De amor y otras leyes.

Rose Weasley es perfecta. Y quién diga lo contrario, simplemente se engaña a si mismo. La hija, hermana y prima perfecta. La abogada y socia perfecta. ¡La mujer perfecta! Y llega él, el maldito rubio, aquél que la forzó a perfeccionarse en un pasado, para volver a derrumbar su perfección. Porque el primer amor, tan imperfecto, difícilmente se olvida.


Capítulo Uno.

11 de Julio, 2016.

El sol brillaba en lo más alto del claro cielo de Ottery St. Catchpole. Y el calor se colaba por entre los ventanales de la gran casa Weasley. Era un calor húmedo, como siempre en la gran y lluviosa Inglaterra, pero, era calor al fin y al cabo. Los numerosos primos de la familia Weasley se encontraban reunidos en el jardín, disfrutando del tremendo solazo que aquél día Dios les había ofrecido. Y por supuesto, agradeciendo el verano, pues en invierno era poco lo que podían hacer.

James Sirius jugaba futbol, su gran afición. Jugaba con el que, nombrado por él, era el mejor equipo del mundo, integrado por su primo favorito, Fred, y también por Louis y Ted. Y competía con el equipo que las circunstancias le habían brindado, compuesto por su hermano, Albus Severus, por Dominique y Roxanne.

Victorie, Molly y Lucy parloteaban como cotorras mientras se servían el té. Y Lily observaba el partido junto a Hugo, haciendo de animadora, a pesar de sus ocho años recién cumplidos.

Y ella leía. Bajo las sombras de un gran roble que su abuela había plantado, para proteger a sus nietos de los rayos solares, Rose, la pelirroja de rebeldes rizos, leía aquél viejo libro que había heredado de su madre; Cámara de Gas. Devoraba las palabras fascinada con aquél hombre que escogía las mejores situaciones legales y las plasmaba en un libro. John Grisham era, en definitiva, el mejor autor de historias ficticias legales en su tiempo.

— ¡Rosie! —. Uy. Cómo detestaba ese apodo. Le parecía tan cursi para ella. Rose sonaba más sobrio. Sobretodo para una futura abogada—. ¡Ven a jugar, Rosie-Ro! —Sí Rosie no le gustaba, menos aquél. Pero, lo cierto es que ya se había cansado de explicárselo a su primo James. Hablar con él era como hablar con la pared.

Rose alzó sus orbes turquesa y lo observó con aquél eceptisismo tan típico en ella. Luego, bufó y continúo leyendo, pasando por completo de la invitación tan fuera de lugar de su primo mayor.

—Venga, Rosie. ¡Albus necesita gente! Sino, barreré el piso con él—, y el joven de once años sonrío. Con aquella petulancia y suficiencia que solo él lograba hacer irresistible. Rose no dudaba que ya tuviera montones de jóvenes a sus pies.

—Estoy bien aquí, James—, sonrío Rose, forzadamente, sin despegar la mirada del libro siquiera. No le desagradaban sus primos. ¡Al contrario! Sus primos eran sus familiares favoritos. Pero, el deporte no era su fuerte. Y sinceramente, estaba en la mejor parte del libro. James se limitó a encogerse de hombros para volver a burlarse de su hermano, dejando a su prima tranquila.

Solían ver a Rose como la sabelotodo. Una mini Hermione como solía decirle tío Harry. Y a pesar de ser eso bueno, pues aseguraba un futuro exitoso, en ocasiones sus primos se aburrían con su sola presencia. No se acercaba a ellos para jugar y siempre andaba con un maldito libro entre sus manos. Rose no solía divertirse, o al menos, no como un niño de diez año vería la diversión. La querían mucho, sí. No podían negar que Rose tenía su encanto, pero era cansino intentar acercarse a ella y golpearse una y otra vez con un muro de letras.

Y eso a ella no solía importarle. Ella y sus libros tenían una relación tan estrecha, que poco le importaba lo que los demás pensaran de su aburrida versión de diversión.

—¡Rose! —, la pelirroja alzó la mirada, dispuesta a gritar a quién fuera que la molestase de nuevo que la dejara en paz de una maldita vez. Y entonces, lo vió. Allí en el umbral de la puerta que daba hacía el jardín, con su corto cabello brillando bajo el sol y aquella sonrisita igual a la de James. Con aquellos mercurios como orbes y aquellas elegantes facciones que no podían confundirse con ninguna otra, a pesar de tener tan solo diez años. — ¡Rose, ven para que conozcas a Scorpius! —, gritó su madre, Hermione, una vez más.

La niña pareció olvidar su libro, el cuál dejó sobre el césped bajo aquél roble. Y pareció ser consciente por primera vez del sofocante calor que hacía en el ambiente. No solo ella se acercó, sino también el resto de los niños. Y por supuesto, no tardaron en atosigar a Scorpius.

Y en cuánto le tocó a Rose presentarse, completamente colorada, en parte gracias al calor y en parte a la blanquecina piel de sus mejillas, tormento de las pelirrojas, le importó, por primera vez en su vida, no saber sonreír tan relajadamente como sus primos sabían hacerlo. Ni siquiera sabía sonreír sinceramente. Y lo que le salió fue una terrible mueca.

—Tranquila—, le susurró Scorpius, mientras Hermione explicaba que él se quedaría durante el verano en la Madriguera, pues sus padres habían salido de viaje. Rose lo miró sin entender. —Yo te enseñaré como se hace—, y sin siquiera notarle, la pequeña niña pelirroja le dedicó una espléndida sonrisa que él correspondió.

{…}

31 de Diciembre, 2034

Lo único que se escuchaba en aquellos desolados y todavía vacíos pasillos era el resonar de sus tacones. Tac. Tac. Tac. Firmes, sonoros, para que todos supieran que por allí pasaba ella. Con su porte elegante, y su espalda rígida, con sus torneadas piernas gracias duros días de gimnasio, no había duda de que aquella mujer esbelta era la mejor. Y, oh, sí. Lo era.

No pasarían de las siete de la mañana, pero la mujer pelirroja de rebeldes rizos ya se encontraba en su lugar de trabajo. Weastter era quizás el mejor bufete de abogados en todo Londres y sus alrededores. De eso no cabía duda. James, su primo mayor y ella se habían encargado de volver el bufete el mejor. Con los mejores socios, y los mejores inversionistas. Y, ¿Cómo no? Los mejores abogados judiciales. Y para prueba de ello, ella. Rose Weasley.

Rose podía no ser la mujer más hermosa, ni tampoco de la más exuberante belleza. Tampoco era de lo que se dice particularmente atractiva, a pesar de tener un buen cuerpo, fuerte gracias al entrenamiento. Sus labios eran ligeramente grandes en contraste a su rostro. Anchos y carnosos, y de color rosa siempre. Sus ojos eran de un color tan turquesa, que difícilmente encontraba una combinación de ropa que le quedara bien y no le hiciera quedar como Drupy. Sus brazos eran flácidos, a pesar de las horas de ejercicio. Y su cabello. ¡Oh! Su cabello. Medusa se quedaba corta, cuando Rose intentaba peinarse.

Pero, eso poco importaba. Rose Weasley era considerada la abogada judicial más aclamada en kilómetros a la redonda, y su sola presencia imponía al resto de las personas que ella, en definitiva, era la mejor. Era puntual y no había caso que no ganara en la corte. Su seguridad en sí misma, algo que había tenido que ganar a pulso, era simplemente gloriosa para todos sus clientes, quienes solían salir victoriosos. No había mucho qué decir. Era la mejor y punto.

Cruzó la esquina al final del pasillo y pareció haber entrado en el barullo de la multitud de abogados que comenzaban a llegar a sus respectivos trabajos. El lobby del edificio se había llenado en apenas y quince minutos en los cuales Rose había ido a desayunar una galleta de soda.

—Rosie—, la pelirroja bufó por lo alto, al escuchar el maldito sobrenombre que solo una persona utilizaba.

—James, ¿No ibas a estar con Dolly hoy? —, preguntó, volviéndose para observar a su primo acercarse al elevador, donde ella estaba. Él le sonrió y besó su mejilla, en un gesto afectivo que ella correspondió.

—Sí. Solo he venido a buscar unos papeles—, comentó, subiendo al elevador y saludando con jovialidad a los trabajadores que subieron con ellos. —Hoy le van a hacer el primer ecosonograma.

Rose le sonrío a su primo afablemente. Dollianne, mejor conocida como Dolly por todos, era la esposa de James desde hacía tres años. Y desde entonces, habían intentado tener hijos, y no lo habían conseguido hasta ahora. Dolly estaba de seis semanas y se lo había dicho a James en Navidad, con toda la familia reunida. Rose consideraba que, después de que James disfrutara su juventud, no había mujer mejor que Dolly para que le hiciera sentar cabeza. Y así había sido. James idolatraba y amaba a su esposa.

—Bien, James. Nos vemos en la noche y me cuentas—, dijo Rose, antes de bajarse del elevador en su piso. Caminó con por entre los cubículos y pronto tuvo una taza de café en sus manos, caliente, por parte de su secretaria que comenzó pronto a dictar lo que Rose tenía para aquél día.

—Y, ¿Señorita? —, Rose se detuvo antes de entrar a su oficina y se volvió, con una dulce sonrisa.

— ¿Sí, Naty?

—Adentro hay un caballero—, Rose colocó una mano en el pomo de la puerta, pero cuando intentó abrirla, una fina mano se posó en la suya. Catlyn, ó Cat, como se hacía llamar, la mejor amiga y casi hermana de Rose, había detenido el movimiento.

—Primero escucha a Natacha—, le advirtió su amiga, confundiendo ligeramente a la pelirroja, que enarcó una ceja sin comprender y buscó la mirada de su asistente, esperando una explicación.

—Este caballero la pidió exactamente a usted.

—Todos lo hacen, Natacha. ¿Ya puedo entrar?

—No—, espetó Cat, tajante.

—Él dice que necesita su ayuda. Y qué, por lo que más quiera, deje sus sentimientos a un lado. Y… —Rose se hartó y aprovechando que su amiga andaba distraída escuchando a Natacha, empujó la puerta con su propio cuerpo, impulsada por la maldita curiosidad que su asistente y mejor amiga le habían inculcado. Entonces, cuando vió aquél rubio cabello, brillando bajo los tenues rayos de sol que se colaban por la ventana, se arrepintió de su desición.

—Hola, Rose—, su voz, grave y ronca. Sumamente masculina derritiría a cualquiera. Y, quizás, en otras circunstancias hubiese derretido a la pelirroja, pero ya no. Rose no se movió. Y sin despegar su mirada de aquél mercurio que antaño la había vuelto loca, ordenó a las dos mujeres que se fueran y cerraran la puerta. La sonrisa que había dejado huella en su rostro, luego de pensar en su futuro primo sobrino, había desaparecido hasta endurecer sus facciones.

—Malfoy—, saludó ella, cuando se sintió firme para hablar. Caminó hasta su escritorio, con el mentón en alto y sin dejar de observarlo, para luego sentarse en su silla y comenzar a recibir unos papeles. — ¿Qué haces aquí? —Son ocho años que no das la cara, imbécil; quiso agregar.

Scorpius suspiró pesadamente y se masajeó el puente de la nariz, antes de cruzarse de brazos. Sabía que no sería fácil, pero bien le habían dicho que Rose era la mejor en lo que hacía. Y sinceramente, necesitaba a la mejor. ¿Y por qué no admitirlo? La necesitaba a ella.

—Vengo a contratar tus servicios—, la escuchó reír por lo bajo y supo que era de ironía. Sin embargo, no se dio por enterado.

— ¿De qué te culpan? ¿De matar hormigas, pasarte semáforos o por excesiva velocidad? —. Scorpius consideró que sí, se merecía la burla, pues él, el heredero de las empresas de arquitectura Malfoy no se veía metido normalmente en aquellos líos. Sin embargo, en aquella ocasión, estaba en una grande. Respiró profundamente y se decidió a responder.

—Por asesinato.

Rose alzó su mirada y el brillo de burla que pudo haber en su rostro segundos atrás, desapareció. Su mirada, dura, impasible, se volvió escéptica y sorprendida. Soltó la taza de café, que en momento antes había llevado a sus labios, logrando que la taza golpeara estrepitosamente en el suelo de madera, con miles de pedacitos de porcelana regados por el piso, y con el líquido completamente desparramado, manchando sus tacones de cuero.

—No puede ser posible.


Disclaimer. Ésta historia me pertenece, más no sus personajes. Rose Weasley, Scorpius Malfoy, la familia Weasley y Potter, y el resto de personajes que reconozcan son de Jotaká. Dolliane y Catlyn son mías completamente y no quiero verlas en otra historia. No al plagio.

Bueno, aquí yo con otra historia. Sé que tengo, con ésta, tres. Pero, no pudé resistirme. De todas formas, no creo que ésta tenga más de diez a quince capítulos. Será corta, relativamente. Como siempre, no prometo fechas de actualización. Espero que les guste mi nuevo Au. Me encanta escribirlos.
Espero su opinión para saber si vale la pena continuar.

¡Saludos! Gabiela. :3