Prólogo
Gach, el todo. Es la energía desprendida del primer hasta el último rayo de sol acariciando la tierra de nuestros antepasados, ahora nuestra por decreto de los Dioses. Es el viento salado proveniente del antiguo puerto de Dheas, cuyas hermosas playas resplandecen como zafiros, esparciéndose hasta las dunas de arena en sus fronteras. Es la ferviente fe de la gente de Siar al entonar sus cánticos y alabanzas a una sola voz en sus iglesias de piedra, recubiertas por tapices de hermosura sin igual. Es el metal precioso sacado de las minas de Oirthear, forjado a mano por sus hijos más habilidosos para complacer al ojo exigente del noble. Es la aurora boreal cruzando el firmamento nocturno de Tuath, danzando encima de las montañas nevadas. Es la fortaleza en los muros rodeando la ciudad de Ionad, que se derriten con el calor de sus habitantes al recibir el otoño. Es el continente de Áit, unido en paz como uno solo hasta cuando las estrellas caigan y los astros sucumban a la oscuridad del Gach, para convertirse en la nada.
