Querido Lector: te invito a leer En pie de guerra (I) para que puedas disfrutar de esta aventura.


EN PIE DE GUERRA III


Capítulo 1: La ogra

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Giró la cabeza, como si tuviera engranajes oxidados en el cuello, y echó un vistazo al reloj. Éste marcaba las once y media de la noche: el tiempo, sin duda, había pasado volando como siempre. Un sonido lastimero escapó de sus labios. Era injusta la destrucción de los giratiempos, que había ocurrido hacía años atrás. Si hubiese tenido uno, hubiera podido ganar más minutos…

―Es tarde ―masculló con tristeza, mirando a Severus con ojos brillantes, deseando con fuerza estar más rato en su compañía, con la calidez de su cuerpo. Él le pasó una mano por la cara con suavidad, contemplando esa belleza exuberante que sólo existía para él.

―Pero valió la pena el sacrificio ―siseó él, sonriendo con picardía, aunque también Merlina percibió la nostalgia de su mirada ―. Probablemente no podamos hacer nada hasta el fin de semana. Ni siquiera darnos la mano ―hizo una mueca que expresaba profundo desagrado.

Merlina soltó una carcajada, aunque no tenía nada de gracioso el comentario. Fue una risa frívola.

―Ya lo creo. Aunque, no sé por qué, se me hace que tendré menos trabajo como profesora, en comparación a cuando fui celadora. Esos cambios de horario me mataban, era un zombie de verdad. No sé por qué mi humor era tan bueno, si dormía como los demonios.

―Sí, no puedo negarlo. Tenías un bastante buen humor para soportarme.

Se sentó en la cama y trató de alcanzar las ropas que estaban tiradas en el suelo, pero Severus la volvió a abrazar y apegó sus labios a su oído. No era primera vez que le causaba esa sensación de tener electricidad en el cuerpo. Severus jamás dejaría de avivar esa llama en ella.

―No cuentes las lechuzas antes de verlas. Este es sólo el primer día. Sólo tuvimos que presenciar la Ceremonia de Selección ―la última palabra sonó un poco ácida ―. Este es el día inútil, en el que no se hace absolutamente nada, salvo perder el tiempo seleccionando a esos mequetrefes...

Merlina frunció el ceño y se giró hacia él, mientras se deshacía de su abrazo para colocarse la blusa.

―No puedo creer que estés decepcionado. Ambos están en Ravenclaw, fue mi casa. ¿Cuál es el problema que tienes con eso?

―Bueno, Slytherin fue casa. Me hubiera gustado que, algunos de los dos, estuviera allí ―replicó con antipatía ―. Es algo frustrante. Agatha tiene muchas aptitudes para Slytherin. No puedo creer que no haya querido entrar allí.

Merlina salió de la cama, terminó de vestirse y sonrió con dulzura.

―No la vayas a regañar por eso.

―Claro que no lo haré… aunque debería.

―Tenemos a Phyllis, mantén la esperanza con ella. Probablemente sea Slytherin cuando venga a Hogwarts, esa personalidad… En fin, de todos modos, lo que importa es la persona, no la casa. Además, acuérdate que Agatha quedó traumada cuando le conté que los encantadores muchachos de tú casa, vivían molestándome, por supuesto, siguiendo el ejemplo de su encantador jefe de casa.

Severus quiso mantenerse serio, pero no pudo evitar dejar escapar una sonrisa cuando Merlina se acercó a él haciendo una horrible morisqueta.

―Nos vemos mañana ―masculló ella dándole un beso cariñoso en la mejilla, luchando contra el deseo de permanecer más tiempo con él.

―Nos vemos mañana… ―Severus volvió a acariciarle el rostro.

La bruja caminó hasta la puerta, abrochándose la túnica y peinándose un poco.

―Severus ―dijo girándose― ¿crees que podamos seguir así durante el año? Digo… sé que no será relajado, pero, podremos mantener la relación como siempre, ¿no? ―Quiso sonar despreocupada, aunque Severus la conocía bien como para no darse cuenta de ello. De todos modos, esa era la pregunta que le había estado matando durante toda la Ceremonia de Selección y que pudo mantener a raya durante la noche, para que Severus no preguntara antes de tiempo si estaba preocupada por algo. Le mataba la idea de que, la relación, se enfriara por la falta de tiempo. No solamente la amorosa, si no que la relación familiar en general.

El hombre se sentó en la cama y arrugó la frente, colocándose serio.

―Claro que sí. O sea, ¿tendría que cambiar algo? Tú misma has dicho que el papel de profesora te será más fácil que el de celadora.

Merlina pestañeó varias veces.

Qué tonta…, pensó, aflojando el nudo que tenía en el estómago.

―Tienes razón… Adiós. Te amo.

―Yo también te amo.

Bien, Merlina, ―pensó mientras iba camino a su cuarto, vigilando los pasillos para no ser atrapada. Había un nuevo celador, un chiquillo veinteañero con una mirada muy sagaz. No quería tener problemas recién llegada ―, es hora de dormir y reponer energías. Mañana será un largo día y tendrás que lidiar con estudiantes revoltosos… Al menos, me consuela el fin de semana. Tal vez, podamos ir a Hogsmeade a pasear con los chicos… Comprar un helado y, luego, durante la noche, estar con Severus… Pero, antes, habrá que pedir un permiso a McGonagall para que nos deje salir como familia. Probablemente me lo niegue por las reglas ya establecidas…

Merlina fue hasta el segundo piso, donde estaba su despacho y donde se impartiría Pociones. Le habría gustado estar cerca de Severus, pero Minerva le había designado ese lugar. Era indiscutible y, por supuesto, la profesora de Transformaciones era realmente estricta, a diferencia de cómo había sido Dumbledore en su tiempo de director. Lo extrañaba. No había sido como un padre, pero sí como un abuelo muy lejano. Había apoyado ciegamente la relación de ambos. Después de todas las peleas, discusiones, nunca dudó de ellos, les tuvo fe. Pero, tendría que adaptarse.

―Me encanta estar de vuelta ―susurró para sí misma, sonriendo de oreja a oreja.

Extrañaría a Phyllis, que estaba bajo el cuidado de Phil y Celyn. Era una niña muy perspicaz, físicamente muy parecida ella, pero Severus había plantado toda su personalidad en ella. Aún así, era inteligente, muy regalona, pero no dejaba que la mandaran demasiado, y todo le gustaba discutirlo o ponerlo en duda. De hecho, para tener cinco años era demasiado atenta, seguro que le sacaría canas verdes a Phil.

Por otro lado, la situación con Agatha y Drake cambiaría de una manera radical, pero estaba en un lugar que consideraba su verdadero hogar más que ningún otro, y estaba segura que ellos podrían ver a Hogwarts del mismo modo. Harían amigos, y tenían a sus padres cerca. ¿Qué mejor?

Tras darse una ducha y lavar sus dientes para borrar rastro de aquél pródigo banquete que había devorado a la hora de la cena ―que sus hijos quedaran en Ravenclaw le había hecho feliz, y esa felicidad había mutado a una ansiedad incontrolable ―, se vistió con el pijama y se acomodó en la acolchada cama.

Cerró los ojos tranquila, imaginando cómo sería la mañana, si nublada o soleada; tranquila o ajetreada… Rogó porque fuera un éxito. Pero, estaba esperanzada.

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―¡Silencio! ―Tronó su voz en el aula, haciendo eco y dejando, a los Hufflepuff y Ravenclaw de cuarto año, quietos como momias. Uno de sus puños había chocado contra la mesa, para ofrecer un toque intimidador. Lo lamentó segundos después, porque le dolió, pero mantuvo la compostura y no mostró ni un ápice de dolor. En tiempos lejanos, había tenido un montón de accidentes, como cuando rodó tren abajo una vez, para volver al castillo y hablar con Severus, así que, un golpe en la mano, no era nada.

Respiró con fuerza. Se parecía a un dragón que quería echar fuego por la nariz.

Muy, muy rara vez oían gritar a la profesora Morgan. Generalmente, era tranquila, amable y sonriente, y sólo alzaba la voz cuando alguien se ponía a conversar imprudentemente mientras ella explicaba la materia. En cambio, allí había gritado con enojo, al momento que revisaba unos informes y los estudiantes preparaban sus pociones. La Merlina inocente e indefensa había quedado en el pasado, hacía muchos años atrás, en la guerra.

Era verdad que los estudiantes estaban muy cotorros, pero con un afable "silencio por favor", hubiese sido suficiente para que ellos comprendieran que, trabajar en silencio, era mucho mejor. El problema era, que Merlina estaba con una jaqueca que le hacía doler hasta el trasero. No podía pensar bien y estaba comenzando a ver borroso. Para más remate, parecía que tenía fiebre. Y es que, hacía dos noches atrás, había pasado frío: la culpa era la revisión de trabajos. Últimamente, se había dado cuenta que le encantaba adelantarle los resultados a los estudiantes, no porque fuera entretenido leer sus trabajos, sino que recibía más halagos según cuán rápida era. Y, ese, era un buen método de dominar a los muchachos.

Faltaba poco más de una semana para que cumpliera los dos meses haciendo clases. Si bien lograba enseñar casi sin problemas ―los alumnos le ponían atención y, en general, el promedio de calificaciones iba en un número óptimo―, su vida no se podía calificar como un total éxito. Casi no veía a Severus, con suerte alcanzaba a saludarlo durante las mañanas ―ni siquiera, a veces podía darle las buenas noches ―, y si habían pasado más de quince minutos juntos, había sido para regañar a Agatha, Drake y Jeremy, quienes, a veces, daban muchos problemas juntos. Generalmente, terminaban en una nube de maldiciones, en medio de los pasillos. También, esas eran las únicas veces que podía tener una charla "maternal" con los niños.

―Debe haber una forma en que puedan controlarlos más ―les dijo McGonagall a las tres semanas de clases, cuando los citó a su despacho ―. Sé que ha habido peores estudiantes ―reconoció ―, dudo que lleguen al nivel de alboroto que generaban los gemelos Weasley ―eso casi lo dijo con admiración ―. Pero, lo que menos deseo, es que ustedes se vean interrumpidos en sus deberes como docentes. Hogwarts debe seguir destacando por la calidad de la educación.

―No dude, Minerva, que encontraremos la forma para que logren comportarse ―aseguró Severus pasivamente.

Merlina supo que había inseguridad en su interior. No podía engañarla.

No había habido paseos a Hogsmeade, ni compra de helados, ni de caramelos, ni cenas ni almuerzos juntos durante los fines de semana. En conclusión, ninguno de sus esperados momentos familiares que había soñado tener siendo profesora, se había cumplido. Minerva había autorizado una salida familiar al mes, y no se había realizado, por pura falta de tiempo. A veces sentía que había cierta frialdad entre sus hijos y ella. Y, ahora, estaba sucediendo con Severus.

No llevaba ni un trimestre y, Merlina Morgan, ya sentía que estaba perdiendo a su familia. Era algo que se estaba escapando de sus manos.

No me quejo, yo elegí ser esto… No me quejo. NO debo quejarme.

Merlina suspiró y miró la hora: faltaban treinta minutos para que terminara la clase y, con suerte, llevaba la mitad de los informes. Iba a tener que entregarlos al final del día o el miércoles siguiente. Su cabeza exigía un descanso, sus neuronas necesitaban una huelga indefinida.

No te sobreexijas. Eres un ser humano y tienes derecho a darte un descanso. Nadie te presiona para que entregues los trabajos de inmediato…

―¿Profesora Morgan? ―habló alguien de pronto.

―¿Sí, Hollingberry?

Una chica de Hufflepuff, morena y de melena, estaba con la mano alzada para preguntarle algo.

―¿Va a entregar los informes al final de la clase?

¿Viste lo que has causado? ¡Ahora los tienes mal enseñados! ¡Mocosos inconscientes! No valoran el esforzado trabajo que realizo…

―Creo que hoy no alcanzaré a terminar, así que se los haré llegar durante los próximos días, si es que no es la otra cla…

De pronto se oyó un estruendo y varias cosas sucedieron a la vez: un caldero explotó, al momento que alguien gritaba y varios cuerpos de alumnos salían despedidos en todas direcciones, chocando contra los pupitres y la pared trasera. Luego de eso, se desató el caos. La mitad de la clase, que estaba indemne, se subió sobre las mesas de los rincones, asustada.

Merlina avanzó con el cuerpo tenso hacia el causante de ese alboroto.

―¡Perkins! ¡Qué has hecho! ¿Es que acaso no tienes ojos que no puedes ver lo que haces? ¿O te falta cerebro para calcular las instrucciones que están anotadas claramente en la pizarra? ― gritó Merlina, viendo al muchacho culpable del incidente bajo de su mesa, bien protegido, y con cara de asustado. Merlina no comprendía cómo alguien como él podía pertenecer a Ravenclaw: siempre cometía errores. Sin duda, esa vez, había batido el record: muchas caras ensangrentadas trataban de ponerse de pie, llorando, gritando y apuntándose el uno al otro con manos temblorosas por la impresión: estaban heridos.

También, había un problema agregado: les estaban creciendo tentáculos por toda la cara y algunos parecían tener vida propia. Merlina entró en pánico.

―¡Perkins! ¡Sal de la maldita mesa y corre donde Madame Pomfrey para que aliste nueve camillas! ¡Ahora! ¡Si te encuentras a Cooper, dile que venga! ― Cooper era el nuevo conserje. Hizo una pausa ― ¡Y cinco puntos menos para Ravenclaw! ―agregó con el dolor de su alma; estaba desesperada y furiosa. Seguro que, a criterio de Severus, deberían haber sido veinte puntos.

Ordenó a los menos heridos que caminaran por su cuenta hacia la enfermería, solicitando la ayuda de dos estudiantes sanos para que ayudaran a los otros tres que estaban enredándose en sus tentáculos. Uno tenía cara de asfixia.

Ella se encargó de la chica, haciéndola flotar por el camino. Los otros, llevaban afirmados a sus compañeros por debajo de las axilas, arrastrándolos con rapidez. Estaban semi-conscientes.

―¡Señorita Morgan! ―La enfermera jamás perdió la costumbre de llamar "señorita" a Merlina, sabiendo bien que estaba casada y con hijos. Merlina, nunca había tomado el apellido de Severus ― Perkins me contó lo que sucedió. Los demás ya tomaron su poción y las heridas están cicatrizando. Los tentáculos se les cayeron… y les quedó un agujero algo purulento, pero se sanarán en un par de días.

―Estos también vienen heridos ― dejó a la chica en una camilla. Echó un vistazo a los demás, que tomaban un humeante té caliente, con la cara llena de una pasta naranja ―. Iré a decírselo a McGonagall. Ustedes, prepárense para su siguiente clase y avísenle a su respectivo profesor lo sucedido ―ordenó a los muchachos que la habían ayudado.

―Descuida, se recuperarán. ―prometió Pomfrey, analizando la mirada de tristeza de Merlina ―. En la tarde podrán volver a la normalidad.

―Muchas gracias ―contestó la mujer con sequedad antes de retirarse.

Se le había formado un nudo en la garganta y las lágrimas estaban contenidas en el borde inferior de sus ojos. De pronto se sintió pésimo: había reaccionado muy mal con Perkins. Era un muchacho que pertenecía a su casa y en la que también estaban sus hijos. Probablemente, se comentaría de lo extraña que se había comportado "la dulce" profesora Morgan, y Drake junto con Agatha recibirían las burlas de ello. Lo que más, sin embargo, le molestaba, era que ella no era así. No era una persona déspota y sin sentimientos. Le gustaba que la respetaran, por eso mantenía el respeto. Y, lo más triste: había tratado a alguien de tonto, descerebrado, como muchas veces la habían llamado a ella, hacía años.

¡Se estaba convirtiendo en una verdadera ogra! ¿Qué le estaba ocurriendo?

―Necesito ayuda…―Farfulló rendida, antes de entrar al despacho de la directora. Lucía como en los tiempos que Dumbledore había ejercido el cargo ―. Sabiduría eterna ―pronunció, causando el movimiento de la gárgola. Subió la escalera con pesadumbre.

―Adelante ―contestó la directora luego de su discreto llamado ―. ¡Ah! Merlina, ¿sucede algo?

―Hubo un accidente en clases hace cerca de media hora; explotó un caldero. Varios estudiantes están en la enfermería, pero saldrán en poco rato; Madame Pomfrey se está encargando de ello, así que…

―Merlina, espera ―McGonagall alzó una apergaminada mano y frunció el ceño ―. No entiendo por qué has venido a decirme esto.

La bruja pestañeó, aturdida.

―Usted es la directora. Se supone que debo de informar de estas cosas. Son nueve heridos ―aclaró Merlina ―. No es un número menor.

La directora formuló una sonrisa afable.

―Durante muchos años ha habido accidentes, y mucho peores que el que me estás contando. Si van a estar un par de horas en la enfermería, entonces no le veo problema al asunto ―le colocó una mano en el hombro ―. No tienes que venir cada vez que haya un alboroto así, como este. Si se trata de algo grave, como una pelea entre estudiantes, alguna amenaza, ahí ven a hablar conmigo. Pero no te asustes. Tómate las cosas un poco más livianamente. Si no es necesario que se les informe a los padres, entonces, tampoco es necesario que me lo digas a mí.

Merlina asintió, sintiéndose como una idiota. El nudo de la garganta, que debió habérsele aflojado, pareció tensarse más.

―Ahora ve a clases, que ya casi termina el recreo.

―Sí, profesora. Digo, directora…

Con los hombros caídos y la cabeza gacha, Merlina volvió al aula para impartir clases. Por suerte, no tuvo mayores problemas el resto del día, si es que no se contaba como un "problema" su estado de ánimo. Tres estudiantes más recibieron su regaño por no poner atención, conversar en el momento indebido y por no alcanzar a terminar la poción. Dos de ellos eran Slytherin de sexto, pero daba igual. Severus no iba a crucificarla por meterse con su casa. Severus seguía siendo severo y burlesco con los demás, por lo tanto, no tenía mucho derecho a alegar. Además… estaban demasiado alejados para discutir por algo como eso.

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―Tenemos un montón de deberes que hacer ― se quejó Agatha, cerrando los ojos con fuerza y haciendo un puchero ―. Tenemos que empezar ahora.

Rossane, una muchacha morena con la que había tranzado muy bien el poco tiempo que llevaba en Hogwarts, parecía estar más nerviosa que ella.

―Un informe es para tu mamá ―comentó como si fuera lo más aterrador del mundo. Agatha frunció el ceño y soltó una risotada.

―No exageres. Merlina da buenas oportunidades, y no lo digo porque sea mi mamá. No es como Snape; ya te has dado cuenta que, con mi padre, hay que andarse con cuidado, es un poco ogro para sus cosas.

―Sí, pero ¿no has oído los rumores que corren desde la mañana? Tu mamá dejó a Perkins, de cuarto año, llorando como una niña porque hizo explotar un caldero.

―Mi mamá no haría eso ―negó Agatha con rotundidad ―, seguro se lo inventó algún Slytherin. Mi madre, me dijo una vez, que era tradición de los Slytherin molestarla de vez en cuando.

―Ya, pero, ¿y si fuera cierto?

―Es que no es cierto ―negó Agatha pegándole a su amiga una mirada de "cómo crees" ―. ¿Qué es lo que tenemos que tener listo para mañana?

―El trabajo de tu padre ―respondió Rossane, sin poder creer la calidad de memoria de su amiga.

―Es genético ―se excusó Agatha ―, mi madre tuvo un problema de memoria hace años y… ― Contó mientras doblaban una esquina, donde se detuvo en seco. Rossane la imitó.

Dos grandotes de Slytherin tenían arrinconado a Drake, su hermano, quien se veía muy enclenque entre los dos. Su expresión dictaba angustia y miedo.

―Te crees especial, ¿eh? ―Le dijo uno al muchacho, zarandeándolo contra la pared. Éste contestó algo que no se pudo entender.

Los ojos de Agatha se abrieron de par en par. Luego, sacó la varita sin pensarlo dos veces y se lanzó a defender a su hermano. Rossane se colocó las manos en la boca, sin saber qué hacer.

―No, no te metas con ellos, ¡Agatha!

Ella hizo caso omiso.

―¡Oppugno! ¡Expelliarmus!

Hubo un ruido metálico que crepitó por el suelo.

―¡No te incumbas en esto! ―Le reprochó Drake.

Agatha hizo una mueca. No había obtenido el resultado que esperaba: su idea había sido que uno quedara atrapado contra la pared por una de las armaduras que decoraba el pasillo, y que el otro saliera despedido. No sucedió nada de eso. Un brazo de la armadura dio contra uno, dándole en la cabeza y atontándolo un poco. El otro, quedó sangrando por la nariz.

Ambos fulminaron con la mirada a la niña, quien no había dado ni un paso atrás. Ella no era una cobarde. Se quedaría ahí, aunque le golpearan…

―¿Y quién eres tú? ―Escupió el del chichón en la frente, dando un paso adelante amenazadoramente.

Drake observaba desde atrás, furioso, con los puños crispados.

―Soy su hermana gemela ―contestó, colocando énfasis en la palabra "gemela". Los grandotes se miraron, aguantando la risa ―, así que déjenlo en…

―¡Te dije que no te metieras! ―Gritó Drake, haciendo a un lado a sus dos amedrentadores, mirando con odio a su hermana.

Agatha dio un grito ahogado, cruzándose de brazos, ofendida, aguantándose las ganas de golpear a su hermano.