Hola a todos de nuevo :) Ya casi se me está haciendo costumbre el entrar tan seguido en la página xD No sé si es por qué mis niños Samcedes ocupan mi cabeza y me molestan para que cuente sus historias o por qué soy una adicta a vuestros comentarios y reviews llenos de cariño. De cualquiera de las dos formas, aquí estoy una vez más. Y ésta vez, creo que con un long fic. Hace tiempo que me venís pidiendo uno en los reviews y me ha costado decidirme por una historia que pudiese hacer durar. Y digo "creo" porque solo llevo escritos dos capítulos y no tengo ni idea de hacia dónde va a ir la cosa xDD Pero bueno, yo os lo dejo por aquí por si queréis echarle un vistazo y decirme qué os parece ^^
La historia se ambienta en el McKinley por lo que intentaré que no se parezca en nada a "As Long", espero poder conseguirlo ;) Sería como una segunda temporada alterna, tomando de base casi todo lo ocurrido en la primera temporada. Ojalá que os guste :)
En un principio me debatía entre publicarlo mañana o no, pero he visto que hoy es día 27 y ésta es mi historia número 27 en la página, y sabiendo cómo sabéis que me encantan los números, lo estoy publicando ahora cuando aquí en España queda media hora para que sea 28 xD
Y eso, si lo leéis y os gusta, hacédmelo saber en un review, y si no, también :P
Disclaimer: Glee no me pertenece, de lo contrario Sam seguiría siendo el mismo Sam de la tercera temporada y no se habría convertido en el pardillo de Lima. Menudos "OOCs" se marcan con el pobre Sam últimamente u.u
Estudiante de intercambio:
¿Para qué correr? ¿Para qué molestarse? Se preguntaba Mercedes Jones, mientras avanzaba tan rápido cómo le permitían sus piernas, directa al William McKinley, el instituto al que todos los jóvenes de la ciudad de Lima, en el estado de Ohio, acudían cada día. ¿Para qué hacerlo si de nuevo, Rachel Berry, la estrella del instituto como la conocían todos en él, volvería a robarle la oportunidad de cantar en el Glee Club? No le bastaba con hacerlo cada día, llegando al salón de coro con sus canciones preferidas y una sonrisa de oreja a oreja que le dedicaba al Señor Schue, el profesor de canto. Por supuesto que no. Tenía que acudir también a su despacho cuando el mismo profesor les pedía ideas y nuevas canciones para las siguientes semanas. Tenía que ir, y así, privarle a los demás de una oportunidad para brillar como ella decía hacerlo. Después de tanto tiempo, Mercedes Jones debería haberse rendido y aceptado que eso nunca llegaría a suceder. Pero allí se dirigía de nuevo, corriendo como alma que llevaba el diablo, directa hacia la oficina del Señor Schue, en busca de una oportunidad que ésta vez, también perdería.
¡Llegaba tarde! Demasiado tarde. Aquel viejo despertador, que tiraría en cuánto llegase de nuevo a casa, no había sonado a su hora, y sus padres, adultos responsables que debían despertarla cuando éste fallaba, no se encontraban en casa. Bueno, quizás adultos responsables no era la mejor forma de describirles. De hecho, los Señores Jones lo eran todo menos esas dos palabras. Mercedes estaba convencida de que de no haberle oído a su abuela cómo había sido su llegada al mundo hacía dieciséis años, hubiera creído que era adoptada. Porque hablando claro, ¿quién podría decir que de aquellas dos personas que actuaban como niños de cinco años hubiera salido la persona más coherente de la familia? La más tranquila, la más seria, como ellos la llamaban. La más callada y cualquier otro adjetivo que fuese el opuesto al que describiese a sus padres. Eran tan diferentes... La mayoría de las veces, Mercedes deseaba poder desaparecer debajo de la mesa o que el suelo se la tragase cuando sus padres soltaban una de sus perlas. Sus mejillas se encendían por la vergüenza pasada, y eso provocaba que ellos se riesen aún más, creando un círculo difícil de parar.
Y esa mañana no la habían despertado. ¿Dónde demonios se habrían metido? Ni una nota en la nevera, ni una en el espejo del baño. Irresponsables. ¿No tenían miedo de que alguien secuestrase a su hija a las siete de la mañana, la sacase de su cama y se la llevase lejos? En una ocasión, ella se lo había dejado caer y había recibido como respuesta un "¿Quién va a querer llevarte, cariño? Ni siquiera sabes contar chistes." Mercedes había abierto los ojos como platos y se había atragantado con la lasaña que estaba comiendo, lo que había hecho que su padre estallase en risas tratando de salvar su vida dándole golpecitos en su espalda. Eran unos irresponsables, y aún así, ella no podía dejar de quererles. Y el amor que se tenían la hacía soñar con que algún día, ella también encontraría aquella persona que la hiciera tan feliz como sus padres lo hacían el uno al otro. Pero eso era algo que no sucedería en un futuro cercano. Claro que no. Los chicos del McKinley no merecían la pena. Ni uno solo de ellos hacía que sus ojos se detuviesen un segundo contemplando la posibilidad de haber encontrado a esa persona especial. Tampoco es que ellos le hiciesen mucho caso, estaban demasiado ocupados queriendo ligar con las primeras posiciones de la pirámide de las Cheerios, nombre con el que se conocía a las animadoras de los Titanes, el equipo de football del instituto. Ellos formaban parte del grupo de los populares, aquellos que jamás tendrían la mala suerte de recibir granizados que estropeasen su ropa o de caer directos en el cubo de la basura. Aquellas acciones, y otras tantas como quedarse encerrado dentro de los baños portátiles, no estaban reservadas para ellos, sino para los "perdedores" del instituto entre los que, por supuesto, se encontraban los miembros del Glee Club. Estaba acostumbrada a los granizados, pues había recibido bastantes en su primer año en el club, pero esperaba, de verdad, que el nuevo año escolar que estaba comenzando fuera distinto. Santana López, Quinn Fabray y Brittany S. Pierce se habían unido al coro el año anterior y con ellas se habían traído a Finn Hudson, Noah Puckerman y Mike Chang. Pero lejos de subirles en popularidad, lo que habían provocado había sido ponerse a su nivel, perdiendo todos los privilegios y convirtiéndose en nuevos objetivos a granizar. Haciéndole compañía así a los primeros integrantes del coro, Rachel Berry, Tina Cohen-Chang, Artie Abrams, Kurt Hummel y la propia Mercedes. Matt Rutherford también había formado parte de él, pero éste se había cambiado de colegio y desde eso, el señor Schue no había hecho más que preguntarles a cada uno de sus alumnos si querían completar su "doce" en el club de canto. De nada les había servido ganar las locales el año anterior. Seguían siendo unos perdedores y ese año, ni siquiera podrían competir por no llegar al mínimo de componentes.
Quizás tendría que irse buscando otro club, otro en el que le permitiesen brillar como deseaba, ¿pero en cuál? ¿En el club de teatro? No, ahí tampoco podría, sería la siguiente opción de Rachel Berry. El club de audiovisuales tampoco, ni el de ajedrez. No llegaría lejos perteneciendo a ese club, a no ser que lo que buscase fuese recibir un porcentaje mayor de granizados. El de mates tampoco, no eran su fuerte, y el de lectura... Le gustaba leer, pero no tanto como cantar. ¡Ah, cantar! ¿Por qué era tan difícil conseguir lo que uno deseaba?
—Lo siento, lo siento, lo siento... —decía, una vez dentro del McKinley, tratando de no chocarse con las decenas de estudiantes que venían hacia ella.
Llegaba tarde, pero no a clase. ¿Qué hacía tanta gente allí en los pasillos? Al parecer, todo el mundo había conseguido madrugar esa mañana excepto ella. Y todos parecían querer impedirle que llegase a su destino. ¡Aggh! ¿Lo hacían adrede, verdad? Se habían confabulado con Rachel Berry para impedirle llegar antes que ella. No, esa no era la razón, pero ellos no se apartarían para dejarle paso.
Mercedes siguió corriendo, esquivando a cuánta gente podía, mientras chillaba disculpándose. Probablemente, la mirasen como si estuviera loca, pero no tenía tiempo para comprobarlo. Tenía que llegar sí o sí, a aquella oficina, aún teniendo la certeza de que lo primero que vería al llegar allí sería la sonrisa triunfal de Rachel Berry.
—¡Gracias! Tengo prisa —entonó, cuando una de las puertas que la separaba del pasillo de los despachos se abría delante de ella, dejándola pasar. Sin embargo, no se detuvo para mirar quién le había facilitado el paso, estaba tan cerca de llegar, solo tenía que correr un poco más y...
—¡De nada! —oyó que le respondían a lo lejos, sin mirar atrás. Había dejado de correr y ahora sus ojos se encontraban con la figura de Rachel Berry saliendo de la oficina del profesor. Por supuesto, con su famosa sonrisa triunfal.
¡No puede ser!
—Buenos días, Mercedes.
—Buenos... Buenos días, Rachel —respondió ella, tratando de disimular su agitada respiración. No quería ni imaginarse cómo estaría en ese preciso momento si se mirase al espejo. Rachel Berry no había llegado allí corriendo, su peinado todavía se veía perfecto y sus extravagantes ropas conservaban un buen planchado. Las suyas... mejor no comprobarlo.
—El Señor Schue está dentro, por si querías hablar con él.
¿Si quería hablar con él? No. Sólo había corrido como una loca desde que se había bajado del bus, hasta su despacho. Por supuesto que quería hablar con él. ¿Qué pensaba Berry que estaba haciendo allí? ¿Dándose un paseo?
Mercedes suspiró y luego masculló un "gracias" pasando a su lado y sosteniendo el pomo, al tiempo que con su mano libre tocaba la puerta con sus nudillos.
El "Adelante" que oyó del otro lado no se hizo esperar y en cuestión de segundos, la chica había entrado ya en la oficina, cerrando la puerta detrás de sí.
—Buenos días, Mercedes.
—Sé que llego tarde, señor Schue. Pero le prometo que es por una buena razón. El despertador no sonó y mis padres no estaban en casa para...
—Sí. Lo sé.
¿Cómo?
Mercedes se lo quedó mirando, asombrada. Aquello no le gustaba. No, aquello no sonaba nada bien. ¿Cómo podría saber el Señor Schue que sus padres habían salido fuera de casa?
—¿Lo sabe?
—El director les hizo venir muy temprano.
Oh Señor...
—¿Aquí? ¿Se refiere a... aquí? ¿Les hizo venir aquí? —preguntó, señalando con su dedo índice hacia el suelo del despacho. Se estaba asustando. Él la estaba asustando. ¿Qué habría sucedido ahora? —. ¿Ha pasado algo? ¿Por qué...?
—Tus padres no te han dicho nada —Comprobó su profesor, dándose cuenta de que la muchacha todavía permanecía de pie desde que había entrado por aquella puerta—. Oh, disculpa, no te he ofrecido asiento —dijo, gesticulando con su mano para que ella se sentase.
—¿Qué es lo que se supone que no me han dicho? —preguntó, pálida. ¿Qué habrían hecho esta vez? Oh Dios, no sabía si quería saberlo. Sentándose en la silla, lo escuchó atentamente.
—Tus padres se anotaron el mes pasado en el Plan de intercambio de estudiantes.
—¿Intercambio de...? —Oh no. No, no. De todas las locuras que podían haber cometido, esa sin lugar a dudas, era la peor de todas. ¿Querían enviarla lejos? Mercedes apretó con fuerza los brazos de la silla mientras miraba a su profesor con miedo—. ¿Quieren que me vaya lejos?
Por favor, diga que no. Diga que no.
Sus padres eran unos locos de cuidado, podrían haber sido capaces de eso y de Dios sabe qué más. La chica se mordió el labio, asustada. ¿Podría soportar un año fuera de casa? ¿Un año lejos de sus amigos? Oh, no. No podría. Ni siquiera pudiendo perder de vista a sus padres por un tiempo. No quería irse. No quería.
—Oh, no. No —la tranquilizó él, viendo lo asustada que estaba.
Mercedes no disimuló el suspiro de alivio que salió de su boca al oír su aclaración. Por qué poco había estado a punto de morir de un infarto. Hasta lejos, las ideas locas de sus padres tenían ese efecto en ella. Dios Santo, ¿algún día podría respirar tranquila sin preocupaciones de ningún tipo?
—Si no quieren que me vaya lejos, ¿Por qué apuntarse al programa? No entiendo —Creía que en eso consistían aquellos programas. Un alumno se iba y otro venía, ¿no? — ¿No se supone que yo debería formar parte del Plan también?
—No... Este año ha habido variaciones en las bases del programa. Ahora pueden apuntarse en él todas las familias que estén dispuestas a recibir estudiantes en sus domicilios. Eso fue lo que hicieron tus padres. Se apuntaron y un nuevo alumno vivirá en vuestra casa durante todo un año.
—Oh Dios... —Acabaría con ellos. Mataría a sus padres en el mismo momento en el que pisase su casa. ¿Cómo podían haberse apuntado al programa sin consultarlo con ella? ¿Por qué eran tan inconscientes? En realidad, no debería ni sorprenderle que hubiesen cometido aquella locura. Ahora solo podía esperar que todo saliese bien y que aquello no tuviese consecuencias.
—Es increíble que no te hayan dicho nada —le oyó decir al profesor. No era para nada increíble, era solo que sus profesores no conocían a sus padres como ella lo hacía.
—Oh, no se preocupe. En casa suelo ser la última en enterarme de las cosas —se encogió de hombros, mostrándole una pequeña sonrisa.
—De verdad, siento mucho que te hayas enterado así —Aquella sonrisa de la chica no le convencía en absoluto. Cada familia era un mundo, pero los Jones... Tendría que hablar con ellos ahora que New Directions, el coro al que él le había puesto nombre, empezaba su segundo año de vida.
—No, no. Mejor enterarme ahora, que encontrármela cuando llegase a casa. ¿Se imagina? Menudo susto —Mercedes sonrió de nuevo, ésta vez con ganas. Imaginándose cómo sería volver a casa y encontrarse las maletas de su nueva compañera en la puerta de casa. Dentro de poco, lo comprobaría. Y también sabría cómo sería ésta. Porque esperaba que fuese una chica. Demonios, más le valía a sus padres que les hubiese tocado una chica.
—De hecho... —Will Schuester carraspeó, antes de continuar hablando—. Él ha llegado hace una hora.
Oh, no.
—Te lo debiste cruzar cuando venías hacia aquí —Continuó diciéndole su profesor, al ver que ella no respondía.
—Es un chico...
Oh, mierda. ¿Qué iba a hacer ahora? No soportaba a los chicos del McKinley y ahora tendría que aguantar a uno de otro instituto en su casa. ¡Socorro!
No... Ahora sí que mataría a sus padres. Cuando llegase a casa, les aniquilaría y acabaría con todas sus locuras. Aceptar a un desconocido en su casa sería la última para ellos. Vaya si lo sería.
Oh Dios, ¡un chico compartiendo el mismo techo con ella! Tendría que dejar de pasearse en toalla por la casa después de salir de la ducha cuando sus padres no estaban, y tendría que empezar a ponerle el seguro a la puerta del baño. ¡Y el de su habitación! Ni por asomo dejaría que nadie entrase en ella. Y seguramente, el nuevo alumno haría pronto amigos y se traería a medio McKinley a casa de sus padres. ¡Genial! Fijo que a sus padres se les ocurría hacerle una fiesta de bienvenida el fin de semana. Conociéndoles, eso era lo más probable.
—Sí, es un chico —afirmó el profesor, mirando el reloj que llevaba en su mano izquierda—. Como te decía... tus padres se han reunido con Figgins y el resto de los padres para responder sus dudas. No sé cuánto se alargará la reunión, pero tú tienes clase en unos minutos así que, te dejo para que no llegues tarde —Will Schuester se levantó de su silla, al tiempo que ella también lo hacía—. Nos vemos en dos horas en el Glee Club. Tengo un nuevo componente que presentaros —le informó, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Tenemos nuevo integrante? ¿Cómo lo ha conseguido? — ¿A quién habría tenido que chantajear? Quiso preguntarle. Mas no lo hizo, guardando silencio y viendo cómo el profesor le contaba feliz que su nuevo compañero de casa también formaría parte del Glee Club.
Esto tiene que ser una pesadilla.
—Se me presentó con una guitarra y no pude decirle que no. Tampoco es que lo hubiese hecho de haber podido. Tendría que estar loco —rió, aliviado de poder presentarse a los campeonatos con sus doce integrantes. Solo necesitaba no perder ninguno antes de las competiciones y todo iría bien.
Así que con una guitarra... Genial, se habían conseguido a un cantautor. Madre mía, Mercedes no sabía qué sería de ella desde ese momento. Acabaría más loca que sus propios padres al término de ese año.
—Mercedes... ¿te encuentras bien? —Will Schuester arqueó una ceja, preocupado. Seguramente su alumna estaría conjurando vudú para acabar trágicamente con sus padres o algo por el estilo.
—Sí... Sí, no se preocupe —trató de sonreír, colocando de nuevo la silla como la había encontrado y dirigiéndose hacia la puerta—. En cuánto a la razón de porqué vine a... —dijo, dándose la vuelta y mirándolo con ojos suplicantes.
—Rachel volvió a adelantarse, lo siento. ¿Quizás para la semana que viene?
Sí, claro... Para la semana que viene. O para la siguiente, o para dentro de mil años quizás. Mercedes Jones comenzaba a cansarse de correr y correr, literalmente, por algo que jamás iba a suceder. ¿Debería resignarse de una vez por todas? Quizás, eso es lo que debía hacer. Dejar de soñar y centrarse en sus estudios. Les reprochaba todas las locuras a sus padres, pero ella seguía ilusionada con algo que no sucedería. En el fondo, no se diferenciaba tanto de ellos.
—Sí... Quizás —entonó, abriendo la puerta y saliendo de aquella oficina sin perder tiempo. Si iría o no la semana que viene, ya se vería. Quizás ya no viviese cuando llegase el fin de semana. Quizás sus padres acabasen por matarla con otra de sus tonterías. O ella sería quién fuese llevada a la cárcel por asesinarles a ellos. Sí, sin duda eso sería lo que pasaría.
Mientras caminaba hacia su taquilla para recoger sus libros de matemáticas, sacó del bolsillo del pantalón su teléfono móvil y apretó el botón de llamada. Su madre estaría reunida, pero nadie le impediría que Mercedes le llenase el buzón con mensajes amenazantes.
—Mamá... ¿Cómo habéis podido? —comenzó el mensaje, pegando el teléfono móvil lo máximo posible a su oreja y bajando la voz para que nadie la escuchase—. He tenido que enterarme la última. ¡Y por el señor Schue! Ugggh... Y es un chico. ¡Nos ha tocado un chico! ¿No podía ser una chica? Oh, Señor, os voy a-
El sonido del final de llamada no le dejó acabar la frase, dándole de nuevo y rápido a la tecla de rellamada, al tiempo que recorría los pasillos del McKinley directa a su taquilla. Debía recoger sus libros de una vez o volvería a llegar tarde, y ésta vez, sería a clase.
—A matar, mamá. Os voy a matar, ¿me oís? Voy a cometer un asesinato, un parricidio —dijo, sin darse cuenta de que sus pies habían provocado que se chocase con alguien. Bajando la cabeza, avergonzada, se disculpó sin ver con quién se había chocado y siguió adelante, sin detenerse, oyendo vagamente un "No pasa nada"—. Teníais que habérmelo dicho. ¿Dónde se supone que va a dormir? ¿En el cuarto de Bobby? ¿Y cuando él vuelva por vacaciones, dónde planeáis meterle? Ughhh...
El pitido volvió a sonar, al tiempo que ella llegaba ya a su taquilla. Buscando los libros entre sus cosas, los sostuvo con cuidado mientras regresaba su teléfono móvil al bolsillo de sus pantalones. Por el momento, dejaría los mensajes o llegaría tarde a clase. Ya tendría tiempo después en el almuerzo para seguir fastidiándoles.
Aquellas dos horas transcurrieron demasiado lentas para ella. No podía dejar de pensar en el hecho de que su privacidad pronto terminaría. Iban a compartir casa con un desconocido. Lo que significaba que además de vivir bajo el mismo techo y comer su misma comida, tendrían que lavar su ropa junto con la suya. Ella era quién se encargaba de hacer la colada en su casa. Se había acostumbrado ya a la ropa de sus padres, pero la de un desconocido... No... Ella no pensaba poner sus manos en su ropa. Podría haberlo hecho de ser una chica la que viniese, pero no, había tenido la mala suerte de tocarles un chico y ahora su mente no dejaba de torturarle con situaciones domésticas en las que Mercedes y él podrían verse envueltos.
Se estaba volviendo loca y ni siquiera le conocía aún. ¿Sería un chico formal? ¿Simpático? ¿O un imbécil y problemático? Mercedes rezaba porque fuese la primera opción. Era lo único que pedía después de recibir aquella noticia tan mala. Un chico formal, que no causase problemas ni disputas en su casa, y que la dejase estudiar y vivir tranquila sin preocupaciones.
Mercedes se mordió el labio, pensativa, mientras copiaba lo que la señorita Holliday les había apuntado en la pizarra. La clase de historia terminaría pronto y ella podría conocerle entonces. El señor Schue les había dicho que formaría parte del Glee Club, lo que desde el punto de vista de Mercedes, no podía ser tan malo. Es decir, ¿de ser verdaderamente un alumno problemático, pertenecer a un club de canto sería lo último que haría, verdad? Mirando el reloj en su mano, mientras daba pequeños golpes con la punta de su bolígrafo en la hoja de su libreta, comprobó que aún le quedaban diez minutos de clase. Diez largos minutos de tortura tratando de ver qué saldría de todo aquel disparate. Porque eso era, un verdadero disparate. Empezando por no haberle dicho nada a ella. ¿Por qué no lo habrían hecho? Seguramente porque de habérselo preguntado, su respuesta habría sido un rotundo no, por supuesto. ¿Qué se esperaban? ¿Un premio? No. Lo que recibirían serían miles de mensajes de voz y volver a cambiar los botes del azúcar por la sal. Comprobarían así que su hija también podría ser vengativa cuando quería. Y divertida. Sí, solo cuando ella lo deseaba.
Mirando hacia su derecha, arqueó una ceja, dudosa. Santana López la observaba ahora cómo si quisiera meterse en sus pensamientos, Quinn también lo hacía y no solo ella, sino la mayor parte de la clase.
—Mercedes... ¿Te encuentras bien? —le oyó decir a la señorita Holliday, preocupada.
La chica volvió su cabeza y la miró sin saber qué responder, al tiempo que el timbre del final de la clase sonaba, y todos sus compañeros no perdían ni un solo segundo en levantarse haciendo un estruendo con sus mesas y sus sillas. Mercedes solo sonrió, en un intento por despreocupar a la joven profesora, y empezó a recoger sus libros como lo habían hecho los demás.
—¿Qué fue eso? —Le preguntó Quinn, ayudándola a guardar sus bolígrafos de colores en su lapicero.
—En breve lo sabrás —le respondió, aceptando el lapicero ya cerrado y juntándolo con sus libros.
—¿No dormiste bien ayer o...? —insistió Quinn, viendo cómo Santana y Brittany decidían no esperarla y salir ya de clase.
—De hecho, creo que ayer fue mi última noche buena —Mercedes empezó a andar también hacia la puerta, seguida por Quinn. Ambas se habían hecho amigas durante el pasado año, cuando los padres de Quinn la habían echado de casa al descubrirla embarazada. Los Jones la habían acogido en su casa la mayor parte del curso y aquella amistad se había hecho más fuerte. Mercedes incluso había estado presente en el momento del parto y a su lado, cuando entre lágrimas, Quinn había dado en adopción a la pequeña niña. Noah Puckerman era el padre de la criatura y a la vez, el actual novio de Quinn Fabray. Al parecer, él la hacía feliz, y Mercedes esperaba que el judío no estropease aquello que ambos tenían. Puck, como todos le llamaban, sabía que ella le mataría si así lo hacía, así que, o por miedo, o por el cariño que parecía tenerle a su novia, todavía no la había fastidiado.
—No entiendo —dijo Quinn, rápidamente, saliendo por la puerta y siguiendo el pasillo hacia sus taquillas, donde Finn y Puck no tardaron en unírseles.
—Buenos días, princesa —Puck saludó a su novia con un beso rápido y luego se giró hacia la chica que la acompañaba—. "Sexy Mama" —la saludó con la cabeza, viéndola resoplar como respuesta.
—Puck, no le llames así, no le gusta —lo reprendió Quinn.
—Dejaré de hacerlo cuando deje de amenazarme con cortar mis pelotas —le aseguró el judío, risueño, a la vez que le guiñaba un ojo a Mercedes. La chica negó con la cabeza y cerró su taquilla, dejando dentro su libro de historia.
—Ya sabes lo que no tienes que hacer para que deje de amenazarte —le recordó Mercedes, dirigiéndose ya hacia el salón del coro seguida por sus compañeros
—Lo sé... —entonó Puck, sonriéndole a su novia y uniendo sus manos.
—¿Me vas a contar entonces qué te pasó en la clase de historia? —le preguntó Quinn, casi susurrando.
—Dentro de poco lo sabrás, espera unos minutos —respondió la chica, recibiendo una mirada rara por parte de Finn—. Todos lo sabréis.
—¿Qué sabremos? —preguntaron Noah y Finn a la vez.
Mercedes no les respondió, caminando aún más deprisa hacia el aula. Quinn y Puck apuraron el paso, y Finn hizo lo mismo para no quedarse atrás.
—Tu amiga está muy rara —murmuró Puck, entrando ya en el salón del coro.
—¿Debería preocuparme? —preguntó Quinn, dirigiéndose al fondo de la clase para sentarse al lado de la chica. Finn ocupó su sitio al lado de Rachel, y Puck subió las escaleras para sentarse junto a su novia. Mercedes ya se había sentado con Kurt y ambos hablaban de temas que al judío le resultaban extremadamente aburridos. Pasando de su conversación, se giró hacia su novia para tranquilizarla.
—Seguro que no es nada. Verás como es una tontería.
—Te estoy oyendo, Puckerman —dijo Mercedes, girando la cabeza hacia ellos.
—¿Es algo malo? ¿Estás enferma? —preguntó Quinn, asustada. ¿Por qué no se lo decía de una vez? ¿Por qué tenían que esperar? No le gustaba tener que hacerlo. La ponía demasiado nerviosa y su amiga se veía tan tranquila hablando con Kurt y a la vez, la rubia sabía que su mente estaba muy lejos de allí. Oh... ¿Y si sus padres tenían la culpa? ¿Qué habrían hecho esta vez?
—No estoy enferma, Quinn —la tranquilizó, negando con la cabeza.
—¿Cuándo dijiste que lo vamos a saber? —oyeron decir a Finn desde el asiento de delante.
—¿Qué vamos a saber? —preguntaron a la vez Santana y Rachel.
—Buenos días, clase —Will Schuester entró en el aula en ese preciso momento, y todos se quedaron en un completo silencio.
El profesor no había entrado solo y ahora once alumnos miraban curiosos al chico que lo acompañaba sin decir ni una sola palabra. Mercedes tragó saliva sin dejar de mirarle. El chico era alto, atlético. Su pelo, rubio, y sus ojos... No podía verlos bien desde tan lejos, pero hubiese jurado que eran verdes. Y hermosos. Éstos miraban a todas partes, tratando de memorizar las caras de sus nuevos compañeros, mientras les regalaba una sonrisa.
—Chicos, os presento a Sam Evans, vuestro nuevo compañero.
—Hola —dijo él, levantando la mano para saludar.
Si el chico había querido decir algo más, nunca lo sabrían, pues el señor Schue siguió hablando y lo que les dijo, hizo que Mercedes deseara poder esconderse bajo tierra y no salir.
—Es uno de los estudiantes del Programa de Intercambio. Estudiará en el McKinley este año y vivirá en casa de la familia Jones —les informó, señalando a su vez a Mercedes.
—Ohhh, ¿eso era lo que íbamos a saber? —le preguntó en voz baja Quinn, dejando de mirar al chico nuevo y viendo ahora a su amiga. Ésta no le devolvió la mirada, sus ojos habían hecho contacto con los de él durante un segundo y su nuevo compañero de casa le había sonreído, provocando que ella se sonrojase un poco.
—Já, qué bueno. Los padres de Aretha le han buscado un chico para que la desvirgue —soltó Santana, provocando que decenas de ojos dejasen de mirar al nuevo estudiante y la mirasen a ella.
Y hasta aquí el primer capítulo. ¿Qué os ha parecido?
Muchas gracias por pasaros a leerlo y dejar esos hermosos reviews. Espero poder actualizar pronto. Sed buenos.
Un besito
Syl
