.
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