¡Buenas! Sí, tengo un fic histórico inacabado y me meto con otro :D Pero es que se acerca una fecha importante y no quería dejarla pasar sin aportar mi granito de arena a la parte fruker del fandom (ANTES DE IRTE PORQUE NO TE GUSTA EL FRUK, FAVOR DE LEER LA PRESENTACIÓN HASTA EL FINAL. Gracias :D). Sí señores, me refiero a que el próximo 8 de abril se cumplen 110 años de la firma del Entente Cordiale, el acuerdo en virtud del cual Francia y el Reino Unido enterraron formalmente el hacha de guerra tras mil años de conflictos casi ininterrumpidos y que hoy día permanece vigente :DDD Ambos países han sido aliados desde entonces y eso es algo que me causa mucho amol y felicidad :3

Peeero como dice el resumen, la historia no es un camino de rosas, y tal vez empezar de cero como amigos no es tan fácil cuando se ha vertido tanta sangre durante tanto tiempo...

Aunque soy una fruker muy moñas, en este fic vais a encontrar poco romance tirando a ninguno, o sea que si shippeais otras cosas o no shippeais muy hard el fruk pero os gustan los fic históricos y cómo interactúan estos dos, SED BIENVENIDOS.

Hetalia es de Himaruya y yo no gano nada salvo la satisfacción de ser una frukifriki y de quemarme los ojos en la wikipedia para que esto quede mínimamente creíble. ¡Ah! Hablando de eso. No soy ninguna experta en historia y la wikipedia es mi fuente básica de información porque tampoco tengo tiempo de leerme tratados de historia ni de contrastar fuentes. Así que si hay algún fallo histórico, las culpas a ellos.

Gracias por leer. Bienvenidos a Si no te odio. Espero que os guste.


Capítulo 1: Inglaterra, s. XII

El viento arreciaba aquella noche oscura de luna nueva y se colaba entre las murallas que defendían el castillo. Un niño sucio y flacucho, con aspecto de no contar mucho más de diez años, sintió un escalofrío y se arrebujó entre sus ropas, para luego reanudar su trabajo limpiando las caballerizas.

El ruido de los festejos en el interior del castillo llegó hasta él. Risas, gritos y música. Lo peor, de todas formas, no era cuando llegaban los sonidos, sino el olor de la comida. Cuando su estómago comenzó a quejarse en voz alta, decidió que era hora de regalarse un pequeño descanso. Dejó a un lado de mala gana la pala con la que había estado recogiendo los desperdicios de los animales, se puso su capa, que había dejado colgada en una viga, y se refugió del viento en una esquina para dar buena cuenta de una cebolla que había birlado hacía un rato de las cocinas.

Al poco rato de morder la hortaliza, las lágrimas acudieron a sus ojos y casi agradeció tener una buena excusa para llorar. Una música dulce comenzó a sonar en el interior del castillo, y una voz melodiosa que conocía ya demasiado bien entonó una canción arrebatadora. Era una historia de lo más estúpida sobre alguna doncella enamorada y un valiente caballero que corría a rescatarla de todos sus males.

La melodía terminó y todos los invitados aplaudieron. Bueno, no era extraño que lo hicieran teniendo en cuenta que su corte había quedado inundada de nobles normandos, bretones y francos, pensó. Ya ni siquiera entendía muy bien qué papel le quedaba a él en todo aquello.

Clavó las uñas en lo que quedaba de la cebolla y dio otro bocado.

De repente, un leve murmullo de alas batiendo se escuchó cerca de su oído izquierdo, y algo le tiró de uno de sus sucios y desordenados mechones de pelo. El muchacho se volvió para ver algo que nadie más podía: era un diminuto ser brillante, con un cuerpecillo parecido al de una joven doncella y dos preciosas y frágiles alas de mariposa que nacían de su espalda.

Un hada.

La pequeña criatura susurró algo en su oído que hizo que el chico se secara sus lágrimas apresuradamente.

—No estaba llorando —replicó, mirándola ofendido. Luego le enseñó lo que estaba comiendo—. Es por la cebolla. No me gusta mucho comerla cruda, pero es lo único que he podido encontrar.

El hada revoloteó a su alrededor y le dijo algo más al oído derecho.

—No, no puedo ir adentro, estoy castigado —le recordó, poniéndose en pie con fastidio—. Y de todas formas no querría entrar. Lo único que hacen es comer, emborracharse y reírse de mi acento y de mi aspecto. Son todos imbéciles —rezongó. Trepó de un salto a la valla de madera que delimitaba el establo, y sentado en ella acarició la frente de uno de los caballos. La última vez que había comido junto al rey normando había resultado un desastre, y era la razón por la que ahora estaba allí.

—Eh, muchacho —le había dicho el fornido monarca, después de escucharlo hablar—, ya va siendo hora de que aprendas nuestro idioma, ¿no crees? Esa lengua que hablas es de bárbaros.

Él había enrojecido hasta la raíz del cabello sin saber qué decir. El rey le imponía mucho respeto, y no era menos cierto que los normandos le habían enseñado algunas cosas útiles, como montar a caballo, o establecer impuestos. No había tenido más remedio que aceptar su presencia allí, pero... no podían pedirle que renunciara a su propia lengua. Eso era pedir demasiado. Era lo único que le quedaba. Si empezaba así, tenía miedo de acabar transformado en uno más de ellos... o de desaparecer, que venía a ser lo mismo.

—¡Vamos! ¿Te has quedado mudo? —preguntó el rey, riendo estruendosamente—. Dinos algo en francés, Angleterre. ¿O es que aún no has aprendido?

Varios nobles a su alrededor comenzaron a observar la escena entretenidos y él se sintió aún más avergonzado. Tragó saliva, pero fue incapaz de decir una sola palabra. Por supuesto que sabía francés. Pero no pensaba utilizarlo.

—¿Osas desobedecer a tu rey? —bramó el monarca, dejando con un golpe su jarra de vino en la mesa. Hizo ademán de levantarse hacia el muchacho, pero una delicada mano se posó sobre su brazo y lo detuvo.

La mano pertenecía a una persona que Inglaterra conocía muy bien, y que ahora lo miraba sonriendo con interés, desde su asiento a la derecha del rey. Era el mismo chico con el que solía jugar cuando ambos eran más pequeños, antes de la invasión. El mismo que siempre había sido más alto, más fuerte y más apuesto que él. El que cantaba canciones. El mismo que abandonaba el continente de vez en cuando para volver a recordarle a los normandos que eran vasallos de Francia.

Inglaterra lo miró con rencor y ante esto Francia acentuó su sonrisa.

—Os propongo algo, majestad —dijo el chico mayor—. Puesto que Angleterre se empeña en seguir hablando ese idioma de campesinos y mozos de cuadra, dejemos que viva y trabaje como uno de ellos, si es lo que quiere.

El rey y algunos de sus hombres rieron y asintieron ante la ocurrencia. Y esa era la historia de cómo había acabado en una cuadra.

Mientras rememoraba aquella escena, el hada se había posado sobre su cabeza e intentaba convencerlo con su vocecilla para que recapitulara.

—¡Ni en sueños! —le respondió el joven Inglaterra, espantándola como a un insecto. Volvió al suelo de un salto y encaró a la pequeña criatura—. Jamás hablaré francés, ni en mil años. Jamás me vestiré como ellos ni actuaré como ellos. ¡Jamás! —repitió testarudo—. No me importa si tengo que limpiar mierda de caballos el resto de mi vida.

Caminó hacia una esquina en la que había un montón de paja que le hacía las veces de cama a falta de algo mejor, y hundió sus manos en él hasta que sacó del fondo una pequeña bolsa en la que guardaba sus pocas pertenencias. Dentro de ella había una espada de madera, lo más parecido a una de verdad que había podido encontrar para entrenar cuando nadie lo molestaba. La tomó por la empuñadura y repitió los movimientos que había visto hacer a los escuderos mientras esperaban en el patio a sus señores. Era la única manera que tenía de aprender. La emprendió contra una de las vigas de madera que soportaban el techo del establo, imaginándose que en realidad era a Francia a quien tenía frente a él.

«Algún día crecerás para convertirte en mi más grande y fiel vasallo» le había dicho una vez, mirándolo con esa condescendencia que tanto irritaba a Inglaterra, mientras pasaba una mano por su rebelde cabello intentando peinarlo. ¿Por qué recordaba eso ahora?

—Sí, algún día creceré —dijo en voz alta, propinándole un golpe a la viga con todas sus fuerzas. Luego vino otro, y otro, y otro. Las lágrimas volvieron a acudir a sus ojos, y ya hacía rato que se había terminado la cebolla—. ¡Creceré para abrirte en canal como a un cerdo!

Un socavón en el asfalto hizo que la cabina del coche de caballos se tambaleara un instante, sacando a Inglaterra abruptamente de sus ensoñaciones.

—¿Se encuentra usted bien, Mr. Kirkland? —preguntó su acompañante, el embajador inglés en París, que había acudido a Londres para la ocasión.

—¿Eh? Sí, sí, gracias —contestó él educadamente—. Bueno, todo lo bien que uno puede estar en un día aciago como este —bromeó, aunque aquella broma estaba cargada de verdad para él. El embajador recibió el comentario con una alegre carcajada y Arthur no pudo evitar pensar que tal vez el dignatario llevaba demasiado tiempo viviendo en París.

—Vamos, no exagere. Hoy es un día feliz para todos —le recordó el embajador.

Inglaterra desvió la mirada hacia la ventanilla de la cabina y vio desfilar ante sus ojos las señoriales casas que flanqueaban la calle y que conservaban aún el estilo victoriano.

—Desde luego —murmuró sin estar nada convencido.


OMG, el Arthur preadolescente me ha quedado muy Arya, ¿no?

Como curiosidad os explicaré que, durante los aproximadamente 300 años de control normando sobre Inglaterra (los normandos eran un pueblo que vivía en la zona norte de lo que ahora es Francia, y eran vasallos del rey de los francos pero iban un poco a su bola... en el fondo eran medio vikingos), el idioma oficial de la corte y de la gente chachi y refinada fue el francés; sin embargo, la mayoría del pueblo llano nunca llegó a aprenderlo, y eso me dio la idea para este episodio. El inglés actual es una "lengua bastarda" producto de la mezcla entre el idioma original anglosajón y el francés que llevaron los normandos.

Se agradecen reviews :DDD