Bien, este es mi primer fic de Alicia. se me ocurrio después de que compre el DVD y por andar leyendo los geniales fics (De la misma categoria) de Jeanette Yunnuen, una gran escritora que tiene mis respetos y me considero su fans ^^
Espero que les guste y le den una oportunidad a este fic ^^
Alice in the Wonderland es propiedad de Lewis Carroll y el ambiente es a traves de Tim Burton, lo unico que es mio es la trama.
Venganza hacía su sangre
Capitulo 1: Trajes Negros.
Algo normal en Inglaterra es que era un lugar helado y lluvioso, especialmente en los días de invierno en la ciudad de Londres. Y ese día no era una excepción, la lluvia caía con violencia, golpeando los cristales, los cementos y a los animales como los perros, gatos o los caballos que arrastraban los carruajes, especialmente el que protegía del clima a Helen Kingsleigh.
La cabeza de la familia miraba con serenidad y un poco de tristeza el paisaje oscuro de la noche, sentía con su mejilla el como el cristal de la ventana se iba congelando cada vez más por las gotas de lluvia que intentaban con todas sus fuerzas mojarla, pero eran en vano gracias a que el transporte era resistente.
En sus manos sostenía la última carta que había recibido de la menor de sus hija, Alice, le comentaba lo último que andaba haciendo en China y que pensaba partir de vuelta a Inglaterra por unos días antes de volver a irse a un viaje que no tendría retorno. Eso llamaba su curiosidad y estaba decidida a exigirle a su pequeña respuestas. Lanzó un suspiro, en verdad que su Alice le recordaba mucho a su esposo Charles, tan soñadores, pero inteligentes a la vez, con ideas absurdas y muy fuera de lo normal, pero era mucho mejor que la real y aburrida vida de Aristocracia.
Por lo que podía asegurar que esa vida aburría entristecía a su pequeña, así que entendía el por qué quería viajar y conocer el mundo, como también el por qué quería hacer ese viaje misterioso.
Finalmente estaba de vuelta en su casa, las luces estaban apagadas y eso le parecía muy extraño, ¿Toda la servidumbre dormía? Agradeció la amabilidad del cochero y una vez abajo y protegida por la lluvia, camino hacía su casa mientras el transporte que arrendo se iba alejando. Una vez en su hogar, dejo su protector en su lugar correspondiente y se quita el abrigo, iba a pescar una vela para poder guiarse a su alcoba cuando de golpe, las luces se encendieron en el estudio cuyas puertas estaban cerradas.
Estaba temerosa, no estaba segura de lo que pasaba, no sabía si era uno de sus hombres o mujeres a sus servicios o un ladrón, se debatía entre llamar o no a la policía londinense, opto por salir corriendo por ayuda, pero de golpe se encendieron las luces del pasillo en donde ella estaba, deteniéndola por culpa del miedo.
-Si fuera tú, serías buena y te acercarías… ¿O quieres que todo tu personal termine muerto por tu culpa Helen Kingsleigh?
Aún cuando Helen, Margaret y Alice tenían actitudes diferentes, había algo en las mujeres de aquella familia que todas poseían: Carácter. Una cualidad que les ayudaba a tomar las decisiones sin arrepentimiento o ser fuertes cuando otros la necesitaban y ella no iba a abandonar a su personal, a esa gente que hizo tanto por ella y su familia.
A pasos decididos, Helen se acerco al estudio y cuando cruza la puerta, sus ojos le mostraron a un hombre de apariencia joven que sólo vio una vez en su vida, unos días antes de su matrimonio con Charles. Estaba sentado en el mismo sillón donde su esposo pasaba horas meditando en su trabajo o cargando a sus hijas con mucha felicidad mientras les contaba historias fabulosas. Tenía unos ojos negros y un cabello liso y oscuro como la noche, casi parecido al del señor Kingsleigh.
Rápidamente la señora de la casa refleja una seria facción en su rostro y le gritaba con la mirada a que le diera respuestas por su presencia o se podía ir retirando. Aquel hombre lo ignoraba mientras se colocaba de pie, mirando aquel cuarto con mucho cuidado.
-Un mundo donde los gatos aparecen y desaparecen, donde las flores hablan y donde puedes encogerte o crecer… Ese lugar es Infratierra, el lugar de donde vengo.
El cuerpo de Helen recibió una descarga al oír ese nombre, recordando a su hija Alice que cuando era niña, contaba que había tenido un sueño de un lugar que él estaba describiendo, mismo sueño que ha tenido por veinte años. Luego volvió a pensar en su esposo, en como en ese sillón le contaba historias cuando eran jóvenes y antes de ser padres, en como le acariciaba el rostro y le susurraba que por ella estaba ahí, que por ella sacrificó tanto y que no estaba arrepentido porque a pesar que no vería jamás a su familia, su sonrisa era suficiente para seguir adelante.
-De seguro andabas pensando en Charles. – La voz de aquel invasor la saco de sus pensamientos.
-¿A qué has venido Blacketing? – Exigió la mujer, mostrando su posición como señora y dueña de la casa, reflejando su molestia por aquel invasor. – Pensé que no pondrías un pie aquí nunca más.
-Pues pensaste mal. – De un momento a otro, estuvo frente a ella, asustándola y más cuando toco su mentón, el tacto era frío, erizando la piel de la mujer y él disfrutaba las expresiones que ella le regalaba. – La última vez que te vi, eras hermosa y joven, ahora eres vieja y una arrugada mujer cansada… que curioso lo que puede hacer el tiempo. – Se apartó de ella y camino por aquel estudio nuevamente. – ¿Dónde esta Alice?
El corazón de la mujer se encogió al oír esa pregunta y lleva una mano a su pecho. Oh no… él no le pondrá ni una mano encima a su pequeña hija, estaba loco si cree que le confesaría con despreocupación la ubicación de su Alice. Notó como Blacketing tomaba una fotografía con su mano derecha.
-Vaya, parece que hay otro estorbo más. – Dijo con sus ojos reflejados en la imagen de Margaret. – Creí que Alice era hija única, pero parece que Charles tuvo dos hijas… y a dos hijas tendré que matar. – Finalizo despreocupadamente dejando la foto en su lugar.
-No permitiré que le pongas una mano encima a mis hijas, ellas no tienen nada que ver con esto. – Le replico con seriedad, mostrando su fuerza materna al querer mantener sus hijas a salvo y en incógnita, rogando en silencio que ellas nunca fuesen encontradas.
-Eres una buena madre al querer protegerlas Helen… pero también has sido mala. – Le dijo con una sonrisa de burla para disfrutar lo que había ocasionado en la mujer, ahora iniciaría un juego mental. – Has engañado a tus hijas, a Alice especialmente, hacerle ver que la imaginación es la imaginación, que todo lo que ella te contaba de niña era un sueño, que su actitud era infantil… la has querido cegar a un mundo que no le agrada, sabes que ella puede ver más, pero tú la has mantenido aferrada a una realidad que Alice se niega.
-Basta. – La mujer detuvo su discurso con sus ojos cerrados, no quería seguir oyendo tales palabras. – Esas son mentiras, son… mentiras, hice lo que Charles quería, él no quería que sus hijas… yo tampoco quería…
-Pero no fue más así desde que Alice piso "ese lugar" y tú te rehusabas a escucharla, causaste que tu hija se sintiese no querida, no apreciada, tú causaste que tu propia hija jamás fuese feliz como lo hacía Charles porque tú eres egoísta, sólo piensas en tus decisiones y lo que dirán los demás y no quieres escuchar las decisiones de ella.
-¡No es verdad! – Le grita en un estado de rabia y con lágrimas por la furia. Sus ojos se abren como platos al sentir como él ahora le presionaba con fuerza el cuello y la ahogaba sin remordimiento en sus ojos.
-No lo preguntaré de nuevo… ¿Dónde esta Alice?
Helen sonrió, como odiaba que sus instintos tuviesen razón porque esta mañana, sentía que algo iba a sucederle, era un presentimiento que estuvo revolviéndole el estómago todo el día, por eso, fue a pasar el día con su hija Margaret, como una silenciosa despedida y en la habitación de su hija menor Alice, que se encontraba vacía desde su partida a China, le dejo una carta en un lugar que sólo ella encontraría.
-Alice… Margaret… - Susurró el nombre de sus hijas por última vez. – Voy a reunirme contigo nuevamente Charles. – Fue su respuesta al momento que cerró sus ojos, esperando su fin.
Blacketing lanzó un gruñido y justo en ese momento cayó un rayo, dando la señal de que una vida más dejaría este mundo.
Las jóvenes Alice y Margaret corrían por el jardín con sus brazos extendidos para poder abrazar a sus padres, quienes estaban de rodillas sobre el césped de primavera y las recibieron con mucho gusto para aquel abrazo familiar.
-Bienvenido a casa papá. – Corearon las hijas Kingsleigh con unas radiantes sonrisas llenas de emoción.
-Hoy les he traído un regalo muy interesante. – El señor Kingsleigh mete su mano derecha en el bolsillo y saca dos collares que sostenían al parecer una mitad de un diamante de color aguamarina.
-Están rotas. – Murmuro Margaret recibiendo su regalo y tocando la joya rota.
-Esa joya era una que se dividió en dos y ahora termina en manos de las dos. – Las chicas se asombraron y vieron nuevamente el regalo. – Si duermen con ellas esta noche, van a desaparecer para incrustarle y vivir en su interior.
-¿De verdad? – Pregunta una emocionada Alice. – Es increíble.
-Y una vez adentro, su misión será protegerlas. – Charles acarició las cabezas de sus dos princesas con una sonrisa. – Es mi regalo hecho a mano para protegerlas siempre.
-Charles, no les metas ideas raras en la cabeza. – Les regaño Helen con una sonrisa leve, no podía negar que disfrutaba las reacciones inocentes de sus hijas.
-Mamá, si papá dice que eso pasará, pues pasará. – Le regaño Alice inflando sus cachetes. – Papá nunca miente.
-Es verdad. – Margaret la apoyó. – Estoy ansiosa de que sea de noche.
Alice despertó de sus sueños al sentir como la sacudían.
Había pasado malas noches desde que se enteró que su madre había fallecido en su propia residencia, pasaba hasta largas horas despiertas y cuando lograba dormir, o tenía pesadillas o recuerdos de su infancia como ahora. Su cuerpo pesaba mucho y no quería despertar, pero aquellas sacudidas no se daban por vencidas.
-Alice. – La voz de su hermana Margaret la trajo a la realidad finalmente y suspira al ver que su pequeña hermana seguía con los ojos rojos e hinchados, pero no podía culparla, ella se sentía igual de triste por la partida de Helen. – Vamos Alice, tenemos que alistarnos para el funeral.
Alice ahogó un bostezo y asintió con la cabeza gacha y triste por volver a recordar que ya no estaba su madre en el mundo de los vivos. Su hermana abandonó la habitación y ella recién se sentó en la cama, recordando los últimos sucesos, ella esperaba volver a casa, saludar a su madre y hermana, pasar un tiempo agradable y despedirse para partir a Infratierra tal como había prometido, pero jamás se esperó que al bajar del barco, Lord Ascot fuese a recibirla para contarle malas noticias: Helen fue hallada muerta en el estudio y según la autopsia, murió de un infarto al corazón. Esa noticia había devastado tanto a la joven que cayo al suelo de rodillas con los ojos abiertos mientras ocurría una batalla dentro de su cabeza, su mente no quería aceptar esa información, recordó también lo mucho que había llorado y gritado en vía publica y en los brazos del Lord.
Paso una mano por sus rizos cabellos en un intento en vano de que se fuesen aquellos pensamientos de la cabeza, que las caricias enterrasen las memorias en un rinconcito de su cabeza, pero no fue así, siempre estarían vivas, como el de la morgue, cuando estuvo con su hermana frente al cadáver de su madre y volvió a las lágrimas, en un fuerte llanto y aferrada al cuerpo sin vida de Helen Kingsleigh mientras Margaret, también llorando, la toma de los hombros y se apoya en su espalda, susurrándole palabras de aliento.
Sacudió su cabeza y partió a su gran ropero, buscando entre sus pertenecías el vestido negro que usaría para la despedida, era uno simple con un pequeño escote en U, con mangas hasta los codos y le llegaba a nivel de las rodillas. Buscando sus botas sin tacón, sus ojos le mostraron uno de sus corsés que siempre estaban abandonados en lo más oscuro y no pudo evitar sonreír con amargura, tantos años quejándose con su madre por regañarla por no usar esas cosas y ahora extrañaba ese tono de voz.
Una vez lista, camino hacía el espejo y se quedo mirando el reflejo que le regalaba, veía una Alice cansada por tanto llanto y dolor, sus ojos azules claros que siempre brillaban con emoción por su ilimitada imaginación estaban ahora agotados y opacos, hinchados por las lágrimas y con unas ojeras debajo a causa del cansancio. Su cabello rubio y rizado había crecido un poco por el tiempo, ahora le estaba llegando por los codos y se lo recoge para hacerlo un tomate, aunque estaba desordenado ya que habían varias mechas sueltas y la verdad es que no tenía mucho animo de arreglarse, estaba triste, deprimida y esa no era una ocasión para arreglarse, ¿Qué tenía de importante arreglarse en un funeral? Cuando esos son los días que perdemos a seres importantes.
Su yo del espejo seguía viéndola, apoyándola silenciosamente y de golpe, tras su espalda, se reflejo una borrosa figura que desapareció antes de tomar forma. Alice cerró los ojos, reflejando sus parpados con sus dedos índice y gordo de una mano, era el cansancio y sus deseos de ir a Infratierra que la hacía imaginar cosas.
Salió de su cuarto una vez lista, con destino al comedor, no tenía ánimos de comer, aún sentía hasta nauseas a causa de tanta tristeza, pero tenía que comer algo, se había desmayado ayer en pleno viaje de vuelta y no quería seguir preocupando a su hermana, ya era suficiente esta realidad y la organización que trabajo para el funeral de su madre, de seguro Margaret estaba más cansada que ella.
El carruaje transportaba a las hermanas a la Iglesia y cuando apenas bajaron, fueron recibidas por varias personas que no paraban de darles su sentido pésame por la pérdida, ellas sólo agradecían e inclinaban la cabeza, caminando hacía el interior de la casa de Dios. Adentro, caminaron hacía la primera fila y se sentaron allí, incapaces de acercarse al sarcófago en donde las puertas estaban abiertas para mostrar por última vez a la fallecida y rodeado de varios tipos de ramos de flores. La ceremonia transcurría sin altercados, todos los allegados y familiares del lado de la madre pasaban al frente a dar su discurso y las hermanas escuchaban en silencio de nuevo en un llanto y asintiendo en un agradecimiento en silencio.
En pleno discurso del sacerdote, Alice se había atrevido a ponerse de pie y caminar hacía el sarcófago, sus pasos eran la música de fondo del discurso del hombre, nadie decía nada, entendían que ella estaba dolida por lo que pasaba, que de seguro necesitaba ver a su madre una vez más. Estuvo frente a frente, pero con los ojos levemente cerrados y con la cabeza gacha, se atrevió a enfrentar la realidad y apoyo su mano derecha sobre sus labios para besarlo y después, lo dirige al cristal que la separaba de la piel de Helen, como despedida.
Permaneció ahí de pie durante todo el momento, hasta que fue la hora de llevarla al cementerio y enterrarla. En el camino, Alice caminaba al lado de Margaret, siempre juntas y con sus ojos clavados en el coche que llevaba a su madre. Su mente le quiso seguir jugando una jugarreta y se imagino que a su otro lado, estaba nada menos que una persona que ella deseaba tanto ver, el Sombrerero, con sus vestimentas únicas, con su llamativo sombrero y con una mirada comprensiva, caminaba a su lado para apoyarla y en verdad le hubiese gustado que su imaginación fuese la realidad.
Desearía que en verdad estuvieses aquí a mi lado.
Dos días pasaron desde aquel entonces y las ahora huérfanas hermanas Kingsleigh seguían usando el negro en recuerdo de su madre y Margaret ahora tenía que partir en barco a Francia porque su marido la esperaba allá para poder partir juntos a Italia, aquel hombre que Alice tanto detestaba y desconfiaba no había venido al funeral por asuntos de trabajo, se le había presentado una oportunidad que podía cambiar su futuro y el de su mujer, claro que como la mejor no confiaba, estuvo haciendo averiguaciones para saber si era verdad y lo dejo partir al corroborar que si lo era, advirtiéndole claro a que se comportase.
-¿Segura que no quieres venir? – Margaret tomó las manos de Alice y la observaba a los ojos, debajo de las escaleras, el carruaje esperaba a la mujer para partir. – Un viaje te hará bien para poder relajar tu cabeza y poder superar.
-Lo sé. – Alice sonrió agradecida ante la bondad de su hermana. – Pero aún no estoy lista, ni para salir de mi propia casa. – Le aseguró con la verdad, retrasaría incluso su plan de volver a Infratierra, peor no quería volver deprimida y preocupar a todos, especialmente al Sombrerero.
-Entiendo. – Margaret acarició sus mejillas, analizando cada milímetro de esos ojos azules, buscando respuestas y llego hasta un punto que no pudo más y la abraza. – Se fuerte Alice, mamá no quisiera que estuviéramos tristes por siempre. – Le alentaba mientras le acariciaba las doradas hebras.
-Lo sé, pero en verdad la extraño… incluso a que me regañe por no usar corsé o que rechace a un muchacho. – Le confesaba con sus ojos luchando por no llorar de nuevo.
-Todo estará bien Alice, nosotras podremos soportarlo y seguir adelante, pero recuerda una cosa. – Se aparta con mucho cuidado para apoyar sus manos en los hombros de su hermana y la mira con mucho cariño. – No importa donde estén o donde estemos nosotras, papá y mamá siempre estarán con nosotras, aquí mismo, en nuestros corazones. – Finalizo tocando el pecho de su hermana en donde se supone debía estar el corazón humano.
Se despidieron una vez más y Margaret se sube al carruaje, este no tardo en partir y Margaret se atrevió a sacar su cabeza y despedirse agitando la mano mientras el transporte se iba alejando y Alice le devolvía la despedida.
Sin que ninguna de las dos sabría que n se volverían a ver más.
Otros tres días pasaron y hace un día atrás, la muchacha se enteró que el barco en el cual iba su hermana Margaret había sido atacado por el clima, por una tormenta y ella era la única que había desaparecido por lo que estaba claro que había caído al mar y estuvieron buscándola, pero al no encontrarla por más de 24 horas, la dieron por muerta y esa era una noticia que desgarró más su corazón.
Ya no salía de su cuarto, se pasaba los días tendida en esa cama grande y con la vista en la ventana, por las noches gritaba por sus sueños, llamando a sus padres y hermana, despertando con un último grito, con su respiración agitada y con el cuerpo sudoroso. Después de eso, pasaba el resto de la noche con el rostro tapado con ayuda de las almohadas para apagar un poco el volumen de sus llantos.
Londres lloraba más de lo normal, parecía que acompañaba el dolor de la joven Alice o que le advertía de algo, que gritaba por contarle un secreto que ella ignoraba, pero no podían decirles porque no podían hablar, y eso sólo angustiaba más el dolor en el pecho de la muchacha. Estaba sola, perdió a su padre, luego a su madre y ahora su hermana estaba desaparecida un día completo en pleno mar, con varias probabilidades de que este muerta… una desgracia tras otra, ¿Por qué la castigaban así?
Cuatro días después, la servidumbre se asombro al ver nuevamente a Alice fuera de su habitación, pidiendo el desayuno con una sonrisa, justificando que se moría de hambre. Poco a poco estaba recuperando su actitud habitual cada vez que recordaba a su hermana diciéndole que su madre no quería seguir viéndola así y estaba segura que su padre y hermana, donde sea que este, tampoco querían desgracias en ella, así que se esforzaría lentamente en ser ella misma.
-Creo que saldré a la ciudad a caminar, muero por despejar mi mente durante el día, después de todo, he estado encerrada mucho tiempo. – Le explicaba a una mucama con una pequeña sonrisa. – ¿Serías posible en pedir un carruaje?
-Claro Lady Kingsleigh. – Le aseguró agradecida de verla con un mejor estado de humor.
Y así fue, después de desayunar, se preparó con un abrigo para salir y se sube a un carruaje, oyendo como un par de mucamas y mayordomos le deseaban un buen viaje.
La ciudad de Londres seguía con su normal curso, aunque la gente que pasaba y que reconocía a Alice, no paraban de susurrar sobre su madre y hermana sin despegar los ojos de la menor del pequeño clan, pero la muchacha de cabellos dorados, ignoraba con habilidad los rumores y seguía con su curso. Pasó el resto del día en varias librerías, e incluso se atrevió a ir a una tienda de ropa para ver vestidos, pero lo que más le maravillo fue un sombrero blanco de mujer, elegante y con unas pequeñas plumas azules claros, no sólo combinaba con sus ropas de luto, sino que también le hacía recordar a su buen amigo.
Pagó por el y siguió recorriendo Londres hasta que ya era hora de regresar, arrendó un carruaje y se dirigió a su hogar, con cada kilometro menos, un extraño sentimiento invadía su cuerpo, una alerta que le rogaba huir, no volver a su casa, ir directo donde los Ascot, entrar a la madriguera y quedar a salvo en Marmoreal, pero no podía entender el por qué de aquellos instintos, además, si algo grave pasaba en su casa, no quería que la gente que habitaba allí y cuidaba de ella le ocurriese algo malo.
Le pidió al chofer que la dejase a unos metros lejos de su casa a pesar que estaba lloviendo, le agradeció su amabilidad y se bajo, no llevo ni cinco metros cuando ya se encontraba empapada, con las ropas pegadas a su cuerpo y con el sombrero libre de su cabeza, volando lejos por el cielo y perdiéndose entre los árboles. Eso no le preocupo, en estos momentos sólo quería llegar a su casa y saber por qué le molestaba tanto el pecho y por qué estaba su casa a oscuras, sin una señal de que había gente adentro.
Finalmente estaba en las puertas y no dudo en abrirlas, quedando con el aliento atorado en su garganta por varios segundos al ver a su gente en el suelo, corrió hacía el más cercano y suspira aliviada a sentirle el pulso, ninguno estaba muerto y eso ya era suficiente para ella. Se pone de pie y recorre con la mirada el oscuro pasillo, nunca antes le parecía tan tenebrosa su casa, incluso lo más inofensivo parecía un monstruos queriendo comérselo por culpa de la oscuridad, de la lluvia y por la luz que reflejaba la luna menguante, que parecía una sonrisa tenebrosa que se quería burlar de ella.
Escucho una especie de clic que causo que su cabeza mirase a su derecha y viese que una luz leve salía del estudio de su padre, sentía miedo, pero también furia y valor, quien sea la persona que se haya atrevido a entrar sin invitación y dañar a su personal, lo pagaría. Con esa decisión, camino a pasos acelerados hacía su destino a pesar que su cuerpo temblaba por el frío de sus ropas mojadas y por estar, posiblemente, cerca de su muerte.
Abrió la puerta y vio a un hombre de cabello y ojos negros sentado en el sillón de su padre, viéndola con diversión en sus ojos y con una sonrisa en los labios.
-Alice, finalmente te apareces para que pueda matarte. – Saludo poniéndose de pie y extendía sus brazos como un familiar que no se veían hace mucho tiempo.
