Esta historia se sitúa poco después del final de la película.

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La tibia noche de fin de verano envolvía el reino de Arendelle en un sueño plácido y profundo pero mientras todo el pueblo dormía despreocupado, el insomnio había tomado como rehén a la soberana. En la habitación más alta y alejada del palacio, La Reina permanecía sentada en su balcón admirando la Luna plena que confabulaba con ella y alumbraba sus pensamientos más profundos.

-Traición…- La palabra resbaló de sus labios lentamente, como si fuera doloroso pronunciarla.

Aunque no comulgaba del todo con la idea, Elsa tenía que admitir que la espontaneidad e impulsividad de su hermana pequeña podrían llegar a ser características positivas, como lo había probado salvando su vida sin detenerse a pensar en la propia, y justamente en esa noche deseó con todo su corazón tener un poco más de ese fuego en ella. A veces pensar demasiado las cosas y analizar hasta el más mínimo detalle resultaba desgastante.

Hacía dos días el puerto había recibido un maravilloso barco procedente de las Islas del Sur. El navío, que en sí mismo era un regalo, estaba cargado de incontables presentes para la reina y princesa, todo enviado por el Rey a manera de disculpa por los inconvenientes que su hermano menor había causado. Incluía una carta extensa en que puntualizaba que ninguno de los demás príncipes había conocido de antemano los planes turbios de su familiar, que estaban sumamente apenados, y que como muestra de buena voluntad y paz entre los reinos, se le confería a la Reina de Arendelle la autoridad absoluta para juzgar y castigar al ofensor.

El sujeto viajaba a bordo del barco, atado y conducido como criminal, no más, no menos. La ropa que portaba distaba mucho del elegante uniforme con que había arribado por primera vez. El semblante decaído y el brillo que una vez encendió aquellos relucientes ojos verdes ahora estaba extinto. Se le apreciaba más delgado y cansado. Llevaba la melena cobriza despeinada y algo sucia. Desde que descendió del transporte marítimo y hasta que llegó a la celda en el castillo, sus escoltas no lo escucharon mencionar palabra, ni siquiera emitir un solo ruido. Estaba convertido en un fantasma viviente.

Algunos de los nobles aconsejaron a la Reina realizar el juicio lo más pronto posible para que hubiera tiempo de manejar discreta y diplomáticamente la sentencia por traición, que en Arendelle implicaba pena de muerte. Semanas después se llevaría a cabo la Fiesta Nacional, que en varios años no se celebraba por ausencia de un rey y prometía ser excepcional. Habría invitados de muchos lugares y los ojos de toda la región estarían puestos en el reino.

No querían que ningún acontecimiento sombrío manchara el ambiente festivo y menos cuando se buscaba presentar la mejor cara de Arendelle al mundo. Cosa que aún sin ejecuciones se vislumbraba difícil pues tras el invierno repentino que los había abrumado, los rumores sobre la Reina y sus poderes comenzaban a proliferar y ensuciar las relaciones comerciales y políticas. Su pueblo confiaba absolutamente en la monarca, la admiraban y respetaban pero muchos extranjeros no conocían la situación de fondo y sólo habían escuchado historias aderezadas por el miedo y la imaginación ignorante.

Apenas pasados los dos días, sólo los miembros más importantes del Concejo estaban reunidos en un casi vacío Gran Salón, la reunión presidida por Su Majestad. Se siguió sólo lo más esencial del protocolo debido a que este juicio era un asunto incómodo que todos querían terminar pronto. En el momento indicado el acusado entró a la escena sujeto por un guardia a cada lado, con las manos atadas tras la espalda y la cabeza baja, en una condición no mejor a la que mostró en su llegada al ancladero.

Era la primera vez que Elsa lo miraba en meses, a simple vista notó el cambio tan contrastante y pensó enseguida que eso debía ser consecuencia de su actuar tan cruel y torcido. Así como para Anna había llegado la felicidad después de mostrar tanto amor y bondad, el mal también recibiría su castigo.