Disclaimer: How To Train Your Dragon, así como sus personajes, no me pertenecen. Son de DreamWorks y Cressida Cowell.
Aviso: Esta historia no pretender ser histórica o verídica. Se han utilizado datos históricos, pero todo lo aquí relatado es ficticio.
Capítulo I
Las noches eran frías en Noruega, azotando con bajas temperaturas a sus habitantes. Las costas solían traer vientos helados, congelando los lagos y arrojando trozos de hielo a las tierras.
Berk era una pequeña provincia de Finnmark, cuya principal actividad era la pesca. Día con día, los hombres zarpaban hacia los mares, buscando animales marinos para cazar.
Estrechas calles empedradas eran la ruta de circulación, siendo las principales más angostas. Las banquetas eran delgadas, rodeando pequeñas y coloridas tiendas, cuyos aparadores solían entretener a más de un habitante, haciendo más ameno su andar.
Las puertas de los locales comenzaban a colgar letreros, anunciado el cierre del día. La iluminación de los negocios comenzaba a desaparecer. La mayoría de los dueños habitaba los pisos superiores de sus comercios.
La tienda de armería cerró su puerta. Escopetas, espadas y arcos fueron descolgados de las paredes. El dueño, Alf, las colocó en el baúl que ocultaba detrás del mostrador, guardándolas bajo llave. Caminó a la tras tienda, azotando la portilla que la separaba. Aseguró la pequeña puerta roja de la derecha que conducía al corredor de la escalera, a su hogar.
Una pequeña puerta de madera se escondía en la alacena bajo las escaleras, la cual salía al estrecho callejón donde los vecinos depositaban la basura.
Echó un ligero vistazo a la entrada principal, verificando que se encontrara debidamente cerrada, antes de subir por las escaleras.
Su esposa e hija se encontraban en la sala, mirando fijamente el radio. El enorme candelabro, con los ocho espacios ocupados, sostenía las velas encendidas, justo arriba del centro de la habitación. Los cabellos rubios de las mujeres brillaban tenuemente bajo la iluminación del fuego. De pie, justo al lado del sillón principal, su esposa observaba anonadada hacia el frente, compartiendo miradas de extrañeza con su hija, la cual se encontraba sentada en el medio del enorme sillón.
―Astrid, cariño, cierra la boca.
Alf vio de reojo el ceño fruncido de su hija, quien apretaba fuertemente sus rodillas, arrugando los dobleces de su falda. Con esa pose y la espalda completamente recta, le recordó a las imágenes de las antiguas guerreras. Alf se permitió sonreír mientras tomaba el periódico que reposaba en la mesita de centro, obstruyéndole la vista a Astrid por unos segundos, obligándola a removerse a la derecha, tratando de escuchar lo que sea que estuvieran dando en la programación. Imaginando lo que las voces contaban.
―¡Papá! ―gritó ligeramente exasperada.
―Lo lamento, hija.
Astrid detectó la pequeña sonrisa que adornaba el rostro de su padre, ladeó la boca en una mueca de disgusto.
―¿Qué es lo que escuchan? ―cuestionó Alf, acostándose en el sillón de a lado, no tan largo como el principal, pero lo suficientemente cómodo.
El azul de sus ojos brilló con ansiedad, bajando las hojas del periódico, prestó atención a la transmisión nocturna.
"Alemanes: es preciso disciplina y obediencia ciega, para llegar al triunfo.
!Deutschland Sieg¡"
"Esas fueron las palabras del canciller de Alemania: Drago Bludvist.
Alemania le ha declarado la guerra a Polonia."
Astrid ahogó una exclamación, cubriendo su boca con ambas manos. Alf, impresionado, casi saltó del sillón, sentándose en el borde, muy cerca del aparato; arrojó el diario a un lado, sin delicadeza. Buscó la mirada de su esposa, recibiendo una cargada de ansiedad y miedo.
―¡Ese hombre está demente!
Alf no pudo estar más de acuerdo con su hija. Drago Bludvist solo buscaba una revancha, un ser lleno de resentimiento y ansias de poder.
Recordó con amargura los años pasados, todas las muertes y las crisis.
Alfhild, su amorosa esposa, se acercó a paso presuroso a él. Tomando asiento a su lado, rodeándolo con ambos brazos.
Las sombras de la noche comenzaban a ganar terreno a la iluminación. Las fotografías que colgaban en las paredes se oscurecieron, apagando los inmutables rostros de la familia Hofferson.
―Astrid, cariño, es hora de dormir.
Con una mueca de angustia asintió, se despidió con un beso en la mejilla a cada uno, y se encaminó a su habitación, desapareciendo tras la puerta que chirrió levemente.
―Alf…
―Tranquila, preciosa, estaremos bien.
―Pero Astrid, ella es muy joven.
―Yo me encargaré de eso.
Los recuerdos se apoderaron de ellos, la difícil década en que se conocieron, pero que no fue impedimento para el florecimiento de su amor. El hambre que el mundo entero tuvo que soportar. Alfhild sonrió, acariciando la mejilla de su marido.
―Hablaré con el Capitán.
Su esposa, más tranquila por su aseveración, se permitió relajar su frígida postura, suspirando con alivio. Observó el radio, como deseando presenciar lo que narraban. El pequeño fragmento del discurso logró confundirla más, el sonido de pasos, aplausos y gritos de reporteros amontonándose por conseguir la nota. ¿Qué pasaría con ellos?
•••
Astrid, caminando suavemente por la acera, decidió ignorar los ruidos de fondo, mirando de reojo los aparadores. A ella no le interesaba la desorganizada protesta que estaban protagonizando algunos habitantes del pueblo.
―¡Hola, Astrid!
Y ahí iba toda la tranquilidad de la que había disfrutado.
Snotlout, con su cabellera negra revuelta, le sonrió –o intentó, en realidad– galantemente, obstruyéndole el paso. El chico la había cortejado desde que podía recordar; claramente, ella nunca respondió a sus absurdos intentos de coqueteo. Para su desgracia, él era persistente, demasiado.
Ni el hecho de ser más bajo que ella lo desalentó. Astrid disfrutó enormemente los esfuerzos de Snotlout por caminar más recto en su presencia, incluso llegó a andar sobre las puntas de sus pies.
―Snotlout, qué alegría.
La mueca de felicidad que puso le indicó que no había detectado el tono sarcástico que empleó. Se colocó a su lado, en un intento de caminar junto a ella. Astrid decidió omitir su compañía, continuando con un paso más enérgico. Los acosos se volvieron más constantes cuando el chico creció unos cuantos milímetros más, aparentemente ese cambio físico le dio más confianza.
―Lo sé, Astrid, lo sé ―comentó estirando un poco el cuello de su chaleco, presumiendo la insignia que lo adornaba.
Astrid observó de reojo el pequeño broche de metal. Imaginó que Snotlout buscaba impresionarla con alguna de sus falsas historias. Optó por una táctica diferente.
―¡Snotlout! ―chilló, fingiendo observar la insignia. Grabando en su memoria la sonrisa de suficiencia ―. ¿Qué es eso de allá?
Rio internamente, disfrutando de la decepción en el rostro del chico. Confundido, dirigió su atención hacia donde señalaba su mano. Un grupo de hombres escuchando atentamente a un militar. Cuando Snotlout observó detalladamente, su sonrisa y petulancia regresaron.
―Eso, mi bella Astrid, es el ejército de Noruega ―ignoró olímpicamente el apelativo con el que la llamó, enfocado su atención en la pequeña aglomeración.
―¿El ejército? ¿De qué estás hablando?
―Han venido a reclutar gente, solicitando a los mejores soldados ―Astrid frunció el ceño, evitando mirar el broche que Snotlout presumía insistentemente―. Y yo, Snotlout Jorgenson, soy el mejor.
―¿Te alistaste en el ejército!
―Por supuesto que sí, linda. No hay nada porqué temer ―respondió altaneramente, sujetándole de la mano― El Capitán General Jorgenson volverá por su futura esposa.
Astrid retiró la mano callosa del chico, doblándole la muñeca en el proceso, lanzándole una mirada de desdén. No se quedó a escuchar los quejidos de Snotlout. Corrió por la acera, sintiendo el revoloteó de su vestido blanco en una batalla contra el clima y sus fuertes vientos.
Alf, recargando ambos brazos en el mostrador, observó con pereza hacia la ventana, deleitándose con la vista que le otorgaba. Se preguntó qué papel jugaría su país, ¿de nuevo serían neutrales? Ciertamente, él esperaba que sí. No soportaba la idea de que su pequeña Astrid viviera los mismos horrores que él y su esposa enfrentaron. Él deseaba tiempos de paz y prosperidad; sabía que había crisis en el mundo, afortunadamente todos sus años de esfuerzo le permitían otorgarle estabilidad económica a su familia.
Un grupo de chicos pasó frente a su negocio, ataviados en papeles y ropas verdes, con la excitación brillando en sus rostros; las sonrisas joviales retando al porvenir.
La guerra de nuevo, robándose el futuro de miles de muchachos, arrancándoles sueños y esperanzas. Él había sido uno de esos jóvenes ingenuos, que, seducido por los discursos políticos, se había incorporado a las filas militares. Embriagado por la emoción y promesas nacionalistas; creyendo cada palabra de los líderes. Deseando luchar una guerra que nada tenía que ver con él.
El desencantó fue abrumador. Jamás fue al campo de batalla. Los años de entrenamiento fueron en vano. La vida de un soldado era rígida y solitaria. Ver a camaradas ser secuestrados, asesinados. Abandonarse a la vida de un cadete, yendo de un lado a otro, obedeciendo normas de los altos mandos.
Conocer a su adorada Alfhild le hizo retomar el rumbo, despertando anhelos y pasiones que creía olvidadas. El final de la guerra fue el inicio de una nueva época.
―¡Papá! ―Astrid irrumpió escandalosamente en el local. Con las mejillas arreboladas, y la trenza medio desecha, él la encontró idéntica a su madre―. ¡Quiero unirme al ejército!
•••
La situación es su país era cada vez más precaria; varios negocios se habían visto forzados a cerrar por las ventas bajas. El alimento comenzaba a escasear y, pese a declararse neutral, Noruega se encontraba bajo la mira de varios países, instándolos a participar en la guerra. Los barcos pesqueros partían con miedo al mar, sin atreverse a adentrarse en aguas profundas, temerosos a ser atacados. Los niños sufrían de hambre y frío. La mayor inversión se estaba destinando al ejército.
Astrid comenzaba a sospechar. Su padre se negaba a darle detalles sobre la primera guerra mundial, pero ella había investigado por su cuenta, preguntando a los profesores de sus clases. Había descubierto que Noruega salió bien librada de ese enfrentamiento, algunas bajas y pérdidas, pero nada alarmante. Sin embargo, el mayor temor del gobierno era una invasión, si bien nadie hablaba de ello, era un secreto a voces; su ubicación estratégica era deseada por los demás gobiernos. Quizá en esta ocasión sería diferente, no contarían con tanta suerte.
El viento mecía con suavidad su cabello, acariciándole el rostro. Astrid ajustó el cuello de su suéter, cuidando de no ensuciarlo. Sujetó firmemente la bolsa que cargaba en el brazo izquierdo, esperando no aplastar el pan recién horneado que acababa de comprar. Aceleró el paso, la temperatura comenzaba a descender.
Cerró con rudeza la puerta principal, causando un ruido sordo. Arrojó las llaves a la mesita de la entrada. Al pasar cerca de la escalera pudo escuchar los ruidos provenientes de arriba. Su padre era algo escandaloso al afilar armas.
―¡Llegué! ―anunció con voz neutral.
―Astrid, cariño, ven ―llamó su madre desde la cocina.
Entró lentamente al cuarto, empujando con fuerza de más la puerta. La mirada ceñuda de su madre la recibió. Hizo una ligera mueca, disculpándose por sus malos modos. Ignoró los murmullos del comentarista vespertino. Hola, Noruega; programa de radio que su madre sintonizaba por las tardes.
―Hija, deberías ser un poco más…
―¿Femenina, mamá? ―completó irónicamente―. Claro, eso te encantaría, ¿no?
―Astrid ―advirtió en tono firme, colocando ambas manos en los bordes del mandil floreado.
Lanzó un suspiro de derrota, optando por hacer las paces. No tenía ánimos de discutir. Depositó la bolsa de pan sobre la mesa redonda. Observó a su mamá, quien se movía con gracia por el lugar. Cortando vegetales, revisando la cocción exacta de la carne y batiendo el caldo con precisión.
Astrid no lo admitiría, al menos no en voz alta, pero su madre era asombrosa, aun siendo que solo se encargaba de las labores del hogar; pero ella no, no se podía visualizar como una esposa abnegada y frágil. Era diferente, ella no sería una mujer controlada y obligada al hogar.
―Cariño, ayúdame a colocar los platos.
Accedió con un asentimiento ligero, tomando la vajilla de la alacena superior. Colocó suavemente los platos, depositándolos en los manteles que su madre había bordado con esmero y dedicación.
―Huele delicioso, Ild ―Alf entró silenciosamente en la cocina, observando la labor de las rubias.
"El rey ha realizado un llamado para la población femenina.
En la búsqueda de igualdad y apoyo a la nación, el día de hoy el vocero oficial ha dado a conocer la próxima campaña para el reclutamiento de mujeres. "
Astrid dejó caer los cubiertos, impactando quedamente con la madera. Fue vagamente consciente del balbuceo que escapó de sus labios. Su padre, rápido en reacción, cruzó la estancia de dos zancadas, apagando el radio que descansaba sobre el mueble de la esquina.
―¡Papá!
―¿Qué comeremos, cariño? ―cuestionó, ignorando deliberadamente el reproche de su hija―. Muero de hambre.
―Papá, prende el radio.
―Un poco de caldo y carne, querido.
Astrid gimió en descontento, indignada por la obvia omisión de su presencia y opinión. Con un andar orgulloso, se encaminó hacia el aparato, encendiéndolo. Miró desafiante a su padre, quien la observaba con el ceño fruncido y el semblante muy serio. No se dejó intimidar, posó altaneramente las manos en su cadera, enderezándose todo lo posible. Fue un duelo de miradas. El azul claro de los ojos de Astrid centellaban testarudamente contra el frío y severo azul de su padre.
Alfhild supo que ninguno iba a ceder, admiró callada e impotente la escena, sin saber qué debía hacer.
"Los primero reclutas han comenzado los entrenamientos. Cada Provincia contará con un campo de concentración. Oslo y Narvik tendrán los más grandes, aparentemente.
El rey ha recalcado que no se trata de una estrategia de batalla, sino que ha decidido invertir en la fuerza militar para la defensa del país.
Así es, Erick. Evidentemente se pretende estar prevenidos ante cualquier amenaza. No podemos esperar que la situación se idéntica a la Guerra de…"
―Tú eres militar.
Alf se desarmó ante el comentario. Abrió ligeramente la boca, impresionado porque su hija refutara con eso. Era un golpe bajo.
―Astrid, soy tu padre y he dicho que no.
―¿Y qué es lo que dice el Coronel Hofferson, eh? ―cruzándose de brazos, le mandó una mirada recelosa; retándolo.
―Eso no importa. Ahora vamos a comer.
―Pues tampoco importa, porque no tengo hambre.
Astrid abandonó la estancia con una rabieta, murmurando palabras que su madre tacharía de improperios. Se aseguró de azotar la puerta de su habitación con la fuerza suficiente.
De pie, en la misma posición, el matrimonio suspiró. Alfhild comenzó a servir los alimentos, vertiendo el humeante caldo en la vajilla. Su esposo avanzó con pesar hacia el mueble, apagando definitivamente el radio. Regresó sus pasos hasta la mesa, dejando caer su cuerpo sobre la silla. Alfhild colocó los vasos en el lugar correspondiente. Besó los rubios cabellos de su esposo, quien agitaba distraídamente su comida.
―¿Qué haremos, Alf? ―preguntó suavemente, tomando asiento.
―No puedo dejarla hacer esa locura, Ild.
―Es tu hija.
―Exactamente por eso ―Alfhild sujetó la mano de su marido, apretándola con ternura.
―Yo tampoco quiero que nuestra Astrid entre al ejército, pero es tu hija.
―Ella no va a estar cerca de soldados ―gruñó―. Todos son una bola de inútiles que solo buscan acostarse con la primer mujer que encuentren.
―Tu hija es lo suficientemente responsable como para dejarse engañar.
―¡No! ¡Ningún maldito militar me quitará a mi hija!
Alfhild lo miró sombríamente, rompiendo el contacto entre sus manos. Sin mirarlo, comenzó a comer tranquilamente. El sonido de los cubiertos fue el único ruido durante la comida.
•••
Astrid observó escépticamente al Sargento Lyng, ignorando los gritos de intimidación que soltaba. Deseó poder cruzarse de brazos, sin embargo no estaba permitido, por lo que se conformó con rodar los ojos con hastío, ¿a cuántas niñitas más haría llorar?
Escuchó los balbuceos de una chica, provenientes de la fila detrás de la de ella. Sintió al hombre uniformado pasar cerca de su espalda. Tan absorta en sus pensamientos que no notó su acercamiento.
―¡Su nombre, recluta! ―le exigió hostilmente.
―Astrid ―respondió sin dejarse amedrentar, viendo directamente a los ojos del militar.
―¿Astrid qué?
―Hofferson.
Una mirada de desdén fue lo único que recibió. Sin tomarle importancia al desplante, volvió la vista al frente, manteniéndose firme y con los brazos tensados hacia atrás; con la pose perfectamente ejecutada.
Supuso que varios miembros del ejército sabrían de su existencia, incluso le parecía reconocer alguno que otro cabo. No solo iban a comprar armas a la tienda, a veces se detenían a saludar a su padre, mostrándole todos los respetos reglamentarios.
―¿Ya viste a ese soldado? Es muy guapo ―cuchicheó en un tono no muy bajo la rubia que tenía a lado.
―Sí, y no ha dejado de mirar para acá. Seguramente nos observa.
Astrid sintió que perdía la fe en la humanidad. El mundo entero colapsaba en una guerra innecesaria, y a ellas solo se les ocurría mirar soldados. Por primera vez se permitió concederle un poco de razón a su padre.
―Comenzaremos con un poco de calentamiento.
A Astrid no se le escaparon las miradas lujuriosas que les dedicaban los soldados, quienes deberían estar entrenando. Bufó con inconformidad, al menos solo sería durante el reclutamiento. Era muy consciente de que terminaría fracturando a unos cuantos miembros de la sección varonil de seguir compartiendo el mismo espacio, por lo que rogó a los Dioses por un poco de paciencia.
Comenzó a tener ciertas dudas cuando vio a la mitad de su sección caída. ¿Acaso no tenían resistencia física? Y claro, los neandertales de los soldados se presentaban voluntarios para llevarlas en brazos a la enfermería. Patético.
Para el tercer día de entrenamiento, Astrid tenía que confesar que su padre tenía razón. Los hombres solo buscaban pasar el rato con las mujeres. Algunos coqueteaban descaradamente con las reclutas; para su alivio solo algunas cuantas caían en sus juegos, sin embargo, no conformes con eso, los veía cortejar a las demás habitantes ¡y en horas de servicio!
Su padre, por supuesto, esperaba cada noche, durante la cena, que ella aceptara que se había equivocado y abandonara la idea de alistarse. Cosa que no haría.
Afortunadamente, después de una semana de pruebas y entrenamientos, la tercera parte de su sección había sido trasladada, lejos de los chicos tontos y hormonales.
Llegar a Troms no le resultó tan difícil como había imaginado; fue un trayecto tranquilo y silencioso. Admiró la zona montañosa, maravillada por salir de Berk.
Lo doloroso de dejar atrás su pueblo natal, fue despedirse de sus padres, quienes le rogaban con la mirada que desistiera. Astrid no lo hizo. Los abrazó con fuerza antes de abordar el camión de carga que las trasportaría.
Levantarse temprano no le era complicado, había crecido bajo el estricto régimen de disciplina impuesto por su padre. Astrid siempre lo agradecía, ya que le permitió adquirir hábitos que ella apreciaba mucho.
El inicio de Diciembre aumentó la ligera capa de nieve que cubría la zona del entrenamiento. Adivinó prontamente que la rutina asignada a su sección distaba mucho de los ejercicios y adiestramiento impuesto a los soldados. Aquella aseveración le trajo un mal sabor de boca.
La primera semana de formación consistió en clases de defensa personal. Lo encontró útil, al menos para sus compañeras. Ella había recibido instrucción de su padre, quien se encargó de que Astrid dominara cada movimiento mostrado.
No fue una sorpresa que sobresaliera en cada práctica, llamando la atención de los Cabos. Hecho que le ayudó a perfeccionar su técnica, y aprender nuevos trucos.
Lo AU no son lo mío, pero esta idea me abordó hace ya varios días. Prontamente noté que no me dejaría en paz.
A los pocos minutos me di cuenta de que quería intentarlo; a eso vino una revelación impresionante: Simplemente no podía inventarme las cosas.
El resultado: Días de investigación. Soy muy mala para la historia (pésima, en realidad), entonces tuve (y aún tengo) que buscar información.
Como mencioné en un principio, todo es ficción, pero sí estoy basándome en algunos hechos. No toda la información será verídica, aun así me estoy esforzando en no falsear datos.
Si alguien por aquí sabe mucho de historia y/o ve alguna incoherencia o error, por favor háganmelo saber para poder arreglar aquel detalle.
No sé qué tipo de acogida tendrá este proyecto, y, ciertamente, aún me encuentro muy insegura respecto a éste. También sé que el inicio no indica mucho y deja qué desear, es un avance "introductorio", por así decirlo.
El proceso de investigación ha sido largo, y lo que falta todavía.
Llegué a la conclusión que si dejaba pasar más días con el capítulo guardado en mis archivos, lo terminaría botando, y no quiero que mis horas de planificación, documentación y quiebres de cabeza se vayan tan fácil al traste.
Lamento si la nota fue muy extensa. No era mi intención aburrirlos (si es que la leyeron, claro está).
Gracias por tomarse el tiempo para leer.
Saludos y un enorme abrazo.
