El Baile

La fotografía cayó del interior de un viejo libro que hacía muchos años que no leía. Como en una vieja película muda en blanco y negro, una joven pareja danzaba y danzaba sin dejar de mirarse a los ojos. No tuvo que mirar la fecha en la parte posterior. A lo largo de su vida había asistido a muchísimos bailes. Pero aquel fue sin duda El Baile, con mayúsculas...

La fiesta prometía ser lo más de lo más. Cygnus y Orión, vestidos con elegantes túnicas de gala, contemplaban el panorama desde un extremo del salón, junto a una mesa con bebidas y canapés. Lo más florido de la alta sociedad mágica se había dado cita en la residencia de verano de los Mulciber. Los dos primos intercambiaban, entre risas, comentarios sobre las brujas jóvenes presentes en la fiesta...hasta que Cygnus la vió. Y no pudo resistirse.

Hasta el día en que había completado su formación en el Castillo de Hogwarts Druella Rosier había sido una chica paliducha, demasiado carente de colores, poseedora además de cierta ironía sarcástica que podía llegar a ser muy, muy punzante. Druella no destacaba entre las guapas, ni formaba parte de la cohorte de admiradoras de los primos Black...sobre todo, de Cygnus Black. Había pasado poco más de un año desde la última vez que la había visto....y se quedó fascinado.

Druella, vestida con una túnica ceñida, de color azul celeste a juego con sus ojos, con el pelo rubísimo recogido en un elegante moño, simplemente resplandecía. Poco más de un año había bastado para completar la mujer a medio hacer que Cygnus había visto por última vez. ¿Cómo le había podido parecer demasiado pálida, si brillaba entre todas las demás? ¿Cómo había podido pensar que sus ojos casi no tenían color, si parecían dos trozos de cielo de verano? ¿Cómo es que la había considerado delgaducha y desgarbada, si era impresionante?. Cygnus se acercó con la mejor de sus sonrisas.

- Eres la más guapa de la fiesta –. Le dijo sin preámbulos, al más puro estilo Black.

– ¡Cygnus Black! El gran conquistador. En cualquier momento aparecerá tu cohorte de admiradoras-. Contestó ella mientras hacía con que oteaba sobre su hombro para divisar a las presuntas enamoradas.

- Pueden esperar sentadas –. Dijo él – .Ninguna te llega a la suela del zapato.

- Nunca te das por vencido. Pero sabes –. añadió Druella sonriendo, y Cygnus pensó que cuando sonreía estaba todavía más guapa –. Que no te daré ni la más pequeña oportunidad. No tengo complejo de cromo de las ranas de chocolate.

Pero, bajo la máscara irónica, un sentimiento totalmente nuevo la asaltó por sorpresa y superó limpiamente la muralla erigida alrededor de su corazón. Y tuvo la certeza, por primera vez en su vida, de que haber nacido en la alta sociedad mágica, ser de sangre pura, no era incompatible con la pasión.

Cygnus soltó una carcajada y la devolvió a la realidad -. Al menos, baila conmigo –. Dijo ofreciéndole el brazo – . Prometo que no intentaré pegarte en mi álbum.

– Ni lo intentes siquiera – .Contestó Druella, a la vez que aceptaba su brazo y los dos echaban a andar hacia la pista de baile.

Druella Rosier y Cygnus Black giraron al ritmo de aquel vals vienés como si hubieran recibido juntos clases de bailes de salón, los movimientos de sus cuerpos perfectamente sincronizados, mientras, sin percibirlo apenas, sus almas también entretejían una tupida red.

Los ojos negros de Cygnus clavados en aquellos dos zafiros que eran los de Druella hicieron que se estremeciera."La pureza de la sangre no es incompatible con el amor", pensó Cygnus, y por arte de magia, de la magia más antigua y poderosa que ha existido jamás, Druella lo escuchó en su corazón. Y sintió vértigo porque tuvo la certeza de que no sería de otro hombre.