Invencible

I

—Hijo, tu nombre y ocupación.

—Thomas Fox, DP.

—¿Y ésos qué hacen? ¿Se mueren de hambre?

—Muy graciosa, señora.

Así iniciaban mis días como profesional. Las fiestas de Año Nuevo me mantuvieron fuera de la realidad el tiempo suficiente como para olvidar el día de la entrevista de empleo. Ese pequeño error me costó varios días de llenar formularios y también las oportunidades serias de obtener el trabajo de mis sueños. Al menos, un amable erizo aseguró que requeriría mis servicios pronto. La agencia profesional me lo notificó apenas ayer. ¡No lo voy a defraudar, señor como se llame! ¡Lo juro por mi peinado!

—Thomas Fox, su cliente lo espera en la oficina.

—Todos me llaman Tom, así que…

—No lo tomes a mal, hijo, pero no me importa.

Bueno, como decía, el sujeto que me contrató tenía una pinta de muerto de hambre, literalmente.

—Cinos the Hedgehog es el nombre, hijo.—el erizo azul vestía una simple chamarra gris y algo extraño en la cabeza colgándole de una oreja, como un bombín. Mantenía los pies cruzados sobre el escritorio, como presumiendo sus tenis relucientes, a pesar de que parecían ser de un modelo viejísimo. Por unos momentos creí que los dueños de la agencia me reprenderían por permitir que mi cliente actuara como si no le importara, pero su apariencia me lo impidió. Aunque había algo familiar en ese señor, simplemente no iba a declarar cosas de las que no estaba seguro—Aquí dice que eres… un DJ profesional, ¿no?—su aspecto me había distraído, por ello no vi que sostenía en su mano enguantada un papel con lo que (creo) era mi información.

—Eh… no, señor Cinos. Un DJ es un músico; yo soy un DP, que es la abreviación para detective privado. Es un empleo muy popular estos días, ¿sabe…?

—No lo tomes a mal, hijo, pero no me interesa.—interrumpió el individuo informal. Diablos, parece que todo fue un malentendido. Otra vez. Cinos se levantó de un salto; en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba ante la puerta de la oficina. Cuando pensé que tendría que esperar otro par de semanas más para hallarme un empleo, el erizo azul se detuvo antes de girar el picaporte.—Vamos, hijo. Te invitaré unos Chili Dogs en lo que te hablo sobre mi agencia.

¿Chili Dogs? ¿Agencia? ¿Ese adulto iba a contratarme a pesar de su error de lectura? Y más intrigante aún, ¿sería capaz de pagarme?

Fuimos a la plaza que quedaba a sólo unas manzanas de la agencia de empleos. Hasta ese punto, Cinos the Hedgehog era el primer sujeto que se preocupaba por los centinelas más de lo normal. Me refiero a que, desde que tengo memoria, esos robots habían estado respirando detrás de nuestro cuello, por lo que no era ninguna sorpresa verlos vigilando las entradas a los edificios públicos. Así había sido desde que el Dr. Ivo Robotnik había tomado la soberanía de Mobius.

—Bueno, hijo. Estás ante el dueño de la mejor compañía de todo el planeta—mi cliente se recostó sobre el respaldo, entrelazando los dedos por detrás de su picuda nuca. Por un momento creí que se rompería la silla, pero después, Cinos the Hedgehog se inclinó hacia la mesa para terminarse su dichoso Chili Dog en dos mordidas.—Mi tarjeta.—extrajo de los bolsillos de su chaqueta un volante colorido con un diseño deplorable. En el encabezado se leía: "Hedge & Co. Entertainment". En resumen, el mensaje hablaba de un servicio de entretenimiento para fiestas y eventos ofrecidos por el gran Mr. Charles (el alter-ego de mi cliente, supongo), comediante, imitador, cantante y, próximamente, mago. No podía imaginarme dónde podía caber la investigación privada dentro de su "amplia gama" de asistencias.—Ingenioso, ¿eh? Lo diseñé yo mismo.

Cinos the Hedgehog estaba más que orgulloso de su negocio. Se tragó otro Chili Dog y tamborileó despreocupadamente sobre la superficie de la mesa. La verdad es que nunca antes había oído hablar de esa agencia de entretenimiento a domicilio.

—Estás contratado, hijo.—dijo de pronto mi cliente mientras sacaba un libro de bolsillo con el título: "El Erizo Ilusionista: Los 50 mejores trucos de magia para sorprender a sus amigos". ¿Qué no sería mejor comprarse una de esas Chaos Emeralds y hacer magia con ella? A estas alturas no estaba muy seguro si ser contratado por él podía ser mejor que permanecer desempleado por unas semanas más.—Con una melena como la tuya y un poquito de práctica puedes hacerte un gran músico. Lo vi la otra vez en la T.V.

—Uhm… señor Cinos. No estoy muy seguro si…

—¿Me puedo comer tu Chili Dog? El alimento se desperdicia, tú sabes.

Le asentí con la cabeza. Podía jurar por mi cola que el pobre erizo se había gastado sus últimas monedas en aquellos Chili Dogs. Bueno, no podía dejar a alguien desahuciado solamente porque no daba una impresión de desbordante confianza. Sería un trabajo temporal y nada más, no perdería nada; al fin y al cabo, ya lo había perdido todo…

Mi cliente me llevó a su agencia: una oficina un poco más grande de lo que imaginé, aunque igual de desordenada y poco impresionante que en mi mente, hace unos minutos. No sé cómo le había hecho, pero aquél era el único lugar libre de los centinelas de Robotnik. Por supuesto, creo que una oficina de servicios para fiestas no debe resultar muy interesante para ellos. Esperaba ver fotos de su juventud o, al menos, certificados de que había terminado una carrera universitaria, justo como acababa de hacerlo yo, o el diploma de los concursos de ortografía que hacen en la primaria, pero todos esos espacios estaban cubiertos por globos coloridos, libros (la mayoría siendo "Manuales para aprender algo en siete días"), torres de papeles y muñecos de Chao. ¿Quién quiere tener un muñeco de Chao cuando se puede tener uno real?

De entre su montaña de papeles se podía ver con claridad una foto del legendario equipo de Sonic the Hedgehog. Supongo que mi cliente vivió durante el apogeo del héroe más clásico de nuestra historia. Era una imagen maltratada en las esquinas y manchada de café justo en la cara del gran erizo azul. Él estaba en el centro, cuyo cuello estaba siendo zarandeado por Knuckles the Echidna mientras la famosa Amy Rose le jalaba el brazo opuesto. Un joven Tails sonreía con alegría y, en una esquina, apenas visible, estaba el reconocido astrólogo Silver. ¿Sería mejor pagado el empleo de adivino que el de héroe del futuro?

¡Era imposible resistirse a la grandeza de semejante grupo de heroicos amigos! Parece que esa fue la última foto que se tomaron juntos antes de la caída de Mobotropolis y de la captura y desaparición definitiva de varios de ellos; destacando, por supuesto, el mismo Sonic the Hedgehog. Contaban tanto de ellos en los libros de historia que prohibió el imperio de Robotnik hace unos años. Me hubiera encantado haberlos visto en acción al menos una vez.

—¿Hola, Tommy, hijo?—mi cliente chasqueó los dedos al hablarme. Había estado abstraído en mis pensamientos de nuevo.

—Disculpe, es que me distraigo fácilmente.—fue lo único que se me ocurrió como excusa. Cinos se tumbó sobre su silla rodante, haciéndola retroceder voluntariamente con la caída de su cuerpo hasta una caja de cartón arrugada que se escondía en la esquina. De ella sacó una guitarra muy vieja que me arrojó sin demoras. Apenas la pude atrapar, pues lanzaba muy rápido.

—Tommy, ¿sabes tocar?—preguntó Cinos, frotándose la nariz.

—Uh… bueno, solía tocar la flauta en la primaria…

—¡Ja, ja, ja! ¡Muy buena ésa!—inexplicablemente, mi nuevo jefe se había soltado a reír irremediablemente. Pegaba carcajadas que parecía estar a punto de llorar.—Con que tocabas la flauta, ¿eh?

Creí tener una vaga idea de lo que se refería. Bueno, supongo que si echas a volar un poco tu imaginación, dispuesto a pensar en el doble sentido de las cosas, mucho terminaba siendo gracioso. No lo era cuando yo era el objeto de la burla, ni mucho menos cuando se imaginaban que yo tocaba… eh, bueno, dejémoslo así. Moraleja: nunca menciones que tocaste la flauta en la primaria.

—Uhm… está bien, nunca he tocado un instrumento musical en mi vida, pero…

—Aprenderás. Nada más y nada menos que con ésto—me arrojó un nuevo manual de "El Erizo Musical: Aprenda a tocar su instrumento favorito en sólo 7 días. ¡Sorprenda a sus familiares y amigos!". ¡Por Dios! ¿De dónde sacaba todos esos manuales? ¿Acaso poseía poderes de manuales de la perdición o algo así?—Los manuales del Erizo nunca fallan.

—No estoy muy seguro, señor. Quiero decir; no soy un músico, soy un investigador profesional. ¿Nunca supo quién se robó las galletas del tarro? ¿Sospecha que su pareja lo engaña con otro y desea encontrar al sinvergüenza? ¿Necesita resolver un misterio de su pasado? ¡No busque a nadie más! ¡Thomas Fox, el súper detective privado, ha llegado a su rescate! ¿No ha visto mi anuncio en el diario?—costear esa publicidad me costó demasiadas horas de trabajos mal pagados para menores de edad como para que la ignoraran rotundamente.

—Uhm, creo que sí… ¡ah, espera! No, ése era el anuncio del dentista. Además, no tengo ni tarro de galletas ni pareja ni misterios del pasado que deseo resolver—Cinos parecía pensar mucho sus palabras. Se notó una fingida indiferencia en su última afirmación. Todos tienen una pieza de su pasado que les inquieta, claro que sí.— Pero no te preocupes, hijo. Aquí, en Hedge & Co. Entertainment cualquiera es bienvenido. Hasta un DJ como tú.

—En realidad es DP… oh, olvídelo.

Pronto descubrí que Cinos the Hedgehog, mi cliente y mi nuevo jefe, era tan distraído como lo indicaba su apariencia. En un principio, hasta creí que podía tener una relación con… pero no, era imposible. Sonic desapareció de la faz de este planeta hace más de quince años; la suerte estaba echada ya.

De hecho, Cinos era, evidentemente, Sonic al revés, así que era obvio concluir que este sujeto era alguna clase de fanático que esperaba el regreso del héroe con ansias. Por mi parte, no creo que eso pueda ocurrir. Después del desmembramiento del legendario equipo, Robotnik tomó la ciudad de Mobotropolis para invadirla con sus androides invencibles y rebautizarla (por enésima y última vez en la historia) como Robotropolis. Su obsesión por los robots sí que ha sido notoria. Finalmente, fundó Everfrost, la Corporación más influyente de todos los tiempos. Hoy en día, Everfrost controla al mundo entero. Su manipulación sobre los habitantes de Mobius es absoluta y no hay nada que pueda hacerle frente a su poder intelectual o físico. Afortunadamente, debido a la falta de un rival digno, esta ciudad no ha padecido de mayores conflictos que los de la opresión, aunque uno se acostumbra después de un par de años. Sin embargo, no creo que las cosas permanezcan así por más tiempo. Escuché que Ivo Robotnik gozaba juguetear con su presa antes de acabar definitivamente con ella. Y me parece que ese momento llegará muy pronto. Decidí convertirme en un investigador profesional para encontrar la verdad del oscuro pasado de Mobius y, con algo de suerte, hallar a los miembros faltantes del heroico equipo de leyenda. No podían estar muertos. Aunque asegurar aquello era mayor cuestión de fe que de contar con pruebas sólidas, pues sólo eso nos quedaba a los últimos Mobianos: sueños irreales y una esperanza endeble.

Por lo que sabía, mi primer día de trabajo como profesional fue una total explotación. Cinos me hizo cambiar de lugar sus muebles, archivar sus documentos, inflar globos, leer una docena de manuales del Erizo y aprender a tocar la guitarra, todo ello en menos de tres horas. Al menos me iban a pagar… si tenía suerte.

—Muchas gracias, Tommy, hijo.—se despidió el erizo azul, meneando la mano y ajustándose el bombín tras el umbral de su pobre oficina. Estaba feliz, cogiendo la escoba para barrer la entrada—Contigo, Hedge & Co. Entertainment tiene un nuevo destino.

Me despedí con el poco aliento que le quedaba a mis pulmones después de haberlo gastado todo en artefactos de hule coloridos. Tenía también un dolor terrible de espalda. Creo que hasta oí a mi cola quejarse. Ay, qué voy a hacer…

Estaba harto de ver esas esferas robóticas y plateadas recorrer cada calle y cada manzana, vigilándonos a todos. Lo peor es que esas máquinas eran prácticamente invencibles. Jamás he oído de alguien que haya podido derrotar, o al menos, sobrevivir los ataques de una de esas cosas. Les llamaban E.G.G.s, aunque yo les llamaba basura.

Esa tarde representaron la gota que derramó el vaso. Aunque no lo conocía, un ciudadano estaba siendo inspeccionado por un trío de E.G.G. Era un zorro de dos colas algo mayor que yo. No parecía estar muy preocupado, sino, más bien, lo tomaba todo de una manera rutinaria. Levantaba los brazos, envueltos en relojes de pulsera, en señal de que venía inerme y no podría defenderse de manera alguna, quizá en un intento por terminar rápidamente con el problema. Curiosamente, portaba un monóculo verde del lado izquierdo; un artefacto que sólo había visto en los libros de historia. Un E.G.G. alargó una de sus extremidades amenazadoramente, convirtiéndola en una extraña pistola de rayos que el apuntaba; sin embargo, él continuó calmado. ¿Debería intervenir? Ese sujeto estaba indefenso y tres de los robots invencibles estaban por atacarle. No supe por qué lo hacían ni tampoco reparé en las consecuencias, el caso es que arrojé una piedra del suelo que cayó certeramente en el frío cuerpo esférico del E.G.G. a la ofensiva. Éste se detuvo para transportarse directamente a mis espaldas, sorprendiéndome bastante. Jamás me había metido en problemas de semejante calibre, por lo que estaba muy nervioso.

—No debiste haber hecho eso, amigo.—dijo el ciudadano sin perder la compostura, retirando su monóculo para limpiarlo con un pañuelo. Apenas había volteado a verme—Todo estaba bajo control.

Por supuesto, pensé. Nada estaba bajo control, según había visto. El E.G.G. extrajo de una de sus infinitas compuertas un par de brazos con forma de pinzas que me sostuvieron las muñecas. El otro par de sistemas dejaron en paz al otro zorro para centrarse en mí. Él parecía preocuparse por lo que iba a ocurrirme, pues aquellas máquinas eran letales y famosas por ser imbatibles.

—¡Auxilio!—fue lo único que pude gritar antes de que el trío me aprisionara entre sus garras artificiales. En cuanto me colocaron una careta de acero sentí que me asfixiaba, aunque no por mucho porque alguien había llegado a mi rescate. Se escuchó una buena ración de sonidos metálicos, como puños golpeándoles rápidamente. Pronto, un corte vertical me libró de la máscara para toparme nada más y nada menos que con mi nuevo jefe.

—¡Diablos! Estas latas están más duras que nunca—se quejó, agitando los puños y mostrando una irreverente sonrisa. No parecía muy distinto en comparación con su desahuciado y distraído aspecto anterior; llevaba la misma chaqueta gris de cuyo único bolsillo se asomaba un manual del Erizo, el bombín raído que le ocultaba una oreja, los guantes blancos desgastados y el calzado lustroso. No obstante, irradiaba un aire combativo y valeroso; como si hubiera sufrido un cambio repentino de personalidad.—Debes tener más cuidado, Tommy. No me gustaría perder a mi primer empleado tan pronto.

Juro por mi vida que nunca había visto a alguien pelear con tanta vehemencia, con tanta chispa… Asestaba golpes bajo tremenda fuerza y a una velocidad ridícula, imperceptible para mis ojos. Las máquinas terminaron abolladas en un santiamén; y mi nuevo jefe, sin una gota de sudor. ¿De dónde había sacado tal poder? ¿Cómo demonios había conseguido derrotar a los E.G.G.s? Pensé con precipitación después de todo. Los robots se levantaron de su efímera caída, sacando un nuevo par de brazos mecánicos que les permitió auto-repararse en seguida. Las marcas y hendiduras que fueron causadas por la defensa de Cinos the Hedgehog fueron cosa del pasado en sus figuras esféricas y relucientes y ahora se centraron en su nuevo rival. Estaba demasiado impresionado (o asustado) para ayudarle. Mi congénere en especie se había esfumado sin haber dado el menor de los indicios. ¿Cómo se había atrevido a huir así como así?

Los E.G.G.s emitieron una señal de auxilio al encender sus antenas titilantes, aunque fueron interrumpidos de nueva cuenta por mi jefe, quien los arrolló después de haberse retraído en una fugaz esfera azul que no cesaba de dañarles. Parecía un sencillo juego de bolos estando a punto de acabar.

—¡Señor, lo veo y no lo creo!—haber destruido por completo un E.G.G. caía dentro de la categoría de "hazañas milagrosas" y mi nuevo jefe, dueño de una agencia de entretenimiento para eventos nada aclamada, era el responsable. Creo que al fin me sentía orgulloso de haberme relacionado con él. Por supuesto que el destrozo de tres unidades caía ahora en la categoría de lo alucinante. ¡Éste era el mejor día de mi vida, seguro!

—Cuidado, Tommy, ésto no se ha acabado—advirtió Cinos en cuanto un vehículo bizarro se desplegó ante nosotros. Hasta hace dos segundos ni siquiera su silueta había sido visible. El erizo levantó los puños en acto preventivo, pero su sonrisa jamás se borró.

Inmediatamente, la nave que levitaba descargó un par de docenas de E.G.G.s que se precipitaron sobre nosotros. El recién aparecido ejército (pues con ese pequeño número, los robots podían derrotar a un ejército de miles de Mobianos sin mucho trabajo, o eso escuché) nos tomó desprevenidos. Mi jefe logró zafarse de cuatro, aunque otro par se aferró a su cuerpo; se los quitó de encima son sólo rodar y se ocupó de proporcionarles formidables porrazos por medio de su arrolladora táctica.

Me vi invadido en emoción al observar al erizo azul deshacerse de los robots, por lo que no me percaté cuando un nuevo grupo se sumó a los refuerzos desde la nada, noqueando de un solo gran golpazo al recién descubierto héroe. Casi al instante, sentí un ligero mareo y, después de lo que parecieron unos pequeños momentos de confusión, me hallé balbuceando insensateces dentro de una sala de plata. Me levanté con un punzante ardor en el área cercana a la nuca, la cual estaba impregnada con sangre. Me alarmé, pero procuré mantener la calma… tampoco se trataba de una herida importante; tan sólo una contusión mínima.

La habitación era fría y provocaba una horrible sensación de inseguridad. Bastaron algunos minutos para que una nueva unidad E.G.G. se apareciera en el cuarto para trasladarme a otro lugar, cogiéndome de la cola como si fuera un simple muñeco. Claro que no tenía ni ganas ni fuerzas suficientes como para resistirme, así que me resigné. Pasamos por un corredor blanco en su totalidad; paredes, techo, piso y otros artículos, como extinguidores, y, al final de éste, atravesamos una puerta automática que se deslizó después de haber escaneado la silueta del robot. Llegamos a una habitación redonda separada en semicírculos por un muro de vidrio. Del otro lado esperaba el zorro de dos colas que había huido después del incidente en el que me involucré estúpidamente. La unidad esférica me soltó sobre el helado piso metálico, en la sección opuesta al visitante y se retiró sin mayor demora.

Rápidamente, el ciudadano me dirigió una mirada confianzuda y una sonrisilla. A sus espaldas se hallaba mi jefe, Cinos the Hedgehog, quien denotaba mal humor al estar cruzado de brazos y lanzarle repentinas muecas de disgusto al zorro del monóculo.

Parece que éste había pagado nuestras fianzas. Sinceramente, creí que provocar disturbios contra las unidades E.G.G. arrastraría consecuencias abominables; sin embargo, aquélla no era la cuestión ahora, sino ¿quién era este sujeto del monóculo? ¿Y por qué mi jefe parecía estar enojado con él? ¿Se conocían ya?

En cuanto una sección del vidrio se levantó para dejarme libre, el joven de las dos colas corrió a estrecharme la mano, agitando y provocando ruiditos metálicos al chocar los relojes en sus muñecas.

—Soy Miles. Miles Prower.—sonrío el zorro con gran sobriedad.

—Bien, si ya terminaste, me llevaré a mi empleado.—interrumpió tajante el erizo azul.

Miles suspiró con cierta decepción y, juntando las manos enguantadas en signo de plegaria, le pidió a mi jefe que le permitiera hablar conmigo.

—Si no te satisfizo haberme robado ya a muchos amigos… qué se le va a hacer.—sin decir más, Cinos se retiró al tiempo que retomaba la lectura de "El Erizo Ilusionista", desapareciendo detrás de la puerta electrónica.

—No es muy seguro conversar aquí—susurró Miles con la mayor discreción posible, echando un fugaz vistazo al logo de Everfrost que destacaba en la parte superior de la pared frontal: lo que parecía al rostro de perfil de un erizo rojo con un fondo negro.—Las paredes oyen.

Apenas salimos y me di cuenta de que se trataba de la primera ocasión que visitaba Station Square. Existía un sofocante ambiente de silencio, con todos sus edificios rectos, negros y fríamente metálicos. A mis espaldas se alzaba el máximo exponente del Nuevo Imperio Robotnik: la base central de la Corporación Everfrost, el lugar que acabábamos de abandonar.

—Eh… Miles, ¿qué hora tienes?—estaba preocupado por lo que diría mi tutora después de haberme ausentado demasiado tiempo de la casa. Peor aún es lo que diría de la ardiente herida en mi cabeza. Ya me había acostumbrado a resistirme al palpitante dolor por el momento, al menos.

—¿Según el reloj del segundo oficial basado en las oscilaciones del átomo de Cesio? ¿O según el sistema nonagesimal…?—pronto mostró la pequeña parte de su cordura que se hallaba alterada, aparentemente, señalándome cada uno de sus relojes con inusuales ánimos, como si habláramos el mismo idioma.

—Ahora en cristiano, por favor…

—Supongo que te refieres al del sistema sexagesimal establecido de acuerdo al segundo, también conocido como el de las oscilaciones del átomo de Cesio, ¿no?—si mi jefe estaba obsesionado con los Chili Dogs y los manuales de El Erizo, este tipo estaba loco por los relojes y el tiempo. Una sola conversación con él bastaba para darse cuenta de ello.—Son las veintidós horas menos diecisiete minutos con cincuenta y tres segundos, ahora cincuenta y cuatro… cincuenta y cinco…

Ni siquiera tuvo que consultar la hora en uno de sus infernales aparatos de muñeca. Conocía el tiempo hasta de memoria. Me pregunté qué nuevas personalidades iba a conocer de hoy en adelante. Me sentía apesadumbrado; exhalé una y otra vez mientras caminábamos hasta que terminé siendo interrumpido por Miles.

—Tú me conoces, ¿no es cierto?—su expresión se transformó para manifestar incomodidad. Estaba por decir algo de lo cual no estaba muy orgulloso.—Solían conocerme como Tails.

Me detuve en seco y esperé algunos segundos. Miles se rascó la cabeza y posó su atención enteramente en la colección de relojes, quizá para evadir mi mirada ceñuda. Algunas cosas encajaban; dos colas, aficionado a las máquinas, la edad física y conocía a un erizo azul de soberbias habilidades. Todo tomaba forma rápidamente. Pensé que era prudente creerle.

—Con que Tails, ¿eh?

—No… ya nunca más. Ahora soy Miles Prower, simplemente.—su voz emanaba inseguridad. Parecía no agradarle que la gente le llamara por su legendario mote. ¿Qué diablos había pasado con él? ¿Dónde había estado todo este tiempo? ¿Conocería el paradero de Sonic? Es más, hasta yo creía conocerlo en ese momento: probablemente, dentro de una oficina de fachada barata, fregando el piso con dedicación o leyendo algún nuevo manual de El Erizo.—Quería que supieras para quién trabajas realmente. Eres su nuevo empleado, ¿verdad?

—Déjame adivinar… es el mismísimo Sonic the Hedgehog, ¿no?

Tails bajó la mirada, por lo que la respuesta no pudo ser más evidente. Algo respecto a su antiguo y famoso compañero le entristecía. Cuando se dirigieron la palabra apenas se podía notar el afecto (si es que lo hubo). ¿Habían tenido alguna clase de pelea o discusión? El gran hallazgo recaía en el hecho de que el misterio de los héroes de Mobius emergía de nuevo, como invitándome a resolverlo.

—Sonic se ha ocultado por más de quince años de la luz pública. Nuestro grupo se desmembró debido a un horrible accidente… ¡Pero estoy seguro de que él no fue!—Tails insistió en asegurar que su amigo era inocente de lo que sea que haya pasado durante la caída de Square Central y de todo Mobius. Él aún apreciaba al gran erizo azul, aunque éste último no parecía contar con respeto recíproco.—Sonic es inocente, lo puedo jurar. Él no sería capaz de matar a alguien nunca, ¡nunca!

—No sé de qué me hablas… pero primero, lo primero. ¿Qué fue lo que ocurrió hace quince años?—en aquel entonces yo apenas nacía. Si el mismísimo Tails soltaba la información, ésta se convertiría en la primicia más jugosa de las últimas décadas. Los verdaderos hechos que se llevaron a cabo durante la toma de Robotnik han sido ocultos, y sus vestigios, destruidos. Sólo los héroes que lo vivieron podían dar un testimonio verídico. Estaba tan ansioso que se me olvidó el dolor de cabeza.—¿Qué pasó? ¿Por qué Sonic se esconde?

—Yo… no… no lo puedo decir. No lo sé.—Tails tartamudeó, haciendo un esfuerzo por bloquear los recuerdos de aquel evento. O se trataba de un secreto tremendo o de un suceso doloroso en extremo como para ser traído de vuelta por Miles.—Todos saben que Sonic se oculta del Imperio, y he intentado advertírselo, pero él se resiste a creerlo. La verdad no sé qué razones puede tener Eggman para dejar con vida a su máximo enemigo.

—¿Eggman? ¿Te refieres a Ivo Robotnik?

—N-no… no lo sé. Lo único que quiero saber es la verdad.—Miles, para estos momentos, había perdido toda compostura elegante que había mostrado al principio. Ahora mostraba una personalidad tímida y asustadiza. Algo le molestaba y le impedía revelar todo lo que sabía… ¿Pero qué podía ser?—Sonic ya no quiere saber nada de mí, pero tú eres su empleado. ¡Puedes preguntarle!

Su mirada se iluminó de pronto. Yo también sentí gozo; un personaje mítico me entregaba sus esperanzas y confianza para hablar con Sonic. Y no se diga de aquello último. Mi jefe resultaba ser Sonic the Hedgehog, después de todo; sin embargo, era tan difícil imaginar que el héroe más emblemático de los últimos tiempos haya terminado en la pobreza de forma tan repentina. ¿Qué razones tenía para perderlo todo? ¿Qué razones tenía para ocultarse del mundo y pretender que era otra persona? ¿Qué razones tenía para enfadarse con su inseparable compañero?

Tails quedó emocionado con la idea de poder arreglar las cosas con su amigo y dividimos caminos. Antes de partir, intercambiamos tarjetas para contactarnos en el futuro. ¡Cielos, acababa de conocer a Tails! ¡Y también soy el único empleado de Sonic the Hedgehog!

Me apresuré a tomar el transporte público de regreso a Robotropolis. Hablar con Sonic era urgente y se trataba también de la misión más importante de mi joven vida.

Llegué a su oficina casi a la medianoche. Estaba seguro de que, a mi regreso, mi tutora iba a matarme, pero el riesgo valía la pena. El erizo azul me recibió con alegría, aunque sus párpados se veían pesados ya. Me invitó a pasar de inmediato y me hizo sentar delante de su lugar. Sobre el escritorio alumbrado se mantenía de pie una tetera metálica abollada que liberaba un hilillo humeante de su boquilla y, a un lado, un plato desechable repleto de galletas acompañaba a mi jefe durante su lectura de El Erizo Ilusionista. Sonic se sirvió en una taza resquebrajada un poco de té y me ofreció galletas. Como éstas no tenían el mejor aspecto, opté por abstenerme del "placer". Después de lanzar un soporífero y contagioso bostezo, el erizo habló.

—Tommy, hijo, es muy lindo de tu parte venir a visitarme durante la noche, aunque me temo que no tengo mucho qué ofrecerte.—mi jefe apenas me posó la mirada, estando ésta fija, la mayor parte del tiempo, en su libro. Después, fingiendo interés en mi reciente conversación con Tails, preguntó sobre ésta.—¿Y qué cosas de zorros hablaste con el buen Miles? No es que me interese mucho…

—Oh, sí. Tuvimos una plática… ¿cómo la describiría? Eh… reveladora.—Sonic estaba dándose cuenta del giro que estaba tomando el tema y, tal como esperaba, no pintó el rostro más cómodo que digamos. Mantuvo sus pupilas centradas en su libro, borrando su sonrisa pícara súbitamente. Sorbió su té un par de veces y, antes de que pudiera evitar el tópico, me adelanté con una pregunta directa.—Usted es Sonic the Hedgehog, ¿o me equivoco?

—Ah, con que eso te dijo ese pequeño acosador. Deberías saber que muchos vecinos se han quejado de él. Es un mitómano y tiene demasiado desarrollada la imaginación… está enfermo el pobrecito.—Sonic estaba más que empeñado en conservar su identidad falsa. Aunque no cayó en momentos de nerviosismo, manteniéndose sereno todo este tiempo, era obvio que ocultaba algo. Nadie insiste tanto en algo si no quiere guardar algún secreto con toda su alma.—Ahora déjame adivinar a mí. Te dijo que él era Tails y que estaba enamorado de mí o algo así, ¿no?

—Señor, con todo respeto, es usted el que está mintiendo.—respondí armándome de todo el valor posible. Sonic conservó su postura, aunque, finalmente, sus pupilas se retiraron de las páginas del manual y se movieron hacia mi rostro. Era una mirada fría e infranqueable, casi atemorizante.—Usted es Sonic the Hedgehog y no lo puede negar. ¡Se ha estado ocultando todo este tiempo mientras miles de Mobianos esperan su regreso! Lo peor de todo es que ahora vive como si nada, evadiendo la responsabilidad que tomó desde el momento en que fue llamado héroe… ¿Qué es lo que oculta, señor? ¿Por qué ha abandonado a Mobius?

Sentí que había cruzado la línea, pero alguien tenía que decir la verdad y expresar lo que sentía el pueblo bajo el yugo del Imperio. Si todos se enteraban del paradero de la mayor esperanza de Mobius… no sé lo que podría pasar. De alguna forma, sentía rencor. ¿Realmente se había acobardado? ¿Y qué hay del incidente del que habló Tails?

—Tommy, hijo, estás despedido.—sus palabras golpearon mis tímpanos como el golpe de unas bocinas de más de cien decibeles. A pesar de que su compostura permaneció intacta, un residuo de odio se percibió en su voz. Al haber dicho esto, pulverizó la galleta que sostenía con la mano derecha, cerrando el puño fuertemente. Fruncía el ceño como aquel que acababa de tomar un trago amargo y; sin embargo, terminó sonriendo con toda tranquilidad.—Hedge & Co. Entertainment ya no requiere de tus servicios. Ahora, largo de aquí.

Me retiré con una cicatriz punzante en la cabeza y una más en el interior del pecho. Sentía una mezcla de lástima, frustración y rencor. ¿De verdad estaba tan dispuesto a abandonar su identidad? ¿Qué tan terrible habrá sido aquel incidente que nadie desea recordarlo?

Algo era seguro: aquí había un misterio por resolver y, si es necesario que busque y encuentre al resto del heroico equipo sin más que mis propios méritos, lo haré. Sonic escondía algo (o, tal vez, más cosas) y averiguaré de qué se trata.

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NOTE: Ja, salut! Cuando comencé a leer los cómics de Archie, de verdad que quedé más que ansioso por continuar leyéndolos. Cuentan con una historia muy buena y, sumado a algunas ideas que tuve, me animé a comenzar este fic. Por ahora, sólo estará disponible el primer capítulo, pero cuando termine los exámenes mensuales y Angel (el fic pendiente de Pokémon), me dedicaré de lleno a terminar ésto. Au revoir!