Notas del autor:
Supuestamente era un One-shot, por ser muy largo decidí dividirlo, la semana próxima subiré la segunda parte.
¿Alguien ha visto la película Koizora? yo lloré la primera vez que la ví (hace como 4 años xD) desde ese entonces me encanta, el comienzo más que nada. Es por eso que decidí ambientarlo a un Helsa, con pequeños (muchos) cambios aquí y allá. Si aún no la has visto... no es que te recomiende que la veas, pero si te gusta el melodrama adolescente escolar asiático, dale una oportunidad. ¡Gracias por todo!
LOS PERSONAJES LE PERTENECEN (y se pertenecen) A DISNEY.
¡Gracias por todo!
Cielo de amor.
''Seré tuya, solo tuya; hasta que las estrellas caigan del cielo...''
Elsa suspiró por primera vez en el día.
La mañana avanzaba con cierta lentitud mientras que una chica de media estatura solo se quedaba mirando su reflejo en uno de los espejos del baño de la escuela. Había una leve brisa que venía de una pequeña ventana en la pared, la cual meneaba algunos mechones de su cabello blanco y refrescaba su rostro un poco enrojecido. No es que le hubiese pasado algo que la haga sonrojarse, más bien solo se trataba de un infantil pensamiento que surgía en su mente cuando apretaba un tubito en sus manos. Con cuidado, enroscó la tapa de dicho tubito y sacó un aplicador con una brochita que contenía una pegajosa consistencia color rosa pastel y lo llevó a sus finos labios; poniéndose brillo labial en su boca. Aquel espejo mostraba a una tímida chica de algunos dieciséis años, pintando su rostro para luego mirar el resultado un poco complacida con su apariencia. Pero la verdad es que un poco de labial no iba a cambiar el hecho de que solo era una niña inexperta. Suspiró por segunda vez.
Se acomodó el uniforme, primero arreglando la falda negra que se extendía desde su cintura hasta la mitad de sus muslos, y la camisa blanca tipo marinero de mangas largas y un poco anchas, tratando de hacer que tenga menos arrugas posibles, seguido por el lazo negro en su cuello y finalizando por estirar las medias negras por encima de las rodillas. También arregló su pelo, que estaba trenzado desordenadamente y caía de lado. Todo parecía estar bien, con éste último pensamiento y guardando el brillo labial en uno de los bolsillos escondidos de su falda, salió del baño. Caminando mientras tarareaba una canción absurda demasiado bajito, aquella chica se adentró a su salón de clase respectivo y se acercó a dos chicas más que se encontraban sentadas una frente a la otra en sus pupitres, con el mismo uniforme puesto.
—¿Porqué tardaste tanto, copito?— preguntó una de ellas. Se trataba de Anna, su mejor amiga desde... siempre, nunca supo porqué le había apodado ''copito''. Era una niña muy especial en su vida, con rasgos demasiado alegres y ojos brillantes y los más azules que podías encontrar, como siempre sonriéndole a todos. Tenía dos trenzas que a diferencia de la aludida, estaban peinadas muy ordenadamente y eran de color anaranjado. Tenía en sus manos su teléfono celular y su almuerzo, que consistía en un sánduich de jamón y jugo de fresas. Elsa no respondió y ocupó un lugar al lado de sus amigas.— Siéntate.— le ordenó suavemente.
—¿Te pintaste los labios? ¿Porqué...?— la otra chica en particular, la que siempre se daba cuenta de los pequeños detalles de los demás, era Honey Lemmon; ''Solo Honey, para los amigos''. Tenía gafas enormes de color rosa que le hacían ver dulce y unos preciosos ojos verdes, todo combinado con su personalidad inteligente y agradable. Le gustaba llevar su cabello color miel suelto en su espalda y era tan largo que parecía una princesa. Anna la conoce desde hace tiempo y fue la misma que le sugirió cambiarse de escuela para terminar juntas, las tres.— A no ser que... ¿Te gusta alguien, cierto?— cuestionó ahora mirando a la platinada con desdén, mientras que llevaba a su boca un caramelo de limón.
—¿Qué? ¡No, para nada!— Elsa contestó lo más rápido que pudo, ahora también meneando su cabeza haciendo un gesto de negación, podía sentir por igual cómo sus mejillas se calentaban cuando los ojos de la pelirroja se posaron en ella, curiosa.— No es que me desagrade la idea, tal vez quiera enamorarme, pero no sé cómo empezar.— dijo pícara y a la vez melancólica, ganándose la sonrisa cómplice de ambas.— ¡Vamos a comer!— expresó veloz para desviar el tema y ahora prestarle atención a su propio almuerzo; fue algo rápido que se preparó antes de ir a la escuela ese día, un puré con algo de queso y jugo de manzana. En aquel curso se podía escuchar de fondo las pláticas de los demás estudiantes que también compartían la hora de receso y sus respectivos amigos. Gracias a Anna y Honey, la platinada podía pasar todos los días acompañada de ellas mientras que las veía hablar animadamente de cosas sin importancia. Se sentía bien poder tener amigas y divertirse con ellas, era una de las cosas que más disfrutaba de su juventud.
—Sí, supongo.
—Pues yo ya tengo a alguien.— comentó la pelirroja con una mueca indescriptible, como orgullosa de ello. Honey la observó sorprendida mientras que buscó algo en su bolso color amarillo.
—¡¿En serio?! ¿Quién?— preguntó con igual emoción que la pelirroja, que se encontraba juntando sus puños con su característico e infantil gesto de anticipación por hablar de aquella persona. Elsa sin embargo se encontraba esperando la respuesta pasientemente.
—Kristoff Bjorgman de la clase B.— por fin habló y fue como quien dijo los más grandes secretos del gobierno.
—¿Kristoff Bjor...?— cuestionó nuevamente la chica de gafas, confirmando lo que había escuchado. Anna simplemente asintió.— ¡Ay no, Anna! Ni lo pienses, ese tipo es alguien demasiado problemático y con ese aire de ''playboy'', es mejor que lo dejes.
—¿Qué..? No, en realidad no es tan malo.— la aludida arrugó su entrecejo algo ofendida.— Además, ¿cómo sabes todo eso?— preguntó ahora para pararse de su asiento y apoyarse en la mesa del pupitre que yacían sus meriendas, y quitarle una libreta pequeña del regaso de la ojiverde.—¿Qué tienes aquí?— sus ojos azules miraban con sorpresa lo que había anotado en ese cuaderno. Elsa en todo momento no decia nada, solo veía también con atención aquella libreta con miles de anotaciones, ahora algunas de ellas eran nombres masculinos y rasgos físicos y personales clasificados por orden alfabético.
—¡No! ¡Dame eso, Anna!— gritó sonrojada y tratando de quitarle el cuaderno.
—¡Honey! ¡No sabía que estabas tan desesperada!
—¡No lo estoy! Además eso no es mío.— confesó a más no poder, rindiéndose y bajando sus hombros.
—¿De quién es? ¿Y qué haces con toda esta información?— Anna se veía muy interesada en todo lo que había allí escrito, buscando el nombre de todos los chicos que había tenido interés y asombrándose por lo que leía.— Aquí está toda la población masculina de la escuela. Dios, hasta da miedo. ¿De quién dijiste que era...?
—Okay, suficiente Anna banana.— le expresó quitándole la libreta.— Se supone que es un secreto, pero todos sabemos que es de Ashley.— respondió sin importancia.— Falta poco para los exámenes de fin de semestre, luego vacaciones de invierno y otra vez clases, ¿No se dan cuenta chicas? Casi acabamos la escuela y no ha ocurrido nada emocionante. Volveré a casa y jamás las veré de nuevo.
Honey Lemon era extranjera. Procedente un país latinoaméricano del que no recuerda Elsa con exactitud, se había mudado hace unos años atrás debido a problemas familiares, y por eso, tenía que volver a su hogar y hacer sus estudios universitarios allí, sin poder tener esperanza alguna de volver. Había sacrificado muchas cosas en su antiguo lugar, dejando atrás su escuela y sus amigos para acostumbrarse a vivir en un país extraño con personas que no conoce, en eso apareció Anna y su infinita dulzura; se hicieron amigas cuando ésta trabajaba en una heladería y lo demás fue historia. Conociendo también a la platinada y las tres eran inseparables. Entristeciéndose bastante cuando supieron la noticia de volver atrás. Era un tema delicado entre ellas; los días transcurrían y más se deprimía, haciendo que la pelirroja intente subirle los ánimos y hacer tantos planes juntas como sean posibles para que la hagan sentir mejor, puesto que se había ganado un lugar en el corazón de ellas.
—Definitivamente no.— la pelirroja la miraba fijamente, su voz se volvió más severa y Elsa notó que volvían a tocar ese tema de nuevo, suspirando por tercera vez en el día. No le gustaba hablar de eso.— Haremos algo al respecto. Un plan o lo que sea, mientras tanto vamos a pasar todos los días juntas en lo que averiguamos qué hacer.— explicó seriamente.
—Sí, ¿y sabes qué más? haremos que el chico más sexy de la escuela se axfisie por tí, Honey. Luego le romperás el corazón en mil pedazos.— ésta vez fue Elsa la que brindó apoyo, con una sonrisa traviesa y alzando la libreta con una mano. Ambas chicas se rieron ante ese comentario, puesto que era inusual en ella.— Usaremos esta arma...— dijo refiriéndose al cuaderno.
—Las adoro.— respondió al segundo, con una cálida sonrisa.— Tomémonos una foto.
—¿Lo ves?— Anna, quien se azomaba sin discreción alguna en la puerta del salón de clases en donde se supone que pertenece el chico del que hablaban, preguntó por milésima vez mientras que trataba de encontrarlo con la vista. Honey rodó los ojos cansada de espiar y Elsa negó con la cabeza.— Ah... ¿Dónde se supone que puede estar? ¿Puedes verlo?
—Anna, vámonos.— suplicó la chica de gafas cuando la tomó por un brazo y la haló suavemente. La pelirroja hizo caso omiso y se alzó con las puntillas de sus pies y trató de visualizar más la escena en aquel salón diferente al suyo. Estaba lleno de estudiantes también descansando en la hora de almuerzo, algunos reian y hablaban, otros estaban dormidos y simplemente escuchando música con sus audífonos; pero no había rastro alguno de quien ella específicamente quería encontrar.— Lo buscarás más tarde.
—Maldición.— musitó la aludida. Kristoff era un chico un poco mayor que ella, tal vez uno o dos años, había notado su presencia por primera vez hace unas semanas atrás, en el entrenamiento de béisbol. Aquel joven de contexura musculosa captó la mirada aquamarina de la pelirroja cuando tenía el uniforme todo sucio y trataba de batear adecuadamente. Anna en ese momento solo se encargaba de devolverle un libro prestado a otro chico que se encontraba también practicando, finalizando por sentarse en las gradas y observar al grupo de jóvenes entrenar. Era muy alto, fue lo primero que pensó, sintiéndose cautivada por la personalidad ruda y tormentosa de él, quien maldecía y gruñía cada vez que fallaba en los tiros. Desde ese entonces no había podido dejar de verlo practicar.
—¡Anna banana!— Elsa le pellizcó en el antebrazo y la aludida se exaltó, sacándola de sus pensamientos.— No te quedes tanto tiempo en frente a esa clase, te estan mirando raro.
—¡Ya sé! Solo queria verlo...— susurró derrotada y bajandola vista, dejándose guiar ahora por sus amigas quienes le agarraban el brazo para ir de nuevo su propio salón. De pronto, en aquel pasillo donde se encontraban, salieron dos chicos que caminaban a su dirección. Ni Elsa ni Honey lo notaron, pero cierta pelirroja se dió cuenta instantáneamente de quienes se trataban.— Es él.— dijo demasiado bajito pero lo suficientemente alto para que ambas la escucharan.
—¿Quién?— preguntó con el mismo tono la ojiverde.
—Pues el rubio, por supuesto.— contestó como si fuera lo más obvio del mundo.— ¿No está como quiere?— la platinada rió ante ese comentario, puesto que conocía mucho a su amiga y sabía lo exagerada que era cuando se trataba del sexo opuesto. Ella sin embargo nunca se había sentido así, emocionada por alguien atractivo. Creía que habían más cosas importantes y especiales en una persona, tal vez por ello todavía no experimentaba tales sensaciones por nadie. Se quedaron allí paradas mientras que disimulaban torpemente, Honey hablaba con Anna sobre algo que Elsa no escuchaba; sabía lo que hacían, comportarse desinteresadas y usando sus teléfonos celulares. Pero era bastante claro que la pelirroja le lanzaba miradas prófugas a su objetivo. Aquel muchacho caminaba junto con otro más bajo a su lado. Ambos tenían el uniforme escolar desordenados.
El rubio, quien Anna mencionó, era altísimo sin duda. Tenía el pelo revuelto por todos lados y sus manos en los bolsillos de su pantalón negro, con la camisa blanca arrugada y remangada en los codos, la corbada deshecha en su pecho y una sonrisa temible en su rostro. Hablaba con otra persona, de algo importante al parecer, era un joven que Elsa había visto anteriormente pero nunca más que eso. Tenía la tez un poco bronceada y el pelo cobrizo, era de contextura delgada y gestos finos, tenía su corbata a diferencia de su amigo, colocada correctamente, pero solo eso; porque la camisa estaba arrugada y también remangada hasta los codos. Había alguien más detrás de ellos, pero no alcanzó a ver debido a que de un momento a otro, aquel rubio se dirigía hacia ella en particular.
Elsa parpadeó varias veces para aterrizar de nuevo y confimar que él sí caminaba a donde ella.
—Hola, me llamo Kristoff y...— en ese momento, la platinada se quedó frizada mientras que aquella persona le hablaba, miró a su lado y se encontró con los ojos de la pelirroja, quien veía la escena ausente, lamentándose silenciosamente de eso y volvió su mirada al rubio.— ¿Me das tu número?— preguntó al instante sosteniendo su teléfono celular en sus manos, acaparando la atención de la aludida, incluso de las personas a su alrededor. Pasaron algunos segundos y no obtenía respuesta.
—Si quieres te doy el mío.— de pronto, ya no era Elsa a quien todos miraban, sino a Anna. La pelirroja aprovechó para acercarse al aludido tambié con su propio celular en la mano, sonriendo como pudo y marcando el número que recibía. En ese momento, la platinada se alejó rápidamente de ellos dos y sin mirar hacia atrás chocó torpemente con alguien.
Era aquel pelirrojo, el amigo de Kristoff.
La ojiazul tragó duro mientras que se ganaba la mirada más fría que una noche en invierno de aquella persona. Él la observaba inexpresivo, solo manteniendo sus manos en sus bolsillos y mirándola detenidamente. Elsa sintió una corriente eléctrica que bailó en su espalda cuando recibía destellos más verdes de los bosques oscuros en las pupilas de ese chico, quien no decía nada y solo mantenía una postura quieta.
—L-lo siento.— se disculpó rápidamente cuando se alejó de todos y se escondió en las escaleras de otro pasillo... sin darse cuenta de que en todo el momento él la miraba desaparecer.
Aquella chica apoyó su espalda en la pared, recostándose en ella y alzando su cabeza al techo, respirando profundamente mientras que sentía su corazón palpitar fuertemente. Era una sensación extraña, todo lo que hizo él fue verla y eso le causó un estremecimiento muy raro. Arrugó sus cejas preocupada por la reacción de su amiga, quien junto con Honey, aparecieron caminando e hicieron el mismo gesto; apoyarse en la pared. Elsa la vió de reojo, esperando que hablara.
—Tengo su número.— comentó un poco decepcionada y apretando su celular en su pecho.— Pero él quería el tuyo.
—¡Anna!— la platinada solo atinó a empujarla levemente y lanzarle un gesto reprobatorio, tratando de subirle los ánimos. Honey solo las miraba en silencio.
—¡Entonces prométeme que no te meterás con Kristoff!— sentenció alzando su dedo índice con el rostro severo, apuntando a su amiga.
—Lo prometo, Anna banana.— le dijo en un susurro bastante decidido y directo, asintiendo con la cabeza.— Ni aunque fuera el último hombre en la tierra.— finalizó, después de que la pelirroja escuchara aquello, ambas enrredaron sus meñiques como símbolo de su promesa, sonriendo y volviendo a tener el mismo humor de siempre.
Los días transcurrieron con normalidad y con toda la lentitud, las risas chistosas con acento extraño de Honey y los esfuerzos de Anna por hacer que cierto rubio se fije en ella, por fín llegó la semana de exámenes finales, los que daban paso a las vacaciones invernales. Elsa se encontraba con ambas chicas casi todas las tardes después de la escuela para estudiar, aunque siempre acababan viendo esas películas malas de romance y aventuras y comienzo dulces o sanduiches. Siempre con las anergías y buenas vibras de ambas, sumergidas en conversaciones graciosas de cosas absurdas y a veces, interesantes. El tema de chicos nunca faltaba, y cada vez más Anna se veía enamorada mientras que Honey y Elsa simplemente la escuchaban delirar por el joven. Esta vez el trío de chicas se encontraban en el salón de clases, a pesar de que ya había pasado más de veinte minutos de que sonara la campana de salida y la escuela se encontraba desolada. Honey miraba su reloj de pulsera color verde limón y se quejaba de tener hambre, Anna se colocaba su teléfono celular en el oído marcando el número de Elsa, quien desesperadamente, trataba de buscar por todos lados su propio teléfono.
—¿Segura que no lo dejaste en casa, copito?— aquella pelirroja había hecho esa pregunta por lo menos quince veces en los últimos dos minutos, siempre ganándose la mirada reprobatoria y preocupada de su amiga. Buscaba en todos los rincones, debajo de los pupitres y en varias veces también buscó en su propia mochila, y en las de ellas por igual, pero no encontraba nada. Y para colmo, no recuerda haberlo dejado en sonido, así que probablemente se encuentre en vibrador y empeorar las cosas.
—Apuesto que sí lo dejaste en casa y lo olvidaste.— habló ahora la ojiverde, quien sostenía el bulto de Elsa y la veía caminar de un lado a otro.
—No, estoy muy segura de que sí lo traje, es lo primero que entro en mi mochila, chicas.— respondió asqueada.
—Pero buscamos en toda la escuela.— musitó Anna, ahora sentándose en la mesa del profesor. Si alguno la viera sentada allí, probablemente se metería en un pequeño problema.— No está en el baño, ni en el patio, ni siquiera en tu bulto.
—¿No has ido a otro lado, tal vez?— la ojiazul escuchó atenta las palabras de Honey, un poco distante sin embargo cuando hacía memoria de todos los lugares posibles en donde odía haber dejado su teléfono en aquel día. Su mente comenzó a trabajar; primero salió de casa y caminó unas cuadras hasta juntarse con ellas en la misma esquina como todos los días e ir las tres a la escuela, hasta ese punto ella lo tenía bien guardado en su bolso. Luego entraron al salón, las horas más aburridas de aritmética y sociología, luego el receso en dónde fue al baño y a espiar aquel chico rubio en su otra clase, para luego volver a su propia aula y tomar clases de literatura dónde le asignaron reseñas de algunos libros en la biblioteca.
—¡La biblioteca!— gritó rápidamente y al mismo tiempo salió corriendo hacia ese respectivo lugar.— ¡Llama de nuevo Anna!
Elsa aceleró el paso para adentrarse al gran salón que fue asignado como biblioteca principal de la escuela, se encontraba en el segundo piso así que subió las escaleras con la vaga esperanza en su pecho incrustada de encontrar el aparato allí. Si lo perdía, iba a ser muy difícil conseguir otro, pues le costó algunos ahorros poder comprar aquel celular y fue gracias a una oferta en una tienda electrónica. Abrió la puerta de madera oscura y ésta dejó salir un sonido extraño, a viejo y estruendoso. A esta hora no se encontraba nadie alló, solamente la señora que se encarga de tener todo en orden y en buen perfecto estado. Habían algunas mesas con sillas y lámparas seguido por los enormes estantes que contenían todo lo relativo a historia y matemáticas, sociales y naturales, incluso los cuentos que le leían a los niños de primaria; todo estaba allí. Para sacar un libro tenías que tener un permiso firmado por un maestro asignado a la materia y un mínimo de dos días para entregarlo de regreso, y claro, solo prestaban libros a los estudiantes. La chica de pelo blanco agudizó su oído y camino despacio por los pasillos mirando todas las cubiertas de los libros allí, por fin escuchando a lo lejos aquella melodía hermosa de una de sus películas animadas favoritas, la sirenita. Podía oír el ''Look at this stuff, isn't neat...'' justo en medio de dos grandes libros de tapa azul. Se lo encontró bastante extraño porque el aparato estaba parado allí, pero haciendo caso omiso a eso y tomándolo en sus manos, para oprimir el botóncito verde en la pantalla táctil y ponerlo en su oreja.
—Gracias, Anna banana, lo encontré aquí en la biblioteca.— dijo veloz y volviendo su camino hacia el salón donde se encontraban las otras dos. Pero antes de siquiera dar un paso, escuchó una voz muy diferente a la de su amiga.
—Me alegro.
Elsa arrugó su entrecejo, con un raro presentimiento en su cabeza, extraña ante eso miró la pantalla de su celular para ahora notar que no era el número de la pelirroja, sino uno diferente y bajo el nombre de ''H''. Rápidamente colgó, ahora buscando en su libreta telefónica aquel contacto misterioso, encontrándose con una sorpresa desagradable.
Había borrado todos sus contactos. Todos. Excepto el de él.
La peliblanco, comenzando a enojarse, buscó sus fotos y videos, su lista de canciones y juegos descargados... encontrando también que había borrado todo eso. Incluso los mensajes. Gravemente asqueada, marcó aquel número desconocido para ella, escuchando solo un timbre antes de que contestara.
—¿Quién eres y porqué borraste todas mis cosas?— preguntó muchísimo antes de que esa persona pudiera pronunciar alguna palabra, utilizando un tono de voz severo y muy enojado para que pudiera notar que había hecho una mala broma a la chica equivocada. Elsa cerró sus ojos, estaba muy molesta.
—Oye tranquila, solo tenías puros disparates ahí.— respondió aquella persona con mucha calma. Su voz era grave, de esas que escuchas en la televisión y que siempre parecían estar relajadas y al mismo tiempo hablaban con autoridad.
—¡¿Qué?! Tenía miles de cosas importantes, fotos, mi música, mis contactos...
—¿Tanto te molestan tus contactos? Si alguien realmente quiere hablar contigo, te llamará.— aquello de cierta forma hirió a la ojiazul, quien se encontraba allí parada en un pasillo cualquiera de la biblioteca vacía de su escuela, escuchando el cinismo de ese chico misterioso del otro lado de la línea y mordiéndose el labio inferior sin saber cómo responder a eso. En realidad sí sabía, pero no tenía muchas ganas de hacerlo, así que simplemente colgó la llamada y salió de ahí.
No le había comentado a las chicas sobre lo ocurrido, por varias razones. La primera, y la más acertada, era tener que lidiar con las preguntas y comentaros de Honey sobre la invasión de privacidad y el acoso; la segunda, y menos realista, era escuchar a Anna fantasear con la voz misteriosa de aquel chico. Dejando pasar todo el asunto como si nada, realmente dolida principalmente por sus canciones, debido a que la mitad de las fotos que guardaba en su celular eran de cosas sin importancia como los paisajes desde su ventana y su patio, fotos del cielo cuando estaba nublado y algunos atardeceres coloridos, la mascota del vecino dormiendo y cuando su trenza le salía bien. Claro, y las miles de selfies que sus amigas se tomaban cuando tenían el aparato en sus manos. Podía recuperar esas fotos en pocas semanas, los videos no, pero tampoco era importante. Pero su música era esencial. Aquellos últimos pensamientos fueron los que la recibieron cuando llegó a su casa. Tal vez tampoco se percató de la dulce vocecita de Anna informándole los planes para el día siguiente cuando se separaron en la misma esquina de siempre, solo musitando un ''hasta luego'' y caminando cabizbaja hasta pasar el umbral de la entrada a su casa.
Vivía en una casa pequeña junto con su madre. Ambas solo se tenían una a la otra, su padre había tenido un accidente en avión cuando apenas tenía memoria suficiente para recordarlo, sólo conociendo su rostro y su sonrisa en als fotografías que colgaban en las paredes de la sala. Su casa era la amarilla con un jardín de tulipanes blancos en el frente. Tenían todo lo que podían necesitar; incluyendo mesas de té en el jardín y un aire acondicionado para los días calurosos. Luego de cenar con su madre, una mujer joven y entusiasta, idéntica a ella y propietaria de su propia editorial, decidió irse a dormir. No sin antes desearle buenas noches y darse una ducha rápida para esconderse bajo las mantas y cojines de su cama en su habitación. Con una piyama que consistía en un pequeño pantaloncito blanco con dibujos animados y una vieja camiseta de un equipo famoso de football, su melena enmarañada en un despeinado moño alto y contestando los mensajes de sus amigas, Elsa simplemente cerró sus ojos disfrutando de que al día siguiente ya no tendría clases. Eran vacaciones de invierno y ya casi se sentía la brisa navideña.
Al menos eran las una de la madrugada cuando su teléfono sonó.
La ojiazul se estremeció un poco al escuchar entre sueños la típica canción que le indicaba una llamada entrante, buscando adormecida el aparato, lo colocó en su oído.
—¿Hola?
—¿Estabas dormida?— era él. Elsa abrió sus ojos lentamente tratando de mirar a través de la oscuridad de su cuarto, respirando profundamente al percatarse de aquella vocecita irónica hacer le pregunta bastante obvia. Bufó ante eso.
—¿Tú qué crees?— le contestó de mala gana, cerrando sus ojos inconscientemente y muerta del sueño.
—Porque si es así tienes una voz adormecida muy linda.
Elsa le colgó.
El día próximo las tres chicas decidieron ir a ver una película. Y hacer eso consiste en juntarse en la misma esquina, ir a la casa de Honey Lemmon pero no sin antes pasar por la panadería y comprar donnas y malteadas, luego seleccionar una de las pocas películas que aún no veían de Netflix y hablar tanto que ni se percataron cómo terminó. Esa tarde no fue la excepción. Mas o menos era una escena muy importante en aquella trama; Anna se encontraba enumerando los posibles finales alternativos y atragantándose con su comida, sumergida en el sofá de la sala de la casa de la ojiverde, quien se hallaba sentada en el suelo todavía con su pijama puesta y bebiendo una malteada de chocolate y bizcocho, haciendo comentarios que ni iban al tema, Elsa sin embargo solo masticaba su rosquilla con chispas de colores y trataba de prestarle atención a pantalla del televisor. Sentada también en el suelo, sintió en el bolsillo trasero de sus pantalones cortos su celular vibrar, lo tomó sin cuidado, sin mirar la pantalla y respondiendo un:
—¿Mmm... si?— mientras que continuaba hundida en la película. No se dió cuenta de quién era hasta que escuchó un:
—¿Qué estás haciendo?— era él. La persona que no tenía ni idea de su identidad, aunque tampoco se había interesado mucho en saber quién estaba detrás de la extraña voz que insistía en entablar conversación con ella. Elsa rodó los ojos, molesta, dolida por su lista de música.
—Nada que te interese.
—Eres muy agresiva, copito.— aquello la tomó por sorpresa, la aludida arrugó su entrecejo casi al instante de escuchar aquel diminutivo que solo era usado por su amiga y pocas veces su madre, se le hizo tremendamente raro que alguien como él supiera su apodo. Dándole a sensación de que él la conocía más de lo que ella pensaba, éso sin duda, la hizo sentirse acorralada.
—No me llames así.— le expresó mientras que tenía en su mano suspendida la donna a medio comer, él solo rió un poco.
—¿Porqué?— le cuestionó.— Tu amiga te llama así todo el tiempo, y a sinceridad te pega.
—No vuelvas a llamarme.
Y le colgó el teléfono, nuevamente.
—¿Quién era, Els?— luego de unos minutos, la susodicha volvió a la realidad, encontrándose con la mirada de las dos chicas, una curiosa y preguntando y la otra simplemente siguiendo atrabancarse con su comida. La ojiazul simplemente susurró un ''nadie...''
Era temprano en la mañana. Un sábado, precisamente. Los sábados Elsa acostumbra a limpiar y cocinar con su madre en la casa, pero ese día se encontraba muy perezosa como para siquiera mover un dedo. Sentada en el sofá de la sala y comenzando a notar el frío cada vez más, hizo una mueca graciosa mientras que se rehusaba a hacer oficios alegando que los haría más tarde, ganándose la mirada reprobatoria de la mayor. En eso, su teléfono sonó. Para esta vez ella sí sabía quien era.
—¿Cuál es el motivo para llamarme todos los días?— preguntó utilizando una voz severa, para que se le notara lo molesto que era recibir llamadas de él a cada rato sin saber quién era en realidad. La peliblanco esperó paciente y ocultando muy bien la curiosidad que tenía por saber su respuesta, pero en vez de escucharlo a él, su madre fue la que habló.
—Si no harás nada al menos quítate del medio.— y lo siguiente que escuchó fue la risa estruendosa de ese chico.
—Estás en el medio, así que muévete copito.
—Te dije que no me llamaras así.— obedeciendo a su madre, la chica se paró del sofá y se dirigió a su habitación, cerrando la puerta detrás de sí.— ¿Acaso no tienes a nadie más para molestar? ¿Amigos o algo así?
—Te llamo porque quiero molestarte a tí... copito.— la última palabra la musitó de una forma extraña, como incitándola a que de verdad se enoje por seguir llamándola con ese apodo, la aludida suspiró cansada de lidiar con él y sentir que era en vano.— Además, somos amigos ¿no?
—Entonces dime tu nombre.— ella propuso, poniendo sus ojos en el techo imaginando que era muy improbable que él le contestara, aún así guardó sus esperanzas. Sin embargo, podía escuchar la tenue respiración del otro lado de la línea. Eso era en algún modo, reconfortante.
—Eso es un secreto.— finalizó al cabo de unos segundos.
—Entonces no me llames más.
—¡No, espera! No me cuelgues...— Elsa se dispuso a colgar como siempre hacía, pero al escuchar aquella frase salir rápidamente de él, se quedó en línea, en silencio.—¿Copito...? ¿Elsa?— preguntó nuevamente, como si supiera que ella escuchaba todo.
—Estoy aquí.
—Te diré mi nombre, ¿sí?— eso sorprendió a la rubia, de pronto esperó con mucha atención a que él revelara su identidad, casi sintiendo como sus mejillas se tornaban un poco calientes.— A cambio de algo.— susurró en un delgado susurro.
—¿Qué quieres?— Elsa se mordió el labio inferior, acostándose en su cama.
—Dime qué traes puesto.
—Muérete.
Y le colgó.
—¿Y cómo es tu nariz?— era diecinueve de diciembre y Elsa nunca se había sentido tan ida en el aire. Podía decir que eran pasadas de las once de la noche, la chica estaba recostada contra la ventana de su habitación, que se encontraba únicamente con la luz de una pequeña lámpara prendida. Con su pijama puesta, un camisón gris de mangas largas y unas medias calentitas, dibujó en una libreta lo que podría ser un intento del rostro de aquella persona.
—Respingona.— y ella dibujo una nariz puntiaguda en esa hoja.
—¿Y tus cejas...?
—Pobladas.— habían pasado la mayoría del tiempo hablando por teléfono, cosas absurdas en su mayoría. Pero se volvía una costumbre para ella poder dedicar el tiempo en escucharlo hablar y contar historias. La rubia trazó con el lápiz dos líneas gruesas por encima de los ojos grandes que él le había descrito, siendo lo último que faltaba en el dibujo.—¿Terminaste? ¿Cómo quedó?
—No muy bien.— confesó mirando su trabajo detenidamente.
—Apuesto a que dibujas pésimo.— bromeó aquel desconocido.
—Tu apariencia no importa.— Elsa en el piso y al lado de sus muslos el cuaderno que utilizaba, ahora mirando al cielo nocturno y notando que el aire era sereno y silencioso. Era una noche fría y hablar con él lo hacía especial.—Lo que en realidad vale es el interior. ¿Cómo es tu interior?— hubo una pequeña pausa en la que ella se preguntó a sí misma si fue buena idea decir esas cosas.
—Tengo órganos...— respondió con una voz bastante seria que hizo que la rubia rodara los ojos.—Já, no. Soy una persona amable. Te devolví tu celular, ¿no crees?
—¿Harold?
—No inventes, copito. Es nombre de viejo, intenta otra vez.
—¿Harry?
—No estás ni cerca.
—¡Ah, ya sé! Homero... ¡Homero Simpson!
—¿Qué más te gusta?— Elsa dudó un poco antes de responder a esa pregunta.
—Me gustan los días fríos, las películas de antes y el chocolate caliente.
—Suena bien.
—¿Y a ti? ¿Qué te gusta?
—Se dice que la directora de la escuela tiene un romance secreto con el profesor de química.
—¿Te imaginas? De seguro lo hacen en el laboratorio...
—¡Qué asco!
—¿Sabes? antes de borrar todas tus fotos, me envié algunas tuyas a mi celular.
—¡¿Qué?!
—¿Cuándo vas a decirme quién eres?— no recuerda cuántas veces ya había preguntado aquello. Elsa suspiró, ya casi se acercaba el regreso a clases y también su cumpleaños número diescisiete. Anna y Honey estaban muy entusiasmadas por celebrarlo juntas, incluso también habían pasado las fiestas navideñas compartiendo unidas, y aunque de verdad se alegraba que ya casi era hora de iniciar con la rutina de nuevo, algo se entristecía en su interior, porque sabía que muy pronto su amiga tenía que irse. De cualquier forma, era un alivio poder hablar con este chico a cada momento; como justo ahora.
—Te dije que era un secreto.— respondió él como si fuera lo más obvio del mundo. Ella no recuerda qué hora era y la verdad no le importaba. Se removió un poco para arroparse de pié a cabeza en su cama.
—Pero es injusto, sabes muchas cosas de mí.
—No todas... por ejemplo, no sé si tu piel es suave.— tal vez le había tenido confianza para hablar de cosas personales, le había contado sobre su padre, sus amigas y su familia. Él por igual, aunque no daba muchos detalles. Aún así no quitaba el hecho de que podía ser un poco insolente y pervertido, al final era solo un chico ¿no? y ella una chica. Era natural. La rubia no respondio eso, y el silencio se hizo presente al cabo de segundos.— ¿Elsa? ¿Porqué estás tan callada?— cuestionó él consternado.
—Dime quién eres.
—No.— la ojiazul soltó un bufido.— Ya duérmete.
—No colgaré hasta que me digas quién eres.— sentenció como respuesta.
—Entonces no cuelgues, yo sí me dormiré.
—¿Te veré cuando empiecen las clases?
—¿Quieres encontrarte conmigo?— eso había salido cargado de esperanzas, como si le alegrara saber que ella tenía interés en él, de alguna forma le causó un pequeño calambre en el estómago de la rubia.
—No es eso, es que quiero saber quién eres...— susurró para hacerlo menos obvio. Elsa se tocó la mejilla sintiendo como se tornaba más caliente y él no respondía. Cerró sus ojos esperando.— ¿Hola?
—Mira el cielo.— la aludida ciñó su entrecejo por la inusual petición de éste, así que se quitó la manta de la cabeza de un movimiento rápido y miró hacia la ventana. Era de día, habían pasado toda la noche hablando y apenas ahora podía sentir un pocode sueño. Las cortinas eran color durazno y se meneaban con la sutileza del viento frío de la mañana y a travéz de la ventana, el cielo era de un azul brillante y sin ninguna nube que la estorbara. Menos una, una forma larga y fina en el cielo. Era un rastro de humo.
—Ya amaneció.— musitó sorprendida y ahora sentándose frente a la ventana, dejando que el sol le de justo en el rostro.— ¿Lo estás viendo?— preguntó Elsa refiriéndose al rastro de humo.
—Sí, es lindo.— dijo el aludido, también un poco asombrado.— Tómale una foto, será como un recuerdo.
—¿Honey? ¿Quieres pastel?— Anna estaba sentada en el sofá de la casa de la peliblanco. Era el cumpleaños de Elsa y como ya estaba planeado, iban a pasarla juntas. La madre de la festejada había comprado su pastel favorito, un postre de chocolate con crema de leche por dentro y cubierta de fresas y mermelada de arándanos por encima, junto con pasas y almendras trituradas. También le había hecho algunos regalos, como un vestido de verano color púrpura y un libro de fantasía. Anna y Honey no se quedaron atrás; la pelirroja le había obsequiado una cinta de la nueva edicipon de su video juego favorito y la ojiverde la sorprendió con portaretrato de las tres. Dejando muy en claro que las extrañaría.
—No, gracias.— contestó la aludida, que yacía sentada al lado de la rubia y la abrazaba de lado.— Lo siento, Elsa. No quiero arruinar tu día.
—Y no lo haces.— estaba triste porque ya habían puesto su casa en venta, el letreto fue plantado en el jardín delantero de su hogar el día anterior. Lo que podía significar que tal vez no podía acabar el semestre en la escuela. El cual comenzaba el día siguiente. Elsa le devolvió el abrazo, alentándola a comer el delicioso pastel para subirle los ánimos. La pelirroja a pesar de que estaba triste, reaccionaba diferente a Honey, comiendo más postre de la cuenta.
—Pensaremos en algo, Honey. No te puedes ir todavía, no hasta que te consigamos un novio.— y las tres rieron. No porque ese fuera el propósito de ella, sino porque al menos sabía que había compartido con las mejores chicas de la ciudad, las que no la olvidaría.
—¿Estás bien? Suenas decaída.— la voz un poco preocupada del chico misterioso era cálida esta vez, habían hablado poco ese día. Anna y Honey decidieron irse más temprano porque al día siguiente ya tenían clases, y Elsa preparó su mochila y ahora yacía sentada en el piso de su cuarto mirando la fotografía que una de ellas le regaló.
—Hoy es mi cumpleaños.— le comentó ella, aún triste. La foto la habían tomado el verano pasado, cuando fueron a una feria de atracciones y encontraron una de esas viejas máquinas para tomarse fotos grupales. Eran cuatro imágenes con ellas tres haciendo muecas y riendo como completas estúpidas, pasándola feliz, viviendo su amistad.— No fue un buen día.
—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz...— de pronto, la voz melodiosa de él se escuchó a través del teléfono de la rubia, quien no pudo evitar que una sonrisa se dibuje inconscientemente en su rostro.— Cumpleaños, copitooo... cumpleaños...
—Ya cállate, cantas horrible.
—¡Oye! Intento hacerte sentir mejor.
—Gracias.— susurró ella jugando nerviosa con la punta de su trenza, había sido un lindo gesto, uno que hizo que su pecho saltara.
—Veámonos mañana, en la hora de receso, ¿sabes subir al techo de la escuela?
Elsa, con el corazón palpitándo muy rápidamente, asintió.
