Advertencias: tanto los personajes como las situaciones son propiedad intelectual de Cassandra Clare.

Este relato es un regalo para Hard Lohve. Por que sí, porque la aprecio mucho y ya está.

¡Muchas gracias por leer y espero que el relato sea de vuestro agrado!

Cualquier crítica es bien recibida. ¡Gracias!


Hey Angel

Mientras le contemplaba beber de la copa el mundo pareció contraerse sobre sí mismo, casi deteniendo el tiempo. Expectación, emoción, ilusión. Unos segundos más y ambos volverían a ser lo mismo, un instante más y George volvería a su lado, a reír juntos, a ser lo que siempre habían sido, más que compañeros, hermanos.

El silencio arrebató a su corazón sus latidos. Los nervios y la espera se quebraron en sus manos, inútiles mientras George caía hacia el suelo. Su piel, pálida y perfecta, se arrugaba como pergamino, oscurecida, del mismo color que la sangre bajo una noche sin estrellas. Y los gritos lo llenaron todo. Agonía, dolor, tormento. Sufrimiento compartido. Palabras que no podían ser dichas, miradas que no podían hablar, manos que no podían detener esa pesadilla de cuerpo convulso, de giros sobre las baldosas frías, incontrolados, dementes, cargados de espasmos, de sacudidas que no parecían terminar, que se llevaban cada instante de vida de él hasta dejarle seco, sin nada más que un cuerpo vacío.

George gritó una última vez y Simon sintió cada punzada de su dolor en su pecho, antes de correr sin pensamientos, antes de arrastrarse y abrazar ese cuerpo, de cerrar sus ojos con sus manos, de darle el descanso merecido, de darle el último adiós. Pero manos firmes le detuvieron, le llevaron fuera, le hicieron retroceder. No había nada que pudiera hacer, nada para salvarle, nada para evitar el vacío que George le dejaba, su legado, su último regalo.

Sabía que a George le haría feliz saber que, aún sin haber llegado a ser un nefilim, le habían aceptado en el Instituto de Londres. Y, aunque jamás pudiera ir, ahí descansaba su cuerpo. "Aquí son bienvenidos todos los Lovelace" le habían dicho y había estado tan contento… todo su rostro se contraía en una sonrisa eterna, más brillante que la luna y las estrellas. Por lo menos le había dado aquello, su único consuelo.

Las flores esparcían sus colores sobre el blanco de su lápida. Blanco por el duelo, era la costumbre de los nefilims. George no había sido considerado como uno, sus cenizas no formarían parte de la Ciudad de Huesos, sino que descansaría entre las planicies verdes de Londres, bajo la mirada atenta de los ángeles que custodiaban el lugar. Y entre las enredaderas y las colinas lo vio. Los contornos indefinidos, casi desdibujados, esbozados en carboncillo, la piel más clara, translúcida y del mismo color que la leche, como siempre había sido, como había vuelto a ser en sus recuerdos que habían tapado las imágenes de su cuerpo frío y ajeno. Y sonreía mientras aferraba la mano a una muchacha hermosa y rubia mientras se perdían en el firmamento, los guardianes de ese pequeño rincón del mundo, el lugar al que regresaría siempre que le quisiera saludar una vez más, donde él le esperaría, su amigo, su hermano. George Lovelace.