Disclaimer: Los personajes y escenarios que se presentan pertenecen a Suzanne Collins. Mías sólo son las ideas

Parte I: Espantar las pesadillas

No está muy segura de en qué momento se había enamorado. Tal vez se ha auto engañado durante los dos años anteriores a su elección para los Juegos del Hambre y lo ha amado desde el momento en el que él le arrojó las barras de pan chamuscadas a sus pies, devolviéndole la esperanza y la vida. O tal vez había sido en el momento en que él reveló que la amaba delante de todo Panem. O cuando se vio obligado a sedarlo para coger la medicina que le curaría la septicemia. O en una de esas noches en tren, durmiendo abrazados para evitar que las pesadillas los asaltasen… No puede evitar pensar en ello en los pocos momentos de serenidad en los que no se ve atrapada por una pesadillas que no sabe hasta qué punto son reales.

Pero ahora mismo todo eso no le importa, porque se encuentra en uno de esos momentos en que sufre pesadillas hasta estando despierta. Lo único relevante ahora es la presión en su pecho. Las ganas de echar todas esas lágrimas que no ha soltado en su momento durante los últimos dos años; las lágrimas retenidas por haber tenido que matar a Marvel, aquel chico del Distrito 1; las lágrimas por Thresh, y por aquel anciano al que asesinó el agente de la paz en el Distrito 11; las que no había vertido al dispararle la flecha en la cabeza a la masa sanguinolenta en que se había convertido Cato; las lágrimas por Finnick, y por la niñita del abrigo amarillo cuyo único crimen había sido nacer en el Capitolio. Y sobre todo las lágrimas por Prim. Prim. Su hermanita pequeña, a la que vio arder y desaparecer en el mar de fuego que habían producido los paracaídas. Prim, que quedó tan carbonizada que apenas si habían podido identificarla.

— Me llamo Katniss Everdeen. Tengo diecisiete años. Pronto cumpliré los dieciocho. El Presidente Snow está muerto. Yo lo maté. Ahora vivo en mi antigua casa de la Aldea de los Vencedores. Finnick y Madge están muertos. Prim está muerta. En verdad, la mitad de la población de Panem está bajo tierra. Yo los maté a todos — no acostumbra a llorar, pero ahora lo está haciendo. Mientras usa aquel viejo truco para poner su mente en orden y no caer en la locura —. La mayoría de las personas que me importaban han muerto.

— No todas.

Oye la voz detrás de ella y se gira, alerta. Por un momento piensa que quien le ha hablado es una reencarnación del presidente Snow o cualquiera de los pocos fieles que le quedan. Se lamenta de no tener a mano su arco y las fechas.

Pero luego lo ve. Al muchacho de rizos rubios y ojos de un azul profundo.

— No todos han muerto, Katniss — susurra Peeta.

Ella no sabe qué decir. Sí, queda él. Pero después de todo lo que ha pasado entre ellos no estaba segura de si Peeta volvería a estar dispuesto a acunarla entre sus brazos en momentos como aquel. Y sin embargo, está ahí.

Peeta se acerca a ella sonriendo dulcemente, como antes, sólo que ahora una profunda tristeza inunda sus ojos azules.

— Yo te importo. ¿Real o no?

— Real — susurra contra su cuello, y se permite cerrar los ojos.

— ¿Cómo has entrado? — pregunta como para tratar de ocultarle a Peeta cuánto necesita aquel contacto.

—Estaba la puerta abierta. Has de ser más cuidadosa, Katniss.

— Lo siento— y a pesar de su tristeza se permite avergonzarse un poco, porque sabe que Peeta tiene razón; que igual que él ha entrado con esa facilidad podría haberlo hecho cualquiera. Y es cierto que ahora mismo no hay demasiada gente que quiera matarla, pero la arena le ha enseñado que toda precaución es poca.

— Está bien. La he cerrado.

Se quedan en silencio durante varios minutos. Apenas se mueven. Ambos tienen miedo a dar algún paso en falso y romper ese abrazo y, con él, lo que tanto les ha costado recuperar. Al fin, es Peeta el que habla.

— Sé cómo te sientes. Yo también he perdido a mi familia. Pero tú no los has matado, Katniss. Sabes igual que yo que la revolución estaba latiendo hacía mucho; si tú no hubieras existido hubiera pasado exactamente lo mismo, sólo que quizá unos meses o unos años después. Pero el resultado hubiera sido el mismo.

Katniss no dice nada, pero finalmente tira de él para acomodarse mejor en el sofá. No dejan de tocarse en ningún momento, pero se recuestan de forma que ahora Peeta está prácticamente tumbado en el sillón, con Katniss casi sobre él.

— Tienes razón. Los rebeldes hubieran acabado saltando tarde o temprano. Pero quizá si yo hubiera muerto en la arena, si otra persona hubiera sido el Sinsajo, Prim estaría viva.

Prim. Últimamente es el centro de la gran mayoría de sus pesadillas. ¿Acaso no se había esforzado tanto ella para darle un mundo mejor a su hermana?

— Prim hubiera muerto en los bombardeos al Distrito 12. Y si hubiera sobrevivido sabes perfectamente que habría ido igualmente a ayudar a los heridos. No debes de culparte. Prim también luchaba por un mundo mejor, como tú. Si viviera estaría orgullosa del mundo que ayudó a crear.

No sabe qué contestar, así que no dice nada. Sabe que Peeta siempre ha tenido ese maravilloso don para la palabra y que conteste lo que conteste él sabrá rebatirlo. Piensa que, quizá, con ese muevo razonamiento en la cabeza, las pesadillas sobre su hermana mengüen. Reza para que lo hagan, porque esas son las peores; Prim culpándola por no haberla salvado; Prim llamándola mientras sonríe para luego estallar en un millón de pedazos o desplomándose en el suelo, la carne quemada, mientras sus ojos abiertos la observan…

En esos momentos, se da cuenta de que ha dejado de sollozar y que la presión en el pecho ha desaparecido casi por completo.

Piensa en Peeta y sonríe por primera vez en días. Reflexiona en si es demasiado pronto para pedirle que vuelva a quedarse a dormir junto a ella, como antaño. Sabe que es el único método completamente eficaz para espantar las pesadillas por unas cuantas noches.