No pude continuar con los fics anteriores por que este se metió profundo en mi cabeza.
Culpo A "Greg Not'ourDivision Lestrade" por ello y por este garrafal fic
Este que me han pedido vuelva a publicar así que he aquí mi deshonra.
— Antharielle… amado mío. ¿Has fijado ya la fecha? — Preguntó el hombre de facciones severas. Sus labios fuente de pasión, sus manos objeto de posesión y su cuerpo esculpido en piel de oro, objeto de deseo.- Hace de maldición tu naturaleza irresponsable más que de encanto.
El joven de tés pálida se removió bajo la sombra de un frondoso haya que perezosamente colaba los halos de luz proyectados en su rostro de marfil. En consecuencia, decoró sus largos rizos con ramitas secas.
Quizá calificarles a ambos como hombres pueda ser un tanto errado; Eran criaturas divinas y sobrenaturales. Este chico poseía una apatía harmónica con el medio ambiente, un amor a la decidía física que solo se comparaba con el que sentía por la belleza del mundo.
Una mariposa celeste batía sus alas para posarse en la perfecta nariz. Hizo algunos gestos para ahuyentarla pero parecía decidir que su afilada punta era el lugar más cómodo para descansar. El cosquilleo era una tierna caricia que provocó la salida de su trance así que aquellos orbes redondos, enmarcados en rizadas pestañas, se abrieron como dos relucientes farolas para observarla. Sus iris translucidos, sobrenaturales e inmaculados, a simple vista no poseían vetas, pero Antharielle tenía el don sobre aspectos sensoriales inigualables. Cautivado por cada tono de azul, los tiñó de matiz eléctrico, profundo y verdoso, imitando la coloración de las finas membranas.
— No me haces justicia en tus prontas sentencias. ¿Es tu premura por explorar, la razón de este exabrupto? — preguntó el aludido de voz embelesadora. Sus manos se extendieron para recibir a la escultura viviente en brazos.
Ambos eran distintos, incluso físicamente.
Antharielle era la representación de la belleza misma, de la delicadeza. Su cuerpo pequeño extremadamente delgado, su larga figura, su palidez en contraste con la espesura oscura de sus hebras ensortijadas de ceda. Sus relucientes uñas de cristal en los delicados y largos dedos, su hermosa cintura, sus afiladas caderas, los gruesos labios enmarcados en sus angulosas facciones, eran sus rasgos físicos todo lo contrario a Stradivarius quien poseía una belleza tosca y recia. Su cuerpo definía una perfecta trinidad invertida en su espalda, cada musculo en su cuerpo era tan duro como el mármol y tan brillante como el oro. Sus ojos nacarados de ámbar y caramelo ardían en un fuego rojizo y amoratado. Sus hebras de plata contrastaban con su piel, dando la impresión de estar chapado en plata y oro.
No había poder en el universo que pudiese apartar al uno del otro, a pesar de ser tan distintos. Nada excepto aquellas leyes que les regían; solo los hombres practicaban en el acto carnal, solo ellos quienes lidiaban con el tormento en el plano material, quienes experimentaban cosas que seres como Antharielle y su compañero jamás padecieron; la hambruna, la envidia, la desesperanza, la tristeza, el temor, entre otros padecimientos humanos. El acto pasional era privilegio de aquellas creaciones nuevas del poder divino.
Su encomienda era restaurar el balance de las almas reencontrándose en cada vida. En el ciclo de lo material, la carcasa marchita y muere, pero el alma no caduca. Esta rota en un ciclo infinito a un nuevo cuerpo para continuar aprendiendo hasta alcanzar el conocimiento máximo que les otorga la entrada al paraíso de donde provenían encontrando así, el descanso eterno.
Tan solo unos cientos de años después de su creación, miles de almas comenzaron a estancarse, a penar en el plano astral. Ciegas en su dolor, no se veían entre si, sordas en su angustia, no escuchaban el canto de sus hermanos en los cielos intentando guiarles en su camino para volver a la vida. Esto provocó una afluencia, una conmoción en muchos de sus compañeros, quienes preocupados acudieron al poder máximo.
Para comprender y solucionar el problema, ambos seres sobrenaturales debían experimentar en carne propia los tormentos de los humanos. Ese fue su mandato.
En los cielos la noticia llenó los corazones de todas las legiones, cánticos aún más alegres se elevaron en honor a ambos, pues jamás le fue permitido a ninguno tal privilegio.
Los humanos eran objeto de admiración, objeto de amor, algo que todos ellos atesoraban y resguardaban, todos deseaban tener el mas mínimo contacto con uno, pero fieles al mando del poder divino, ninguno se atrevió jamás. Debían vivir en sigilo, invisibles e imperceptibles a esas hermosas criaturas por el resto de la eternidad... hasta entonces.
Eran estos los arreglos que Antharielle debía preparar; sus cuerpos, sus andares y las correctas funciones de la naturaleza para no favorecerse demasiado, aunque aún en sus contenedores mortales, tenían el consentimiento para hacer uso de sus facultades sensoriales evitando en todo momento caer en las tentaciones humanas.
Antharielle y Stradivarius se amaban con locura, con una que iba más allá de un alma inmortal, de un alma casta. Ambos esperaban reafirmar su amor por la humanidad con la experiencia que yacía en puerta para amar a esas criaturas como les era mandado, como se amaban el uno al otro por encima del resto de sus hermanos celestiales.
Entonces, hechizado como cualquiera hubiese hecho ante el llamado de Antharielle, Stradivarius acudió gustoso a sus brazos, tatuando sus labios sobre la piel blanquecina hasta llegar a la línea del cuello.
Las alas de su amado se desplegaron sucumbiendo al regocijo de las caricias. Suaves plumas de blancura inmaculada se desprendieron en el aire filtrando entre sus hebras los rayos de luz que titilaron tras ellas como pequeños diamantes pulidos. Una estela brillante se extendió por su cuerpo cuando el par de labios se encontró; las plumas de plata se unieron en la danza aérea que al tocar la pastura bajo ellos (quienes yacían ahora flotando a centímetros de tierra firme), se desintegraron en un fresco rocío. El par de alas formó una cúpula protegiendo al otro en una muestra de afecto único y tan íntimo para su especie, que en años humanos no solía consumarse en millares.
— Hemos de llevar siempre la justicia por igual a todos los hombres, pues seremos sus iguales. — dijo Stradivarius convencido de intervenir como les era mandado cuando sus alas volvieron detrás de su espalda al plegarse de nuevo.
— Hemos de respetar la castidad pues es prueba de nuestra infinita devoción por lo que es correcto. — respondió con elocuencia navegando en la mirada de aquel a quien amaba.
El día llegó. Aprendieron desde el dolor, la vergüenza de la desnudez, el miedo, contemplaron la muerte, el sufrimiento, la hambruna…. Ambos experimentaron todo. Y dado que las almas están en constante rotación cargando con el recuerdo de lo acontecido en vida, consideraron horrorizados, que debían borrarse como muestra de misericordia. Además, las almas parecían estancarse al buscar entre miles las unas a las otras, sin progresar. Aferrándose a los recuerdos de su pasado, acumulando el sufrimiento de sus vidas pasadas y las siguientes, discutiendo en vida por los cambios presentes y las prácticas de antaño. Esta tortura no se consideró en lo absoluto justo. Así que abandonaron su carne para informar a los poderes superiores quienes dieron su visto bueno. Podrían hacer uso de sus facultades para modificar la naturaleza de los humanos al encontrar el fin de su carne, desprenderse del cuerpo y ascender al próximo. Su memoria seria erradicada y con ella, cualquier vestigio de lo vivido anteriormente, lo que proporcionaría la libertad y restauraría el flujo de las almas para continuar su camino.
Sin embargo, Antharielle y Stradivarius aún tenían mucho que aprender, así que en una última y desdichada visita, Antharielle retomó su cuerpo humano, casi tan bello como el celestial, sin saber que Stradivarius le daría alcance.
Le acompañó en sus observaciones días y noches enteras. El humano al que seguían los pasos, era un hombrecillo de baja estatura, de cabellos dorados y de carácter decidido. Tras muchas de sus vivencias, Antharielle se sentía cautivado por las conductas de los mortales. Al lado de Stradivarius, juntos contemplaron el ritual de cortejo que los humanos empleaban.
Por terminar la tarea estaba, cuando un buen día, en un prado de coloridas flores, atestiguaron la entrega pasional de aquel humano y su amada. Una tal, que conocieron la excitación de sus cuerpos antes de saber lo que era.
A la distancia del espectáculo y aun en sus cuerpos humanos, unieron sus labios por vez primera. Imitaron las caricias celestiales, pero no fue suficiente. Los sentidos que poseían en la carne, además de sentirse en el alma, se saboreaban en la piel. En el torbellino de emociones, sensaciones, olores y sabores, pronto encontraron la manera de quebrantar su propia ley.
Y las alas a sus espaldas ardieron en llamas.
Y el cielo se partió en mil pedazos negándoles la vuelta.
Sus oídos no captaron más las voces de sus hermanos celestiales o del máximo poder...
Ya no eran capaces de percibir la luz cálida del paraíso al mirar al cielo.
La piel de oro estaba ahora quemada por el sol, curtida por el calor y dañada por la tempestad.
Los gritos de su sufrimiento resonaron kilómetros a la distancia, las flores a su paso se marchitaron y la lluvia cayó sobre la tierra como si compartiera su pena.
Stradivarius secaba las lágrimas de su amado que pronto se consoló sabiéndose acompañado de su gran amor en la desdicha.
Los primeros días fueron difíciles. El hambre insoportable, la sed insostenible, el cansancio de sus cuerpos les impedía continuar la caravana a la civilización. Pero Stradivarius jamás se dio por vencido. Incautos de que aquello podría arrastrarlos al limbo puesto que sus cuerpos mortales ya no soportaban lo que a sus cuerpos divinos no causaba siquiera cosquillas, forzaron su anatomía hasta llegar por mera casualidad a casa de aquel hombre a quien habían espiado durante años. El y su esposa les dieron asilo. Antharielle sufría terribles fiebres que lo dejaban inconsciente durante días. Tras aprender lo que una enfermedad era, lo siguiente que aprendieron fue la labor; A trabajar los campos para ganar el pan. Antharielle continuaba demasiado débil para hacerlo, por tanto Stradivarius y el pequeño humano, se marchaban a primera hora de la mañana, cuando aún estaba oscuro. Regresaban ya entrada la tarde y la rutina se repetía. En ocasiones, el hombrecito se preguntaba de donde provendrían tan bellos hombres. La belleza de ambos no era algo común y tampoco el hecho de que el cielo se despejara cuando lo necesitaban o que los arboles dieran frutos cuando Antharielle les cantara. Transcurrido el tiempo, Stradivarius contó su trágica historia sin reservas al hombre que les tendía la mano con desinterés quien guardó el secreto, aun conmovido por lo que escuchaba. De hecho, ni siquiera hizo mención a su esposa. Tras dos años de arduo trabajo y como si fuesen ambos, Antharielle y Stradivarius, hijos de ese matrimonio, el rubio les otorgo una pequeña dote, para que establecieran su propio hogar.
Dos años fue lo que vivieron felices. Antharielle se encargaba de las labores como comerciar, dar mantenimiento a la casa y otras cuestiones domésticas de aquel tiempo. Stradivarius por otro lado, se encargaba de traer el sustento, arreando ganado, sembrando, labrando, entre otras actividades. La vida humana era dura, pero al final del día, dormir entre los brazos del otro solo hacía que esa condena fuese un premio y no un castigo.
Ninguno de los dos recordaba ya que desde los cielos les observaban y que Lithius, el tercero al mando en la legión, haría cumplir las mismas leyes que ellos aprobaron y que ahora se volverían en su contra.
