Bien, mi primer fic en FanFiction. Espero que les guste y de corazón, disfrutad cuanto podáis de él.

Intentaré que la historia no se haga pesada y mucho menos que se estanque... Es mi honor de escritora el que habla.

Esta historia es en un universo alternativo, asi que los paises son humanos en situaciones muy particulares.

Si no te gustan los AU, OoC o la pareja ya nombrada en la sinopsis, por favor abstente de hacer críticas agresivas.

LAS CRITICAS CONSTRUCTIVAS SON BIENVENIDAS.

NO ME CREO PERFECTA Y NI MUCHO MENOS LO SOY.

ESPERO QUE LO DISFRUTEIS ~


Los rayos de sol incidían en los hogares de arcilla y madera, calentando su interior. El comienzo de un nuevo día atraía la cálida brisa arábica provocando pequeños remolinos de arena que se enredaban juguetonamente entre los tobillos de los pueblerinos. Era un día de mercado, lo que indicaba que todos deseaban realizar sus ventas a mayor precio. La gente creaba un tumulto asfixiante y a la vez ameno. Todas las mujeres intentaban realizar sus compras para ir rápidamente a casa a servir a sus maridos al igual que los vendedores intentaban obtener cuanta mayor clientela pudieran atraer. Los gritos de los mercaderes se elevaban al cielo como si fueran súplicas, llamando la atención de quien lo deseaba. Un grupo de hombres serios y estrictamente juntos caminaba entre la multitud, apartándola de lo que atesoraban preciosamente. Todos los que veían pasar la procesión, se amilanaban y muchos agachaban la cabeza para no mirar directamente a la persona que resguardaban los guardas.

La escolta se detuvo delante de unas grandes puertas de hierro, con decoraciones muy intrincadas y coloridas, esperando pacientemente a que se abrieran a su paso. Un par de mujeres delgadas y con tanta ropa que era imposible distinguir su figura, les dejaron paso, para llegar hasta un patio de arena, árido y bastante mal cuidado. Los guardianes se apartaron para dejar ver a un hombre alto, vestido con ropas suaves y rojizas y resguardando su cabeza de los rayos incidentes del sol, un turbante con una gran pluma en un lateral. Rápidamente apareció de la nada otro hombre mucho más bajo que este y regordete, con una larga barba oscura y ojos chispeantes. Se acercó y al momento inclinó la cabeza en una reverencia.

- Mi señor, no esperaba que hoy viniera aquí. - Decía con voz melosa y venerante. - ¿En qué le puede servir este humilde mercader? -

El de ropas escarlata hizo un gesto con la cabeza, provocando que de su escolta, se acercara uno de ellos y susurrara algo al oído de este. El guarda asintió y después se dirigió al que con tanto remilgo se inclinaba ante ambos.

- El hijo del sultán desea ver que tienes para él. - Dijo en respuesta de la pregunta del hombrecillo ancho y complaciente.

- Oh, por supuesto, por supuesto. Mis más sinceras disculpas, mi gran señor. En seguida le enseñaré lo mejor que está a mi alcance. -

Con una palmada hizo que del fondo del patio, aparecieran un grupo de mujeres, todas casi desnudas y con varias cadenas atadas a sus tobillos y manos. Tenían un aspecto muy demacrado y estaba claro que eran esclavas en venta. El hombre de poca estatura hizo un gesto delicado al joven recién llegado para que se acercara a observarlas. Avanzó hasta ellas, que estaban con la cabeza agachada y la mirada perdida.

- Esta, mi señor... - hablaba mientras agarraba a una joven de piel tostada y cabello oscuro - ...viene de Egipto. Es muy sumisa y tiene un cuerpo bastante lujurioso. - comentó mientras la miraba de reojo con lascivia.

Al ver que el de ropas lujosas guardaba silencio, dando a entender que no le interesaba, procedió a sujetar a otra del brazo, explicándole sus virtudes y procedencia. Siguió haciendo esto con cada una de las jóvenes que estaban presentes. El guardia observaba en silencio y miraba de reojo al hombre alto que tenía la mitad de la cara tapada con un antifaz blanco y la otra mitad con un velo negro, sin permitir ver ninguno de sus gestos faciales. Estaba claro que no le gustaba lo más mínimo ninguna de las chicas que le estaba enseñando. Solo había ido allí para ver hasta qué punto los rumores de este desgraciado eran ciertos.

Detrás de la fila de mujeres, logró ver un pequeño movimiento, apenas notable pero que llamó su atención. Hizo un gesto con la mano, provocando que el vendedor guardara silencio y avanzó haciendo que las chicas se apartaran asustadas ante este. Detrás de todas encontró a un pequeño bulto de ropa, tembloroso y que miraba al suelo. Entornó los ojos, curioso de este hallazgo y giró levemente la cabeza hacia el hombre regordete para obtener información. Este estaba observando al pequeño ser con mirada furiosa y se tocaba con nerviosismo la barba. Al sentir la mirada del joven, rápidamente sonrió sin ganas y se acercó.

- Mi señor… - comenzó a decir con suavidad para intentar ser convincente. - ...no le prestéis atención, es una simple niña que me vendieron casi por nada. -

El del turbante ignoró su comentario y se agachó hasta estar a la altura de la niña, que temblaba atemorizada ante él. Sin dudar, dirigió una de sus manos hasta la gruesa tela que tapaba su cabeza y la apartó, dejando ver el cabello enredado y grasiento de esta.

- No es más que mercancía mala, mi señor… - volvía a decir el mercader nervioso. - Sin valor y muda. -

Aquellos comentarios estaban enojando al joven que había venido con la escolta, así que con un simple gesto de la cabeza, el guarda que había hablado por él antes, le propinó un golpe en el estómago, haciéndole que diera un quejido ahogado y tosiera con fuerza. La pequeña tembló por esto y retrocedió un par de pasos, temiendo que a ella también le pegaran. El de ropas rojas volvió a tirar de la tela, destapando más a esta y dejando ver sus hombros y espalda. Tenía la piel sucia y llena de hematomas. ¿Cuántas palizas habría recibido la chiquilla? Pero lo que más le llamó la atención era el color de su piel, era blanca. Con la mano, agarró con cuidado un par de mechones de cabello de esta y se fijó mejor. Podía ver unos reflejos dorados que brillaban a la luz del sol. Agarrando con cuidado la barbilla de la niña, le hizo levantar la cabeza, desvelando unos grandes ojos azules, asustados y levemente rojizos de tanto llorar.

- Eres extranjera… - murmuró el joven, haciendo que la pequeña temblara y cerrara los ojos con temor. Giró su cabeza hacia el vendedor que aún se sujetaba su hinchado estómago. - ¿De dónde la has sacado? - Preguntó con voz autoritaria.

- Mi señor… - respondía con dificultad por el dolor del golpe. - Me la vendieron en la frontera de Turquía… No sé su procedencia… -

- ¿Has dicho antes que es muda? - le volvió a cuestionar mientras dirigía la mirada a la niña.

- Así es, mi señor… Desde que llego no ha pronunciado palabra, por mucho que lo intentáramos. -

- Lo intentaste golpeándola, ¿verdad? - dijo el joven observando todo el cuerpo magullado de ella.

- Es la forma más rápida de saber si es resistente, mi señor… - se frotó una mano que tenía unas marcas blanquecinas. - Me mordió con fuerza, no podía permitir que se me revelara una mujer. - finalizó la conversación con orgullo.

Aquella conclusión era demasiado precipitada. Tal vez la niña, viendo que si se quejaba, la golpearían más, decidió guardar silencio. O simplemente no comprendía el idioma, después de todo, era ajena a Turquía por su fisiología. Con calma se quitó su antifaz y destapó su boca apartando el velo oscuro que le cubría, ofreciéndole a la pequeña la vista de un joven de ojos verdes, con una barba de tres días y piel morena. Le sonrió con amabilidad y se señaló a sí mismo lentamente para que esta viera que no quería herirle.

- Sadiq. - articuló simplemente. Quería ver si era o no muda y si sabía que le estaba preguntando.

La niña miró al joven y tragó nerviosa, sin saber cómo reaccionar. El del turbante volvió a intentarlo, señalándose y pronunciando su nombre. Después señaló a la niña y esperó que entendiera lo que deseaba saber. La joven observó la mano de él y luego su cara con sus grandes ojos azules. Levantó con cierta duda su mano y señaló al hombre.

- Sadiq. - repitió en un murmuro con voz suave y dedicándole una mirada suplicante. Esperaba que lo estuviera haciendo bien y no recibir como respuesta un golpe.

El de ropas lustrosas le sonrió a ella, comprendiendo que podía hablar y pensar sin dificultad. El problema comunicativo debía de ser el idioma. Se volvió a cubrir la cara con su antifaz y su velo oscuro y se giró hacia el mercader, que le observaba ahora con cierto recelo.

- ¿Cuánto? - preguntó esperando la cifra por la niña.

- Es solo una chiquilla… ¿No preferís otra? - intentó eludir la pregunta de este.

- No. La quiero a ella, ¿cuánto? - volvió a preguntar con insistencia.

El hombre de larga barba gruñó levemente y dijo una cifra baja. No podía pedir mucho por la niña, ya que el mismo la había tachado de inútil y agresiva. El joven pagó el precio y después cogió a la pequeña en brazos, que al momento comenzó a temblar asustada. La pegó a su pecho y le acarició la cabeza para calmarla y que no temiera. Se dirigió hacia la entrada de aquel lugar horrendo observando de reojo al mercader. Estaba claro que por todos sus medios había intentado evitar la venta de ella. Seguramente la habría utilizado para su placer personal. Con una mueca de disgusto siguió caminando mientras su escolta lo volvía a rodear para dejarle paso entre la multitud nuevamente. En todo el camino, la joven no levantó la cabeza en ningún momento, aterrada por lo que le pudieran hacer.

La comitiva llegó hasta un gigantesco portal de piedra que dejaba paso a un gran palacio. Atravesaron el portal entrando dentro de este y dejaron que el joven siguiera su camino sin interponerse entre medias. El del turbante ignoró a todos los sirvientes que inclinaban su cabeza delante de él y al final de uno de aquellos pasillos tan bien decorados y lujosos, acabó en una habitación con arcos tallados y pintados con exquisitez. Un grupo de tres mujeres se acercaron a él, sonriéndole, mientras movían sus caderas, pero todas detuvieron su avance al ver a la pequeña niña que llevaba en brazos.

- ¿Sadiq? - preguntó una mujer con un suave velo de seda tapando su cabeza y parte de la cara, vestida con telas traslúcidas y rosáceas. - ¿Quién es? -

- Estaba en la casa de esclavas… - contestó mientras dejaba con cuidado a la niña en el suelo, comprobando que sus descalzos pies tocaban la alfombra con cierta incertidumbre.

- ¿La has comprado? - volvió a interrogar la joven.

- Sí. - dijo con sequedad mientras le quitaba con cuidado de nuevo la tela que la tapaba para mostrar su piel masacrada.

- Oh, por Alá… - murmuró una de las chicas que se tapó la boca con escándalo al ver el cuerpecito de la joven.

- No podía dejarla allí o la acabarían matando de un golpe. - informó acariciando con cuidado la cabeza de esta, que se había abrazado a la pierna del hombre mirando a las mujeres con cierto recelo y miedo.

- Has hecho bien, querido… - sonrió la tercera joven que se acercó y le acarició la cara por encima de la tela oscura que le tapaba parte de la cara.

- Haceros cargo de ella, sé que la atenderéis bien. - mandó este con suavidad pero autoritativo.

- Claro… - la de ropas pálidas se inclinó levemente y le sonrió con cariño a la pequeña - Ven... - dijo mientras estirazaba una mano con cuidado hacia ella.

La niña la observó con duda y miró al del turbante, intentando averiguar si debía ir con aquella joven de trato dulce. Este empujó con suavidad a la pequeña para que avanzara y ella obedeció dócilmente. La muchacha la cogió con cuidado en brazos y haciendo las tres una reverencia apenas notable, se marcharon a atenderla.

La llevaron a una gran habitación de piedra y yeso blanco, con el techo lleno de huecos en forma de estrellas. La luz del sol entraba a través de ellos, dejando en el suelo luceros. Este lugar se subdividía en cuatro partes específicas para el baño y relajación en ellos. Las jóvenes se desnudaron al igual que lo hicieron con ella, teniendo especial cuidado en quitarle las telas, ya que pocos lugares de su pequeño cuerpo estaba sin magullar. Una vez desnudas, entraron en una habitación bastante cálida, que les ayudaba a respirar con mayor facilidad y provocaba que su cuerpo fuera tomando una mayor temperatura. Después de estar un breve tiempo en esta, siguieron en otra mucha más caldeada, que dejaba una leve sensación de ahogo. La pequeña esquivó un par de veces unas gotas condensadas del vapor, que caían del techo y estaban ardiendo. Con la sensación de tener la piel en llamas, se dirigieron a una gran piscina que había en mitad de la habitación, que contenía agua fría y refrescante. Entraron dentro y lavaron el cuerpo y cabello de la pequeña, que se quejaba con pequeños gruñidos y gañidos del cambio de temperatura. Fueron descubriendo que debajo de aquella capa de suciedad, había una chiquilla muy guapa. De cabello largo, dorado como el sol y piel blanca y tersa como si fuera de seda. Aprovecharon que estaba dejándose para darle un masaje quitándole parte de la tensión y miedo a esta.

Cuando estuvo completamente inmaculada, salieron a otra habitación de nuevo de vapor y que dejaba una agradable sensación en el cuerpo después del gélido frío en la piscina. La pequeña entrecerraba los ojos con cansancio. Seguramente aquel baño la había relajado tanto que ahora tenía un sueño inmenso. Saliendo de aquel lugar, vistiendo a la cría con ropas suaves y que no le provocaran irritación en su herido cuerpo y la llevaron de nuevo delante del hombre de ropajes rojizos, que ahora estaba recostado en un sofá con varios cojines en el suelo. La dejaron delante de él con delicadeza, para mostrarle que habían obedecido al pie de la letra lo que este les había ordenado. El joven se había quitado el turbante, el antifaz y la oscura tela que tapaba su cara, dejándose ver completamente. La niña se sentó de rodillas y observó con cuidado y cierta timidez a este.

- Es bastante guapa. - comentó la joven que más cariño le había tomado a la pequeña.

El joven asintió mientras observaba con detenimiento a la niña. Debía de ser del norte, mucho más allá de Grecia e Italia. Aquellos ojos azules, piel blanca y cabello brillante eran característicos de personas que vivían muy lejos de Turquía. Debía de hablar una lengua muy diferente a la suya. Le hizo un gesto con la mano a la chiquilla, provocando que esta se acercara a él.

- Sadiq… - murmuró una de las muchachas que estaban mirando con expectación las acciones de él.

- Chis. - contestó levantando una mano en dirección a ellas, para que guardaran silencio.

Si no hablaba su idioma, él se encargaría de enseñarle. Era joven y con aquella súplica en la mirada de querer saber qué es lo que ocurría en su entorno. Él también tenía curiosidad de que la pequeña le contara todo cuanto había vivido hasta el momento, que no debía ser grato. Le pasó las manos por todo el cuerpo, comprobando la gravedad de las heridas que tenía, y viendo si le dolían o solo eran marcas. La pequeña en todo momento estuvo en silencio y solo se expresaba con muecas de dolor. Hizo que estirazara sus brazos al igual que sus piernas, comprobando que tenía una flexibilidad bastante característica. Bien, le podría sacar partido, al fin y al cabo no había sido una inversión fallida.

Después de estar un rato comprobando sus límites y dolores, volvió a señalarse pronunciando su nombre. La pequeña asintió a esto pero no comprendía que es lo que deseaba saber el adulto. Le repitió la acción ahora incluyendo a una de las muchachas que observaban la escena, y diciendo su nombre. Luego señaló a la chiquilla expectante. La cría por fin comprendió lo que quería saber este.

- Emily - respondió esta vez cuando el joven la señaló después de pronunciar su nombre señalándose.

- Así que te llamas Emily… - susurró observándola en silencio. Nombre latino, pensó para sí mismo. Aquello le bastaba para poder llamarla sin dificultad si lo necesitaba.

Tenía grandes esperanzas de conseguir que ella aprendiera rápido y sin problemas, era avispada y bastante nerviosa. Le peinó el pelo con los dedos y sonrió. Hoy había sido un día productivo y además de salvarla, había ganado una nueva adepta.

- Servirás. - le dijo aunque no le comprendiera.

- ¿Estás seguro, Sadiq? - preguntó dudosa una de las mujeres, que se habían acercado para estar más cerca de este y de la chiquilla.

- Sí. Según me dijo el vendedor, tiene su pequeño carácter y la belleza es innata en ella. - comentó acariciando con cuidado la mejilla de la cría que estaba comenzando a quedarse levemente dormida en su regazo. - Será de las mejores, lo sé. -


Y hasta aquí el prólogo de la historia. Si, es poquito y además apenas salen personajes, pero estaba horriblemente enferma y ni yo misma sé como logré escribir todo esto...

En el próximo capítulo habrá pasado el tiempo, ya que veo algo demasiado tedioso comenzar a escribir como aprendió turco.

Dudas, preguntas, peticiones, ruegos, críticas, halagos, hijos, y demás staff que podéis llegar a pedirme, no dudéis en dejarlo en un review.

El fic es de tipo M porque irá subiendo el tono conforme vayan apareciendo el resto de personajes.