Disclaimer: Los personajes pertenecen a S.M. sólo me adjudico la historia

"MY BFF'S SON"

TWO SHOT

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1 CHAPTER: HEADACHE / CALL / HELLO, EDWARD

—Ni de coña, Esme —espeté furiosa.

Mi amiga me miró bajo sus gafas de sol, pero no necesitaba ver sus ojos al descubierto para saber que me estaba asesinando con esa mirada azulada suya.

—Treinta y tres años… —murmuró y suspiró negando con reprobación, mientras fijaba su vista de nuevo en ésa revista de mierda que siempre leía. Sonaba algo así como adolescente, ¿era la revista ?

Teníamos aproximadamente una semana con esta maldita discusión. ¿Qué había de malo con tener 33 años de vida y ser soltera? No por el hecho de que ella tuviera una bien formada familia y todas esas cosas que se hacen después de los 25, quería decir que yo también debería estar casada con el amor de mi vida, teniendo cinco mocosos llorones y gritones, sin contar las famosísimas ojeras, la barriga colgante, las incontables infidelidades de tu marido, mientras uno se desvivía por sus mocosos, por la casa y por ser la mujer ejemplo, además de una larga lista que aquí no cabría. Sí, yo no me veía en esas circunstancias. Uh-uh, no, ni de broma. Negativo el procedimiento.

—¿Qué hay de malo en disfrutar la vida? —cuestioné, mientras lamía mi chupeta baja en calorías.

En esta ocasión, Esme retiró sus gafas y rodó los ojos con fastidio. A continuación, dejó la revista sobre la mesilla y se cruzó de piernas sobre la silla reclinable para tomar el sol, encarándome.

—Mira, ¿cuánto me das del uno al diez? —Iba a responder cuando levantó su dedo índice, interrumpiéndome—. En apariencia, diabla.

Solté una sonora carcajada por su apodo, aunque también por la aclaración. ¡Qué bien me conocía mi perra malnacida! Es decir, si no hubiese hecho la aclaratoria le habría respondido algo como "A ver, anciana, eres una pésima persona, te doy menos uno… Eh, y estoy siendo buena". Harina de otro costal era eso de llamarme "diabla".

Cuando teníamos 20 años, Esme era eso que yo tanto le llamaba: una perra malnacida. Al contrario de la actualidad, era una chica desinhibida. De las dos, siempre pensé que yo me embarazaría y me casaría primero, pero bien se sabe que la vida da sorpresas. Y resultó ser otro el panorama. Nuestros apodos, no los adquirimos por ser cool, o por obra y gracia del Espíritu Santo. El mío, por ejemplo, fue en una discoteca gay a la que nos escapábamos cada cierto tiempo. Teníamos un grupo de amigos -todos heterosexuales-, pero nos gustaba gastar ese tipo de bromas. Emmett, era uno de los que fingía jugar para el otro equipo. Ese gigante era un experto. Esme seducía mujeres. Y yo… Me quedaba con las conquistas. Sí, era un trabajo en equipo, Emmett traía a los chicos y Esme a las chicas. ¿Loco, no? En su momento tuvo su atractivo, era una ya-no-tan-adolescente, pero sí muy hormonal y ávida de probar cosas nuevas. Ahora, por supuesto, no me van las chicas. Sólo me va Esme -chiste privado-. Al quid de la cuestión, ésa disco era conocida por hacer juegos nocturnos y cada participante debía adquirir un apodo. Yo, que ya era muy conocida por jugar con ambos equipos, al momento de que el presentador, un stripper gay del lugar, me señaló para el apodo, todas mis conquistas gritaron al unísono: "Diabla, que sea diabla". Y desde ese momento, quedé marcada con el seudónimo. La aventura en esa discoteca fue bastante divertida, debo agregar. Al principio muchos se negaban a practicar eso entre mujeres y hombres, todos querían hacerlo sólo para su mismo sexo. Pero, definitivamente nadie se resistía a mis encantos. Logré que muchos salidos del closet me dijeran "Oye, si te hubiese conocido antes, no me gustaran los hombres". Cosa que me causaba muchísima risa. Pronto dejamos de ir, por todo este asunto de que Esme se casó con su queridísimo Carlisle. Y yo, sin ella, no entraba, de ninguna manera.

—En apariencia… —Le observé con detenimiento—. Siete, no más. —Bromeé.

Ella enarcó una, perfecta y depilada, ceja.

—Yo te doy cero, con esos tatuajes tan horrorosos. —Arrugó la nariz mientras escrutaba mis tatuados brazos—. ¿Sabes que existe el rayo láser, no?

¿Qué jodido problema había en hacer arte sobre la piel? Maldita sea, Esme parecía mi madre.

—¿Usaste tú rayo láser para el que te hiciste en el culo? —pregunté, guiñándole un ojo.

Mi amiga abrió los ojos como platos y siseó entre dientes un "shhh", para hacerme callar. Causando más carcajadas de mi parte.

—Era una C muy bonita, Bella… Debes aceptarlo —susurró entre un sonrojo.

Cuando Esme conoció a Carlisle en alcohólicos anónimos… ¿Pueden creerlo? Yo ni siquiera estaba presente, ¡nadie podrá hacerme entrar en esa jodida loquera! En fin, Esme era atolondrada y blah, por lo que fue a que nuestro amigo tatuador Jasper, y se incrustó una C en su bonito culo de quinceañera. Años más tarde, después de la firma de su sentencia de muerte –que algunos osan llamar matrimonio–, Carlisle descubrió el tatú, y se volvió como loco. Reprendiendo a Esme en el nombre del señor y todas esas cosas. Por lo que, la famosa perra malnacida, tuvo que soportar el dolor de cinco sesiones de rayo láser para deshacerse de su prueba de amor. ¡Hijo de su jodida madre! ¿Qué no sabía valorar los actos de amor?

—Al punto, Esme —dije entre carcajadas, limpiándome las lágrimas en el proceso.

—Como te decía... Si soy un ocho…

—Siete. —Le interrumpí.

—Ocho del uno al diez —prosiguió, ignorándome—, siendo madre y esposa, agregando que soy feliz… ¿Por qué tú no lo serías?

Rodé los ojos con fastidio, recibiendo una mirada de advertencia de su parte…

Cuando estaba a punto de hablar, entró el hijo adolescente de Esme.

—Oye, ma, voy a salir con Rosalie. ¿Me dejas? —preguntó, rodeando a su madre con unos largos y fornidos brazos.

Madre mía. En mi época, me conformaba con uno o dos así.

—Claro, tesoro —respondió con una sonrisa cálida—. ¿No saludas a la tía?

Edward me miró de reojo y sonrió con timidez.

—Hola, tía B —murmuró, dejándose caer a mi lado y depositando un tierno beso en mi mejilla.

Le guiñé un ojo en respuesta y recibí un sonrojo de su parte.

Maldito adolescente. Deberías tener unos años más. Si no fueras hijo de ésa madre tan estricta tuya…

Cuando el hijo de Esme, dotado de un cuerpo de puta madre, desapareció del área de la piscina, ésta me frunció el ceño con desaprobación. ¿Qué? ¿A caso no podía al menos disfrutar de la vista?

—Sé lo que haces, y la respuesta es no. —Dicho esto, se levantó y se deshizo de sus shorts playeros junto con su blusa holgada, lanzándose en la piscina en tanga y sujetador, de esos de Victoria Secret's.

… Y decía que la adolescente inmadura era yo.

A mí no me iban muchos los niñatos hijos de mami. Y exactamente eso, era Edward Cullen. Un niño mimado, ¿quién a los 18 años de edad pedía permiso? En mi época no lo hacía. Y ahora que todo ha revolucionado, estoy segura que él debería estar trepando por la ventana de su habitación, sólo para salir a hurtadillas; haciendo novillos en la universidad; embarazando chicas; usando identificaciones falsas; bebiendo y drogándose hasta morir y siendo un perro de mierda. Pero ése no era el caso. ¿Cómo Esme pretendía que yo, siendo tan yo, me liara con alguien como su queridísimo hijo, siendo él como es? ¿Hola, dónde quedó eso de "Te conozco como a la palma de mi mano"?

Negué con la cabeza y repetí el mismo acto de mi amiga… Sólo que me lancé sin nada de nada. Provocando una carcajada de la perra malnacida.

Maldita agua helada.

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Pero nada me prepararía para entender días más tarde, que quizás Esme no estaba tan alejada de la realidad.

Me encontraba en uno de esos días post-borrachera. Aunque, sin duda, éstos no me detenían para seguir de juerga. Jasper, mi amigo el tatuador de culos, me pasó un cigarrillo previamente encendido. Lo tomé entre mis dedos y di una profunda calada, sintiendo como la nicotina de mierda hacía estragos en mis pulmones y volvía a salir a la atmósfera a través de mis labios.

—Oye, oye… ¿No tendrás un Advil? —preguntó Jasper sobándose sus sienes con desespero.

—Claro que no, hijo de perra. Gasto todo mi sueldo en alcohol y cajetillas de cigarros, ¿crees que me alcanza para pastillitas? —Bromeé y solté una risita, la cual me causó una punzada en la cabeza.

Mi amigo se removió en el mullido sofá de su pocilga y sacó 20 dólares del bolsillo de sus vaqueros.

—Ve a un hospital… Tráeme toda la fábrica de drogas —dijo, tendiéndome el billete, haciendo una mueca de dolor con sus labios.

—Querrás decir a la farmacia.

Una sonrisa tiró de mis labios al escuchar su gruñido de frustración, amaba fastidiar al enano.

A pesar de que yo no estaba mejor que él, me dirigí a la farmacia más cercana, montando su Jeep roja.

Domingo por la mañana… ¿Quién jodidos trabajaba a esta hora? Benditos sean los farmacéuticos.

Me bajé de un salto y tiré la puerta, presionando un botón del mando a distancia para asegurar la Jeep.

Solté un bufido al no recibir respuesta desde adentro. Estuve como cinco minutos presionando el timbre de la puerta, ¿cómo iba a entrar si los inútiles trabajadores no presionaban el desbloqueo?

Finalmente, escuché un ding, indicándome que debía empujar la puerta.

"Me las pagarás, Jasper Hale, lo juro". Pensé.

Entré sin saludar, no era conocida por ser muy cortés que digamos.

—Cuatro cajas de Advil y dos jeringuillas —pedí con voz cansina en la taquilla, estaba muy entretenida revisando mi móvil como para mirar a quien me atendía.

—¿Tía B? —susurró una dulce y cantarina voz.

Levanté la mirada…

Y ahí estaba, el adolescente aniñado de Edward Cullen, vistiendo una bata blanca y luciendo unas ojeras de muerte. ¿Desde cuándo trabajaba aquí? Me importaba muy poco. Sólo sabía que lucía mucho más sexy en ese uniforme, hasta parecía médico. Y ése cabello revuelto… Hmmm… Debajo de esa bata sus músculos no quedaban ocultos, incluso podía decir que eran más notorios.

Carraspeé para desviar mis pensamientos y volver a la realidad.

—¿Edward? —pregunté con fingido asombro—. ¿Qué haces tú aquí?

Y quise darme tres palmadas en la frente.

—Oh… ¿Mamá no te dijo que trabajaba los fines de semana?

Negué lentamente, aún aturdida por esa bata…

—Entonces, ¿me das mi pedido?

Él pareció volver a la realidad también y desapareció unos minutos entre los estantes.

—Ten. —Me tendió dos cajas de advil y sólo una jeringuilla. Le lancé una mirada confundida y él procedió a responder mi pregunta no formulada—: No puedo venderte más de dos analgésicos en un día, tampoco más de una jeringuilla. No sin récipe médico. —Se encogió de hombros.

Maldije mentalmente. No por los analgésicos, sino por las jeringas. ¿Cómo íbamos a pasarnos la mierda por las venas teniendo sólo una? Yo podía ser lo que sea, pero jamás compartiría una aguja. Ah-ah, nunca. Y menos con Jasper, vaya a saber yo qué puta le habrá contagiado VIH.

Siempre combatíamos la resaca con drogas… No sé dónde pero él tiene una gran cantidad de heroína en su departamento. Claro que sólo es para éstas ocasiones. Nunca lo he visto pasándose más de un mililitro y tampoco haciéndolo varias veces a la semana. Nuestro límite era hasta dos veces al mes; en casos de emergencias, cuando la post-borrachera era insoportable. Este era uno de esos casos, habíamos tomado tanto ron, vodka y whisky junto, que ni el advil nos iba a salvar de toda una semana llena de migrañas.

Sólo la heroína, que quien la descubrió, supo ponerle el nombre ideal.

Tomé los analgésicos y dejé la jeringa. Tendiéndole los 20 dólares.

—Serán nueve con cincuenta, sin la jeringuilla —musitó.

—Quédate con el cambio, de parte del tío J.

Edward me sonrió y agradeció en voz baja.

—¿Qué hay de tu madre? —pregunté cuando estaba a punto de retirarme.

—Está en Portland con papá, ya sabes…

—Negocios. —Terminé su frase.

Él asintió de acuerdo.

Me despedí y esperé al ding para salir.

—Hey, tía B… —exclamó.

Volteé y esperé.

Él estaba actuando extraño y bastante nervioso. Rascó su nuca y suspiró.

—¿Crees que puedas almorzar conmigo hoy? —preguntó en un tono muy bajo de voz.

Me acerqué de nuevo al mostrador y le sonreí.

—Sólo si dejas de llamarme tía —dije y revolví juguetonamente su cabello.

Sin esperar a más, salí de la farmacia, dejando a un Edward sonriente detrás.

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—Tatuador de mierda, aquí está el advil —vociferé, dejando la bolsita sobre la mesa del comedor.

Al no recibir respuesta caminé hacia el sofá. Jasper estaba viendo la TV sonriente. ¿Y a éste, qué?

—Tardaste siglos —susurró, soltando una sonora carcajada por la figura de Tom persiguiendo a Jerry.

—No me digas que… —dije, entrecerrando los ojos.

Oh, no de nuevo Jasper…

—Sí, te digo… —Aspiró del porro—. Te tardabas demasiado y la cabeza me iba a explotar.

Jodido amigo. Algún día descubriré dónde están esos suministros. Primero la heroína, ahora marihuana.

Me ofreció el porro y aspiré una buena cantidad, si seguía así, moriría en un par de años, de eso no cabía duda.

Cuando la droga entró en mi sistema, sentí unas alas sobresalir de mi espalda, llevándome hasta el puto cielo. Mi cabeza estaba silenciosa, sin punzadas de dolor. En el cielo, Edward Cullen también poseía alas y me miraba con desaprobación, mientras yo le invitaba a probar un poco de mí. ¿Qué? Oh, dios mío… Estoy fantaseando con mi casi sobrino.

¿Y a caso te impedirá algo ese hecho? Habló una vocecita en mi mente, trayéndome de vuelta al sofá, donde Jasper dormía con placidez.

Divisé el reloj y ya era hora del almuerzo…

¡Mierda, Edward!

Probablemente me dormí durante dos horas, y mi rostro no estaba muy saludable que digamos.

Salté del sofá y tomé mi móvil y las llaves del Jeep.

—J, te traigo al bebé en unas horas. ¿Vale? —grité desde la puerta.

Jasper balbuceó algo que a mí me sonó a "Jódete", pero no sabría decirlo con exactitud.

Mientras bajaba las escaleras de prisa, un recuerdo me golpeó…

No has tomado una ducha, tus ojos deben ser sangre pura y… Dejaste las malditas gafas de sol en el departamento.

Hice otra carrera hasta la puerta de Jasper y me peleé con las llaves para poder abrir, el tono de mi móvil me sobresaltó haciendo que éstas cayeran por las escaleras.

Maldita sea. Este no era mi día.

—Hola, no es un buen momento, quien quiera que seas… —contesté de mal humor, recogiendo las llaves y volviendo a subir.

Una risita masculina se oyó desde la otra línea.

Soy Edward.

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Gracias por leer.

Besitos.

A x.