Disclaimer: Todo lo presente pertenece al legendarium creado por J.R.R. Tolkien. Una solo hace uso por mera diversión.

Cualquier tipo de comentario será bien recibido. Gracias por leer ;)

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El extraño incidente

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Balin respiró profundo intentando calmarse. Junto las manos sobre su regazo, jugueteando distraído con sus dedos. Juraba por Durin que era un enano tranquilo, que pocas veces perdía la calma. Pero a veces, solo a veces, desearía tener un poco más del carácter de su hermano y poder librarse de la tensión y las preocupaciones soltando alguna que otra blasfemia.

Por las barbas de Durin. A él le gustaba su nueva vida. No lo confesaría ante nadie, pero vender alhajas había resultado mucho más relajante y tranquilo de lo que se había esperado. Echaba de menos Erebor, por supuesto que la añoraba, pero había que admitir que no todo estaba tan mal en la nueva vida.

Y, a pesar de todo eso, cuando Thorin golpeó a su puerta, no pudo negarse. ¿Cómo podía haberse visto involucrado en todo esto? Ah, sí. La lealtad. Observó a la compañía mientras avanzaban por el páramo. La mayoría recordaban Erebor, algunos de adultos y otros de niños. Recordaban sus grandes salones, sus majestuosas salas, la vida bullente de las minas. Algo dentro de ellos todavía añoraba el hogar perdido, reparar la humillación sufrida y que todos los enanos pudieran volver a lucir sus barbas sin vergüenza. Lanzó la vista atrás y observó a los miembros más jóvenes caminando relajados.

Fíli, lleno de responsable despreocupación. Kíli, con su emoción y su imprudencia. Ori, deseoso de probarse a sí mismo. Y el pequeño hobbit a medio camino entre las aventuras y el hogar.

Extraña compañía.

El sol declinaba sobre el horizonte. Pronto deberían buscar refugio. Intercambió una mirada con Thorin antes de que el enano señalase una formación rocosa en la lejanía y, en silencio, los dos hermanos echaron a correr en la dirección señalada, desapareciendo rápidamente de su vista, mientras la compañía avanzaba despacio. Balín esperó a que el silencioso hobbit lo alcanzase.

—¿Cómo lo lleva, señor Bolsón?

Lo miró con aquellos dos enormes ojos de niño. Había resultado de mucha más ayuda de lo que podrían haber imaginado en un principio. Pero, desde el ataque de los orcos, parecía mucho más distraído.

—Bien, bien. Bien – contestó rápidamente asintiendo nervioso. Todavía estaba pálido y sentía las piernas temblorosas. Miró a Balín con los labios fuertemente apretados y se encontró con la sonrisa comprensiva del enano – Un poco nervioso, puede. Todavía no me acostumbro a que intenten matarme.

—Vuestra tierra es un sitio muy tranquilo.

—Algo aburrida – confesó con una mueca de niño —, pero tiene sus ventajas. Sobrevivir hasta ser un anciano es una de ellas.

Thorin caminaba pasos por delante, con la vista fija en el sitio donde sus sobrinos habían desaparecido. La actitud del enano seguía siendo tan distante y orgullosa que cualquiera podría pensar que nada había cambiado pero, cuando lo miraba, Bilbo ya no se sentía una carga.

La silueta de Fíli se perfiló contra el horizonte y los llamó con un gesto. El sitio donde se refugiaban, resultaba bastante más acogedor que los tres últimos en los que habían dormido. Kíli, pateaba el suelo con fuerza, dispuesto a no volver a caer en medio y medio de la guarida de los trasgos. Había sido un milagro haber sobrevivido. Por fin Bilbo entendía aquello de "un mago no llega tarde ni pronto, llega cuando debe llegar".

—No hay nada raro en los alrededores –comentó Fíli cuando lo alcanzaron —. El camino gira tras ese peñasco y bordea el desfiladero.

Thorin se acercó al borde de la roca. Por el barranco era imposible subir y la llanura estaba lo suficientemente despejada como para ver cualquier posible enemigo a la distancia. Regresó al campamento y comenzó a repartir órdenes mientras Bilbo se dejaba caer agotado en el suelo. Los sobrinos se sentaron junto a la hoguera, dispuestos a aguantar el primer turno de guardia.

Hablaban relajados aunque todos sentían la partida del mago. Gandalf los había abandonado dos días atrás, quedando en encontrarles frente a las puertas de la Montaña Solitaria. Nadie lo mencionaba pero Bilbo estaba seguro de que no era el único que sentía intranquilo y desprotegido sin la compañía del extraño anciano.

Las horas pasaban y el cielo se volvió negro. Cuando se sentía solo, alzaba la vista y observaba las estrellas. Aquellos lejanos puntitos le ayudaban a sentirse otra vez a salvo y en casa.

En mitad de la noche, Bofur le sacudió el hombro, despertándole. Bilbo se despertó confuso y se encontró a todos los enanos despiertos y en alerta. Habían apagado el fuego y se habían refugiado contra los bordes. El enano, haciendole un gesto de silencio, tiró de él hasta llevarlo junto al resto de los enanos. Por la pradera, siguiendo el mismo camino que habían seguido durante el día, se acercaba un jinete al galope. Se giraba constantemente, observando algo que le perseguía.

—No creo que venga por nosotros –susurró Nori. Tras el jinete, acortando distancia, apareció una figura más grande.

—Un huargo –aseguró Bilbo forzando la vista. No olvidaría el fétido aliento de aquellos animales en su vida.

Tío y sobrino intercambiaron una mirada y cuando el atacante se acercó a su escondite, la flecha de Kíli rasgó el aire derribándolo. El jinete no pareció darse cuenta del cambio y siguió espoleando su caballo en su dirección. Alcanzó el pequeño claro y, al pisar las piedras sueltas, el caballo tropezó rompiéndose una pata. El jinete, enfundado en una oscura capa, se vio lanzado metros adelante con un grito de pánico. Esperaron, conteniendo la respiración, pero el bulto no se movía.

Algunos enanos se lanzaron contra el huargo y su jinete, acabando rápidamente con su vida, mientras Balín se encargaba de sacrificar al pobre animal. Esperaron en silencio pero una vez los gémidos animales se acallaron, nada volvió a escucharse en la noche. Los cazadores solitarios no abundaban entre los orcos. Desenvainando la espada, Kíli se acercó en silencio al cuerpo inconsciente y, con cuidado, lo volteó. Los enanos se acercaron desconfiados mientras Gloin volvía a encender un pequeño fuego. Fíli se acercó hasta su hermano con una pequeña antorcha.

Giró el cuerpo despacio y le retiró la capucha. Los cabellos cortos y morenos brillaron bajo la luz del fuego. Limpió la sangre de la frente con la mano, examinando la herida.

—Es una mujer... –susurró apartándole el cabello corto de la cara.

—El poblado de hombres más cercano está a un día de camino –recordó Balín — ¿Qué hará tan al este?

Kíli la observó con curiosidad. Había visto pocas mujeres en su vida. Se parecían más a las elfas que a las enanas, altas y delgadas, sin rastro de vello facial. Aunque era cierto que sus rasgos eran más duros que los de las elfas que había visto en Rivendel.

—¿Sigue con vida? –preguntó Bofur con curiosidad.

Aunque la mujer gemía en la inconsciencia, Kíli le tocó el cuello en busca de pulso. Alertada por el contacto, la mujer se despertó con un grito y con un movimiento brusco que los tomó a todos por sorpresa, extrajo una daga de su manga y la blandió frente a ella. Los dos hermanos retrocedieron sorprendidos aunque ningún enano hizo ningún movimiento brusco en respuesta, conscientes del inútil intento de defensa de la mujer.

Irge! Irge! Anha annithat shafka!

Kíli la miró molesto llevándose una mano al cuello. Al tomarlo por sorpresa, había llegado a hacerle un corte en el cuello. La mujer retrocedía, arrastrandose por el suelo, mientras miraba a cada uno de los enanos. Balín se acercó conciliador, con las manos alzadas en señal de paz.

—Parece asustada. No creo que sea buena idea acercarse.

—Tranquilícese, señora. No vamos a hacerle daño –intentó Balin sonriendo e ignorando el consejo de Bofur.

Irge! Anha notat shafka mafo! Shafta laqat alike enta laqat dranekh!

Fíli y Kíli se acercaron despacio y sin hacer ruido, mientras ella miraba a Balin con fijeza. La agarraron, intentando hacerla soltar el cuchillo, pero la mujer se revolvía entre chillidos y maldiciones que Bilbo estaba seguro no podían significar nada bueno.

Consiguiendo darle un corte al enano rubio, la mujer consiguió zafarse de ambos enanos y retroceder hasta el borde. El triste arma quedó tirada a los pies de los enanos.

Anha okkat drivolat –susurró desafiante, ignorando como los trece enanos mantenían un circulo en torno a ella sin atreverse a acercarse.

Y, mirando por última vez a la compañía, saltó por el precipicio.

Amparada en la oscuridad de la luna nueva, no la vieron caer, pero el sonido de su cuerpo al chocar contra las aguas del río los acompañó durante el resto de la noche.

—¿Alguien entiende lo que acaba de ocurrir?

La voz de Ori rompió el incómodo silencio en el que se habían instalado.

—Pues nos hemos encontrado con una moza lo suficientemente asustada como para suicidarse.

Bilbo miró a Bofur callado, sin creerse lo que acababa de ocurrir. Los enanos parecían sorprendidos pero no trastornados.

—Viendo su arma supongo que era una vulgar aldeana que se vio sorprendida por un orco. Si no estás acostumbrada, supongo que eso puede asustar a cualquiera hasta ese extremo.

Haciéndose cargo de la situación, Thorin dio un paso adelante atrayendo la atención de todos los presentes con voz imperiosa.

—Debemos descansar. ¿Vosotros dos estáis bien? –Kíli y Fíli miraban todavía el sitio por el que había desaparecido la mujer. El enano rubio se volvió a mirarle y asentir en silencio mientras se palpaba la herida confuso.

—Es un rasguño. El de Kíli es un poco más profundo –comentó examinándole la herida. Oin se acercó y le limpió la herida antes de tapársela con un trapo y obligarle a presionarla.

—Pues a dormir. Dwalin, Gloin, Nori y yo nos encargaremos de vuestro turno – concluyó acercándose a los atacantes muertos.

A la mañana siguiente, la compañía seguía perdida en sus pensamientos. Kíli estaba más callado de lo habitual y Bilbo juraría que el enano no debía haber dormido en absoluto. Su hermano le dio un golpe para llamar su atención y el joven moreno forzó una tensa sonrisa. Thorin se acercó mientras desmontaban el campamento y le agarró del brazo.

—¿Estás bien? – igual que hizo con su hermano, Kíli asintió sin decir palabra. Estaba pálido y ojeroso y, mientras no abandonaron el lugar, no dejó de lanzar miradas nerviosas al desfiladero.

Lo bordearon en silencio y cruzaron la llanura. Cuando al anochecer, volvieron a acampar, Bilbo se sentía agotado. Thorin y Balin se alejaron del grupo, la desaparición del mago y el extraño suceso de la noche anterior les preocupaba sobremanera.

—Deberíamos esperar al mago – afirmó Balin armándose de paciencia ante la discusión que se avecinaba.

—El mago nos ha abandonado, Balin. No podemos esperarlo eternamente. Quedó en alcanzarnos antes de Erebor, a los pies de la Montaña Solitaria. Si está allí cuando lleguemos, será bienvenido.

—Es un dragón a lo que nos enfrentamos, Thorin. Y somos solo trece enanos. Trece enanos lentos y gordos - le recordó.

—La idea no es despertarle – le recordó caminando nervioso de un lado a otro. Moverse le ayudaba a calmarse.

—No sería la primera vez que las cosas se salen del plan, Thorin.

—Por ahora hemos ido saliendo para adelant...

Unos pasos acercandose acelerados les llamó la atención.

—Esto... Siento interrumpir...

Cuando Fíli salió de entre los árboles interrumpiendo la discusión con Balin, Thorin se sintió desconcertado. El mejor que nadie sabía que debía dejarles tranquilos.

—Tenemos un pequeño problema –anunció con una risa nerviosa.

Cuando vio su cara de inocencia y ver como cambiaba nervioso el peso de uno a otro pie en un gesto infantil fuera de lugar, Thorin tuvo un mal presentimiento. Un muy mal presentimiento.

Intercambió una mirada con Balin. La conversación tendría que esperar.

—¿Y bien? ¿Qué ocurre?

Fíli dudó, pasando la vista de uno a otro, nervioso. Thorin se exasperaba por momentos. El enano abrió y cerró la boca, boqueando sin encontrar las palabras, y evitando mirar directamente a su tío.

—¿Quieres decir qué ocurre, Fíli?

Inspirando profundamente y mirándole directamente a los ojos, se armó de valor.

—Creo que deberías verlo tú mismo – se acobardó.

Balin miró curioso a Fíli, congelado con una mueca de confusión, mientras Thorin caminaba de regreso al campamento. Lo siguió intrigado, escuchando como, con un suspiro, el joven enano los seguía arrastrando los pies.

—¿Se puede saber qué...? – protestó en voz alta pero Dwalin lo chistó riñendole.

Thorin observó a los diez enanos, reunidos en círculo en torno a la pequeña hoguera. Balin avanzó hasta colocarse a su lado, mientras Fíli se mantenía un par de pasos por detrás moviéndose nervioso con un tintineo metálico que le crispaba los nervios.

Dwalin y Gloin, recostado contra unas rocas con un rictus de seriedad divertida, lo observaban fijamente esperando su reacción. Ori pasaba la vista de unos a otros, claramente confuso. Nori y Dori hablaban entre ellos en susurros. Bifur miraba fijamente un punto entre los petates donde Oin permanecía encogido. Bofur lo miró callado antes de desviar la vista hacia su sobrino con una mueca difícil de entender y hasta Bombur había dejado de comer.

No parecían estar bajo ataque. Ni parecían bajo ninguna otra emergencia. Thorin los observó uno por uno antes de girarse hacia su sobrino.

—¿Y Kíli? – el enano rubio abrió la boca y la volvió a cerrar sin decir nada. Se volvió hacia el resto de enanos que lanzaban nerviosas miradas hacia los petates. Thorin los observó uno por uno antes de dirigir su mirada hacia los bultos frente a Oin — ¿Dwalin?

—Ni por todo el oro de la Tierra Media te quitaría el placer de descubrirlo tú mismo– negó el enano con una extraña sonrisa.

Thorin y Balin intercambiaron una mirada antes de rodear la hoguera y acercarse hasta los petates. Conforme se acercaba, los bultos se definían en la semioscuridad y, entre ellos, justo donde Kíli se había echado a dormir al acampar, justo bajo la manta arrugada y las ropas desordenadas, estaba él.

Thorin miró a su alrededor en busca de una explicación pero el resto de enanos parecían tan confusos como él. Dwalin, podría jurarlo, hasta divertido. Miró a su sobrino y antes de que pronunciase ninguna palabra, el enano rubio avanzó hasta el centro.

—A mí no me mires. A mí me despertó Ori – cuando miró a Ori este señaló directamente a Bofur quien, por primera vez en su vida, parecía haberse quedado sin palabras.

—Se despertó mareado, fue a vomitar, volvió a dormirse y... y puff... así quedó.

—¿Puff?

—Puff – confirmó.

Thorin se frotó la cara. Tenía que estar soñando. Esas cosas no pasaban en la vida real. Miró a Dwalin, el enano más realista de los presentes. Balin parecía tan sorprendido como él.

—¿Habéis examinado el sitio donde...?

—Nada raro – habló finalmente Fíli.

—¿Nada raro? Eso es imposible. Uno no...

—Si sigues hablando a ese volumen – lo interrumpió Dwalin —, lo despertarás.

Thorin se volvió hacia su amigo, incrédulo. El enano estaba serio, pero estaba seguro que estaba riéndose de él. Tenía que estar riéndose de él.

—¿Señor Bolsón? –rogó, pero la mueca del hobbit no lo tranquilizó —¿Balin? - rogó aún sabiendo que el enano había estado lejos del campamento.

Desvió la mirada hacia su sobrino pequeño. ¿No se suponía que los hados estaban a su favor?

—No nos hemos atrevido a despertarle.

Thorin respiró hondo.

—Vamos a – alertado por el sonido de su voz, Kíli se removió en el suelo con un murmullo en sueños que alertó a la compañía – Vamos a hablar allí –susurró señalando el pequeño claro en el que Balín y él habían estado hablando antes. Desde allí podrían hablar sin problemas

Se alejaron un par de pasos del claro donde habían acampado pero, antes de desaparecer entre los bosques, una voz lo detuvo. Thorin se giró despacio hacia el sitio donde su sobrino, un enano adulto de 77 años, debería estar durmiendo. En su lugar, estaba él.

—¿Kagham?

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Aquí tenéis el primer capitulo de esta historia. Calculo que serán sobre unos diez capitulos, más o menos. Os iré informando de los progresos conforme escriba. Cualquier crítica es bien recibida y más que apreciada, así que no tengáis miedo al opinar. ¡Hasta el siguiente capitulo!