disclaimer: Todo personaje/nombre escrito no me pertenece. Todo a su respectivo creador (Yana Toboso).
1. Introducción
Primer año; primer semestre.
Toda una vida nueva le esperaba al ojicarmín. Los nervios le comían vivo, la emoción evidente en sus temblorosas manos; Sebastian Michaelis sentía gran terror por dar su primer paso después de la preparatoria; la Universidad.
Meses atrás sus labios no habían parado de moverse, cada palabras que salía por ellos era relacionado con la hermosa Universidad de Oxford. Era de lo único que parecía querer hablar, y toda persona dentro de su círculo social estaba consciente de ello. Michaelis jamás había estado tan emocionado de haber podido entrar en tan privilegiada escuela, a pesar de que sus padres constantemente le habían dicho que para él no hubiese problema alguno. Siendo proveniente de una familiar de la alta sociedad, le hubiese sido fácil, pero eso no era excusa para que no se esforzara. No importa lo que la gente pensaba, el pelinegro se había ese privilegio.
Ahora era diferente.
Estando ya dentro del campus le causaba mariposas, revoloteando en su estómago como si nada mientras el joven cruzaba el campo verde hacia el edificio de los dormitorios. El papel que tenía aferrado en mano tenía escrito el nombre del edificio y habitación asignada con caligrafía poco entendible, pero ya se las arreglaría.
Pasando una mano por su cabella oscura y empujando sus gafas, el joven universitario se dirigió hacia el intimidante lugar.
La universidad era enorme, y uno se podría perder; fácil. Michaelis miraba por todas partes, sus ojos bien abiertos con brillo; observaba cada detalle que le sería útil. Familiarizare con el ambiente era algo que hacía por lo regular. Sus ojos se dirigían a todas partes, encontrándose con pares de otros estudiantes que algunos le sonreían y otros no; en este lugar había de todo. El pelinegro se encogió de hombro y prosiguió.
Su habitación asignada ya tenía sus cosas, cajas y algunas bolsas estaban regadas por el suelo con el más mínimo cuidado. Viendo esto, el ojicarmín no pudo evitar suspirar. Tener desorden no era algo que encontraba fascinante, pero tampoco estaba con humor para limpiar y acomodar. Aún no sabía si tendría compañero de cuarto, por lo que decidió juntar sus cosas en un rincón para después regresar y acomodar todo. Cerrando la puerta del cuarto se dirigió nuevamente hacia los pasillos.
No se molestó en interactuar con la gente, pues iba como observador más que nada. Sus años en la universidad serían para estudiar solamente, quizá una que otra distracción, pero de ahí en fuera el pelinegro pensaba sacarle bastante provecho a sus días estando ahí.
Nuevamente en las afueras de los edificios, pasó cerca de uno de los tantos campos verdes, presenciando una práctica de futbol americano. Ladeando la cabeza, observó detenidamente mientras uno de los jugadores, aparentemente integrante del equipo oficial, realizaba su lanzamiento. Tal tiro fue demasiado alto para la persona supuesta a atrapar la pelota, y no contaban que dicha pelota fuera en dirección hacia el pelinegro. Abriendo los ojos en sorpresa, observó cómo caía en sus manos, el aterrizaje de pura suerte todo perfecto. Permaneció inmóvil, admirando detenidamente el material y forma de la pelota ovalada que tenía en sus manos. Jamás había atrapado un balón en su vida, a pesar de que esta ocasión fue por pura suerte. Los deportes bruscos nunca le habían llamado la atención. Prefería el billar. Sin embargo, el no mostrar interés no significaba que no era bueno…
-"¡Oye!"-
Alzó la mirada y alzó una ceja curiosa mientras uno de los jugadores se le acercaba; precisamente el lanzador. No mostró expresión alguna ante ello, simplemente permaneció tranquilo en cuanto el muchacho se le acercó. Alto, musculoso pero con una cara vana. Michaelis arqueó la ceja que tenía levantada, chasqueando su lengua con desprecio.
-Lanzaría un poco menos alto la próxima vez.-
-"¿Y tú quién eres?"-
-Dependiendo de quién pregunta.-
Sonrió ladino y con evidente arrogancia.
